domingo, 21 de diciembre de 2014

El Mar de Tranquilidad: Capítulo 16

Mar

La voz de mi madre. Es la primera cosa que recuerdo después de abrir los ojos.

Mi hermosa chica. Regresaste a nosotros.

Pero estaba equivocada.

***

Mi niñez terminó cuando tuve quince. Que supongo que es más de lo que tuvo Thiago, porque de acuerdo a lo que supe de Simón, el de él terminó a los ocho. No sé más que eso porque no le hago preguntas a Thiago de las que no estoy preparada en responder.

Tengo que ir a casa esta semana. Mi madre esperaba visitarme un mes atrás. Estoy sorprendido que ella no haya venido aquí.


Realmente no tengo mucho que empacar. Dejé la mayoría de mis antiguas ropas allá. No veré a nadie más que a mi familia así que dejaré mis trajes de “Hollywood” en casa de Cielo, lo que significa que mis pies estarás felices por un par de días al menos. Debo perder escuela el viernes así puedo llegar a tiempo a casa para llegar a la cita con la terapista, aquella que me sacó mi madre. Pensé en decirle a Thiago que estaba yendo, pero no lo terminé mencionando por un montón de razones, mayormente porque no soy responsable con él.

Cuando entro por la puerta de entrada de la casa victoriana en la que crecí, me siento en casa. El sentimiento solo dura un momento. No es real. Es solo un eco que solía existir. En algún momento me gustaba ir a casa y tener una casa y que sea llamada así.

Mi madre está en el comedor, aquella que no usamos salvo en feriados. Tiene fotos por todos lados. Ella es fotógrafa, lo que es gracioso, porque es hermosa pero nunca sale en las fotos porque ella siempre las toma. Trabaja de manera independiente y tiene bastante trabajo; acepta las ofertas que desea y lo hace a su manera. Antes, siempre me sentaba con ella a la mesa, observábamos juntas las fotos y escogíamos las mejores. Luego, elegía la mejor de todas y ella sacaba una copia para mí, para colocarla en mi habitación. Me gustaría hacerlo ahora, pero no lo hago.

Apenas se da cuenta de mi presencia, sale de su silla. Creo que no le toma más de tres pasos para envolverme en sus brazos. Le devuelvo el abrazo porque ella lo necesita. Igual es incómodo. Ella se aparta y veo la expresión en sus ojos, aquella a la que me he acostumbrado, la que he visto cientos de veces en los últimos tres años. La mirada de la persona observando por una ventana, esperando por alguien que sabes que nunca regresará a casa.

Me salva la aparición de mi hermano, Tacho, que llega bajando saltando de las escaleras. Me da un abrazo de oso y me alza del suelo. Ya sabe que no me gusta que me toquen pero parece que no le importa. Él es el único que puede decirme de todo y yo se lo permito; él no tiene miedo de perderme o apartarme porque él sabe que vivo el día a día y no tiene nada que perder.

Tengo una hora antes de tener que estar en terapia. Tacho dice que él me llevará. Me encojo de hombros, puedo conducir yo misma pero mi cita es a las tres y treinta, hora llena de tráfico, así que iré con acompañante; además, lo extraño. Tacho daría el mundo por mí, él haría todo para que las cosas mejoren.

En el camino, me llena con historias de la escuela. Es un chico popular; el formar parte del equipo de beisbol ha logrado eso. Está saliendo con una chica llamada Jazmín, y durante los quince minutos de camino, él me cuenta todo sobre el mundo de Jaz.

Finalmente llego a mi cita de terapia y no digo nada, porque usualmente sale algo malo a relucir cuando voy. No estoy segura de qué bien hacen esas terapias, pero al menos ir de vez en cuando demuestra que estoy haciendo un esfuerzo. Aunque en verdad no lo haga. El único esfuerzo que estoy haciendo es lo suficiente para que me dejen a solas. Soy una experta en todo tipo de terapias. La única cosa en la que no soy experta es lograr que estas funcionen. Mis padres me tuvieron en terapia incluso antes de dejar el hospital, lo que es recomendado cuando tu hija fue llevada por el diablo y luego resucitó.

Me quedo en terapia lo suficiente para saber que nada de lo que me ha sucedido es mi culpa. No hice nada para merecerlo. Pero eso es lo que lo hace peor. Tal vez no me culpo a mí misma por lo que sucedió, pero cuando te dicen que algo fue completamente aleatorio, también te están diciendo algo más. Que nada de lo que hagas importa. No importa si haces todo bien, si te vistes y actúas correctamente y sigues todas las reglas, porque el mal te encontrará de todos modos.

El día en que el diablo me encontró, estaba usando una blusa rosada con botones de perla y una falda blanca que llegaba hasta las rodillas, caminaba a la escuela para grabar una melodía para una audición. Lo triste es que no lo necesitaba. Ya lo había grabado, pero no estaba contenta con el resultado y quería hacerlo de nuevo. Quizás si hubiese podido vivir con esa ligera imperfección, no estaría viviendo así como ahora.

De cualquier modo, aún no estaba haciendo nada malo. Estaba afuera con el sol, en medio del día, no entrando a la oscuridad. No estaba faltando a la escuela o escapándome. Estaba yendo exactamente hacia donde se supone que iría, y haría exactamente lo que tenía que hacer. Él no estaba tras de mí. Él ni siquiera sabía quién era yo. Ellos te dicen que es aleatorio para que te sientas sin culpa. Pero todo lo que escucho es ellos diciéndome que no tengo control; y si no tengo control, entonces no tengo poder. Prefiero ser culpable.

También he ido a esas clases de grupo de ayuda, pero lo empecé a odiar incluso antes de dejar de hablar. Nunca entendí cómo escuchar las historias de mierda de otras personas se supone que me haría sentir mejor sobre la mía. Todos se sientas alrededor y lamentan sus manos de mierda con las que tienen que lidiar. Tal vez no soy una sádica. No me consuela ver a otras personas aniquiladas como yo. Eso sólo hace que haya más miseria y ya tengo suficiente con la mía.

Hoy mi terapeuta no me habla sobre la culpabilidad, me habla sobre hablar. Desearía poder decirle que escucho, pero paso la mayor parte del tiempo pensando sobre cómo mejorar mis recetas de postres.

En el camino a casa, obtengo lo que estaba segura que vendría.

—Mamá aún cree que regresarás —dice Tacho, sin mirarme. No sé si me habla sobre regresar a casa o simplemente, regresar. —No lo harás—. Ni siquiera se molesta en hacerlo sonar como una pregunta. —Quieren que hables con la oficial de nuevo. Ella vendrá a casa si tú deseas, así no tienes que ir a la estación de policía, pero quieren mostrarte un par de fotos. Ellos saben que no recuerdas nada, pero quieren que veas de todos modos, en caso algo salte a tu memoria.

Miro por la ventana así no tengo que ver su rostro cuando le mienta con mi silencio. No necesito que mi memoria salte. Mi memoria salta todo el tiempo. Recuerdo todo.

Cada detalle.

Cada noche.

Por los últimos 473 días.

***

El sábado, me encuentro con la oficial. Veo las fotos. Miro los dibujos. Sacudo mi cabeza. Él no está ahí. Nunca lo está. No tienen idea de lo que están buscando. Debería hablar. Sé que debería hacerlo. Pero él es mío. No quiero que tenga la oportunidad de escaparse. Quiero que pague y yo quiero ser la que decida cómo.

El domingo regreso donde Cielo, lo suficientemente tarde para no tener que lidiar con la idea de ir o no a casa de Thiago.

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