viernes, 24 de abril de 2015

El Mar de Tranquilidad: Capítulo 55

Thiago

Después de la medianoche y nadie está durmiendo. Estamos en nuestra tercera taza de café. 

El hermano de Rayito de Sol, su enamorada y el Sr. Rinaldi regresaron hace una hora. Ninguno de ellos dijo una palabra, pero no necesitan hacerlo. Se entiende que no han encontrado nada. El silencio en esta sala es como un vicio que solo sigue apretándonos, poco a poco, hasta que estamos sofocados.

El piano está en la esquina como un fantasma y no puedo verlo porque ahora sé lo que significa, y también me está cazando. Simón y yo estamos en la mesa del comedor. Los papás de Mar están en el sillón, uno al frente del otro. La enamorada del hermano de Mar está en el sillón con su cabeza en el regazo de él, su mano corriendo a través de su cabello.

La puerta trasera se abre y hay una bomba detonando en la habitación. Todos se voltean al mismo tiempo. Y ella está ahí.

Nadie se mueve, nadie se levanta de un salto y corre hacia ella o muestra alegría. Todos solo miran, como si estuviéramos intentando asegurarnos que realmente es ella. Ella nos mira a todos, sus ojos pasando sobre cada rostro en la habitación, hasta que alcanza los míos.

Y no hay nada más. No puedo moverme, pero ella lo hace. Y luego ella está justo en frente de mí y de pronto su madre dice Marianella y su hermano dice Mari y su padre dice Maricuchi y Simón dice Mar y yo digo Rayito de Sol y luego ella se rompe.

Todas las piezas de todas las chicas se van volando y estoy sosteniendo la que queda. Mis brazos están envueltos alrededor de ella, pero no digo nada. No pienso en nada. Ni siquiera sé si respiro. Tengo tanto miedo de no ser capaz de sostenerla. La he visto llorar una vez antes pero no fue nada como esto. Ella se ha ido, ha desaparecido en un mundo de dolor. El sonido es horrible y no quiero escucharlo. Su mano está presionada entre mi pecho y su boca, intentando apaciguarlo, pero no está funcionando. Ella no deja de temblar, y estoy rogando en mi cabeza que se detenga. Puedo sentir a todos en la habitación observando, pero no puedo pensar en ellos ahora mismo.

Ella sigue de pie, pero en realidad no lo está, todo su peso está en mí. Todo. El peso de su cuerpo y sus secretos y su dolor y su remordimiento y su pérdida y siento como que yo también voy a romperme porque es demasiado. No quiero saber nada de esto. Ahora entiendo por qué ella pasa tanto tiempo corriendo. Quiero escapar también. Quiero soltarla y abrir la puerta y no volver la vista atrás, porque no puedo hacer esto. No soy lo suficientemente fuerte, suficientemente valiente. No soy suficiente. No soy la salvación de nadie, ni siquiera la mía. 

Pero estoy aquí y ella también y no puedo dejarlo ir. Tal vez no necesito salvarla para siempre. Tal vez solo puedo salvarla ahora mismo, en este momento, y si puedo hacer eso tal vez me salvará y tal vez eso puede ser suficiente. Aprieto mis brazos como si pudiera calmar su temblor. El llanto se ha vuelto silencioso. Su rostro enterrado contra mi pecho. Estoy observando el ligero reflejo de su cabello encima de su cabeza y me enfoco en eso, porque no puedo mirar alrededor de mí y ver todos esos rostros pidiéndome respuestas que no tengo.

Gradualmente, ella se calma. Su respiración se reduce y su cuerpo se establece en el mío. Luego la siento tomar su peso, por solo un momento, antes de apartarse de mí. Libero mis brazos y la dejo ir, pero mis ojos se quedan en ella. Su rostro se pone blanco, la forma en que fue la primera vez que la vi y veo cómo todas sus emociones regresan, como si nunca hubiese sucedido nada. Tengo miedo de apartar la mirada. Iedo de que ella se aparte de nuevo. Miedo a que desaparezca. Miedo. Nunca debí dejar mi garaje, nunca debí dejarla entrar.

Luego ve la pila de libros en la mesa y todo sobre ella se pone rígido. Sus ojos no los dejan. Son una pregunta y una respuesta al mismo tiempo.

—¿Cómo? —pregunta su mama, finalmente, confundida, traicionada, aliviada—. No recordabas.

Miro los rostros de las personas que la aman, que no han escuchado su voz en casi dos años. Nadie espera una respuesta. Pero obtienen una.

—Recuerdo todo —susurra, y es una confesión y una maldición. 

—¿Desde cuándo? —pregunta su padre.

Ella aparta sus ojos de los libros para enfrentarlo cuando ella responde.

—Desde el día en que dejé de hablar.

***

De algún modo todos eventualmente duermen, por todos lados en la casa, en camas, suelos y sofás. Yo termino en una cama doble en la habitación de Rayito de Sol, con su cuerpo curvado contra el mío, y no me importa lo pequeña que sea la cama, porque ella nunca estará lo suficientemente cerca.

Nadie hace ningún intento de detenerme cuando voy con ella. Creo que todos saben que no pueden evitarlo. No hay nada en esta casa o en esta tierra que iba a alejarme de estar a su lado.

Simón está en un colchón en el suelo porque no creo que tampoco quiera estar lejos de ella.

Yo escucho su respiración; la suave inhalación de aire recordándome que ella está aquí, su cuerpo presionado contra el mío, de la forma en que hemos dormido tantas noches que ya he perdido la cuenta.

En algún momento durante la noche, su madre entra y nos mira en la cama, juntos. Su expresión es de aceptación o de entendimiento. 

—¿Cómo la llamaste? —pregunta.

—Rayito de Sol —digo, y ella sonríe como si creyera que es perfecto.

—¿Qué es ella para ti? —susurra.

Sé la respuesta pero no sé cómo decirlo. Pero la voz de sueño de Simón sale antes que yo pueda responder.

—Familia. 

Y tiene razón.

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