domingo, 8 de marzo de 2015

El Mar de Tranquilidad: Capítulo 39

Mar

Últimamente paso mucho tiempo en casa de Simón, haciendo los trabajos que tenemos juntos en debate. Por suerte, eso me ha ayudado a que él me termine de contar toda la historia de Valeria, de que estuvieron juntos y ella no quería que nadie lo sepa por la reputación que tiene Simón; él lo aceptó al inicio, porque él sabía que Vale valía mucho más que eso, pero el imbécil (como le dije finalmente que era), no pudo evitar contárselo a uno de los chicos más populares de la escuela porque no dejaba de presionarlo con preguntas, así que todos se enteraron y estuvieron molestando e irritando a Valeria, además de considerarla como una puta por estar con Simón. Eso hizo que los dos terminaran y que ella quede dolida por él. Y bueno, él también dice estar dolido porque ella no luchó. Esos momentos en casa de Simón también me sirven para conocer más a Melody y que ella comience a aceptarme.

—Estás destruyendo tus manos —me dice Thiago, cogiéndolas y mirando mis palmas. Yo las aparto, pero no puedo evitar sonreír porque es un cumplido. Incluso es mejor eso a que me digan linda.

—Me gusta —le digo, examinándome—. Significa que están haciendo algo. 

Al final de la noche, puedo ver lo que he hecho y veo una pila de tierra y siento como si hubiese cumplido algo. Cuando miro mis manos, no veo las cicatrices, no veo las heridas, vero sanación. Creo que sigo sonriendo ante mis manos como una idiota porque cuando alzo la mirada, él me está observando con algo como respeto y esa mirada definitivamente es mejor que ser llamada linda.

—Solían ser suaves, pero el papel de lijar las está matando —él dice.

—Se están volviendo mis manos.

—Entonces no te tocaré y no lo notarás.

—No necesitas ser dura —bromea, cogiéndolas y corriendo su pulgar a lo largo de las cicatrices en mi mano izquierda—. Solo me gustan tus manos —continúa, no quitando sus ojos—, a veces creo que son la única cosa real de ti.

—¿Quieres probar esa teoría? —pregunto, sonriéndole. 

Mantiene su agarre en mis manos y me empuja contra la pared.

—No con la puerta del garaje abierta.

Paso la mitad del sábado por la mañana con las piernas cruzadas en una banca mientras Thiago me enseña sobre los diferentes tipos de madera. Luego, pasamos la tare en la cocina y me doy cuenta que si él puede enseñarme sobre sus cosas, yo puedo enseñarle cómo cocinar una galleta decente. Le llamo la atención por arruinar la harina, pero él sigue haciéndolo solo para enojarme hasta que le quito todo y lo hago yo misma.

—¿Por qué tengo que aprender a hacerlas cuando te tengo a ti para que las hagas por mí?

—Ya sabes —digo, dándole otra bolsa de azúcar rubia y una taza de medición—, un día puede que yo no esté aquí, y luego te quedarás sin galletas y triste.

Apenas las palabras salen de mi boca, me arrepiento. Mentalmente me golpeo a mí misma. 

—Está bien —dice gentilmente, con una sonrisa fantasma—. No soy tan sensible, todos asumen que lo soy. ¿No seas como todos, de acuerdo?

—¿Por qué no estás enojado?

—¿Cuál es el punto?

—¿Así que estás bien con eso?

—Dije que no estaba enojado. No dije que estaba bien con ello. Entiendo toda la mierda que dice la gente, es natural. Es inevitable. Es parte de la vida. Aun así no hace que todo esté bien que alguien simplemente desaparezca como si nunca hubiese existido. Pero estar enojado todo el tiempo no hace que todo estén bien, tampoco. Lo sé. Solía estar enojado todo el tiempo. Se vuelve aburrido.

—Si yo fuera tú, sería la persona más enojada del mundo.

—Creo que ya lo eres.

No hay ningún punto en discutir eso, así que me hago a un lado para demostrarle lo difícil que es trabajar con el azúcar, pero aun así me siento como mierda.

—Después que terminemos con esto, tal vez puedas ayudarme a mover la mesa de café que esta contra la pared. Creo que voy a deshacerme de ese pedazo de mierda en frente del sofá —dice, cambiando de tema.

—¿Vas a mover al amor de tu vida en mitad de la habitación donde Simón puede violarla con sus zapatos cada vez que quiera?

—¿Desde cuándo se volvió el amor de mi vida?

—Hablas de eso como si fuera una chica.

—¿Qué puedo decir? —Se encoge de hombros. —Esa mesa me hace querer ser un mejor hombre. ¿Celosa?

—Sabes que matará a Simón el no poder poner sus pies ahí. A menos que le permitas eso.

Se ve horrorizado, creo que está imaginando en su cabeza cómo sería.

—Tal vez está bien en dónde está.

—Solo para que lo sepas —le informo—, algún día, voy a cansarme de compartir tu afecto con esa mesa de café y voy a hacerte escoger.

—Solo para que sepas —me imita—, destrozaría esa mesa y la usaría en la chimenea antes de escoger algo en lugar de ti.

Es una cosa ridícula por decir, pero me mira con esos ojos, asegurándose que habla en serio y desearía que él no haga eso.

—Eso sería una pérdida de tiempo.

Cojo la bolsa de azúcar rubia que aún sostiene y la devuelvo así puedo tener una excusa para voltearme, porque no estoy de humor para ponerme seria, y por alguna razón, esta conversación sigue yéndose a lugares que no quiero. 

—Ni siquiera tienes una chimenea.

—Tú haces imposible que te diga cosas lindas.

—No imposible, solo difícil —digo ligeramente, esperando que él también cambie su tono. 

Me imagino que tal vez puedo distraerlo si me alzo en mis talones para besarlo. Puedo decir que él sabe lo que estoy haciendo y duda solo un segundo antes de alzar su mano hacia la parte de atrás de mi cuello y se inclina sobre mí, su boca contra la mía, suave y queriendo buscarme, atrapando mis secretos.

Me aparto y camino hacia el mezclador, esperando que el sonido o algo mate la conversación.

—Dime en dónde obtuviste la cicatriz —dice de la nada.

—No —susurro.

Lo peor de todo es que hay una parte de mí que está queriendo decirle y eso me asusta. Thiago me hace sentí segura y segura es algo que nunca pensé que sentiría. Me jala contra él y me sostiene. Puedo sentir la calidez de sus dedos imprimiéndose en mi piel en mi cintura. Su boca está al lado de mi oreja, y solo por un segundo, espero que él me diga puta rusa.

—Por favor. 

—Ni siquiera sé qué estás preguntando —digo, y agradezco el no tener que ver su rostro. Hay algo en la forma en que me dice por favor que no me dejará escaparme de esto. Hay una desesperación que no quiero ver.

—Cualquier cosa. Solo dime una cosa, cuéntame algo verdadero.

Sus brazos son sólidos, envolviéndose a mi alrededor, presionando mi espalda contra su pecho, y se siente más verdad que nada. Pero aún no tengo nada para darle.

—Ya ni siquiera sé qué es eso.

***

—¿Acaso ya no vives aquí? —me pregunta Cielo una tarde cuando regreso de la escuela. 

Paso más tiempo en casa de Thiago que en la de Cielo así que no puedo decir que no. Poco a poco, hasta hay más ropa en su casa que aquí. Saco un papel y escribo. 

—Sé que eres una adulta ahora, pero todavía no has madurado del todo. 

¿Cuál es el punto? Escribo en el papel. 

—¿Te ayuda? ¿Estar ahí?

Sí, escribo en el papel.

—No voy a pretender que me gusta, pero estás sola aquí todo el tiempo y tampoco me gusta. 

Duda unos segundos antes de seguir hablando.

—¿Estás acostándote con él?

Bueno, sí. Pero no cómo ella lo piensa, así que sacudo mi cabeza. 

—¿En serio? —pregunta, y no sé si está decepcionada o aliviada. 

En serio.

—Aún quiero saber en dónde estás —agrega y yo asiento—. Él es realmente lindo —sonríe.

Y asiento hacia eso, también.

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