jueves, 2 de abril de 2015

El Mar de Tranquilidad: Capítulo 47

Mar

Es un poco después de las dos de la mañana. Es tarde, pero se siente más tarde aún, como si toda la noche hubiese sido tan épica que nada en el mundo puede ser como ello.

Simón se fue hace como quince minutos, diciendo que volvería en media hora. No mencionó a dónde estaba yendo, pero no necesitaba decirlo. Ambos sabemos en dónde terminaría.

Me he bañado y estoy intentando mantener un hielo en mi rostro, pero realmente solo quiero ir a mi cama, incluso si no dormiré. Me pregunto si hay palabras que pueda escribir que borren las imágenes que queman en mi cerebro esta noche. No las de Matt. Las de Thiago y esa chica. Las imagines que ni siquiera vi. Imágenes que están trabajando como ácido ahora, quemando en el camino a través de cada buen recuerdo. Ya vomité una vez esta noche ante la idea, pero apenas la imagen invade mi mente, mi estómago convulsiona de nuevo y estoy de regreso en el baño, en el inodoro. Pero nada sale, ya no queda nada dentro de mí.

Prendo la televisión en el piso de abajo y hay un golpe en la puerta tan suave que casi no lo escucho. Le di a Simón mi llave para que entre, así que sé que no es él, pero no tengo idea de quién más puede ser. Camino en puntas de pie a la puerta y miro por la mirilla; encuentro a Valeria en la entrada de mi casa.

Me tomo un minuto para decidir si le abro la puerta. Finalmente, la abro y la enfrento. Ella sigue vestida con su ropa de la fiesta y se ve como si hubiese estado llorando. 

—Dios, tu rostro —dice, casi inmediatamente—. Lo siento. No quiero despertar a nadie.

Sacudo mi cabeza mientras voy cerrando la puerta y la hago pasar. Nos miramos una a la otra por un minuto. Yo sé por qué está aquí, pero estoy esperando que ella empiece. Me pregunto cómo sabe en dónde vivo. Tal vez Rama. Ha estado hablando con él desde que se juntaron en arte. 

—¿Simón está aquí?

Sacudo mi cabeza en negación.

—Oh—. No oculta su decepción. Toma un respiro y su voz es sincera. —¿Estás bien?

Asiento, pero ni siquiera sé que significa estar bien.

—Solo quería ver si él estaba bien —explica—. No creo que haya golpeado a nadie antes.

Yo tampoco lo creo.

—¿Está bien?

No asiento o sacudo mi cabeza, ni siquiera me encojo de hombros. Ella debe preguntarle a él. 

—Él te ama —dice.

No asiento porque creo que él me ama pero no de la forma en que ella cree. Necesito escribirle una nota para explicárselo porque ella merece saberlo, pero antes de que la conversación pueda seguir adelante, alguien abre la puerta; es Simón. Se detiene de golpe cuando ve a Valeria.

—Debería irme —dice Valeria, mirándonos a los dos, con resignación.

Camino hacia Simón y aprieto su mano, inclinando mi cabeza hacia la puerta, y él la sigue por la entrada. 

Thiago

Menos de una hora después que Simón se va, estoy en su casa. Son las tres de la mañana. Cielo llega a casa a las seis y me pregunto cómo Rayito de Sol va a explicar el golpe en su rostro. Me culpo a mí mismo, si hubiese escuchado el celular, si lo hubiese respondido, nada de esto hubiese sucedido.

Veo el auto de Valeria mientras camino hacia la entrada. Simón también está ahí. Sin importarme, llego a la puerta así él no me recuerda que no tengo permitido estar aquí.

Ni siquiera tengo tiempo para prepararme, porque apenas entro, ella está ahí, en la cocina. He intentado no mirarla por semanas. Verla ahora, me rompe en pedazos y me cose muy mal. No sé si es por el corte en su ojo o el moretón en su mejilla o la expresión en su rostro que lo hace, pero sé que está hecho porque todo dentro de mí duele.

—Anda a casa —dice Simón detrás de mí, pero yo no me volteo porque no puedo dejar de mirarla.

—Sólo danos un minuto—. No sé si estoy pidiendo o demandando.

—No esta noche Thiago —dice él, derrotado.

Tiene razón, debería irme. Ella no debe de lidiar conmigo. Pero soy egoísta, quiero que me diga si está bien, incluso si sé que no lo está. Tomaré mentiras ahora si ella me las da.

—Solo necesito un minuto—. Le hablo a Simón pero la miro a ella. Mi voz es suave, pero mi tono no. No me iré a ningún lado.

Ella asiente hacia Simón, pero él no se ve convencido. 

—Anda a casa Simón —dice ella, gentilmente. Si tu mamá se despierta va a estar enojada. Estoy bien, te lo juro. —Es una mentira, pero es tan natural, como si la hubiese estado diciendo por años.

Simón aún no se ve feliz, pero cede. Camina hacia ella y la abraza lo suficiente para susurrarle un “lo siento” en la oreja, y luego se va.

—¿Duele? —Es una pregunta estúpida, pero es lo primero en que pienso preguntar. Ella alza el hielo hacia su rostro y sacude su cabeza.

—Realmente no.

Ambos nos quedamos de pie ahí, mirándonos a través de la cocina, con todas las cosas que hemos hecho para herirnos el uno al otro. Ella baja el hielo y saca un plato cubierto que está encima del refrigerador. Quita la cobertura y coloca el plato de galletas de azúcar en la mesa y me dice que me siente.

—Sé que me dijiste que estabas cansado de ellas pero…

Sí le dije que estaba cansado de ellas, fue hace un mes. Hizo como doce en una semana porque dijo que no podía lograr el equilibrio perfecto entre masticable y crocante y yo le dije que estaba loca porque todas se veían exactamente iguales para mí. Finalmente le dije que hasta que no me hiciera algo con chocolate, no volvería a probar otra galleta de azúcar.

—¿Finalmente te salió bien? —No tengo idea de cuál es el punto de esta conversación, pero ella es mi chica que se va por la tangente y la seguiré si es ahí a donde ella quiere ir.

—Eso creo—. Se encoje de hombros como si no fuera un gran problema, aunque ambos sabemos que la estaba volviendo loca. —Dímelo—. Empuja el plato hacia mí. Su rostro está golpeado. Acabo de tener sexo con Luna. Estamos sentados en su mesa, en mitad de la noche, y ella quiere que critique sus galletas.

—Saben —digo, intentando no hablar con la boca llena—, exactamente como las últimas ochocientas galletas que me has hecho probar.

—Sé que saben igual —dice—, ¿pero están muy crocantes?

Exhalo lentamente, dejando la galleta en la mesa.

—Así que vamos a hablar de galletas—. Asiento robóticamente, cogiendo una servilleta y torciéndola en mis manos.

—Siento haberte hecho daño.

—¿Qué? —Las palabras debieron haber salido de mi boca, pero no. Salieron de la suya. Yo sé que ella sabe lo que he hecho esta noche. En todo lo que puedo pensar es en que no se disculpe conmigo. Por favor, no te disculpes conmigo. Ayer hubiese sido una bendición. Hoy, una maldición. También quiero decirle que lo siento, pero son palabras de mierda y yo soy una persona de mierda.

—Siento mucho haberte hecho daño —repite, como si yo necesitara escucharlo de nuevo.

—Yo soy el que debería estar disculpándose.

—Tú no hiciste nada malo.

No puedo creer que eso acabe de salir de su boca. Es peor que una disculpa.

—¿Cómo puedes decir esto? Todo lo que pasó esta noche estuvo mal. ¡Todo! —No planeo alzar mi voz pero sucede, y tal vez es algo bueno, pero la saca de sus casillas, también.

—¡Lo sé Thiago! ¿Qué quieres que diga? ¿Que mi corazón se rompió cientos de veces cuando entré a tu casa esta noche? ¿Qué llegué a casa y vomité, no por lo que sucedió en esa estúpida fiesta, sino porque no puedo dejar de pensar en lo que estabas haciendo con esa chica? ¿Es lo que quieres escuchar? ¡Porque es verdad!

Sé que es verdad. Lo sé porque el dolor está sobre todo su rostro y en sus ojos y en su voz. Lo sé porque ahora me está haciendo ponerme tan enfermo como ella y no puedo hacer nada al respecto. 

Ella se levanta de la mesa y cruza la habitación, y siento cada centímetro de espacio entre nosotros. 

—¿Y sabes cuál es la peor parte? —continúa—. La peor parte es que ni siquiera tengo permitido estar enojada por ello porque es mi culpa. ¿Esto es lo que necesitabas que diga? ¿Qué sé que es mi culpa? ¿Que nada de esto hubiese sucedido en primer lugar si no hubiese estado determinada a destruirme a mí misma y a todos a mí alrededor? Bien. ¡Todo es mi culpa! Todo es mi culpa y nadie lo sabe más que yo. Todos estamos en el infierno y yo soy la que nos puso ahí. Lo sé y lo siento.

La miro fijamente por un minuto porque es el primer sentimiento real que he visto en ella desde siempre. Ella ha estado en un agujero negro emocional por semanas, pero de pronto, la muerte, la calma se ha ido y ella está enojada y frustrada y con el corazón roto como yo.

Me pongo de pie y doy un paso hacia ella. Ella me mira como si no supiera qué diablos estoy haciendo. Hay una mezcla de miedo y confusión en su rostro. Por un segundo, ella deja de esconder esa vulnerabilidad que siempre ha intentado pretender que no existe. Debería irme y dejarla sola, pero no quiero estar en una habitación con ella y no poder tocarla una vez más antes que todo vuelva a la mierda mañana.

—Voy a caminar hacia ti —digo, dando un paso más—. Voy a poner mis brazos alrededor y voy a sostenerte. —Me detengo antes de tomar el último paso—. Y tú vas a dejarme.

—¿Por qué? —pregunta, como si fuera la cosa más loca que ella ha escuchado, o tal vez, después de esta noche, lo es.

—Porque lo necesito.

Estoy en frente de ella ahora y ella no se aparta, así que hago lo que dije que haría y pongo mis brazos a su alrededor. Siento su cuerpo suavizarse, ligeramente contra el mío pero no mueve sus brazos ni devuelve el gesto. Ella no necesita perdonarme y eso está bien. Tampoco sé si voy a perdonarla. Cuando se mueve, es para alzar su mano hacia mi pecho y gentilmente me empuja. Alzo mi mano hacia su rostro, deseando poder borrar los moretones y el dolor; pero me detengo de golpe y no dejo que mis dedos acaricien su piel. Desearía que ella lo deje aquí, que me deje irme sin otra palabra, pero nunca sucede así.

—Lo borraría si pudiera. Nunca debí lastimarte—. Sigue volviendo a eso, y es inútil porque no podemos deshacer nada en este punto.

—Nunca debí dejarte —digo.

Es verdad y lo supe desde el principio. Nunca debí dejarla que me haga daño. Nunca debí preocuparme lo suficiente para que sea posible. Incluso hice lo que ella quiso. Nunca le dije que la amé, pero no cambió nada. La amé cada día y soy el que sufrió por eso.

—Tuve que irme—. Hay ruego en su voz, me está rogando que entienda algo que no lo hago. —No puedo decirte la verdad y sé que la quieres. Terminaría decepcionándote, ser la cosa que nunca es suficiente.

—Dejarme es la única cosa que pudiste hacer para decepcionarme—. Hubiese vivido todos los días sin la verdad, para mantenerla, incluso si estaba mal.

—No importa ahora —dice, y el arrepiento es mucho más que las últimas semanas. Ella lo está aceptando. Ambos podemos estar tan arrepentidos, pero ha pasado demasiado como para dejarlo atrás. Simplemente a veces debes de aprender a vivir con ciertas cosas. Ambos aprendidos esa lección hace mucho tiempo atrás.

—Voy a sacarle la mierda a Matt —digo finalmente porque es lo único que puedo hacer.

—No lo hagas —dice con determinación.

—¿Por qué no?

—No es buena razón suficiente.

—Tú eres la única buena razón—. Puede que no tenga permitido amarla, pero eso no significa que dejaré que alguien le haga daño. Tal vez eso es irónico desde que yo fui quién la hirió más esta noche.

—No quiero ser esa razón. Se ha terminado y quiero olvidarlo.

—¿Por qué estás hablando de esto tan a la ligera? Podría haberte violado y tú estás actuando como si nada hubiese sucedido.

—Nada sucedió Créeme, he visto cosas peores—. Se encoge de hombros y me está enojando.

—¿Algo peor que ser violada? —La miro, incrédulo.

—Peor que ser casi violada—. Paso mi mano por mi rostro, frustrado.

—¡Suficiente con el misterio, Rayito de Sol! Estoy cansado de ello. ¡Estoy cansado de esto! ¡Dices estas cosas todo el tiempo que no tienen ningún sentido! Como si quisieras que yo sepa algo pero no me lo dices, así que se supone que debo descubrir estas pistas aleatorias y descubrirlo. ¿Adivina qué? No puedo. No puedo descubrirlo. Y me estoy cansando de intentarlo.

Mis manos están en mi cabello y no puedo dejar de caminar por la habitación porque tengo tanto enojo acumulado que no sé dónde ponerlo. Ahora entiendo el correr. Creo que podría escaparme de esta habitación y empezar a correr sin detenerme. Tomo un respiro y empiezo de nuevo porque tampoco puedo dejar de hablar.

—Todo lo que sé es que algo sucedió, o al parecer alguien te jodió tu mano y te hizo lo mismo en el proceso, y no puedo arreglarlo.

—Nadie te ha pedido que lo hagas—. Las palabras son fuertes y amargas. —Todos quieren arreglarme. Mis padres, mi hermano, mis terapeutas. Se supone que tú deberías de ser la persona que no quiera arreglarme.

Ambos estamos exasperados ahora. Ambos estamos enojados, y por alguna razón es un alivio. Me hace sentir como que tal vez, no soy el único en la habitación.

—No quiero arreglarte, quiero arreglar esto—. Lanzo mis brazos pero ni siquiera sé a qué me estoy refiriendo. ¿A ella? ¿A mí? ¿A todo el jodido mundo?

—¿Cuál es la diferencia?

No lo sé. Tal vez no haya. Tal vez sí quiero arreglarla. Si lo quiero hacer, ¿está mal? ¿Me convierte en un imbécil?

—No lo sé —respondo, porque es lo único que sé ahora. Me siento de nuevo en la mesa y cuelgo mi cabeza entre mis manos. 

—Pensé que también había algo mal contigo —. Su voz es más calma y suena a disculpa, como si pensara que me está insultando cuando no es así. —Pensé que no te importaría que yo esté mal porque tú entenderías qué era. Pensé que si no te lo pedía tú tampoco lo harías, y podríamos pretender que no nos importaba lo que había sucedido antes. Supongo que no funciona así—. Se encoje de hombros. —Solo quería una persona que me mire y no quiera ver a otra.

—¿Quién te mira así? —Alzo mi cabeza y bajo mis manos así puedo ver su rostro; no puedo imaginarme a alguien que mire a esta chica y quiera ver a alguien más que a ella.

—Todos los que me aman.

—¿A quién quieren ver?

—A una chica que está muerta.

***

Aprovechando el feriado largo, les dejo otro. Espero traer otro mas tardecito.
Gracias por los comentarios, disfruten.

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