sábado, 6 de septiembre de 2014

Ángeles Caídos #4: Treintaiséis

No llevaba nada más que zapatillas, pantalones cortos y un top cuando me encontré con Peter a la mañana siguiente. Era lunes, el último día para que Pepper culmine su trabajo. También era día de colegio, pero no podía preocuparme por ninguna de esas dos cosas. Primero era el entrenamiento, luego vendría el estrés.

Manteniendo mi promesa, había tomado el antídoto el sábado por la noche, justo después de confesar mi adicción, pero aparentemente la medicina tomaba un tiempo en hacer efecto. Probablemente no ayudaba el hecho que había tomado grandes cantidades de Devilcraft la semana anterior.

Peter llevaba puesto pantalones negros y una camisa del mismo color. Recostó sus manos en mis hombros, mirándome. —¿Lista?

A pesar de mi humor, sonreí e hice sonar mis nudillos. —¿Lista para pelear con mis hermoso novio? Oh, debo decirte que estoy lista. Intentaré controlar donde colocar mis manos, pero cuando las cosas se pongas calientes…¿quién sabe lo que pueda suceder?

Peter sonrió. —Suena prometedor.

—Muy bien, Entrenador. Hagámoslo.

Para la noche, estábamos cubiertos de sudor y yo estaba exhausta. En tan solo doce horas, me enfrentaría con Maximiliano, con espadas filudas, no como las que usamos con Peter.

—Bueno, lo lograste —le felicité a Peter—. Estoy muy bien entrenada. Debí hacerte mi entrenador personal desde el inicio.

Sonrió. —Sin duda. ¿Por qué no vuelves a mi casa para una ducha y te recojo más tarde para ir a ese restaurante mexicano? —sugirió Peter mientras nos dirigíamos al estacionamiento.

Lo dijo casualmente pero sus palabras llevaron a mis ojos a observarlo fijamente. Peter había trabajado de mesero en un restaurante mexicano la primera vez que nos conocimos. Me pareció lindo que lo recordara, y saber que el restaurante también tenía buenos recuerdos para él. Me forcé a mí misma a dejar atrás todos los pensamientos acerca de Pepper y el delo; está noche quería disfrutar de la compañía de Peter sin preocuparme de lo que sería de nosotros si Maximiliano ganaba el duelo.

—¿Puedo pedir tacos? —pregunté suavemente, recordando la primera vez que Peter me enseñó a hacerlos.

—Leíste mi mente, Ángel.

Me inserté en la casa de Peter. En el baño, me quité la ropa y me metí a la ducha. Pensé en Peter de pie en la misma ducha, sus brazos contra la pared mientras el agua caía por sus hombros. Pensé en las perlas del agua pegándose a su piel. Pensé en él usando las mismas toallas que yo estaba por envolver alrededor de mi cuerpo. Pensé en su cama, a unos cuantos pasos. En cómo las sábanas mantendrían su olor….hasta que una sombra se deslizó por el espejo del baño.

La puerta estaba entreabierta, luz entrando desde fuera. Mantuve la respiración, esperando otra sombra, esperando a que el tiempo me diga que había imaginado todo. Esta era la casa de Peter. Nadia la conocía. Ni Maximiliano, ni Pepper. Había sido cuidadosa de ver que nadie me estuviera siguiendo.

Otra nube negra se situó sobre el espejo. El aire se llenó de energía sobrenatural. Apagué el agua y envolví una toalla alrededor de mi cuerpo. Busqué un arma: estaba entre un rollo de papel higiénico o una botella de jabón de mano. Empecé a tararear una canción para que el intruso crea que no me había dado de su presencia.

El intruso se acercó a la puerta, su poder hizo saltar mis sentidos con electricidad, los vellos de mis brazos se alzaron en alerta. Seguí tarareando. Desde el rabillo del ojo, vi que la puerta se empezaba a abrir; fue ahí cuando mi paciencia se acabó.

Hice un golpe con mi pie desnudo, contra la puerta. Fue tan fuerte el golpe, que ésta se rompió, golpeando a quien sea que estuviera detrás. Me coloqué en la entrada, con mis puños, lista para atacar.

El hombre en el suelo se curvó en una bola para proteger su cuerpo. —No… —se quejó—, ¡no me hagas daño!


Lentamente, bajé mis puños. Incliné mi cabeza para ver mejor. —¿Blakely?


***

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