Llegó el jueves por la tarde, y con este, la
completa transformación de mi casa. Por dentro, música de terror sonaba desde
el estéreo. Calaveras, murciélagos, telarañas y fantasmas adornaban los
muebles.
Yo llegaba con dos bolsas de papel llenas de
cosas de última hora, y las dejé en la cocina.
—¡Regresé! —grité—. Vasos de plástico, una
bolsa con anillos de araña, dos bolsas de hielo, y más confeti de esqueletos,
justo como pediste. La bebida está aún en el auto. ¿Algún voluntario para
ayudar a traerla?
Paula apareció en la cocina, y se me cayó la
mandíbula. Estaba usando un corpiño negro de vinil, y pantalones pegados. Nada
más. Sus costillas se podía ver a través de su piel. —Pon la bebida en la
refrigeradora, el hielo en el frízer, y esparce el confeti en la mesa del
comedor, pero no lo pongas sobre la comida. Eso es todo por ahora. Mantente
cerca en caso necesite algo más. Debo ir a terminar mi disfraz.
—Bueno, ese es un alivio. Por un minuto
pensé que eso era todo lo que planeabas usar —dije.
—Lo es. Soy gatubela. Solo necesito pegarme
orejas negras.
—¿Vas a usar un corpiño para la fiesta?
¿Sólo un corpiño?
—No es un corpiño es un top.
Genial, como si fuera diferente.
—¿Y quién es Batman?
—Roberto Boxler.
—¿Eso significa que Benja desertó?
Paula se encogió de hombros. —¿Quién es
Benja? —dijo, y se dirigió al segundo piso.
—¡Escogió a Cande sobre ti! —grité
triunfante.
—No me importa —respondió ella—.
Probablemente lo obligaste. No es un secreto que él hace todo lo que tú dices.
Pon la bebida en la refrigeradora antes que cambiemos de siglo.
Saqué mi lengua aunque ella no me pudiese
ver. —¡Yo también debo alistarme, sabías!
A las siete, llegaron los primeros
invitados. Romeo y Julieta, Cleopatra y Mark Antony, Elvis y Priscila. Incluso
una botella de kétchup y mostaza entraron por la puerta principal. Dejé que
Paula juegue a ser la anfitriona, movilizando la bebida y comida. Yo había
estado muy ocupada con los preparativos de la fiesta como para comer. Eso, y la
nueva fórmula de Devilcraft que Maxi me había dado, parecía haber llenado mi
apetito. Había hecho un buen racionamiento de la bebida azul, así me había
durado varios días. Los sudores de noche, los dolores de cabeza, y la sensación
extraña en mi cuerpo ya no se sentían. Estaba segura que esto significaba que
los peligros de adicción habían pasado y había aprendido a usar devilcraft de
una manera segura. La moderación era la clave. Blakely podía haberme intentado
meterme en este lío, pero yo era lo suficientemente fuerte para establecer mis
límites.
Después de ingerir un poco de Sprite, me
dirigí hacia la sala de estar, viendo si es que Cande o Benja habían llegado.
—Me encanta el disfraz, Lali. Pero eres todo
menos mala.
Miré de un lado a otro a Morticia Adams.
—Oh, ey, Bailey. Casi no te reconozco.
Bailey se sentaba a mi lado en matemática, y
habíamos sido amigos desde siempre. Estaba vestida de diabla y tenía que estar
recogiendo mi cola porque la paraban pisando.
—Gracias por venir esta noche —agregué.
—¿Terminaste la tarea de mate? No entendí
nada de lo que explicó hoy el profesor. Cada vez que empieza un problema en la
pizarra, se detiene a medio camino, borra lo realizado y vuelve a empezar. No
creo que sepa lo que está haciendo.
—Sí, probablemente me quede horas haciéndolo
mañana.
Sus ojos se alzaron.
—Deberíamos encontrarnos en la biblioteca y
hacerlo, juntos.
—Le prometí a mamá que limpiaría el sótano después
del colegio —dije, tratando de evitar este “encuentro”. Aunque en parte era
verdad.
—Oh, tal vez para otro día —dijo Bailey,
sonando decepcionado.
—¿Has visto a Cande?
—Aún no. ¿Cómo quién va a venir?
—Como una niñera. Su cita es Michael Myers,
el actor de Halloween —expliqué—. Si la vez, dile que la estoy buscando.
Cuando atravesé la sala de estar, me choqué
con Paula y su cita, Roberto.
—¿Estatus de la comida? —me preguntó Cande,
con autoridad.
—Mi mamá lo está viendo.
—¿Música?
—Hay un DJ.
—¿Estás trabajando con la gente? ¿Todos
están divirtiéndose?
—Acabo de terminar una ronda.
Paula me miró, con crítica en sus ojos. —¿Dónde
está tu cita?
—¿Importa?
—Escuché que estás saliendo con un nuevo
chico. Escuché que él no va al colegio. ¿Quién es?
—¿De quién escuchaste esto? —Lo mío con Maxi
estaba expandiéndose por todos lados, al parecer.
—¿Importa? —repitió—. ¿Cómo qué estás
vestida?
—Es una diabla —dijo Roberto—. Una horca,
cuernos y un vestido rojo.
—No te olvides de las botas negras de
combate —dije, mostrándolas.
—Puedo ver eso —dijo Paula—. Pero el tema de
la fiesta es parejas famosas. Un diablo no va con nada.
Justo entonces, entró Peter por la puerta.
Hice una doble revisión para asegurarme que era él. No esperaba que viniese.
Nunca habíamos resuelto nuestra pelea y yo me estaba negando a tomar el primer
paso, forzándome a mí misma a esconder mi celular cada vez que estaba tentada a
llamarlo y disculparme. Mi orgullo inmediatamente se volvió alivio al verlo.
Odiaba pelear. Odiaba no tenerlo cerca.
Una sonrisa se expandió por mi rostro al ver
su disfraz: vaqueros negros, camisa negra, una máscara negra. Y su mirada fría
y asesina.
—Ahí está mi cita —dije.
Paula y Roberto se voltearon. Peter me dio
un pequeño saludo y le entregó su chaqueta a una pobre chica de primer año al
que Paula le había dado la tarea de cuidar los sacos. El precio que eran
capaces de pagar las chicas con tal de ir a estas fiestas, era casi vergonzoso.
—No
es justo —dijo Roberto, quitándose su máscara de Batman—. El chico ni siquiera
está disfrazado.
—Lo que sea que hagas, no le digas chico —le
dije a Roberto, sonriéndole a Peter mientras venía hacia nosotros.
—¿Lo conozco? —preguntó Paula—. ¿Quién se
supone que es?
—Es un ángel —dije—. Un ángel caído.
—¡Así no se ven los ángeles caídos! —protestó
Paula.
—Muestra
lo mucho que sabes —pensé, mientras Peter deslizaba su brazo alrededor de
mi cuello y me empujaba hacia él para darme un beso.
—Te he
extrañado —habló por la mente.
—Igual
que yo. No peleemos más. ¿Podemos dejarlo atrás?
—Considéralo
hecho. ¿Cómo va la fiesta?
—Aún
no me siento como para saltar del techo. Así que vamos bien.
—Qué
bueno escuchar eso.
—Hola ahí —le dijo Paula a Peter, su tono
más de coqueteo que lo que era con su cita.
—Ey —dijo Peter.
—¿Te conozco? —preguntó ella, ladeando su
cabeza a un lado—. ¿Vas a nuestro colegio?
—No —dijo él, sin elaborar.
—¿Entonces cómo conoces a Lali?
—¿Quién no conoce a Lali? —respondió.
—Esta es mi cita, Roberto Boxler —le dijo
Paula, con aires de superioridad—. Juega en el equipo de fútbol.
—Impresionante —respondió Peter, su tono
educado—. ¿Cómo va la temporada?
—Hemos tenido un par de juegos duros, pero
no es nada que no podamos manejar.
—¿A qué gimnasio vas? —le preguntó Roberto a
Peter, mirando su físico con admiración. Y envidia.
—Últimamente no he tenido tiempo para ir al
gimnasio.
—Bueno, te ves genial hombre. Si algún día
quieres levantar peso, avísame.
—Buena suerte con el resto de la temporada —le
dijo Peter a Roberto, dándole un apretón de manos.
Peter y yo nos insertamos más en la casa,
paseando entre los pasillos y habitaciones, intentando encontrar alguna esquina
segura. Al final, me empujó dentro de un baño de visitas, cerró la puerta de un
golpe y le echó seguro. Me inclinó contra la pared y tocó una de mis orejas
rojas, sus ojos negros profundos, llenos de deseo.
—Lindo disfraz —dijo.
—Igual que el tuyo. Puedo decir que no
tuviste que pensar mucho para escogerlo.
—Si no te gusta, puedo quitármelo —dijo, con
asombro en su boca.
Golpeé mi mentón, pensativa. —Esa ha sido la
mejor propuesta que he tenido en toda esta noche.
—Mis ofertas siempre son las mejores, Ángel.
—Antes que empezara la fiesta, Paula me
pidió que ate la parte de atrás de su traje de Gatúbela. Entre ambas ofertas,
creo que es una decisión difícil.
Peter se quitó la máscara y rió suavemente
contra mi cuello, retirando mi cabello fuera de mis hombros. Olía increíble. Se
sentía caliente, sólido y bastante cerca. Mi corazón latía más rápido,
temblando con culpa.
Le había mentido a Peter. No podía
olvidarlo. Cerré mis ojos, dejando que su boca explore la mía, intentando
perderme en el momento. Mientras tanto, las mentiras golpeaban, golpeaban y
golpeaban en mi cabeza. Había tomado Devilcraft y le había hecho un truco
mental. Aún estaba tomando Devilcraft.
—El problema con tu disfraz es que no
esconde muy bien tu identidad —dije, apartándome—. Y se supone que no
deberíamos ser vistos en público, ¿recuerdas?
—Sólo he venido un ratito. No podía perderme
la fiesta de mi novia —murmuró.
Bajó su cabeza para besarme de nuevo.
—Cande aún no está aquí —dije—. He llamado a
su celular. Y el de Benja. En ambos casos, me envió al buzón de voz. ¿Debería
preocuparme?
—Tal vez no quieren ser interrumpidos —habló
en mi oído, su voz profunda y grave.
Peter subió mi vestido, acariciando mi muslo
desnudo con su dedo gordo. La calidez de su caricia dejaba de lado mi mala
consciencia. La sensación pasó a través de mí. Cerré mis ojos de nuevo, esta
vez involuntariamente. Mi respiración empezó a salir un poco más rápida. Él
sabía cómo tocarme. Peter me alzó sobre la repisa del lavadero, sus manos
colocadas en mis caderas. Estaba caliente por dentro, y cuando colocó su boca
sobra la mía, puedo jurar que solté estrellas. Su toque me cauterizaba con
pasión. El calor y las mariposas que sentía al estar cerca de él nunca dejaba
de sentirlas, sin importar cuántas veces nos tocáramos, coqueteáramos o
besáramos. Aún mejor, esa sensación se intensificaba. Quería a Peter.
No sé cuánto tiempo estuvo abierta la puerta
del baño antes que lo notara. Me alejé de golpe de Peter, mi boca abierta. Mi
mamá estaba en la entrada, murmurando sobre cómo el pestillo nunca había funcionado
correctamente, y que había querido arreglarlo por años, cuando sus ojos deben
haberse ajustado a la oscuridad, porque dejó de quejarse.
Su boca se abrió de golpe. Su rostro se
blanqueó…luego empezó a enrojecer. Nunca la había visto tan enojada. —¡Fuera! —gritó,
señalando con un dedo hacia fuera de la puerta—. ¡Fuera de mi casa en este
instante, y no pienses en regresar, o tocar a mi hija de nuevo! —le siseó a
Peter.
Yo salté de la repisa. —Mamá….
Se volteó hacia mí. —¡Ni una palabra!
Dijiste que habías terminado con él. Dijiste que…esta cosa…entre ustedes dos…había
terminado. ¡Me mentiste!
—Puedo explicarlo —empecé.
—¿Es eso lo que haces? ¿Seducir a chicas
jóvenes en sus propias casas, con sus propias madres a unos cuantos pasos?
¡Deberías estar avergonzado de ti mismo!
Peter entrelazó sus dedos con los míos,
sosteniéndolos con fuerza. —Es bastante lo opuesto, señora. Tu hija significa
todo para mí. Completamente. La amo…tan simple como eso. —Habló con calma y
seguridad, pero su mentón estaba rígido.
—¡Destruiste su vida! Desde el momento en
que te conoció, todo se vino abajo. Puedes negarlo todo, pero yo sé que tú
estuviste involucrado en su secuestro. Sal de mi casa —rugió.
Me apreté a la mano de Peter con fuerza,
murmurando “Lo siento, lo siento”, una
y otra vez a través de la mente.
—Debería irme —me dijo Peter, dándole una
sacudida a mi mano. —Te llamaré más tarde
—agregó en privado en mi mente.
—¡Me parece muy bien! —gritó mamá.
Se hizo a un lado, dejando que Peter salga,
pero cerró la puerta antes que pueda escapar.
—Estás castigada. Disfruta la fiesta
mientras dure, porque será tú último evento social por un largo, largo tiempo.
—¿Estás interesada en escucharme siquiera? —grité,
enojada por la forma en que había tratado a Peter.
—Necesito enfriarme. Te conviene darme un
poco de espacio. Puede que mañana esté de humor para hablar, pero eso no
importa ahora. Me mentiste. Y aún peor, tuve que encontrarte quitándote la ropa
con él, en nuestro baño. ¡Nuestro baño! Él solo quiere una cosa de ti Lali, y
la tomará donde sea. No hay nada especial en perder tu virginidad en un baño.
—No estaba…no estábamos….¿mi virginidad? —Sacudí
mi cabeza e hice un gesto de disgusto—. Olvídalo. Tienes razón, no quieres
escuchar. Nunca lo has querido. No cuando se trata de Peter.
—¿Todo bien por aquí?
Mi mamá y yo nos volteamos para encontrar a
Paula justo fuera de la puerta.
—Siento interrumpir, pero nos hemos quedado
sin ojos de monstruo y uvas.
—Lali y yo ya estábamos terminando. Puedo ir
a la tienda para comprar las uvas. ¿Algo más que se necesite?
—Un poco de nachos y queso —dijo Paula, en
esta voz tímida, totalmente falsa—. Pero no es gran cosa.
—Bien. Uvas, nachos y queso. ¿Algo más? —preguntó
mamá.
—No, eso es todo.
Mi mamá sacó sus llaves del bolsillo y
salió, sus movimientos duros y rígidos.
—Siempre puedes hacerle un truco mental,
sabes. Hacerle creer que Peter nunca estuvo aquí.
—¿Cuánto has escuchado? —dije, mirándola con
ojos fríos.
—Lo suficiente para saber que estás en
serios problemas.
—No voy a hacerle un truco mental a mi
propia mamá.
—Si quieres, puedo hablarle.
—¿Tú? —solté una risa—. A mi mamá no le
importa lo que tú pienses, Paula. Ella te tomó bajo cierta idea de
hospitalidad. Y probablemente para probarle algo a tu mamá. La única razón por
la que estás viviendo bajo este techo es para que mi mamá le pueda decir a tu
mamá que ella fue mejor amante, y ahora es mejor mamá. —Era algo horrible de
decir. Sonaba mejor en mi cabeza, pero Paula no me dio tiempo de pensarlo.
—Estás tratando de hacerme sentir mal, pero
no funcionará. No vas a arruinar mi fiesta. —Pero vi que su labio inferior
tembló. De pronto, como si nada hubiese sucedido, dijo en tono bizarro: —Creo
que es momento de jugar “En Busca de una Cita”.
—¿En Busca de una Qué?
—Debes morder una manzana, pero cada una de
éstas tiene un nombre de alguien de la fiesta. La que saques será tu próxima cita
a ciegas. Lo jugamos cada año en mi fiesta de Halloween.
Fruncí el ceño. —Suena feo.
—Es una cita a ciegas, Lali. Y desde que
estás castigada por la eternidad, ¿qué tienes por perder? —Me empujó hacia la
cocina, hacia el tubo gigante de agua lleno de manzanas rojas y verdes
flotando. —Ey, todos, ¡escuchen! —dijo Paula, gritando sobre la música—. Es
momento de jugar En Busca de una Cita. Lali será primero.
El aplauso rompió entre la música, junto a
silbidos y gritos de entusiasmo. Me quedé inmóvil, con mi boca moviéndose pero
no emitiendo sonido alguno.
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