domingo, 14 de diciembre de 2014

El Mar de Tranquilidad: Capítulo 15

Thiago

Mi padre me enseñó cómo construir después que mi madre y mi hermana murieron cuando yo tenía ocho. No sé si necesariamente él quería hacerlo, o si no tuvo más opción porque yo no paraba de seguirlo. Siempre se encerraba en el garaje y si quería verlo yo también tenía que ir ahí. Realmente nunca hablaba, pero obtuve lo que pude. Al principio, solo lo observaba. Pero una vez que tuve las herramientas en mis manos, me di cuenta de lo poco que sabía. Lo primero que construí fue un desequilibrado comedero para pájaros. Terminé haciendo cuatro de éstos antes de hacerlo bien. Llevo construyendo desde hace diez años y hasta ahora a veces siento que no sé nada.

Me pregunto cuánto Mar aprende. Ella observado todo lo que sucede en el taller, aunque no ha tocado prácticamente nada. Me ha estado observando todas las noches desde hace dos semanas. No he logrado que ella se vaya así que me he rendido. Anoche intenté ponerme rudo, le dije que se largue de una maldita vez, pero al parecer las palabras llegaron a sus oídos una hora después.

Ella está sentada en su usual lugar de todos los días, observándome de nuevo, así que supongo que esa es mi respuesta. Sus piernas están balanceándose hacia adelante y atrás, como burlándose de mí porque no puedo lograr que ella se vaya. Estoy retirando la batería de mi taladro y colocándolo a cargar e intentando descubrir…


—¿Por qué tienes tantas sierras?

Pensarías que me voltearía en este momento en una clase de sorpresa, pero es como si hubiese esperado que me hable desde el día que nos conocimos que no me he preguntado qué cosa diría. Puedo decirte que he pensado en muchos escenarios en mi mente y en ninguno de ellos ella me pregunta sobre la cantidad de sierras que tengo. Sí me volteo porque necesito verla ahora mismo, pero es mucho más lento y más controlado de lo planeado.

—Todas están diseñadas para un propósito diferente, para trabajos diferentes, para diferentes clases de madera. Es complicado. Me tomaría horas explicarte todo.

De acuerdo, realmente no es complicado. Pero siento que sería una aburrida explicación y ahora mismo no quiero pensar en sierras. No puedo creer que estemos hablando de esto. La palabra irreal no encaja.

—No creo que quiera algo, pero me iré sí así lo deseas.

Me toma un minuto cambiar de engranajes y darme cuenta que ella está respondiendo a la pregunta que le hice hace una semana atrás. Debo pensar si realmente quiero que ella se vaya porque sí le digo que sí, no tengo dudas que lo hará en serio. Debería decir que sí. Diablos, sí. He estado intentando deshacerme de ti desde que viniste pero esas es una mentira y ambos lo sabemos. No estoy lista para darle una respuesta todavía, así que le respondo con otra pregunta. Ella está hablando; quiero que siga así. Parte de mi sabe que hay una posibilidad real de que una vez que se vaya de aquí, puede que no regrese, sin importar lo que le diga y nunca podré escucharla hablar de nuevo. Me golpea, una vez más, lo mucho que ella me recuerda a un fantasma y cómo en cualquier momento ella simplemente puede desvanecerse.

—¿Quién más sabe que hablas? —pregunto, y no solo para que siga hablando, sino porque realmente quiero saber. ¿Acaso lo sabe Simón y no me lo ha contado? ¿Habla con su familia?

—Nadie.

—¿Alguna vez hablaste? ¿Antes de ahora?

—Sí.

—¿Vas a decirme por qué has tomado este voto de silencio?

—No —dice, mirándome fijamente a los ojos. —Y nunca lo volverás a preguntar. Jamás.

—De acuerdo. Nunca voy a preguntar. ¿Y por qué he acordado a esto?

—No lo has hecho.

—¿Y por qué debería hacerlo?

—No sé si deberías.

—Así que no he acordado mantener tu secreto y tú no puedes darme ninguna razón por la que deba hacerlo. Realmente no estás haciendo tu mejor esfuerzo. ¿Qué te hace pensar que no le diré a nadie?

—No creo que quieras hacerlo. —Y es ahí donde ella gana. Tiene razón. No le diré a nadie. Quiero que su secreto sea todo mío pero ella no tiene manera de saber eso.

—Esa es una fuerte apuesta de tu parte.

—¿Lo es? —Inclina su cabeza a un lado y me estudia.

—No tienes razón para confiar en mí.

—No, pero de todos modos confío en ti —dice, caminando hacia la pista.

—¿Y se supone que yo debo confiar en ti? —le respondo. Esta chica realmente está loca si cree que va a venir aquí, de la nada, y espera que haga todo lo que dice.

Se detiene, volteándose para nivelar sus ojos con los míos antes de irse.

—No tienes que confiar en mí. No sé ninguno de tus secretos.

***

Han pasado días desde que me habló. Esperaba que ella viniese la noche siguiente,  pero no lo hizo. O la noche después. La he visto en la escuela todos los días pero ella no ha visto mucho en mi dirección. Estoy empezando a creer que he imaginado todo el encuentro que tuvimos. Me he pasado los últimos días intentando hacerme creer que estoy contento que ella haya parado de venir y que no me importa. Después de todo, era lo que quería. Hice varios argumentos para mí mismo, pero no fueron muy convincentes.

Cuando finalmente vuelve, exactamente una semana después que me habla, lo primero que le digo es: —No tienes acento.

—No.

—Pensé que lo tendrías, por tu verdadero nombre.

Considera lo que le digo por un minuto y se queda caminando alrededor de mi garaje, tocando herramientas y corriendo sus manos por las piezas a medio armado, y está comenzando a enojarme.

—¿Eres Rusa? —pregunto, esperando distraerla.

—La última vez, tú hiciste las preguntas. Esta noche es mi turno.

—No recuerdo haber acordado eso.

—No recuerdo haberte dado la opción.

Y de nuevo, está caminando alrededor de mi garaje. Estudiándolo. Siento como si fuera a revisar si mis bolas aún están en su lugar porque pareciese que ella las tuviese. Y las quiero de vuelta. Esto era divertido o diferente o misterioso pero por un momento, pero ya no. Una cosa es tenerla sentada y observando, pero si quiere empezar a interrogar, estoy fuera de esto.

—¿Sabes a quién le gusta hablar? A Simón. ¿Por qué no vas a su casa y le haces el día?

Pretendo que debo sacar algo de la caja de herramientas porque necesito espacio. Ella se sienta en la banca de trabajo y sus piernas empiezan a balancearse inmediatamente.

—Creo que hay otras cosas que él preferiría hacer con mi boca —lo dice como hablara de cómo lo ayuda a estudiar para un examen.

—¿En serio acabas de decir eso?

—Eso creo —dice ella.

—Bueno, si lo haces, tal vez le hagas la semana.

—Podría hacerle su año si es que quisiera.

Chica confiada. Me hace preguntarme si ella puede retroceder lo dicho así yo no pienso en eso para nada. Las piernas siguen balanceándose y eso me está volviendo loco.

—¿Quieres hacerlo? —No es lo que planeo preguntar. Me pregunto cuánto dolerá cortarme la lengua.

—Yo hago las preguntas.

—Tú a mí, no.

Nos quedamos en silencio.

—¿Vives aquí a solas? —pregunta después de un rato.

—Sí.

—¿Por qué fuiste emancipado?

—Necesidad.

—¿Es difícil?

—¿Qué?

—¿Es difícil emanciparse?

—No. Es embarazosamente fácil.

La miro y ella me estudia.

—¿Qué?

—Estoy tratando de descubrir si estás siendo sarcástico.

—No, realmente es embarazosamente fácil. Básicamente consiste en dos cosas. Edad y dinero. Y, realmente, es el dinero lo más importante. Creo que estado te dejaría libre a los doce años si supieran que no les va a costar ni un centavo apoyarte.

—¿Entonces, qué tuviste que hacer?

Si estas son las preguntas que va a hacer, entonces puedo lidiar con ello. Mientras ella esté lejos de las cosas personales, le diré todo lo que quiera saber. Ella vive con su tía. Tal vez ella quiere ser emancipada, aunque debe tener casi dieciocho para hacerlo. Mi abuelo y yo nos encargamos de ello hace como un año atrás, apenas él descubrió que estaba enfermo.

—Llenas papales, entregas documentos indicando que al menos tienes dieciséis, y que tienes dinero suficiente para cuidar de ti. Luego tu guardián lo firma y ya estás por tu cuenta.

Ella asiente como si la explicación fuese aceptable para ella. No pregunta sobre el dinero.

—¿Quién fue tu guardián legal?

Pregunta interesante, pero no abriré esa puerta. Ella puede preguntarle a cualquiera. Todos conocen la historia, así que tarde o temprano se enterará. Es lindo saber de algún modo que hay una persona que no conoce toda mi mierda. Al menos por un tiempo.

—¿Por qué te importa?

—Solo me preguntaba si es quién te estuvo visitando el domingo, ya que no fuiste a casa de Simón. Él dijo que tenías compañía, que por eso no estuviste en la cena.

Si tuve compañía y definitivamente no fue mi abuelo, pero no iré cerca del tema de Nina con ella. No ahora ni nunca. Nina es una clase de amiga cariñosa y no necesito compartir esos detalles.

—Una amiga estaba en la ciudad.

Estoy esperando más preguntas pero no llegan más. Tengo varias para ella, pero ella parece haber terminado de hablar por ahora y tengo miedo de que si promuevo más preguntas yo sea el que se vea afectado.

Después de diez minutos de balanceo de pies y silencio, ella empieza a hacer preguntas de nuevo. No son lo que esperaba, pero nada de esta chica lo es. Y estas preguntas, no me importas. Ella pregunta sobre herramientas de construcción, maderas y muebles. No sé cuántas preguntas hace pero sé que mi voz se queda ronca al final de la noche.

Cuando salta de la encimera, su signo universal para indicar que ya se va, digo la única cosa en la que he estado pensado toda la noche.

—No es lo que esperaba que fueras.

Atrapo sus ojos y ella se ve algo sorprendida y bastante curiosa, pero creo que ella intenta ocultarlo.

—¿Cómo esperabas que fuera?

—Silenciosa.

3 comentarios:

  1. lamento la ausencia de mis comentarios pero por favor sigue que me estas matando ............MASmasMAS

    ResponderEliminar
  2. Muchas Gracias por comentar siempre Anais :)
    Pronto traigo más.

    ResponderEliminar