miércoles, 8 de abril de 2015

El Mar de Tranquilidad: Capítulo 50

Thiago

Cuando llega la cena del domingo, espero que ella esté ahí. Con todo lo que ha sucedido la semana pasada, ella ha faltado a la escuela y no la culpo. Yo también hubiese hecho lo mismo, si no fuera porque estoy desesperado por tener aunque sea una ligera oportunidad de verla.

Mi casa está muy silenciosa y mi garaje está muy vacío así que vine aquí temprano.

La cena no está lista así que Simón y yo terminamos en su habitación porque no me siento bien como estar ahí siendo educado y hablando. Pero no tengo nada que hablarle a Simón tampoco, y solo terminamos ahí sentado en un silencio estúpido.

Tal vez debí quedarme en casa.

—Cuéntame qué diablos sucedió entre ustedes dos —finamente demanda Simón.

—Y no digas que nada. Y no digas que no sabes. He obtenido todas las evasivas posibles de ustedes dos y es pura mierda.

—No lo sé—. Alzo la mirada hacia Simón y lo detengo antes que pueda interrumpirme. —Esa es la absoluta verdad, te guste o no. No tengo ni una maldita idea. Todo estaba bien, y luego no lo estaba. Todo lo que sé es que, por como cinco minutos, creo que fui feliz. 

—Algo tuvo que suceder, Thiago.

Definitivamente algo sucedió. Pienso entre hacerle la pregunta que está en mi cabeza. Siempre me pregunto cuánto ella le habla a Simón, cuánto pasa entre los dos que yo no sé.

—¿Te contó que era virgen?

—¿Qué? No. ¿En serio?

Asiento. Realmente no sabía más que yo. Siento como si la estuviera traicionando. Pero debo contárselo a alguien. Tengo que intentar entender. Siento que me ahogo.

—¿Cómo es eso posible?¿Ella es virgen?

—Ya no —respondo.

—Y eso fue lo que sucedió.

—Así es.

—¿Por qué eso los apartaría? —pregunta, confundido.

—No lo sé. No entiendo nada. Ella me dijo que estaba arruinada y que me estaba usando para arruinar lo que quedaba.

—¿Qué significa eso?

Sacudo mi cabeza, no tengo respuestas. Le hice la misma pregunta y ella no me respondió nada.

—Eso no tiene sentido.

—Nada sobre ella tiene sentido desde que la conocí. Ella solo quería pretender que no importaba. Yo también.

—¿Sabes que ella te ama, verdad?

—¿Ella te lo dijo? —Odio la esperanza en mi voz.

—No pero…

—Me lo imaginaba.

—Thiago…

Simón no tiene tiempo de terminar porque su mamá nos llama para la cena y yo salgo antes que él pueda agregar algo más.

Cuando llegamos a la cocina, la mamá de Simón me abraza y mi amigo se va a la computadora a poner una canción. Todo es como si fuera normal. Y Rayito de Sol no está por ningún lado. 

Estamos por llevar la cena a la mesa cuando el papá de Simón nos dice que vayamos a la sala donde siempre vemos noticias antes de cenar. La mamá de Simón grita diciendo que es hora de comer y debe apagar la televisión, pero el hombre de la casa insiste y suena a que es algo importante.

Y este es el momento antes. El momento donde todo sigue siendo familiar y entendible. El momento antes que todo cambie. He tenido unos cuantos de esos momentos en mi vida. El momento en que salí de la cocina a la sala es uno de ellos; el momento antes de ver su rostro en la televisión un domingo por la noche.

No sé si no porqué nos llamó hasta que todos miramos la televisión. Y luego sé todo. Ni siquiera puedo escuchar lo que están diciendo porque la imagen me está gritando tan fuerte que hunde todo lo demás. Juan Cruz, estudiante de secundaria, fue arrestado esta tarde después de confesar la golpiza brutal del año 2009 y el intento de asesinato de Marianella Rinaldi, en ese entonces de quince años, conocida como la chica aficionada de Piano. El crimen estuvo sin resolver por tres años hasta que Cruz, con solo dieciséis años durante el ataque, llegó con sus padres y se rindió él mismo a la policía hoy más temprano. No hay otros detalles hasta el momento. Una conferencia de prensa se realizará a las 9:30 el día de mañana.

—Qué raro —dice el papá de Simón. Pero no lo hace y él lo sabe. Ahora todo cierra.

Y nuevamente ahí está ella en la televisión, la que he estado buscando en mi garaje por meses. Más joven, sin maquillaje, sin ropa negra, sonriendo. Ella es pura luz, como rayito de sol.

—Recuerdo verla en las noticias cuando sucedió, fue una historia terrible. Se ve como ella —dice la mamá de Simón, y me pregunto si realmente puede creerlo o no.

—Es ella.

Todos nos volteamos y en la entrada está el hermano de Rayito de Sol.

—Toqué pero nadie respondió —dice, pero realmente no nos habla a nosotros. Está mirando la televisión—. ¿En dónde está ella?

Los papás de Simón lo miran como si estuviera loco. Sus rostros no pueden creerlo. 

—Es el hermano de Mar —digo, respondiendo la pregunta que nadie hizo.

—El hermano de Marianella —corrige.

—¿Dónde está ella? Necesito llevarla a casa.

—Ella no está aquí. 

—Cielo dijo que estaría aquí, dijo que intente primero con tu casa —dice y me mira—, y si no estaba ahí, entonces estaría aquí para cenar.

—Ella no vino esta noche —dice la mamá de Simón gentilmente.

—¿Por qué no llamas a su celular? —pregunto amargo. Estoy poniéndome nervioso.

—Dejó su celular en la cama —responde, como empezando a comprender que ella lo dejó a propósito. Ella no quiere ser encontrada.

Su hermano nos cuenta lo que sucedió desde esta tarde en su casa. Apenas sus padres obtuvieron la llamada de la policía, él se metió a su auto para recogerla así no tenía que conducir sola. Mientras tanto, ellos siguieron llamando, intentando saber algo de ella, descubriendo que podían llegar a ella antes que ella se entere por las noticias. Pero nadie ha sido capaz de encontrarla. En minutos, todos estamos con nuestros celulares, realmente no hay nadie a quién llamar, pero es bueno pensar que estamos haciendo algo, aunque sea algo inútil. Si se ha ido y no ha llevado su celular, es por una razón, y es porque ella no quiere que sepamos en dónde está. 

La historia en las noticias ha cambiado, pero todos seguimos mirando la televisión para ver si hay algo más. Como si de pronto va a darnos una respuesta. Tal vez no queremos mirarnos uno al otro y ver nuestra propia confusión reflejada en alguien más. Yo no estoy confundido, de hecho siento que entiendo algo por primera vez en meses. Tal vez entiendo todo.

El hermano de Mar sale de la habitación para hacer una llamada y una vez que lo hace, Simón me mira. No puedo decir si lo está matando esperar. —¿Te lo dijo? —pregunta.

Debería ser capaz de decir que sí a esa pregunta, debería haberme asegurado. Debería haberme preocupado lo suficiente para que ella me lo diga. Sus secretos eran obvios entre los dos y yo lo permití. Nunca hubo duda de que ella me ocultaba cosas. Cosas. Todo. Pero sabía que una vez que me contara, nunca podría dejar de escucharlo, y era más feliz siendo ignorante.

Sacudo mi cabeza y los ojos de todos están sobre mí.

—¿Cómo podía contarle? Ella no habla —dice la hermana de Simón.

Simón y yo nos miramos, y no sé qué sigue siendo un secreto y qué no.

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