viernes, 16 de enero de 2015

El Mar de Tranquilidad: Capítulo 24

Thiago

—Te ves ridícula.

Rayito de Sol ya está en mi garaje a las ocho de la noche, vestida para ir a una fiesta con Simón. Ella odia las fiestas, pero él logra que ella vaya todo el tiempo.

Nuestra rutina se ha vuelto, bueno, una rutina. Hacemos tareas, preparamos la cena y luego pasamos tiempo en el garaje. A veces ella se va por un rato a correr y termina aquí lijando madera o viendo sobre mi hombro, preguntando cien preguntas sobre cada cosa que hago.

—¿Qué? ¿No crees que funciona? Puede que no me cambie.

Mira hacia las botas de trabajo que se ha prestado de mi clóset. Se ven enormes en sus pies. Entró con un vestido negro y zapatos no adecuados para mi garaje así que tuve que decirle que se cambiara de zapatos o no entraba pues hay demasiadas herramientas dando vueltas. Parte de mí quería que escogiera la opción e irse así no tendría la tentación de mirarle su vestido y estar arreglándome el pantalón, pero ella tomó la otra decisión. Hace semanas, cuando finalmente acepté el hecho que ella no se iría, me prometí a mí misma que no me acercaría a ella. No soy tan destructivo conmigo mismo. Pero en días como hoy, cuando entra usando ese vestido apretado y con mis botas de trabajo, me pregunto cuánto tiempo podré mantener esa promesa.


—¿Seguro que no vienes? —pregunta. Siempre pregunta eso cuando va a salir con Simón. Pero no me rebajaré a eso, ni siquiera para estar cerca de ella.

Por suerte, Simón se estaciona y me salva de responder.

—Lindas botas. Me gustan. Tal vez te deje que las lleves puestas. Deberías venir —agrega, mirándome.

—Estoy bien —digo.

—Sí, lo sabemos—. Mira a Mar. —Yo también estoy bien. Tengo mi propio Rayito de Sol para mantenerme caliente.

Algo dentro de mí golpea. Él sale con ella, la toca, le dice todo lo que quiere. Pero no puede llamarla Rayito de Sol. Estoy tratando de no enloquecer con lo enojado que estoy. Desearía que se vayan de una vez.

—Llámame Rayito de Sol de nuevo y te asesinaré, idiota.

No sé quién se voltea más rápido, Simón o yo, pero ahora soy yo el que se queda mudo. Una vez que registro las palabras estoy demasiado sorprendido y tengo que luchar contra la sonrisa que desea salir porque, obviamente, a ella tampoco le gusta que él la llame Rayito de Sol.

No estoy seguro de cuándo ella tomó la decisión de hablarle, pero sé que no fue en este momento. Puede que no sepa mucho de ella pero sé que todo lo que ella hace se trata de decisiones que tome. Ella considera las repercusiones para cada acción que toma. La chica no entiende la palabra espontáneo. Ella planea cada respiración.

—¿Hablaste? ¡Hablaste! ¡Habló! —Simón me mira esperando mi reacción, pero no hay una.

Estoy sorprendido pero no por las razones que él cree.

—¡Tú, maldito! ¡Lo sabías!

Está caminando de adelante hacia atrás entre Rayito de Sol y yo, sin poder decidir hacia dónde mirar. Ninguno de los dos lo mira.

—Bueno, bueno, bueno. ¿Cuánto tiempo? —pregunta, y no sé de qué habla hasta que nos señala a los dos. —¿Ustedes dos? ¿Cuánto tiempo?

—Nosotros dos, nada. Solo hablamos.

Miro hacia donde ella está recostada en la banca de trabajo. Sigue mirándome, no puedo saber si ella quiere que sepa algo o si hay algo que quiere de mí. Siento una mezcla de alivio y resentimiento. Estoy contento de que Simón sepa la verdad, pero no puedo evitar sentir que he perdido algo.

—¿Eso es todo? Ella no ha hablado con nadie desde que está aquí. Ni una sola palabra. Aparentemente, a excepción de ti. ¿Y eso es todo?

—No tuve la intención de decepcionarte—. En realidad, yo soy el decepcionado. Ahora sé que ella es un poco menos mía que hace unos minutos.

—Ni siquiera tiene un acento —dice él, mirando a Mar.

—¿Decepcionado? —La voz de Mar viene ruda. No es como la que usa conmigo.

—Extremadamente. Pensé que sería caliente. Soñaba con que grites mi nombre y tenga acento.

—Eres vil.

—¿Has estado esperando para decirme eso, no? ¿Te sientes bien?

—No tan bien como pensé—. Sé rasca su nariz mientras lo dice y se ve increíblemente linda.

—Ey —dice Simón, llamando su atención. —¿Me acabas de llamar idiota?

Sus ojos brillan un poco y un lado de su boca se alza, como queriendo sonreír. —Historia verdadera.

La travesura en los ojos de Simón combina con las de ella y su sonrisa es una mezcla de orgullo y desconcierto, y entiendo por qué ella escogió hablarle.

—Bienvenida a la fiesta, Rayito de Sol. 

***

¡Volví! Lamento la demora, he estado complicada en estos últimos días.
Mañana traigo más :)

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