miércoles, 21 de enero de 2015

El Mar de Tranquilidad: Capítulo 27

Mar

—Helado.

Conozco esas palabras, me gustan. Alzo la mirada desde mi libro de física que ha sido mi compañía más cercana por las últimas tres horas. Nunca pasaré este examen. Nunca debí anotarme en esa clase. Thiago está a mi lado y se inclina, cerrando el libro. Tengo el sentimiento que tenga algo que ver con las tonterías de frustración que dije hace unos momentos atrás.

—Lo necesitas. Lo obtendremos. Ahora —voz de papa enojado otra vez.

—¿Ahora?

—Ahora. ¿Recuerdas cuando dijiste que las cosas malas suceden cuando no obtienes suficiente helado? Cosas malas están sucediendo. Estás toda estresada como un niño adolescente que no obtiene chicas.

—Linda analogía.

—Lo siento, es verdad.
Jala la silla fuera de la mesa, yo aún sentada en ella.

—Me haces sonar como un niño malcriado de cuatro años.

—Estás actuando como uno. Con un vocabulario más colorido. Lleva tu culo al auto. Nos vamos.

Coge sus llaves y se detiene en la entrada, sosteniendo la puerta abierta y esperando.

Nos detenemos en un centro comercial a unas cuantas millas, a las ocho de la noche, y lo sigo hacia la sección de helados.

—¿Qué deseas? —pregunta Thiago, sabiendo que no puedo responderle aquí ya que hemos visto a una chica de nuestra escuela.

Alzo mis cejas hacia él, impaciente. Alza sus manos en señal de rendición ante la mirada que le doy.

—No quería ser acusado de ser un pesado, pero si no quieres decirme lo que quieres, entonces tendré que adivinar.

Me encojo de hombros, soy excelente en eso. Mientras él va a elegir el helado que deseo, yo me quedo sentada en una de las mesas, mirando hacia la ventana, evitando a Agustina, la chica de la escuela.

—¿En serio? —dice de pronto ella, riendo, cuando Thiago se acerca a ella.

La idea de Thiago coqueteando con Agustina está fuera de las posibilidades de mi imaginación. Entrelazo mis dedos alrededor de la mesa de vidrio e intento predecir qué tipo de helado traerá. La espera dura para siempre. No debería demorar tanto y estoy a punto de voltear a mirar cuando lo escucho regresar a la mesa.

—Cena —dice él, viniendo con un kilo de helado.

Por lo visto, ha seleccionado toda clase de helados que tiene este lugar. Me hace recordar de algo que papá haría.

—No sabía qué clase de helado querías así que compré todos.

No está mintiendo. Se sienta al otro lado de mí e inclina sus codos en la mesa, sin poder apartar esa sonrisa de idiota de su cara. No tengo un lapicero y no puedo hablarle aquí, así que cojo mi celular de mi cartera y le escribo un texto. Su celular vibra un segundo después y lo saca para leer lo que le dije.

¿En dónde está el tuyo?

Y luego, hace algo que me sorprende. Thiago Bedoya, rey de la indiferencia, se ríe. Thiago se ríe y es una de esas risas más naturales, sin prohibiciones, y con un hermoso sonido. Sé que Agustina nos está mirando y hablará mañana en la escuela. Pero ahora mismo no me importa porque Thiago se ríe y todo está bien en el mundo, al menos por un minuto.

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