domingo, 8 de febrero de 2015

El Mar de Tranquilidad: Capítulo 29

Mar

No dejé de hablar inmediatamente. Hablé hasta el día en que recordé todo lo que había sucedido, como un año después. Ese fue el día en que me quedé muda; no fue una táctica, fue una elección. Y la hice.

Solo supe que de pronto tenía respuestas. Tenía respuestas a todas las preguntas pero no quería decirlas. No quería soltarlas en el mundo y hacerlas reales; no quería admitir que tales cosas había sucedido y a mí. Así que escogí el silencio y todo lo que vino con ello porque no era lo suficientemente mentirosa para hablar. 

Siempre planeé decir la verdad. Solo quería darme a mí misma un poco de tiempo. Una oportunidad para encontrar la cosa correcta por decir y el coraje para decirlo. No tomé un voto de silencio, de pronto no me quedé muda. Solo no tenía las palabras. Aún no las tengo. Nunca las encontré. 

***

No me siento nada diferente cuando me despierto en mi cumpleaños dieciocho. No me siento mayor, madura o libre. El auto de Cielo no está en el garaje cuando llego a casa luego de la escuela. Normalmente ella está durmiendo a esta hora, o está en la cama o en una silla por la piscina. Sé que ella se aseguró de tener la noche libre porque Cielo ama los cumpleaños y ha estado más emocionada que yo con este nuevo año.

Me quito los zapatos de golpe y dejo mi mochila en la cama y apenas estoy llegando a la cocina cuando suena el timbre. Al otro lado está Cielo, mi madre, mi padre, mi hermano y su enamorada. Mi mare está sosteniendo una torta y su sonrisa se cae cuando nota la forma en que estoy vestida: ropa de escuela y maquillaje; ella nunca me ha visto así. Han hecho una sorpresa de cumpleaños en mi puerta así que me hago a un lado para que pasen. Mis padres sugieren ir a un restaurante pero yo no quiero salir; hay demasiadas probabilidades que me cruce con alguien de la escuela así que Cielo pide una pizza y pone la torta en el refrigerador mientras todos se sientas en la sala de estar esperando la comida.

Comemos pizza y todos se relajan luego de hablar sobre mi nuevo amigo Simón, y me encuentro a mí misma extrañando a mi familia y preguntándome si tal vez no exageré todo. Tal vez no fue tan forzado o incómodo. Pero luego siento que tal vez fue mi cumpleaños los que los trajo aquí, pero ellos siguen estando en su mundo. Todos tienen su lugar, incluso la enamorada de mi hermano; todos menos yo.

Todos me traen regalos y los abro en frente de ellos, con sus miradas expectantes y llenas de curiosidad. Pero solo uno, el último, mantiene a todos en silencio. Es una pequeña caja y cuando la abro, encuentro un iPhone. Mi madre me dice que puedo utilizarlo y ellos pagarán la mensualidad con la condición que les hable una vez a la semana. Sonrío porque es inevitable que ellos pierdan las esperanzas.

***

Entro al garaje de Thiago y me siento en su banca de trabajo, cruzando mis tobillos. 

—Mi madre convirtió mi cumpleaños en una intervención —digo. Apenas hablo, me estremezco, dándome cuenta que probablemente es bastante raro quejarse sobre tus padres con alguien que no tiene unos. Esa es la ironía de los dos, y me avergüenza cada vez que pienso en ello. Él no tiene familia, nadie quien lo ame. Yo estoy rodeada de amor y no quiero nada de ello. 

—¿Cuándo fue tu cumpleaños? —Alza la Mirada hacia mí.

—Hoy.

—Feliz cumpleaños. —Sonríe, pero es triste.

—Sí…

—No me dijiste —dice él.

—La gente que anda anunciando que es su cumpleaños son unos idiotas. Es un hecho, puedes buscarlo en Wikipedia.

—¿Así que una intervención? —Inclina su cabeza.

—Sip.

—No estaba al tanto de tu problema de drogas. 

—Lo tengo bajo cuidado.

—¿Problemas de alcohol?

—No. Pero seguro que vas a decir que sí.

—Cierto. He visto tu lado malo con el alcohol y espero no volver ahí de nuevo.

Camina hacia el banco de trabajo donde estoy y se sienta a mi lado, lo suficientemente cerca para que su pierna toque la mía.

—¿Así que, realmente de qué fue la intervención?

—Sobre el silencio. Quieren que hable.

—Si pasas todos los días en su garaje puede que cambien de opinión.

—Idiota.

—Ahí está mi Rayito de Sol —dice, golpeando mi pie.

—Me dieron un iPhone con la condición de que llame y les hable una vez a la semana.

—¿No es lo que quieres, eh?

Nos sentamos por un minuto sin hablar. Mis piernas empiezan a columpiarse por instinto y él se acerca y las calma con su mano, pero no dice nada hasta que finalmente…

—¿Al menos la torta fue buena? —Él sabe lo que me gusta.

—Ni siquiera llegué a probarla.

—Esa es la verdadera tragedia. Olvídate de la intervención.

—No tengo hambre de todos modos.

—No estoy hablando de la torta —dice, tomando mi mano y haciéndome bajar del lugar antes que pueda protestar. —Estoy hablando del deseo.

Me hace esperar mientras entra a la casa, y unos minutos después estamos conduciendo en su auto con una tazón lleno de monedas en el asiento entre los dos.

Ni siquiera está oscuro cuando nos estacionamos fuera de un centro comercial. Hay una pileta y es increíble. Justo en medio de todo se ve un espectáculo hermoso. Cada cierto tiempo, las luces se prenden y cambian de color. Se siente mágico y como si fuera una niña. Desearía poder tomar una foto. Sigo a Thiago a través del camino hasta que se detiene.

—Pídelos —dice.

—¿Qué?

—Deseos. Sólo obtienes uno con una torta y solo si es que soplas velas. En cambio las monedas son algo más asegurador y puedes tener tantos deseos como quieras.

—No creo que pueda pensar en muchos ahora.

Solo hay una cosa que realmente deseo.

—Claro que puedes, es fácil. Observa. 

Se inclina y coge un puñado de monedas en su mano izquierda y coge una con su mano derecha. Piensa un segundo y luego lo lanza a la pileta. 

—¿Ves? Ni siquiera necesitas buena puntería. —Se voltea a mirarme. —Aquí —dice, mientras toma mi mano izquierda y coloca unas cuantas monedas. —Tú turno.

Miro las monedas y luego hacia la pileta y me pregunto si existe tal cosa como la magia o los milagros. Thiago me está observando mientras pido el mismo deseo de siempre. Es el que no se volverá verdad, pero de todos modos lo pido, porque tal vez no me he rendido del todo. Lanzo la moneda y la veo caer mientras las luces cambian de rosado a morado. 

—¿Qué deseaste?

—¡No puedo decirte eso! —digo, indignada.

—¿Por qué no?

—Porque no se volverá cierto. 

—Tonterías.

—Es la regla —insisto.

—Solo es una regla con las tortas de cumpleaños y estrellas, pero no con monedas en fuentes. 

—¿Quién lo dice? —pregunto, sonando como una niña.

—Mi mama.

Eso me hace callar rápidamente. Miro las monedas y la fuente y a cualquier lado menos a él porque no quiero asustarlo, y estoy esperando que él diga algo más. Y luego lo hace, y deseo que no lo haya hecho.

—Pero dudo que muchos de sus deseos se hayan vuelto verdad, así que tal vez ella no sabía de lo que hablaba y en lo que creía.

Por un momento, veo a un niño de ocho años, esperando que su mamá llegue a casa.

—Tal vez ella pidió el equivocado —digo.

—Tal vez.

—Hablas más de tu mamá que de tu papá.

—Mi padre estuvo más tiempo, lo recuerdo, recuerdo como era. Me he olvidado casi todo sobre mi mamá así que intento pensar en ella más De lo contrario, tengo miedo que un día me despierte y no la recuerde. —Lanza una moneda. —Si me preguntas ahora de mi hermana, la única palabra que seré capaz de decir es “pesada”. Recuerdo que ella me molestaba siempre. Si no tuviera fotos, no creo que sería capaz de decirte cómo era. —Me mira. —Tu turno.

No sé si se refiere a los deseos o a las confesiones, pero voy con las monedas. Ni siquiera deseo. Solo lanzo una.

—Lo siento. 

Las dos palabras más fáciles y vacías para decir, pero las digo.

—¿Porque no recuerdo a mi mamá o porque preguntaste?

—Ambos. Pero más por preguntar.

—Nadie nunca pregunta, como si pensaran que me estuvieran haciendo un favor. Creen que si no hablan del asunto, no tendré que pensar en ello. Nunca dejé de pensar en eso. Solo porque no hablo de ello, no significa que he olvidado. No hablo de eso porque nadie nunca pregunta.

Se detiene y me mira una vez más y me pregunto si se supone que debo decir algo pero no quiero, porque si digo algo, tengo miedo de decir todo. Él da la espalda a la fuente así sus ojos ya no están puestos en mí, pero creo que aún está mirando.

—Te preguntaría, sabes, si tuviera permiso. Te preguntaría cientos de veces hasta que me lo digas. Pero tú no me dejarás preguntar.

***

Logramos encontrar la risa por la tarde, y seguimos deseando cosas con las monedas. En un punto determinado, una mamá con dos chicas pequeñas pasa y Thiago les da un montón de monedas y les ruega que nos ayuden porque ya no sabemos qué pedir. Y lo hacen, tomándolo en serio.

Casi al final, empezamos a hacer deseos grandiosos y lanzamos varias monedas para que se cumplan. Uno de esos deseos hace que mi brazalete se suelte de mi muñeca, causando que se caiga en la fuente. Thiago se sube los pantalones y se quita sus botas. Yo solo me quito mis zapatos porque sigo con la falda que usé para ir a la escuela y es bastante corta. Miramos alrededor, deseando que no haya ningún guardia de seguridad por el área mientras entramos. 

—¿A dónde se fue? —pregunta y yo apunto hacia donde lancé las monedas.

Es un poco difícil ver algo pero tratamos de buscar la pulsera. Al menos eso es lo que intento hacer hasta que Thiago decida jalar mi pierna lo suficiente para hacerme perder el equilibrio y lanzarme contra el agua helada. La caída está seguida de su risa y una mirada de muerte por mi parte. Intento cogerlo y empujarlo también, pero no tengo que hacerlo porque cuando él intenta alejarse, él también pierde el equilibrio y se cae.

—Karma es una mierda, Bedoya.

Nos reímos un rato más hasta que le digo que no vale la pena seguir buscando el brazalete. Me estoy muriendo de frío. Así que salimos de la fuente y regalamos nuestras últimas monedas antes de dirigirnos hacia el auto. Cuando llegamos, acaricia mi rostro con su mano, quitando los cabellos sueltos de mi rostro. Luego, abre la puerta del copiloto.

—Feliz cumpleaños, Rayito de Sol.

—Deseé que mi mano funcione de Nuevo —le digo, cuando él sube a su asiento. Fue mi primer deseo y el único que importó.

—Yo deseé que mi mamá estuviera aquí esta noche, lo que es estúpido porque es un deseo imposible.

Se encoge de hombros y me mira, retirando la sonrisa que siempre me lanza.

—No es estúpido querer verla de Nuevo.

—No era tanto que quería verla de nuevo —dice, mirándome con una profundidad en sus ojos, como si fuera un chico mayor de diecisiete años.

—Quería que ella te vea a ti.

***

¡Perdón por la demora! He tenido muy poco tiempo.

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