lunes, 19 de enero de 2015

El Mar de Tranquilidad: Capítulo 26

Thiago

—¡Diablos! —La hoja de sierra se desliza a través de mi mano y en segundos ya tengo sangre manchando mis pantalones, donde estoy presionando con la palma de mi otra mano. No soy bueno con la sangre. De hecho, soy absolutamente horrible cuando se trata de sangre, así que esta situación apesta para mí.

Me hundo contra el suelo y me inclino contra los gabinetes. Necesito detener el sangrado, pero sentarme está tomando prioridad porque creo que me voy a desmayar.

—¿Qué diablos Thiago?

Mar está recogiendo mi mano y quiero decirle que se detenga porque hay demasiada sangre, pero solo termino diciendo lisuras de nuevo.

—Aquí.
Ahora está presionando el corte y estoy intentando levantarme con mi brazo derecho para coger la toalla que está en la encimera. Ella lo aparta.

—Eso está cubierto con grasa y tierra. ¡Mierda! —dice mientras mi sangre empieza a correr por su brazo mientras su mano se mantiene clavada encima de la gasa. —¡Sostén esto! —Coge mi mano derecha y la presiona contra la sangre que se ha expandido a través de mi palma izquierda.

Cometo el error de mirar antes de que ella presione mi mano otra vez, y realmente siento que se me baja la presión. La sangre es mi kriptonita. Puedo manejar cantidades grandes de vómito, pero no puedo con la sangre, Especialmente la mía.

—Un montón de sangre —digo, casi sin respiración.

—No, no lo es —dice, presionando su mano encima de la mía.

—Sí, lo es —logro decir, porque estoy seguro de esto.

—No —dice y no queda espacio para discutir cuando mira directamente en mis ojos, forzándome a enfocarme en ella. —Realmente no lo es.

Empieza a mirar alrededor, en busca de algo que detenga el sangrado.

—¿Puedes levantarte? —pregunta.

Mierda. Voy a desmayarme en frente de ella si me hace levantarme ahora mismo. Antes que pueda absorber toda la humillación de ese pensamiento, ella distrae mi atención. Se quita su blusa. Se la ha quitado en un segundo y la está envolviendo alrededor de mi mano antes que pueda preguntarle qué diablos está haciendo.

—¿No debería ser yo el que se quita la camisa? —pregunto para aligerar el momento. Al menos para mí porque ella no se ve nada afectada.

—Si hubiese pensado que podías quitártela antes que empiece a sangrar bastante, créeme que hubiese ido por esa ruta.

Aprieta la blusa alrededor de mi mano y la sostiene.

—Además, debo enfocarme, y verte sin camisa puede que me causa hiperventilar. Entonces, ambos nos desmayaríamos.

—Yo no me he desmayado.

Aún.

—Aún —sonríe, alzando mi mano y viendo su trabajo. —Ahora al menos no sangrarás por todos lados. Adentro —ordena, pero estoy muy ocupado observando su pecho con un corpiño de encaje rosado. No estoy seguro si estoy más sorprendido por el hecho que estoy mirando sus tetas o por el hecho que su corpiño es rosado no negro, pero al menos tengo mi mente en otra cosa. Y luego, antes que pueda siquiera levantarme, mi pene traicionero se levanta. Estoy sangrando en mitad de mi garaje. Hace diez segundos, mi peor miedo era que me podía desmayar en frente de ella. Ese ya no es mi peor miedo. Ahora intento pensar en la sangre pero ella está justo en frente de mí, ofreciéndome a levantarme y ya es tarde. Ella baja la mirada. Por supuesto que mira.

—¿Me estás bromeando verdad?

Vuelve su Mirada a mi rostro y si estuviera bien, ya me hubiese puesto rojo.

—¿En serio? ¿Justo ahora? ¿En este momento? ¿En serio? —Sacude su cabeza y ríe. —Debe apestar ser un hombre.

—Tú culpa. Tú eres la que se quitó su blusa.

—Si mueves tu trasero dentro de la casa, puede que consiga otra.

Gentilmente me está levantando por el brazo. Me levanto tan lento como puedo. Por suerte, la blusa está lo suficientemente apretada alrededor de mi mano por lo que la sangre está bajo control y soy capaz de entrar a la casa sin sacrificar lo que queda de mi hombría.

Unos minutos después, ella sale de mi habitación usando una de mis camisetas, y puede que sea peor que verla sin su blusa. Coloca el kit de primeros auxilios en la mesa en frente de nosotros.

—¿Es lo único que tienes? Creo que voy a necesitar más.

—En el baño de invitados. Debajo del lavatorio.

Ahora tenemos una gran botella de peróxido y gaza extra y ella me mira nerviosamente antes de quitar la blusa de mi mano.

—No observes, ¿de acuerdo?

—Pensé que no era tan malo.

—No lo es. Pero creo que te enfermarás igual, así que cierra los ojos y mira hacia otro lado o algo.

Escojo algo. Alzo mi mano derecha que está buena y alzo el dobladillo de la camiseta que está usando y trazo mi pulgar sobre una de sus cicatrices en su abdomen. Su respiración se detiene con el toque, antes de golpear mi mano y soltar la blusa.

—No has perdido mucha sangre así que puedo golpearte. Y si te golpeo, te dolerá.

No dudo de ello ni por un segundo. —¿De qué es? ¿La cicatriz?

—Cirugía.

—Mierda, Rayito de Sol. ¿Y qué hay de la otra por tu cabello?

He querido preguntarle eso por años. La otra cicatriz la acabo de descubrir, junto con su corpiño de encaje rosado y un conjunto de abdominales que es una cosa loca.

—Pelea de gatos.

—Algo que puedo creerme.

—Bien. Deja de hablar. Tengo miedo que te vayas a desmayar.

—Entonces, háblame. —Inclino mi cabeza y cierro mis ojos mientras ella empieza a trabajar en mi mano.

—¿Sobre qué?

—No lo sé. Cualquier cosa que no sea de sangre. Cuéntame una historia.

—¿Qué clase de historias te gustan?

Me trata con un niño de cinco años, y exactamente me estoy portando así. Culpo a la pérdida de sangre.

—La verdadera.

—Dijiste que no quieres escuchar sobre sangre.

No sé a lo que se refiere pero sé que significa algo. Es solo otra pieza del rompecabezas de su vida. Pero mientras más me da, más abstracta se vuelve. Es como piezas de tres diferentes rompecabezas. Intentas colocarlos juntos pero nunca encajan, y cuando los fuerzas, la figura sale toda errada.

Tiene mi mano desenvuelta para este entonces y observo su rostro mientras la está limpiando. No sé ve para nada afectada. Una vez que algo de la sangre se ha ido, no puedo evitar revisar. La gaza corre desde la base de mi pulgar en diagonal a través de mi palma, hacia mi muñeca. Duele como el demonio. Ella lo cubre con algún antibiótico de mierda y lo envuelve con gaza porque no hay vendajes suficientemente grandes para cubrir la zona.

Desaparece en la cocina y luego la escucho abrir el refrigerador y buscar a través de los gabinetes. Cuando regresa, me entrega una botella de gaseosa y una barra de chocolate.

—¿Me estoy muriendo? —pregunto.

—Creo que vivirás. ¿Por qué?

—Porque darme tu azúcar es como darme tu sangre de vida. Me imagino que estoy muriendo.

—Considéralo una transfusión. Estás muy pálido. Es aterrador.

—Pensé que nada te aterraba,

—No me asusta el ver sangre, como a algunas personas. —Me hace una mueca.

—Te debo una blusa. No tenías que haber hecho eso.

—Estabas sangrando como un hijo de puta. No tuve tiempo de pelear con la tuya. Además, ¿ya sabes cuántas personas me han visto sin ropa? No me importa.

No volveré a pensar en la última parte. Me gusta pensar en ella sin su ropa, pero no me gusta pensar sobre nadie más viéndola. —Pensé que dijiste que no había mucha sangre.

Aprieta la gaza y coloca mi mano de vuelta a la mesa. —Hablando relativamente. No había.

—¿Relativo a qué? ¿Ser acuchillado?

—Tal vez deberían suturarte. —La mirada que le doy le dice que eso no va a suceder. —Me curaré rápido. Además, debes mirarlo en caso hayas movido un tendón o algo.

La veo hacer una mueca otra vez.

—Mientras más te tardes en curarte, no serás capaz de jugar con tus herramientas —canta.

Noto el doble sentido en su voz y estoy por decirle que aún puedo usar mi mano derecha, pero me callo.

—Compromiso —dice, cogiendo su celular y escribiendo un mensaje. —Cielo debería estar fuera esta noche. Si está en casa, la dejas mirarte.

***

Una hora después, estamos de regreso en casa. Mi mano ha sido tratada y está envuelta y tengo que dejar de usar un montón de herramientas por al menos una semana, dependiendo de cómo se cure.

—Tu mano izquierda ahora también apesta. —Coge mi mano vendada y la voltea hacia la suya. —¿Te vas a volver loco, verdad?

—Alta probabilidad.

La idea de una semana o más sin ser capaz de trabajar es más deprimente de lo que quiero admitir.

—No serás capaz de lavar los platos.

Ella se está divirtiendo con esto.

—Usaremos platos de papel —respondo secamente.

—Me sentaré contigo en terapia —dice, y me toma un minuto darme cuenta de lo que está hablando. El garaje, las herramientas, la madera, el trabajo. Mi terapia. La cosa que me mantiene sano. —¿Quieres venir conmigo a la mía?

***

Su terapia resulta ser correr de noche. No trotar. Sino correr con fuerza. Me ha estado pateando el trasero por tres días seguidos. Es miserable y exhausto. He vomitado cada vez. Desearía poder decir que lo odio.

No he sido capaz de mantenerme a la par de ella, al menos no por una distancia real. Mis piernas son más largas y podría sobrepasarla, pero no tengo fuerzas. Ella puede ir con fuerza por millas, pero la forma en que lo hace, no tiene nada que ver con hacer ejercicio. Ella corre como si algo la estuviera cazando.

—Se vuelve más fácil —dice, de pie a varios pasos de mí mientras yo vomito en los árboles, en una casa desafortunada.

—Sólo si lo sigo haciendo —respondo, pensando que debería empezar a correr con una botella para limpiar la boca. O al menos chicle.

—¿No vas a seguir haciéndolo? —No suena ni sorprendida ni curiosa, sino decepcionada.

No me llevo bien con la decepción. Especialmente si viene de ella. Si quiere que corra con ella, lo haré. Tal vez eventualmente se va a cansar de esperar por mí y me enviará a casa donde puedo esconderme en mi garaje. Escapar es su tema. Esconderse el mío.

Cuando regresamos a mi casa, salto a la ducha inmediatamente y le ofrezco llevarla a casa cuando salga. Debo salir de golpe de la ducha porque probablemente podría quedarme aquí toda la noche. Cada parte de mi cuerpo duele.

Cuando salgo, hay una nota en la mesa de café.

“Tuve que ir a correr. No pude confiar en mí misma al saber que estabas mojado y des*** en la otra habitación. No quería tentar el destino. Te veo mañana.

PD: Doblé tu ropa. No te preocupes, no toqué tu ropa interior.

Al final, está firmado con un pequeño dibujo de un sol con una sonrisa.

Me dirijo hacia la lavandería y hay una pila perfectamente doblada de ropa limpia encima del lavadero. Cuando abro la puerta de la secadora, no hay nada más que mi bóxer abandonado.

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