miércoles, 23 de julio de 2014

Ángeles Caídos #4: Veintiuno

No haría el juramento y no permitiría que él me obligue a decir las palabras. No importaba cuánto daño me haría, debía mantenerme fuerte. Pero defenderme sola no iba a ser suficiente para ello. Necesita una ofensa, y rápido.

Utiliza también tus trucos mentales, me comandé a mí misma. Maxi me había dicho que los trucos mentales eran mi mejor arma. Había dicho que yo era mejor en ello que casi todos los Nephil que él conocía. Lo había logrado con Peter, y ahora lo haría con Baruch.

Cerrando mis ojos para bloquear el chantaje de Baruch, me lancé dentro de su cabeza. Mi gran confianza vino al saber que había consumido devilcraft más temprano. No confiaba en mi propia fuerza, pero la bebida azul me hacía mucho más poderosa. Volé por la oscuridad, retorcí corredores de la mente de Baruch, plantando una explosión tras otra. Trabajé tan rápido como pude, sabiendo que si cometía un error, si le daba cualquier razón para pensar que estaba reconstruyendo sus pensamientos, si dejaba cualquier evidencia de mi presencia…

Escogí la única cosa que sabía que alarmaría a Baruch. Nephils.

¡El ejército de la Mano Negra! Pensé explosivamente en la mente de Baruch. Coloqué una imagen de Maxi corriendo hacia la habitación, seguido de veinte, treinta, no…cuarenta Nephils. Enfoqué las imágenes en los ojos llenos de rabia y duros puños. Para hacer que la visión sea aún más convincente, le hice pensar que estaba observando a sus propios hombres ser atrapados por Nephils.

A pesar de todo ello, sentí la resistencia de Baruch. Se mantuvo en su lugar, sin reaccionar como lo haría si de verdad estuviera rodeado de Nephils. Temí que sospechara que había algo extraño, y seguí.

Sí te metes con la líder, te metes con nosotros, con todos. Lancé las palabras venenosas de Maxi en la mente de Baruch. Lali no va a jurar lealtad ahora. No ahora, ni nunca. Creé una imagen de Maxi recogiendo el atizador de las herramientas de la chimenea y presionándolo en las cicatrices de Baruch.

Escuché a Baruch caer de rodillas antes de abrir mis ojos. Estaba totalmente echado, con sus hombros encorvados. Una expresión de trauma se veía en sus rasgos. Sus ojos vidriosos, y saliva en las esquinas de su boca. Sus manos alcanzaron su espalda, buscando aire. Estaba intentando retirar el atizador.

Exhalé con alivio. Se lo había comprado. Creía que mi truco mental era cierto.

Una figura se movió cerca de la puerta.

Me puse de pie y cogí el verdadero atizador de la chimenea. Lo alcé por encima de mi hombro, lista para moverlo, cuando Agustina apareció a mi vista. En la semi-oscuridad, su cabello brillaba con un color blanco glacial. Su boca era una línea sombría.

—¿Le hiciste un truco mental? —dijo—. Lindo. Pero tenemos que salir ahora mismo de aquí.

Casi reí, fría y sin poder creerlo. —¿Qué haces aquí?

Se detuvo sobre el cuerpo inamovible de Baruch. —Peter me pidió que te llevara a algún lugar seguro.

Sacudí mi cabeza. —Estás mintiendo. Peter no te mandó. Él sabe que eres la última persona con la que me iría—. Apreté más fuerte el atizador. Si daba otro paso más, estaría encantada de colocarlo en las cicatrices de sus alas. Y como Baruch, estaría en el mismo estado.

—No tuvo mucha opción. Entre perseguir a los otros ángeles caídos que malograron tu fiesta y borrar las mentes de todos tus amigos traumados que están corriendo por la calle mientras hablamos, debo decir que está un poco preocupado. ¿Acaso no tienen una palabra secreta como código para situaciones como esta? —me preguntó Agustina—. ¿Cuándo estuve con Peter, teníamos una. Hubiera confiado en cualquier que Peter se la hubiese dado.

No le quité los ojos de encima. ¿Palabra secreta? Mi dios, sí que era buena metiéndose bajo mi piel.

—De hecho, sí tenemos un código secreto —dije—. Es: “Agustina es una sanguijuela patética que no sabe cuándo moverse del camino” —Cubrí mi boca—. Ay, acabo de darme cuenta por qué probablemente Peter falló en compartir nuestro código secreto contigo—dije con sorna—. O me dices realmente para qué viniste aquí o voy a lanzar esto contra tus cicatrices —agregué.

—No tengo que seguir con esto —dijo Agustina, dándose la vuelta.

La seguí por la casa vacía y hacia afuera.

—Sé que estás chantajeando a Pepper Friberg —dije—. Él cree que Peter lo está haciendo y hará lo que sea para colocar a Peter en el camino rápido hacia el infierno. Eso va para ti Agustina. Dices que aún estás enamorada de Peter, pero tienes una forma muy divertida de demostrarlo. Por ti, está en peligro de ser eliminado. ¿Ese es tu plan? ¿Si no puedes tenerlo, nadie puede?

Agus presionó un botón de su llave y luces se prendieron en el auto deportivo más exótico que había visto.

—¿Qué es eso? —pregunté.

Me lanzó una mirada condescendiente. —Mi Bugatti.

Un Bugatti, un auto de lo más sofisticado, lujoso, de dos puertas, con lunas polarizadas…Justo como Agustina.

—Debes deshacerte de ese ángel caído antes que tu mamá regrese —dijo, mientras subía al auto—. Y deberías revisar la validez de tus acusaciones.

Empezó a cerrar la puerta, pero yo la abrí nuevamente. —¿Estás negando que eres la chantajista de Pepper? —pregunté, con enojo—. Los vi a los dos discutiendo afuera del bar.

—No deberías espiar, Lali. Y Pepper es un arcángel del que mejor te quedas alejada. Juega sucio.

—Yo también.

—No es que sea de tu incumbencia, pero Pepper me buscó esa noche porque él sabe que tengo conexión con Peter. Lo está buscando y pensó erróneamente que yo lo ayudaría.

Encendió el motor y me quedé mirando a Agustina, sin creerle que su interacción con Pepper había sido así de inocente.

—Eres muy mala juzgando —dijo.

Me acerqué al auto, golpeándolo con mis palmas.

—Cuando se trata de ti, no me equivoco —grite por encima del ruido—. Eres una convenida, egoísta y narcisista.

Con eso, me miró furiosa y salió del auto.

—Yo también quiero limpiar el nombre de Peter, para que sepas —dijo con voz fría.

—Ahora ahí hay una frase que te dará el Oscar.

—Le dije a Peter que eras inmadura e impulsiva y no podías sobrellevar tus celos de lo que él y yo y él hemos trabajado por mucho tiempo para hacer que esto funcione.

Mis mejillas se sonrojaron, y cogí su brazo antes que me evada.

—No le hables a Peter sobre mí de nuevo. Aún más, no le hables a él. Punto.

—Peter confía en mí. Eso debe ser suficiente para ti.

—Peter no confía en ti. Te está usando. Al final, serás reemplazable. Al minuto ya no serás útil, se habrá terminado.

La boca de Agustina se convirtió en algo horrible. —Desde que nos estamos dando consejos una a la otra, aquí está el mío. Sal de mi camino.

Me estaba amenazando.

Tenía algo que esconder.

Encontraría su secreto, y la haría caer.

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