domingo, 26 de abril de 2015

El Mar de Tranquilidad: Capítulo 56

Marianella

Mis padres se van al día siguiente para la conferencia de prensa, y mi hermano va a la escuela, aunque ellos le dijeron que podía faltar hoy.

Yo acompaño a Simón a su auto y creo que podría abrazarlo para siempre.

—Extrañaré a mi Mar que se viste de negro —dice.

—Nunca dejaré de ser tu Mar vestida de negro—. Sonrío y lo dejo ir. —Dile a Vale que te de otra oportunidad. Si lo arruinas esta vez, yo misma te golpearé.

Y luego se ha ido; y solo quedamos Thiago y yo, y todas las preguntas sin responder. Le entrego uno de los libros porque es la única forma que él sepa, y él lo mira como si fuera una bomba. 

—No quiero ni saber qué hay en esos libros —dice, y no lo tomará de mis manos.

Le digo que yo tampoco quiero saber qué dice. Pero necesito saberlo y que él también lo sepa. Así que lo lee y su rostro se tensa junto con cada músculo de su cuerpo y puedo decir que está intentando no llorar. Y cuando le muestro fotos, él coloca su puño contra su boca y creo que quiere golpear algo, pero no hay nada.

Cuando coge el que tengo en mi mano, el que tiene los huesos saliéndose de mi piel por todos lados, es difícil creer que fueron colocados en su lugar de nuevo. Vomita y no lo culpo.

Le muestro videos de mí tocando piano y álbumes de fotos llenos de imágenes y le hago conocer a la chica que era antes que nunca conoció, pero no decimos mucho. 

—Eras realmente buena —dice, su voz desvaneciéndose mientras rompe el silencio.

—Era jodidamente increíble —intento bromear, pero sale triste.

—Aún lo eres —responde, quemándome con sus ojos de la manera en que lo hace cuando quiere asegurarse que estoy escuchando—. De cualquier manera importa.

El silencio regresa y nos sentamos en el sillón, los álbumes de fotos en nuestros regazos, mirando al piano gastado en la esquina.

—Desearía haberte podido salvar —dice finalmente.

—Eso es estúpido—. Hago eco de sus palabras en mi cumpleaños. —Porque es un deseo imposible.

Cojo su mano y entrelazo sus dedos con los míos, sosteniéndolo bien fuerte.

—No podrías haberme salvado —le digo—. Ni siquiera me conocías.

—Me hubiese gustado.

—La mamá de Simón me dijo que tú también necesitabas ser salvado. Pero tampoco puedo hacer eso —confieso, y me mira dudando porque yo nunca le conté sobre esa conversación—. No quiero que me salves y yo no puedo salvarte —digo, porque necesito que me escuche decirlo, pero también porque necesito escucharme a mí misma decirlo.

Él cierra el album y lo deja en la mesa de café y salta, porque he descubierto que eso es lo que hace cada vez que mira esa mesa.

Y luego se voltea y coloca sus manos a cada lado de mi rostro y me besa con una reverencia que nunca entenderé. Y tal vez soy una mentirosa y lo necesito, porque ser besada por Thiago Bedoya es como ser salvada. Es una promesa y un recuerdo del futuro y un libro de mejores historias.

Cuando se detiene, aún estoy ahí, y él me sigue mirando como si no pudiera creerlo, y quiero mantener esa Mirada para siempre.

—Marianella —dice, y cuando lo hace, calienta mi alma—. Todos los días me salvas.

***

¡Quedan solo cuatro capítulos!

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