Estamos en casa de Simón, cenando. Hemos pasado bastante tiempo aquí; también celebramos Acción de Gracias con la familia de Simón aunque nosotros preferíamos pasarla en casa de Thiago y ordenar pizza. Además del día de Acción de Gracias, hemos pasado los nueve días sin escuela construyendo en el garaje de Thiago. El clima ha estado hermoso y la humedad es baja, así que ha estado perfecto. Trabajamos la mayor parte del día, cocinamos la cena, construimos un poco más, vamos a correr y dormimos. Ha sido una semana perfecta. Odio que ya sea Domingo.
***
—Es el turno de papá con la música —dice la mamá de Simón.
—¿No es el turno de Simón? —pregunta Melody.
—Buen intento. A simón le toca la próxima semana —se ríe el papá.
Abre un gabinete lleno de CD´s y busca a través de los mismos antes de sacar uno y prender el estéreo. Me toma tres notas para reconocer una sonata que ha puesto. Es la que conozco de corazón. La que he practicado cientos de veces para mi audición ese día en la escuela. La que se convirtió en el tema de mi asesinato. Eso es lo que estamos escuchando en la cena del día domingo. No la he escuchado desde ese día, desde la última vez que la toqué antes de dejar mi casa esa tarde, desde que me escuché a mi misma tarareándola mientras caminaba a la escuela. No la escucho ahora. Tampoco hago nada dramático como soltar platos o volverme loca y correr por la habitación. En lugar de eso, dejo de respirar.