viernes, 3 de abril de 2015

El Mar de Tranquilidad: Capítulo 48

Thiago

Es miércoles antes de verla de nuevo fuera de la escuela, e incluso ahí apenas me ve. Nada ha cambiado realmente excepto que, antes del último fin de semana, me siento más como una víctima en todo esto y ahora ya no tanto.

Ya son las once. He estado en mi garaje por horas, pero no he hecho mucho. He reorganizado mis cosas dos veces y ahora estoy barriendo. No tengo más energía para hacer otra cosa. Pero tengo una lista que se está alargando y debo empezar en algún punto. He tenido más tiempo en estas últimas seis semanas que lo que he tenido en meses, y no he logrado nada.

Entro, me hago otra taza de té y la saco, decidiendo empezar lo que me pidió la mamá de Simón. Y tal vez estoy más cansado de lo que pensé porque cuando abro la puerta, la primera cosa que veo es una pila de piernas con botas negras balanceándose en mi banca de trabajo.

—Eres un adicto. Es difícil dejar la cafeína.

—Adivina que, no la dejaré entonces.

Ella asiente y quiero preguntarle por qué está aquí, pero estoy contento que lo esté, y por unos cuantos minutos, quiero pretender que todo ha vuelto a como solía ser. Tal vez eso es lo que ella también quiere.

—Detendrá tu crecimiento para que sepas.

—No sabía que estabas preocupada por ello.

—Solo con algunas partes —bromea.

Sonrío por un minuto pero es débil y me doy cuenta que no quiero bromear con ella. Especialmente no así. Me hace pensar en todo lo que sucedió esa noche y todo lo que ha ido mal desde entonces y por más que quiero pretender que todo es como antes, no soy un buen mentiroso.

—Me ayuda a mantenerme despierto —respondo.

—¿Por qué no duermes?

—No he estado durmiendo bien —digo, honestamente

—Tal vez es por la cafeína. Un ciclo vicioso. 

—Tú no lo tomas. ¿Duermes bien?

—Buen punto —dice.

—Gracias—. Esta conversación es tan civilizada, es retorcida. 

Ella se baja de le encimera de un salto y camina hacia mí. El golpe en su rostro se ha desvanecido pero no está cubierto con maquillaje ahora como en la escuela, y aún puedo verlo. Debo luchar contra la necesidad de correr mis dedos por ahí y luego correr hacia la casa de Matt y darle cuatro más como esta.

—Aquí. Déjame intentarlo de nuevo—. Toma la taza de mi mano. 

—Si vas a intentarlo, deberías al menos ponerle algo.

—Suena apetecible.

—Yo lo tomo negro. Tú no. Tus papilas gustativas son opuestas a todo lo que no sea dulce.

—Dámelo, idiota—. Suelto la taza y ella toma un poco mientras yo observo su rostro contorsionarse ante el amargo. —Aún horrible. 

—Te acostumbras—. Me encojo de hombros, cogiendo el café. 

—Espero no hacerlo —dice, estremeciéndose como si quisiera sacar el sabor de su boca, y yo intento no sonreír.

Regresa a la banca y deja que sus piernas se balanceen de nuevo y sé lo fácil que sería quedarnos en este lugar y olvidarnos de todo lo que ha sucedido. Pero siempre terminamos donde estuvimos porque nada ha sido resuelto y yo no soy el que tiene las respuesta. Y, tal vez, por primera vez, necesito dejar que ella dicte todo porque quiero que se quede conmigo. No puedo olvidar lo que ella hizo y no puedo esperar que ella perdone lo que yo hice, y no sé hacia dónde vamos desde ahí.

—No es lo mismo —digo, observándola escribir su nombre en la tierra que está en la encimera de su lado—. No podeos actuar como que nada ha sucedido…pretender que todo está bien.

—Yo sé que no es lo mismo —dice, alzando sus ojos y alineándolos con los míos, algo que de hecho creo que es esperanza—, pero tal vez. 

Se termina quedando dos horas. Mide y marca la madera para mí y yo corto. No hablamos sobre nosotros o sobre Matt o Luna o manos perdidas o personas perdidas o pasados. Hablamos sobre muebles y herramientas y recipientes y competiciones de arte y debates. Es familiar y cómodo. Hay algo aun colgando sobre nosotros que no podemos ignorar para siempre, incluso si lo ignoramos esta noche. Pero, tal vez. 

Es más de la una de la mañana cuando la llevo a casa desde que ella vino corriendo a la mía.

Nos sentamos en mi camioneta, mirando su entrada, porque las cosas han cambiado solo un poco en la otra dirección esta noche, y ninguno de los dos está listo para dejarlo ir todavía. Estiro mi mano y la recuesto, con la palma arriba, en el asiento entre nosotros y ella no duda. Ella recuesta su mano izquierda sobre la mía y yo entrelazo mis dedos.

1 comentario: