No llevaba nada más que zapatillas,
pantalones cortos y un top cuando me encontré con Peter a la mañana siguiente.
Era lunes, el último día para que Pepper culmine su trabajo. También era día de
colegio, pero no podía preocuparme por ninguna de esas dos cosas. Primero era
el entrenamiento, luego vendría el estrés.
Manteniendo mi promesa, había tomado el
antídoto el sábado por la noche, justo después de confesar mi adicción, pero
aparentemente la medicina tomaba un tiempo en hacer efecto. Probablemente no
ayudaba el hecho que había tomado grandes cantidades de Devilcraft la semana
anterior.
Peter llevaba puesto pantalones negros y una
camisa del mismo color. Recostó sus manos en mis hombros, mirándome. —¿Lista?
A pesar de mi humor, sonreí e hice sonar mis
nudillos. —¿Lista para pelear con mis hermoso novio? Oh, debo decirte que estoy
lista. Intentaré controlar donde colocar mis manos, pero cuando las cosas se
pongas calientes…¿quién sabe lo que pueda suceder?
Peter sonrió. —Suena prometedor.
—Muy bien, Entrenador. Hagámoslo.
Para la noche, estábamos cubiertos de sudor
y yo estaba exhausta. En tan solo doce horas, me enfrentaría con Maximiliano,
con espadas filudas, no como las que usamos con Peter.
—Bueno, lo lograste —le felicité a Peter—.
Estoy muy bien entrenada. Debí hacerte mi entrenador personal desde el inicio.
Sonrió. —Sin duda. ¿Por qué no vuelves a mi
casa para una ducha y te recojo más tarde para ir a ese restaurante mexicano? —sugirió
Peter mientras nos dirigíamos al estacionamiento.
Lo dijo casualmente pero sus palabras
llevaron a mis ojos a observarlo fijamente. Peter había trabajado de mesero en
un restaurante mexicano la primera vez que nos conocimos. Me pareció lindo que
lo recordara, y saber que el restaurante también tenía buenos recuerdos para
él. Me forcé a mí misma a dejar atrás todos los pensamientos acerca de Pepper y
el delo; está noche quería disfrutar de la compañía de Peter sin preocuparme de
lo que sería de nosotros si Maximiliano ganaba el duelo.
—¿Puedo pedir tacos? —pregunté suavemente,
recordando la primera vez que Peter me enseñó a hacerlos.
—Leíste mi mente, Ángel.
Me inserté en la casa de Peter. En el baño,
me quité la ropa y me metí a la ducha. Pensé en Peter de pie en la misma ducha,
sus brazos contra la pared mientras el agua caía por sus hombros. Pensé en las
perlas del agua pegándose a su piel. Pensé en él usando las mismas toallas que
yo estaba por envolver alrededor de mi cuerpo. Pensé en su cama, a unos cuantos
pasos. En cómo las sábanas mantendrían su olor….hasta que una sombra se deslizó
por el espejo del baño.
La puerta estaba entreabierta, luz entrando
desde fuera. Mantuve la respiración, esperando otra sombra, esperando a que el
tiempo me diga que había imaginado todo. Esta era la casa de Peter. Nadia la
conocía. Ni Maximiliano, ni Pepper. Había sido cuidadosa de ver que nadie me
estuviera siguiendo.
Otra nube negra se situó sobre el espejo. El
aire se llenó de energía sobrenatural. Apagué el agua y envolví una toalla
alrededor de mi cuerpo. Busqué un arma: estaba entre un rollo de papel higiénico
o una botella de jabón de mano. Empecé a tararear una canción para que el
intruso crea que no me había dado de su presencia.
El intruso se acercó a la puerta, su poder
hizo saltar mis sentidos con electricidad, los vellos de mis brazos se alzaron en
alerta. Seguí tarareando. Desde el rabillo del ojo, vi que la puerta se
empezaba a abrir; fue ahí cuando mi paciencia se acabó.
Hice un golpe con mi pie desnudo, contra la
puerta. Fue tan fuerte el golpe, que ésta se rompió, golpeando a quien sea que
estuviera detrás. Me coloqué en la entrada, con mis puños, lista para atacar.
El hombre en el suelo se curvó en una bola
para proteger su cuerpo. —No… —se quejó—, ¡no me hagas daño!
Lentamente, bajé mis puños. Incliné mi
cabeza para ver mejor. —¿Blakely?
***
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maaasss
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