jueves, 28 de mayo de 2015

Existence: Capítulo Dos (Parte 1)

Oye Lali, el profesor de Oratoria me dijo que necesitaba hablar contigo. —La voz de Pablo pareció sacarme de mi estupefacción momentánea.

Si el profesor de Oratoria lo había enviado, significaba que necesitaba alguna clase de ayuda académica. Sin embargo, no estaba segura si quería ayudar, tampoco tenía la intención de dejárselo fácil. Me las ingenié en mostrar una expresión de «y qué», y esperé en silencio. Pablo se aclaró la garganta y corrió sus manos en sus rodillas, como si de hecho estuviera nervioso.

—Eh, bueno —empezó—, quiero decir, que necesito ayuda con Oratoria. No es mi tema y el profesor dijo que tú eras a la que podía pedirle asistencia. 

Miraba directamente al frente mientras hablaba. Ni siquiera me había mirado de frente. Realmente no me gustaba este chico. Finalmente volteó su mirada hacia mi dirección. Estaba segura que aprovechaba de su expresión de esperanza con todas las mujeres, para obtener lo que quería. Mi estómago me traicionó y se removió por el afecto de lo que sus ojos que rogaban. Odiaba que él pudiese hacer que mi cuerpo reaccione a él.

—Este es el primer día de escuela. ¿Cómo puedes necesitar ayuda tan rápido? —pregunté con una voz que esperaba que sonara enojada. 

—Eh, sí, lo sé, pero yo, bueno, es el profesor y sé que voy a tener problemas en ese curso —dijo, un poco a la defensiva. Pablo siempre había sido un buen estudiante. Había estado con él en unas cuantas clases.

—¿Por qué ambos creen que vas a tener problemas? Sin duda, no tienes miedo de hablar en frente de la clase.

Sacudió su cabeza y miró de frente de nuevo.

—No, eso no es. —Esperé pero no dijo nada más.

Lo suficientemente interesada, me empezó a intrigar.

—Realmente no sé por qué necesitas mi ayuda. Es realmente simple. Escribes discursos sobre los tópicos que te asignan y luego los das oralmente. Simple, básico, no hay ecuaciones difíciles. 

Volteó su mirada hacia mí con una sonrisa triste. 

—No es tan fácil para mí. —Se detuvo y actuó como si quisiera decir más y luego sacudió su cabeza y se puso de pie—. No importa, me olvídate que pregunté.

Lo vi pasar la mesa con sus admiradores y dirigirse hacia afuera. Experimenté un minuto de culpa por ser tan dura con él. Él había venido a pedir ayuda y yo, básicamente, solo me reí de él. Busqué mi bandeja, enojada conmigo misma por actuar como una idiota. «Idiota» pertenecía a él, no a mí.

****

Mi libro aterrizó en le encimera de la cocina con un golpe fuerte, anunciando mi regreso. Me dirigí hacia el refrigerador. El jugo de naranja fresco en el que había trabajado ayer, sonaba bien.

—Lali, cariño, ¿eres tú? —La voz de mi mamá se oyó por el pasillo. Estaba acurrucada en la esquina de su oficina con una grande taza de café, escribiendo en su computadora. No tenía que ver esto para saberlo, mi madre es escritora.

—Sí —repliqué.

Antes que pueda llenarme un vaso de jugo de naranja, el sonido de sus sandalias golpeando contra el suelo de madera me sorprendió. Esta era una ocurrencia extraña. Raramente ella dejaba su escritura cuando llegaba de la escuela. Usualmente era cerca de la hora de la cena antes que ella me agraciaba con su presencia.

—Bien, estoy contenta que hayas venido directo a casa. Necesito hablar contigo y luego debo vestirme. —Hizo un gesto hacia su ropa holgada—. Voy a cenar con Mariano, pero no te preocupes, te estoy dejando dinero para que ordenes una pizza.

Sacó un taburete y su sonrisa amistosa se volvió seria. No era una señal buena. Esta era la clase de seriedad que reconocía pero raramente experimentaba. 

—¿Qué? —pregunté, mientras dejaba mi vaso.

La espalda de mamá se puso más rígida mientras aclaraba su garganta. El ceño que decía «me has decepcionado» hizo que sus labios dejaran la sonrisa. Rápidamente busqué en mi mente, intentando pensar en algo que podría haber hecho que la haya puesto triste, pero nada saltó.

—Recibí una llamada, justo en mitad del capítulo quince, del profesor de Oratoria. 

Oh no, ella sabía sobre Pablo.

—¿Ah sí? —pregunté, pretendiendo no saber de qué se trataba esto. 

Mamá asintió e inclinó su cabeza hacia un lado como si me estuviera estudiando para ver si me creía que realmente no tenía idea de por qué llamaría mi profesor. Ese gesto siempre me ponía nerviosa. 

—Aparentemente, hay un joven que tiene un problema de aprendizaje y le dijeron que te busque para enseñanza extra. Tú te inscribiste para eso este año. Mi pregunta es: ¿por qué, Lali, no ayudas a un estudiante en tu escuela que tiene problemas con algo tan serio como la dislexia? El chico, según me han dicho, tiene la oportunidad de ganarse una beca por sus habilidades atléticas, pero su discapacidad requiere que obtenga ayuda extra en algunas clases. Necesita a alguien que lo ayude a escribir su discurso en un papel. Eso no parece mucho por pedir. Tú dijiste que querías ayudar con eso este año. Explícame por qué escogiste decirle que no a este chico, y voy a decirte ahora que debe ser una excusa buena. 

Se inclinó hacia atrás y cruzó sus brazos sobre su pecho, en su pose de «estoy esperando». ¿Pablo sufría de dislexia? ¿Era esto una broma? Había estado yendo con él a la escuela casi toda mi vida. Las chicas, incluida Candela, sabían todo sobre él. Diablos, Candela una vez me dijo exactamente dónde su marca de nacimiento parecía estar localizada. No es que me importara. ¿Cómo es que Pablo Martinez tenía dislexia y nadie sabía?

Pensé de nuevo en Pablo pidiéndome que lo ayude en la cafetería ahora y la forma en que actué. La revelación que Pablo tenía que asumir como la dislexia y aun así obtener buenas notas me molestaba. No estaba segura de por qué, exactamente, pero lo hizo. Me gustaba pensar en él como un idiota. Ahora en todo lo que podía pensar era en la forma en que me miró hoy cuando me vino a pedir ayuda. Un nudo se situó en mi estómago.

Alcé la mirada hacia mi mamá y sacudí mi cabeza lentamente. 

—No tenía idea que él tuviese problemas de aprendizaje. Siempre es tan seguro de sí mismo. Estuve sorprendida cuando vino ahora a pedirme ayuda e inmediatamente me cuestioné por qué, él, de todas las personas, necesitaría ayuda.

Mamá se inclinó en la barra y su ceño se suavizó. 

—Bueno, puedes arreglarlo. He criado a una chica más compasiva.

Asentí y busqué mi mochila.

—Lo sé y lo siento. Lo arreglaré.

—No me gusta que me llamen de la escuela por ti. Especialmente cuando estoy escribiendo una escena intensa de asesinato.

Sonreí y puse mi vaso en el lavaplatos antes de hablarle de nuevo.

—Lo siento, intentaré recordar eso. Eh, así qué, ¿segunda cita con este chico Mariano? 

Se sonrojó.

—Sí. Parece que él y yo somos capaces de hablar por horas. Amo su mente y él ha viajado por todo el mundo. Mi mente siempre está dando vueltas cuando él habla de los lugares y cosas que yo nunca he visto. —Se encogió de hombros—. Ya me conoces, siempre estoy pensando en una historia detrás de todo.

Alcé mis cejas y me incliné hacia ella.

—Y él está guapo.

Se rió, lo cual no es un sonido normal para mi mamá. 

—Oh, ahora ese no es el motivo por el que me gusta. Es su mente y la conversación.

Me reí fuerte.

—Claro que sí, Mamá, solo sigue diciéndote esa mentira a ti misma.

—De acuerdo, bien, si es algo atractivo.

—Mamá, es guapo y tú lo sabes. Asegurado, es un viejo guapo, pero aun así.

—No es viejo. Tiene mi edad.

—Exactamente.

Observé su intento de parecer dolida antes de rendirse y reírse.

—Bien, soy vieja. Tu dinero estará en la encimera cuando estés lista para ordenar pizza.

Quedarme a solas en mi casa no era algo que disfrutaba. Cuando estoy sola, las almas que veo deambulando me molestan. Especialmente desde que de hecho hablé con una hoy. Fue más fácil recordarme a mí misma que no hacían daño cuando no hablaban. Ahora, era una locura. Una vez que cerré la puerta de mi habitación, cogí mi celular y llamé a Candela.

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