sábado, 11 de julio de 2015

Existence: Capítulo Catorce

Las calles ya estaban decoradas con cosas brillantes, con luces blancas de Navidad en cada árbol. Las ventanas de las tiendas estaban llenas de alegría por las fiestas. Las calles olían a chocolate caliente de las tiendas de caramelos en cada esquina. Nieve caía y se pegaba a nuestros sacos mientras caminábamos por las calles. Gastón sostenía cinco bolsas de compras ya en sus manos, lleno de las compras de Candela. Una briza helada hizo que mi nariz se congele. Me hundí en la bufanda que estaba envuelta alrededor de la parte baja de mi rostro, varias veces. No estaba acostumbrada a este clima. Nuestros inviernos en Florida nunca llegaban a ser así de fríos. Pablo me jaló contra él.

—Vamos, entremos a este café y compremos algo para calentarnos.

—Buena idea. Necesito un descanso de estas bolsas y estoy bastante seguro que Cande no encontrará nada que comprar ahí.

Reí por lo dicho por Gastón a través de la bufanda cubriendo mi boca.

—Debes de estar bromeando. Sabes que ella puede encontrar algo en cualquier tienda a la que entremos. Hasta ahora hemos estado en cinco tiendas y tú estás sosteniendo cinco bolsas.

—Redundante —dijo Candela con una onda de su mano enguantada—. ¿Para qué más son estas lindas tiendas pequeñas más que para comprar? 

Pablo rió detrás de mí y todos nos sentamos en una mesa. Suspiré ante el calor de la cafetería, que parecía calmar mi nariz helada. Era la única parte de mi cuerpo que no había sido capaz de cubrir.

—¿Qué quieres? —preguntó Pablo, quitándose su bufanda y colgándola junto a su enorme saco negro en la silla a mi lado.

—Café de caramelo con crema —repliqué. Él se volteó y se unió a Gastón en la caja, y yo miré hacia Candela—. Mi nariz se siente como si se fuera a caer por el frío —gruñí y la acaricié con mis manos enguantadas.

Ella asintió y acarició la suya también.

—Sé a qué te refieres. Ahora que estoy dentro y enfocada en comprar, siento eso.

Empecé a decir algo más cuando noté a un alma de pie en la caja observando a la gente ordenar con una expresión confundida. Ahora sabía qué eran y por qué siempre se veían perdidos y confundidos, y deseaba poder hacer algo para ayudarlos. Podrían vivir más vidas si solo continuaban. En lugar de eso, el miedo los mantenía ahí y todo lo que podían esperar para ahora era deambular, perdidos.

—¿A quién estás mirando como si quisieras llorar? —preguntó Candela, alzando su mentón sobre la bufanda envuelta alrededor de su cuello.

Aparté la mirada del alma y la miré de nuevo a ella.

—A nadie, solo estaba perdida en mis pensamientos.

Candela volteó la mirada sobre su hombro, pero todo lo que vio fue a Gastón y Pablo viniendo hacia nosotros, sosteniendo tazas de café humeando. Bueno, al menos todos menos Pablo que él quería chocolate caliente.

—Aquí vamos. Veamos si podemos lograr que nuestra sangre congelada en nuestras venas vuelva a moverse de nuevo —dijo Gastón jovialmente mientras colocaba el café de Candela en frente de ella.

Tomé el mío de Pablo y tomé un pequeño sorbo, necesitando tener algo de fluido caliente a través de mí. Candela tomó su taza y la sostuvo hacia su nariz. Reí y Gastón rodó sus ojos.

—Ríanse todo lo que quieran, pero se siente bien.

Estudié mi taza y decidí que no me importaba lo tonta que se veía, yo también quería calentar mi nariz. El calor de la taza se sintió maravilloso para mi nariz.

—Ustedes chicas de Florida sin duda tienen un momento difícil con un poco de clima frio.

Candela bajó su taza y miró a Pablo, incrédula.

—¿Un poco de frío? ¿Estás loco? ¡Hay como menos treinta grados aquí! —sollozó y volvió a colocar la taza sobre su nariz.

—Eh, no. De hecho, solo hay menos siete grados ahí afuera. 

Dejé mi taza en la mesa.

—Eh, eso es como veinte grados menos cero así que diría que es mucho más helado que frío.

Candela me sonrió por defenderla y le lanzó a Pablo una sonrisa presumida. El brazo de Pablo se deslizó a mí alrededor y me dejé a mí misma pretender por ahora que mi vida era normal, que amaba a Pablo y que mi corazón no estaba dañado más allá del reparo porque estaba enamorada de alguien a quién no podía encontrar y temía nunca volver a ver. La risa de mi mejor amiga y su felicidad por estar rodeada de amigos y compras parecía tan normal. Podría pretender que estaba completa. Podría pretender que estaba feliz y que un alma perdida no acababa de deambular a través de la pared detrás de Gastón, buscando a través de la gente a alguien que pueda tener la respuesta a su problema. Nadie podía ayudarlo ahora. Mi sonrisa falsa fue más difícil de sostenerla, pero lo hice porque ignorar lo sobrenatural era algo que había estado haciendo toda mi vida.

****

—Estoy pensando que no deberíamos de salir esta noche. Quiero decir, sé que no es exactamente ideal estar en una cabaña con tus padres, Pablo, pero está helado allá afuera.

Candela estaba frunciendo el ceño mientras miraba afuera de la ventana en su asiento, en la camioneta que los padres de Pablo habían rentado para nosotros para usarla mientras estuviéramos aquí.

—Estamos dentro de un monstruo, bebé, no hay de qué preocuparse.

Gastón se inclinó sobre Candela y besó su cuello, haciéndola reír. Aparté la mirada hacia el camino en frente de mí y lejos de la pareja feliz de atrás.

—Cande tiene razón, Gas. Mis padres alquilaron este auto así podríamos movernos fácilmente en el clima helado. Además, esta Casa del Panqueque no es algo que quieras perderte. Pilas de panqueques cubiertos de cualquier adicional que puedas imaginarte. Estoy babeando de solo pensarlo —replicó Pablo, sonriendo.

—¡Ugh! Voy a pesar como cien kilos cuando nos vayamos de aquí. Todo lo que hacemos es comer. Si me hacen parar en una de estas tiendas de caramelos una vez más, creo que voy a correr gritando por e otro lado —dijo Candela en el asiento de atrás.

Gastón rió.

—O irás a probar cada muestra que tengan.

Candela golpeó su brazo, en broma.

—Oh, cállate. No me recuerdes de mi debilidad y el daño que le hecho a mis caderas.

—Me encantan tus caderas así —replicó Gastón con un susurro ronco que todos pudimos escuchar.

—De acuerdo, ustedes dos. Voy a tener que hacerlos caminar al restaurante si no se enfrían ahí atrás —advirtió Pablo, lanzándoles una sonrisa por el espejo retrovisor.

Mantuve mi atención en el camino mientras la nieve que caía parecía ponerse peor. Toqué mi cinturón de seguridad y un pequeño golpe de dolor me hizo recordar a Peter de pie en mi habitación de hospital, diciéndome que mi cinturón de seguridad había salvado mi vida. Aun así, mi mamá había dicho que había sido lanzada por no haber estado usando mi cinturón de seguridad y no usarlo había salvado mi vida. Hubiese sido destruida si es que me hubiese quedado dentro del auto. El recuerdo de un peso pesado estando en mi pecho, hizo difícil para mí que la respiración me golpee. Había estado en el auto cuando finalmente había dejado de rodar. Había pensado que me sofocaría por el peso en mí. Luego había sido sacada del auto y recostada en el césped. El dolor había sido tan intenso que no podía abrir mis ojos. ¿Cómo había salido del auto? Alguien lo había hecho. Alguien me había quitado mi cinturón y me había sacado del auto destrozado y recostado a salo en el césped. Nunca le pregunté sobre el cinturón de nuevo.

Ahora, mientras estoy en el camino entre las montañas de hielo, lentamente me doy cuenta. El alguien que me había sacado del accidente tendría que haber sido solo una persona que sabía que había estado usando mi cinturón. ¿Por qué no se lo había preguntado de nuevo? Me había olvidado sobre su conocimiento de que había estado usando el cinturón de seguridad. Pablo se había mostrado y me había permitido olvidarle del accidente y de los eventos. 

—¿Estás bien? —La manos de Pablo se deslizó a través de mi pierna y tomé su mano entre la mía.

Enmascaré mi dolor y me volteé para darle una sonrisa tranquilizadora. 

—Sí.

Asintió con la cabeza hacia la nieve fuera de mi ventana.

—Es hermoso, ¿verdad?

Asentí porque tenía razón, lo era, pero también porque me daba una excusa para seguir mirando entre la oscuridad.

—¡Pablo! ¡Cuidado! —La voz de Gastón rompió entre el silencio de la camioneta como una bala y Pablo apartó el vehículo del camino y nos deslizamos contra el lado de la montaña, antes de detenernos completamente a solo unos pasos atrás de un auto que acababa de golpear un cubo de hielo y se había deslizado justo en frente de nosotros.

Pablo abrió su puerta rápidamente.

—¡Llamen al 911! —nos gritó y Gastón saltó fuera del vehículo con él.

Busqué ciegamente mi cartera, no queriendo quitar mis ojos del auto con humo en caso los viera. Las almas que saldrían de ahí, si es que el accidente había matado a los pasajeros. Sabría pronto si es que habían muerto…¿verdad?

—Ha habido un accidente realmente feo delante de nosotros. —La voz de Candela vino detrás de mí y supe que había encontrado su celular y ya había hecho la llamada.

Solté mi cartera y me acurruqué contra el asiento de Pablo para salir por su puerta, desde que la mía estaba contra la montaña. Destellos empezaron a volar por el auto volteado y Gastón cogió el brazo de Pablo y lo hizo retroceder.

—No, hombre, detente —dijo y Pablo pareció dividido entre si debía de tratar de ayudarlos o retroceder.

Destellos y humo tan cerca de la gasolina significaba que el auto iba a encenderse en cualquier momento y posiblemente explotar.

—¡Retrocedan! —gritó Candela, saltando fuera del auto y corriendo hacia nosotros con el celular en su mano—. La chica en el teléfono dice que retrocedamos. El humo y destellos son signos malos y ella dijo que los paramédicos y los bomberos están en camino, pero no necesitan más heridos, no ayudará a la gente en el auto.

—Tiene razón, Pablo, vamos. Retrocede.

Pablo me miró frenéticamente.

—Retrocede, Lali —dijo él.

Antes que alguno pudiese reaccionar, el fuego se prendió y el auto en frente de nosotros se encendió en llamas. Un grito hizo eco en mis oídos y me estremecí ante la idea de gente dentro que no habíamos sido capaces de ayudar. Congelada con horror, todos estuvimos ahí de pie y observamos, incapaces de hacer nada para ayudarlos. Los llantos de Candela fueron controlados por la suave voz de Gastón. Los brazos de Pablo vinieron alrededor de mí y me retrocedí más del calor de las llamas. Lo dejé apartarme pero no quité mis ojos del auto. Necesitaba ver si estaban muertos.

—No mires, Lali. —La voz de Pablo en mi oído fue un ruego suave. Él no entendía el motivo por el que tenía que mirar y no podía contárselo.

Luego lo vi. Salió de la oscuridad y caminó directamente hacia el fuego. Me aparté del agarre de Pablo y corrí hacia el fuego. Él estaba aquí. Peter estaba aquí.

—¡Lali, no! —La voz de Pablo gritó detrás de mí.

—¡Detenla! —gritó Candela con voz de pánico, pero no podía detenerme.

¡Peter estaba aquí! Estaba ahí. El fuego no le haría daño. Lo entendía ahora. Brazos se envolvieron a mí alrededor y me empujaron hacia atrás mientras luchaba contra ellos.

—¡No, detente, no puedo…necesito llegar ahí! Necesito ver —rogué mientras luchaba contra los brazos de Pablo, sin quitar nunca los ojos del auto encendiéndose. 

Peter salió con dos personas a su lado. Era una pareja joven. Empecé a gritar su nombre mientras Pablo me sostenía con fuerza en sus brazos. 

—Por favor, por favor déjame ir. Necesito ir —rogué, observando mientras Peter se detenía y me miraba.

Sus ojos estaban brillando, brillando en la oscuridad mientras me observaba luchar y decir su nombre en los brazos de Pablo. Estaba ahí, tan cerca, y la gente a su lado estaba mirando hacia el auto en llamas del que acababan de escapar. Se volteó de mí con una onda de su mano y los tres se habían ido. Observé con horror mientras la oscuridad volvía. El auto siguió quemando y escuché a los bomberos acercándose.

—Ven Lali, regresa bebé —susurró Pablo en mi oído.

—Están muertos —susurré, sabiendo por qué Peter había venido.

Pablo me jaló contra él y me sostuvo en un abrazo apretado. Lo dejé. Él no tenía ni idea lo que yo acababa de ver. Nadie lo sabía. Todo lo que veían era el vehículo incendiándose. Yo acababa de ver a la hermosa alma que había robado mi corazón, emerger de la oscuridad y tomar las almas de las personas dentro del auto incendiándose. No era un alma normal. Siempre me había dicho que era diferente. Ahora entendía a qué se refería. Era diferente. Su existencia era fría y solitaria. Un sollozo rompió mi cuerpo y me hundí contra el cuerpo de Pablo. Lloré al darme cuenta que Peter nunca había tenido una oportunidad para amar. Él vivía entre la tristeza. Tenía que caminar mano a mano con la muerte. Escuché la voz de Pablo intentando consolarme pero no podía aceptar sus palabras. Nada de lo que dijera hacía que todo esto esté bien. A Peter no se le había dado una oportunidad de vida y felicidad. Mi respiración vino en jadeos del dolor disparando en mi corazón. Era demasiado. Tenía un límite y estaba segura de haberlo alcanzado.

—No, señor, ella no está herida. No estábamos lo suficientemente cerca del auto y todos estábamos usando nuestros cinturones cuando llevé la camioneta hacia la montaña. Ella no está lidiando bien con lo que acabamos de presenciar… —se quebró la voz de Pablo.

Una voz no familiar habló detrás de mí.

—Necesita ser llevada para darle medicinas para calmarla. Esa clase de trauma emocional puede dejar efectos devastadores. 

Apreté mi agarre en Pablo. No podía ir ahora al hospital. No quería ver más enfermedades o almas perdidas. Sacudí violentamente mi cabeza contra su pecho.

—Está aterrada y no puedo simplemente dejarla ir sin mí. No puedo dejarla —escuché discutir a Pablo.

—Puedes ir con ella pero ella necesita atención médica. Esta no es una forma normal de lidiar con alguien así. La otra chica lo está manejando bien. Esta parece estar perdiendo el control.

—De acuerdo, pero no me separaré de ella —dijo Pablo, con determinación en su voz.

—No quiero ir al hospital —dije, en pánico. 

Me aparté de Pablo, intentando alejarme así podía correr hacia alguien seguro, alguien que no me haría ir. Nadie entendía lo que vería ahí. Lo que había visto esta noche.

—No, no lo hagas —escuché la protesta de Pablo y pensé por un momento que me estaba hablando a mí cuando sentí la aguja y el mundo se puso a dar vueltas antes de ponerse negro.

****

—No, la inyectaron para poder dormirla. Intenté detenerlos pero sucedió antes que pueda hacer algo. —Escuché la voz de Pablo en la oscuridad.

—He llamado a su madre y está terriblemente preocupada. Le dije que no venga. Haré que nos podamos ir en unas cuantas horas. —La voz de la mamá de Pablo sonaba preocupada.

—¿Cómo están Cande y Gas? —preguntó Pablo antes que sus dedos gentilmente acaricien mis brazos. Sabía que era su toque.

—Los dos están bien. Candela está bien. Está muy preocupada por Lali. Le aseguré que Lali solo estaba descansando.

Hubo varios minutos de silencio. Dejé que el toque de Pablo me consuele. Me ayudó a luchar contra el horror que solo estaba conteniendo. Sabía que había dolor esperándome, pero no estaba lista para enfrentarlo.

—Querido, ¿ella es siempre así de inestable? Sé que es una cosa horrible de presenciar pero para que ella se aparte así completamente, bueno, ¿crees que tiene algún problema mental de los que no estés al tanto? 

Pablo no dijo nada al principio y me pregunté si él había sacudido su cabeza o se había encogido de hombros. Lo escuché suspirar.

—No lo sé, mamá —dijo silenciosamente.

Pablo siempre parecía ser completamente ciego a los problemas. Siempre me había preguntado si él simplemente no notaba la forma en que miraba y observaba las cosas que él no podía ver. Luego estaban mis cambios de humor que él parecía tomar nota. Tal vez había visto más de lo que me daba cuenta. Pánico apretó mi pecho mientras me daba cuenta que también podría perder a Pablo. Esta vez él no sería capaz de ignorar mis problemas serios. No era normal. Nunca lo había sido.

—Puede que necesites realmente pensar sobre tu relación con ella. No es saludable involucrarte con alguien que es emocionalmente vulnerable. La gente así de emocionalmente débil puede ser peligrosa.

La mano de Pablo dejó de acariciar mi brazo.

—No te pedí tu opinión. No digas cosas así sobre Lali de nuevo. ¿Me entiendes? Nada está mal con ella que sea peligroso o dañino. Ella solo se siente más profunda que otros.

Pensé en lo profundo que amaba a Peter y no podía discutir con él. Sí me sentía más profunda que normal.

—Lo siento querido. No debía haber dicho nada pero esto solo es preocupante para una madre, eso es todo. Quiero lo mejor para ti. Asegúrate que ella lo es.

Quería abrir mis ojos y decir: “Escucha a tu madre, no soy buena para ti, Pablo”, pero no lo hice. Porque era egoísta y estaba asustada.

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