miércoles, 4 de julio de 2012

Santificado: Once

Paraíso perdido (parte tres)

- Así que una emergencia – digo

Ángela nos ha citado con urgencia en su casa, a todo el club: Stefano, Thiago y yo.

- He estado investigando acerca de la duración de la vida de los ángeles de sangre – dice mi amiga
- ¿Esto tiene algo que ver con la edad del profesor de historia? – pregunto
- Sí. Después de verlo en la congregación la semana pasada, me dio curiosidad. El profesor es un Quartarius, estoy casi segura, pero se ve más viejo que tu madre, que es un Dimidius. Así que por eso estoy confundida. O el profesor es mucho mayor que tu madre – continúa con la explicación – o tu madre tiene una edad distinta. Lo que me hace pensar que los Quartarius deben vivir alrededor de doscientos y veinte y cinco años…
- Continúa – digo, cuando se detiene a pensar
- Pensé que los Dimidius, que eran mitad humanos, podían vivir al menos el doble, entre doscientos y doscientos cincuenta y cinco años. Así que tu madre estaría a la mitad de esa edad – continúa sin mirarme a los ojos
- Suena como si supieras todo – dice Thiago
- Pensé que sí – dice, tragando fuerte – pero luego leí esto – sostiene su libro entre sus manos y empieza a leer – “Cuando los hombres empezaron a aumentar en número en la tierra, y sus hijas nacieron, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas, y se casaron con las que escogieron. El señor dijo, Mi espíritu no se quedará en el hombre para siempre, porque es mortal, sus días serán ciento y veinte años….”

Luego continúa leyendo todo el pasaje hasta que finalmente lo comprendo.

- Dios quiere que seamos mortales – digo
- No importa si somos capaces de vivir cientos de años. No vivimos más de ciento y veinte – concluye Ángela – he estado investigando toda la noche y no he encontrado ningún ángel de sangre que haya vivido más de eso
- Estás loca Ángela – dice Stefano, levantándose de pronto
- Stefano.. – dice mi amiga
- No es verdad – dice él - ¿cómo puede ser posible? Está completamente sana
- Está bien – digo lentamente – hay que calmarnos todos. Así que tenemos ciento y veinte años. ¿No hay problema, verdad?
- Mar – susurra Thiago

Ahí lo entiendo. He sido una estúpida. ¿Cómo pude no haberme dado cuenta? Aquí estoy, pensando que todo estará bien, que ciento y veinte años están bien, porque al menos podemos ser jóvenes y fuertes. Como mi madre. Mi madre que nació en 1890, aquella que cumplió ciento y veinte años hace unas semanas.

Me empiezo a marear.

- Me tengo que ir – digo, poniéndome de pie tan rápido que casi lanzo la silla
- ¡Mar! – me llama Ángela – Stefano..¡esperen!
- Déjalos ir – escucho que dice Thiago – tienen que ir a casa

No recuerdo cómo es que conducimos de regreso. Sólo sé que estaba de pronto ahí, estacionada en la entrada, con mis manos apretando fuerte el timón del auto. Parte de mi quiere irse de aquí, no quiero entrar. Pero tengo que hacerlo, tengo que saber la verdad. Ángela no está mal, no está loca. No es el funeral de Peter en mi sueño, es el de mi madre.

Por un lado tengo el alivio que Peter no va a morir, pero al mismo tiempo, quiero llorar, vomitar, lanzarme al vacío y dejar de sentir el dolor en el pecho. Mi madre va a morir.

Salgo del auto y camino lentamente hacia la entrada de la casa. Stefano está a mi lado y entra primero, pasando la cocina y hacia la oficina de mi madre. Cuando abro la puerta, veo a mi madre leyendo algo en la computadora, su rostro en plena concentración.

- Hola, mi amor – dice cuando me ve – estoy feliz de que hayas vuelto. Realmente necesito hablar contigo…
- ¿Los ángeles de sangre sólo viven ciento y veinte años? – suelto de pronto

Su sonrisa se esfuma. Me mira a mí y a Stefano, que está detrás. Luego regresa a su computadora y la apaga.

- ¿Ángela? – pregunta
- ¿Qué importa cómo lo sé? ¿Es verdad? – suelto
- Entren – dice – siéntense

Me siento en una de las sillas. Stefano cruza sus brazos sobre su pecho.

- Así que te estás muriendo – dice Stefano, con voz monótona
- Sí

Stefano suelta sus brazos, dolido. Creo que esperaba que le negara la afirmación.

- ¿O sea que, vas a morir porque Dios decidió que no deberías vivir tanto tiempo?
- Es más complicado que eso – dice – pero en resumen es eso
- Pero no es justo. Aún eres joven
- Stefano – dice mi madre – cálmate
- ¿Cómo es que sucede? – pregunto
- No estoy segura. Varía de acuerdo a la persona. Pero me he estado poniendo más débil conforme pasan los días, desde el invierno pasado

Los dolores de cabeza que ha estado teniendo. La fatiga que decía que era por problemas en el trabajo. La frialdad en sus manos y pies. Las ojeras debajo de sus ojos. No puedo creer que no me haya dado cuenta antes.

- Así que te estás poniendo más débil – digo – y, ¿luego qué, desaparecerás?
- Mi espíritu dejará este cuerpo
- ¿Cuándo? – pregunta Stefano
- No lo sé – nos dice con tristeza
- Invierno – digo, es lo único que sé - ¿cuándo planeabas decirlo?
- Tenías que enfocarte en tu propósito no en mí – sacude su cabeza – y supuse que estaba siendo muy egoísta. No quería morirme todavía, te iba a decir ahora. Intenté decírtelo esta mañana….
- Pero hay algo que podemos hacer – interrumpe Stefano – algún poder superior al que podamos acudir, ¿verdad?
- No, mi amor – responde, gentilmente
- Podemos rezar o algo – insiste
- Todos morimos, incluso los ángeles de sangre – se levanta y coloca sus manos encima de las de Stefano – es mi turno ahora
- Pero te necesitamos – suelta - ¿qué nos va a pasar?
- He estado pensando mucho en eso – dice mi madre – creo que lo mejor para ustedes es que se queden aquí, que terminen el colegio. Así que le diré a Emi que los cuide, ella está de acuerdo. Si es que está bien para ustedes
- ¿Y papá? – pregunta Stefano - ¿Papá sabe?
- Tu padre, él no…él no tiene los recursos para cuidar de ustedes
- No tiene tiempo, querrás decir – agrego
- No puedes morirte, mamá – dice Stefano – no puedes

Ella lo abraza y por un segundo, él se resiste pero luego se deja caer, temblando mientras ella lo mima. Siento un nudo en la garganta, pero no lloro. Quiero estar molesta con ella, acusarla por ser una mentirosa durante toda mi vida, gritarle que nos está abandonando, pero no lo hago. Me acuerdo de lo que me dijo esta mañana sobre la muerte. Pensé que estaba hablando de mí y Peter, pero ahora entiendo que estaba hablando de nosotras.

Me muevo de mi silla, hacia Stefano. Mi madre me mira, sus ojos brillando con lágrimas. Abre sus brazos para que entre y me estrecho contra su cuerpo, junto a Stefano. No puedo sentir nada, es como si estuviera flotando, de alguna manera, desconectada. No puedo respirar.

- Los amo – dice mi madre, contra mi pelo – han hecho que mi vida sea extraordinaria. Vamos a hacer esto, juntos. Todos vamos a estar bien

En la noche, sin poder contener más mi angustia y aquellos pensamientos de no ver más a mi madre, llamo a Peter.

- Necesito hablar con Peter – digo, cuando Cande contesta
- Eh…digamos que ha perdido sus privilegios con el teléfono
- Can, por favor – digo y mi voz se quiebra – necesito hablar con Peter
- Está bien

Escucho que corre hacia Peter y que le dice que algo anda mal conmigo.

- Hola, Zanahoria – dice cuando contesta - ¿qué pasó?
- Es mi madre – susurro – es mi madre

Hay un movimiento afuera en mi ventana. Thiago. Puedo sentir su preocupación, quiere decirme que lo entiende. Él también perdió a su madre, no estoy sola. Pero está intentando no decirlo, porque sabe que últimamente aquellas palabras son inútiles en momentos como éste. Él sólo quiere sentarse conmigo por horas, si es lo que necesito. Él me va a escuchar, me va a abrazar. Peter no dejó de decir que lo sentía, una y otra vez, y supe que no sabía que más decir; así que le dije que tenía que irme.

Me levanto y me acerco a la ventana, mirando por un instante a Thiago. Él está aquí para mí, siempre ha estado, de alguna u otra manera. Tengo la urgencia de llamarlo, pero luego me alejo de la ventana. Me digo a mí misma que no quiero sentirme mejor. No debería de haber felicidad o consolación en todo eso, quiero está devastada. Así que me alejo de Thiago hacia el baño para ponerme la ropa de dormir. Ignoro la presencia de Thiago cuando salgo del baño y él sigue ahí. Se debe de estar congelando ahí afuera, con la nieve cayendo; pero alejo aquel pensamiento.

Me recuesto en la cama, mi espalda contra la ventana, y las lágrimas finalmente llegan, corriendo por mi rostro, en mis ojos, en mi almohada. Me recuesto por un rato largo, tal vez por horas, y cuando estoy a punto de quedarme dormida, escucho el aleteo de las alas de Thiago, mientras se va volando. 

3 comentarios:

  1. Muy triste el capitulo!! Pobre q feo lo q le toca pasar! Más!

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  2. Que triste el cap =/
    lali deberia haber dejado que thiago la ayudeeee
    sube mas :D

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  3. Nunca consigue interpretar bien sus sueños.Me dió pena Thiago ,estuvo mucho tiempo para consolarla ,y Lali no quiso su ayuda.

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