domingo, 19 de octubre de 2014

Ángeles Caídos #4: Cuarentaitrés

El cuerpo de Maximiliano expulsó el mío tan rápido que sentí que había sido expulsada por un auto en movimiento. Mis manos se aferraron al jardín, buscando algo sólido en un mundo que daba vueltas. Mientras se iba el mareo, miré alrededor en busca de Maximiliano. Lo olí antes de verlo.

Su piel se había profundizado hacia el color de un moretón, y su cuerpo empezó a hincharse. Su cuerpo empezaba a expulsar los fluidos, sangre de Devilcraft hundiéndose en la tierra como si fuera algo viviente. La carne empezó a apartarse, deteriorándose en la suciedad. Después de un par de segundos, todo lo que quedaba de Maximiliano eran huesos.

Él estaba muerto. El Devilcraft también.

Lentamente, me puse de pie. Mis vaqueros estaban sucios y rotos, pedazos de jardín estaban por mis rodillas. Sentí sangre y sudor en mi boca. Caminé hacia Benja, cada paso pesaba, lágrimas calientes en mi rostro, mis mantos cubriendo sin sentido su cuerpo decaído. Cerré mis ojos, forzándome a mí misma a recordar su sonrisa. No sus ojos vacíos. En mi mente, recordé su risa cuando bromeaba. No los sonidos de agonía que había hecho antes de morir. Recordé su calidez cuando jugábamos.

—Gracias —solté, diciéndome a mí misma que en algún lugar cercano, él aun podía oír mi voz. —Salvaste mi vida. Adiós Benja. Nunca te olvidaré, ese es mi juramento. Nunca.

La niebla colgando por encima del cementerio brillaba con oro y gris mientras los rayos del sol se deslizaban a través de este. Ignorando el fuego en mi hombro mientras retiraba la daga de Pepper, me tambaleé hacia el conjunto de lápidas y hacia el cementerio abierto.

Masas extrañas cubrían el jardín, y mientras me acercaba, vi lo que realmente eran: cuerpos. Ángeles Caídos, al menos lo que quedaba de ellos. Justo como Maximiliano, su carne se había ido en segundos. Fluido azul salía de sus carcasas e inmediatamente fue chupado por la tierra.

—Lo hiciste.

Me volteé, mi instinto hizo que sostenga con mayor fuerza la daga. El Policía Basso tenía sus manos en sus bolsillos, una pequeña sonrisa en su boca. El perro negro que había salvado mi vida hace un par de día, estaba a su lado. Los ojos amarillos me miraban con contemplación. Basso se inclinó, acariciando la piel del perro, sobre sus orejas.

—Es un buen pero —dijo Basso—. Una vez que me vaya, él necesitará una casa.

Tomé un paso con cautela hacia atrás. —¿Qué sucede aquí?

—Lo hiciste —repitió—. El Devilcraft ha sido erradicado.

—Dime que estoy soñando.

—Soy un arcángel—. Las esquinas de su boca se doblaron.

—No sé qué se supone que deba decir.

—He estado en la Tierra por meses, trabajando encubierto. Sospechábamos que Chauncey y Hank estaban utilizando Devilcraft, y era mi trabajo mantener un ojo en Hank, sus tratos, y su familia…incluyéndote a ti.

Basso. Arcángel. Trabajando encubierto. Sacudí mi cabeza. —Aún no estoy segura de qué está pasando aquí.

—Tú hiciste lo que había estado tratando de hacer. Desaparecer el Devilcraft.

Digerí la información en silencio. Después de lo que había visto en las últimas semanas, esto era aún más sorprendente.

—Los ángeles caídos se han ido. No durará para siempre, pero debemos disfrutar mientras podamos, ¿verdad? Estoy cerrando este caso y yéndome a casa. Felicitaciones.

Mi cerebro apenas lo escuchó. Ángeles caídos se han ido. Se han ido. La palabra sonaba en mi cabeza como un hueco sin salida.

—Buen trabajo, Lali. Oh, y debes querer saber que tenemos a Pepper en custodia y estamos negociando con él. Él aclama que tú lo obligaste a robar las plumas, pero voy a pretender que no escuché eso. Una última cosa. Considera un gracias lo siguiente: Anda por un corte lindo y limpio en la mitad de tu marca de tu muñeca —dijo.

—¿Qué?

Sonrió. —Por una vez, confía en mí.

Y con eso, se había ido.

Me recosté contra un árbol, intentando que el mundo baje la velocidad lo suficiente para que todo cobre sentido. Maximiliano, muerto. Devilcraft, también. La guerra, ya no existía. Mi juramento, completo. Y Benjamín. Oh, Benja. ¿Cómo le diría a Cande? ¿Cómo la ayudaría a atravesar la pérdida, el dolor? ¿Cómo la ayudaría a seguir adelante cuando yo no tenía planes para mí misma? Intentar reemplazar a Peter…incluso intentar encontrar la felicidad, con alguien más…sería una mentira. Yo era una Nephil ahora, bendecida a vivir para siempre, maldecida para hacerlo sin Peter.

Se escucharon pasos, cortando a través del jardín, un sonido familiar. Me puse rígida, lista para atacar, mientras una oscura línea emergía entre la niebla. Los ojos de la figura miraban el suelo, sin duda buscando algo. Miraba cada cuerpo, inspeccionándolos con un fervor, luego pateaba el suelo, impaciente.

—¿Peter?

Encorvado sobre un cuerpo, se congeló. Su cabeza se alzó, sus ojos entrecerrados, como si no creyera lo que había escuchado. Su mirada se enfocó en la mía, y algo indescifrable se movió en sus ojos. ¿Alivio? ¿Consuelo? ¿Salvación?

Corrí desesperada los últimos pasos que nos separaban y me lancé a sus brazos, enterrando mis dedos en su camisa, enterrando mi rostro en su cuello. —Deja que esto sea real. Deja que este seas tú. No me dejes ir. Nunca me dejes ir—. Empecé a llorar. —Peleé con Maximiliano. Lo maté. Pero no pude salvar a Benjamín. Está muerto. El Devilcraft se ha ido, pero le fallé a Benja.

Peper murmuró sonidos en mi oído, pero sus manos temblaron donde me sostenía. Me guió para sentarnos en una banca de piedra, pero nunca me soltó, me sostuvo como si tuviera miedo de que me drenara en sus dedos como la tierra. Sus ojos, preocupados y rojos, me decían que había estado llorando.

Sigue hablando, me dije a mi misma. Deja que el sueño siga. Lo que sea para mantener aquí a Peter.

—Vi a Rixon.

—Está muerto —dijo Peter—. Así como todos los demás. Maximiliano nos soltó del infierno, pero no antes de hacernos jurar lealtad e inyectarnos con Devilcraft. Yo era la única salida. Dejamos el infierno con el Devilcraft nadando en nuestras venas. Cuando destruiste el Devilcraft, cada ángel caído que estaba con esta bebida, murió.

No puede ser un sueño. Debe serlo, pero al mismo tiempo, todo es muy real. Su toque, tan familiar, causó que mis latidos empiece a sonar y mi sangre se derrita…

—¿Cómo sobreviviste?

—No hice un juramento a Maximiliano, no lo dejé inyectarme con la bebida. Poseí a Rixon lo suficiente para escapar del infierno. No confiaba ni en Maximiliano ni en Devilcraft. Confié en ti, en que tú acabarías con los dos.

—Oh, Peter —dije, mi voz temblando—. Tú estabas muerto. Vi tu moto. Nunca volviste. Pensé… —Mi corazón se retorció, un dolor profundo expandiéndose para llenar mi pecho. —Cuando no salvé tu pluma… —La pérdida y la devastación se insertó dentro de mí como un escalofrío de invierno, implacable y adormecedor. Me aferré aún más a Peter, temiendo que él pudiese desvanecerse a través de mis manos. Subí a su regazo, sollozando en su pecho.

Peter me envolvió en sus brazos, balanceándome. Ángel, murmuró en mi mente. Estoy justo aquí. Estamos juntos. Se ha terminado, y nos tenemos el uno al otro.

El uno al otro. Juntos. Él había regresado a mí; todo lo que importaba estaba aquí. Peter estaba justo aquí.

Secando mis ojos con mis mangas, me empujé sobre mis rodillas y me senté a horcajadas sobre sus caderas. Pasé mis dedos a través de su cabello, enredando su pelo entre mis dedos y atrayéndolo más cerca de mí.

—Quiero estar contigo —dije—. Te necesito cerca Peter. Te necesito completamente.

Lo besé, frenéticamente, mi boca golpeando con fuerza sobre la de él. Presioné con más fuerza, hundiéndome en su sabor. Sus manos se apretaron alrededor de mi espalda, atrayéndome más cerca de él. Mis palmas tomaron forma en sus hombros, en sus brazos, en sus muslos, sintiendo sus músculos trabajar, tan reales, fuertes y vivos. Su boca se chocó contra la mía, brillante y con presión, necesitada.

—Quiero despertar cada mañana a tu lado, y dormirme a tu lado cada noche —me dijo Peter, con su voz ronca. —Quiero cuidar de ti, mimarte, y amarte como ningún hombre podrá hacerlo. Quiero que todos los besos, toques y pensamientos te pertenezcan a ti. Te haré feliz. Cada día, te haré feliz.

El anillo antiguo y primitivo que sostenía entre sus dedos se enredó con la luz del sol, haciendo que brille.

—Encontré este anillo poco después que fui expulsado de cielo. Lo mantuve conmigo para recordarme de lo infinita que era mi oración, lo eterna que puede ser tomar una decisión. Lo ha mantenido un buen tiempo. Quiero que tú lo tengas. Tú rompiste mi sufrimiento. Me has dado una nueva eternidad. Sé mi chica, Lali. Sé mi todo.

Mordí mi labio, enganchando una sonrisa que amenazaba con salir. Observé el suelo para asegurarme que no estaba flotando. —¿Peter?

Raspó la parte áspera del anillo en su palma, emitiendo un fino trazo de sangre. —Te juro, Lali Esposito, este día, desde ahora y para siempre, ser todo tuyo. Soy tuyo. Mi amor, mi cuerpo, mi alma…lo coloco en tu posesión y protección—. Sostuvo el anillo, un simple ofrecimiento, una promesa.

—Peter —susurré.

—Si fallo contigo, mi propia miseria y remordimiento será mi castigo eterno—. Sus ojos se enfocaron en los míos, sinceridad cubría su mirada. Pero no fallaré, Ángel. No te fallaré.

Acepté el anillo, para deslizarlo a través de mi palma de la misma forma en que Peter lo había hecho. Y luego recordé lo que había dicho Basso. Deslizando el anillo más arriba, abrí la marca que estaba en mi muñeca, con la que había nacido, la marca de la herencia de Nephil. Sangre roja oscura cubrió mi piel. Cubrí esta sangre con la de Peter, haciendo que se mezclen.

—Te juro, Peter, tomar tu amor y hacerlo crecer. Y en respuesta, te doy mi cuerpo y mi corazón, todo lo que posea, a ti. Soy tuya. Totalmente. Ámame. Protégeme. Lléname. Y te prometo hacer lo mismo.

Él empujó el anillo sobre mi dedo.

Peter saltó inesperadamente, como si un poderoso voltaje de electricidad hubiese pasado a través de su cuerpo. —Mi mano —dijo, silenciosamente—. Mi mano….

Sus ojos se enfocaron en los míos. Una lenta llama de confusión llenó su expresión. —Mi mano está hormigueando donde mezclamos nuestra sangre.

—Lo sientes —dije, muy asustada como para creer que era verdad. Asustada de levantar mis esperanzas. Aterrada por el truco se desvanezca, y su cuerpo una vez más, no sienta el mío.

No. Este era el regalo de Basso para mí.

Peter, un ángel caído, podía sentir. Todos mis besos, cada toque. Mi calidez, la profunidad de mi respuesta hacia él.

Él hizo un sonido que estaba atrapado entre una risa y un gruñido. Asombro hizo brillar sus ojos. —Te siento—. Sus manos recorrieron mis brazos, explorando mi piel, atrapando mi rostro. Me besó, con dureza. Se estremeció con placer.

Peter me atrapó en sus brazos, y yo chillé con felicidad. —Salgamos de aquí —murmuró, sus ojos brillando con deseo.

Envolví mis brazos alrededor de su cuello y recosté mi cabeza en la curva de su hombro. Su cuerpo era seguro, tan sólido y cálido.  Ahora él también podía sentirme. Un río de anticipación quemó debajo de mi piel.

Esto era. Juntos. Para siempre. Mientras dejábamos todo atrás, el sol calentó mi espalda, iluminando el camino ante nosotros.

***

¡Y sólo queda el Epílogo!

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