jueves, 9 de julio de 2015

Existence: Capítulo Trece

Miro mi identificación. Mi madre estaría emocionada. Esto iba a verse increíble en mis aplicaciones de la universidad. Mientras más servicio comunitario, mejor, bueno, mientras sea voluntario y no obligatorio. He sido asignada la tarea de leer a los niños hoy desde qe es mi primer día y no tienen a nadie que me entrene para hacer trabajos más difíciles.

Salgo de elevador en el piso de pediatría y tres almas que he pasado en los pisos anteriores se quedan observándome. Asiento hacia ellos.

—Hola —digo y todos parecen sorprendidos.

Me volteé y seguí las direcciones que me dio el voluntario en la recepción. No me tomó más de unos minutos darme cuenta que el piso de pediatría estaba lleno de almas deambulando. Pasé a los niños en sillas de ruedas observándome con curiosidad. Sonreí y saludé mientras los pasaba. Mi corazón empezó a doler por razones más allá de mi pérdida. Ver las pequeñas sonrisas en sus rostros pálidos no era fácil. Una pequeña niña con cabello largo, rojo y ondulado, atrapó mi atención. Estaba de pie en la puerta de su habitación, mirando fijamente, no a mí, sino a cada lado de mí y detrás de mí con curiosidad antes de mirarme directamente. Disminuí mi caminata y volteé la mirada hacia atrás, dándome cuenta que la mayoría de las almas a las que había sonreído y hablado me estaban siguiendo. Ella podía verlas. Me detuve y estudié su dulce y pequeño rostro. Estaba de pie con lo que parecía ser un caminador. Miró hacia las almas de nuevo y sonrió cálidamente y luego sus pequeños ojos me encontraron.

—¿Los ves? —pregunté con un susurro, con miedo a que los otros me escuchen y crean que estaba loca.

Ella asintió, balanceando su cabeza y sus ondas rojas.

—¿Y tú? —preguntó con un susurro alto. Asentí con la cabeza—. Genial —replicó, sonriendo.

Le guiñé y luego continué mi camino hacia el salón de actividades. No podía quedarme ahí hablándole a una niña en los pasillos sobre las almas que ambas podíamos ver sin atraer atención. Nunca había conocido a nadie más que pudiese ver almas. Era difícil solo alejarme de ella conociendo su pequeño rostro. Pero supe que la vería de nuevo. Tenía la intención de encontrarla más tarde.

Encontré la puerta celeste con la cita: “Hoy eres Tú, que es más verdadero que verdad. No hay nadie vivo que sea más Tú que Tú” – Dr. Seuss, pintado con colores brillantes. Aquí era donde supuestamente debería de estar. La abrí e inmediatamente encontré los estantes de libros a la derecha.

Me volteé y le sonreí a las almas que me habían seguido adentro. 

—¿Alguno de ustedes tiene una sugerencia? —Todos me estudiaron y algunos se acercaron a observarme o tocarme. No podía sentirlos—. ¿Nadie? —La habitación permaneció en silencio. Suspiré y regresé a los libros—. Muy bien, escogeré uno yo misma.

—Mi favorito es “En dónde están las cosas salvajes”. —Me volteé pensando que un alma finalmente había hablado. Las almas estaban observando a la pequeña niña de cabello rojo del pasillo. Estaba de pie en la puerta, sonriéndome—. No te hablarán, sabes. No pueden —dijo, mientras entraba.

—¿No pueden? —pregunté, bajando la mirada hacia sus ojos que se veía mucho más grandes que su pequeño cuerpo.

Sacudió su cabeza tristemente y suspiró.

—No, he intentado lograr que lo hagan. Les gusta que les hablen. —Se detuvo—. Bueno, a alguno de ellos les gusta que les hables, pero no pueden responderte. Son almas luchando por su regreso así que se quedan aquí y deambulan sin sentido. —Miró sobre su hombro hacia ello con un suspiro—. Pero empiezan a olvidar quién son o por qué están aquí. Es triste, en serio. Si se hubieran ido en primer lugar, entonces a sus almas les hubiesen dado otro cuerpo y otra vida en lugar de esta existencia sin sentido.

Caminé hacia ella y me senté en la silla en frente de ella.

—¿Cómo sabes esto? —pregunté, sorprendida que alguien tan pequeña pudiese saber mucho más que yo sobre las almas que había visto toda mi vida.

Se encogió de hombros.

—Supongo que él no quería que tenga miedo. Ellos le tienen miedo a él, ya sabes y él no quería que yo le tenga miedo. Él tampoco quería que le tenga miedo a ellos. Y creo que tal vez él no quería que yo me vuelva como ellos.

Sacudí mi cabeza, intentando descubrir de quién estaba hablando. 

—¿Qué quieres decir? ¿Quién es él?

Frunció el ceño y las almas que se habían reunido en la habitación se desvanecieron.

—Le tienen miedo a él, como dije. Él es el único que recuerdan porque él fue la última cosa que vieron mientras estuvieron vivos. Tonto, realmente, no es su culpa. Solo estaba programado.

Me congelo ante sus palabras y agarro el brazo de la silla en la que estaba sentada, buscando apoyo. Mi corazón empieza a golpear en mi pecho mientras pregunto—: ¿Qué quieres decir por «programado»?

Me estudia por un minuto y luego susurra—: Estaba programado para ellos morir. Justo como el mío llegará pronto. Él me lo dijo. Se supone que no debió de hacerlo, pero él puede romper las reglas si así lo desea. Nadie puede detenerlo. Finalmente es su decisión.

Trago la bilis en mi garganta ante la pequeña niña hablando de su muerte.

—¿Quién te lo dijo? —pregunto de nuevo.

Sacude su cabeza.

—No te pongas triste. Él dijo que este cuerpo que tengo está enfermo y una vez que muera, obtendré uno nuevo y una nueva vida. Las almas no son forzadas a deambular en la Tierra. Solo las que están muy asustadas de irse, se quedan aquí. Si escoges dejar la Tierra, regresarás en un nuevo cuerpo y vida. Tu alma, sin embargo, será la misma. Él me dijo que el hombre que escribió mis libros favoritos, Las Crónicas de Narnia, dijo que: “Tú no eres un cuerpo. Tú tienes un cuerpo. Tú eres un Alma.” 

Sonrió ante la idea como si fuera brillante.

Tomé una profunda respiración para calmarme antes de preguntarle una vez más.

—¿Quién es él?

Frunció el ceño.

—¿El autor? C.S. Lewis.

Sacudí mi cabeza.

—No, el que te ha contado todo esto. Al que las almas tienen miedo. —Frunció el ceño y se volteó para irse—. No, espera, por favor…necesito saber quién es él —rogué.

Volteó la mirada hacia mí y sacudió su cabeza.

—Hasta que sea tu momento, no puedes saberlo.

Se fue.

Sostuve el libro, “En donde están las cosas salvajes”, en mis manos, lista para leérselos a los niños, pero ella no vino con ellos. Forcé una sonrisa y un tono alegre mientras leía las palabras que recordaba de mi niñez. Varios chicos pidieron otros libros cuando terminé y aturdida cogí cada libro del estante y los leí, hasta que las enfermeras insistieron en que era momento de volver a sus habitaciones para cenar. Después de varios abrazos y agradecimiento, me dirigí hacia los pasillos. Esta vez, no me molesté en sonreírles a las almas que deambulaban. No me podían ayudar. Estaba bastante segura que la única que podía hacerlo era la pequeña niña que había hablado con “él”, y en el fondo temí saber quién era él exactamente. 

****

—Tengo una sorpresa para ti —anunció Pablo mientras entraba a mi sala de estar a las siete de la noche.

Alcé la mirada de mi libro de texto, abierto en la mesa, y le sonreí. Ver a Pablo ayudaba a tranquilizar el hueco dentro de mí. Se arrodilló, me besó suavemente en los labios y luego dejó un folleto en frente de mí en la mesa.

—¿Gatlinburg, Tennessee? —pregunté, leyendo el folleto en frente de mí, con la imagen de una montaña de nieve con un telesquí y calles iluminadas.

Sonrió y se sentó en la silla a mi lado.

—Todo un fin de semana de esquiar y comprar. Mis abuelos tienen una cabaña ahí que vamos cada año. Hablé con Cande y ella ha conseguido el permiso de su papá. Él está cubriendo el costo del viaje y la estadía de ella y Gas, y mis padres quieren hacer lo mismo contigo por todo tu duro trabajo en ayudarme a conseguir una buena nota en Oratoria. —Sonrió perversamente—. Y porque saben que no iré a menos que tú vayas.

Ir a esquiar no era algo en lo que quería pensar ahora mismo. Emocionalmente, apenas estaba viva y necesitaba encontrar a Peter. Simplemente no podía descubrir cómo iba a encontrarlo exactamente.

—Caray. 

Forcé una sonrisa. Él tomó mi sonrisa falsa como entusiasmo y abrió el folleto. Empezó a hablar sobre todas las cosas por hacer encima de la montaña. Estaba intentando envolver mi mente sobre cómo iba a decirle que no cuando entró mi mamá.

—Hola Pablo, ¿ya comiste? Traje comida China de mi cita con mi agente literario. ¿Alguno de ustedes tiene hambre? —preguntó.

—Estoy lleno —dijo Pablo con entusiasmo.

—No, gracias —repliqué.

La idea de comida daba vueltas mi estómago. Me di cuenta que Pablo le estaba contando a mi madre sobre el viaje de ski y entré en pánico, intentando pensar en otra forma de detener esto.

—Oh, eso sería perfecto Lali. Tú tía nos ha pedido que vayamos al rancho por Acción de Gracias, pero odiaría llevarte ahí a presenciar tu primer Acción de Gracias sin su esposo. Ella me necesita y podría ir si vas a pasar el feriado en las montañas con amigos. No me sentiré como que estás sufriendo totalmente. Esto es justo perfecto. Pablo, gracias. Tendré que llamar a tus padres esta noche y obtener detalles. Quiero enviarle dinero, no me gusta la idea de que tus padres paguen por ella.

Pablo sacudió su cabeza.

—Oh, no, señora, eso no es necesario. Ellos quieren pagar por ella. Ella ha sido una respuesta por sus rezos con la nota de Oratoria de este año. No hubiesen podido pagar por un mejor tutor.

Me lanzó una sonrisa perversa y luego le sonrió educadamente a mamá.

Estaban planeando esto como si fuera un trato hecho. Mamá no iba a decirme que no o iba a cuestionarlo. No tenía salida a menos que quisiera herir, no solo a Pablo, quién no se lo merecía, sino también a Candela. Sin duda ella estaría emocionada sobre el viaje y aunque todo lo que yo quería era buscar a Peter, no podía. Hasta el momento, ni siquiera estaba segura sobre cómo empezar a buscar por él. Mi plan había llegado a un cese. En una repentina explosión de esperanza, revisé eBay por entradas de Alma Fría, pensando que tal vez si iba al concierto, podría verlo y saber que era real. Podía borrar todos esos miedos agitándose dentro de mí que él era algo que no habría podido tocar o tener. Pero incluso si pudiese pagar esas entradas, no podía pagar el costo de viajar para llegar a las fechas de sus conciertos.

—Supongo que eso es lo que necesitamos hacer mañana —dijo mamá.

No tenía ni idea de qué estaba hablando. Alcé la mirada hacia ella y fruncí el ceño.

—¿Qué?

Rodó sus ojos.

—Ir a comprar tu equipo de nieve, tonta. Vas a necesitar ropa más pesada de invierno también. ¡Oh, esto va a ser tan divertido! Estoy tan emocionada sobre esto. Ustedes dos hagan su tarea y yo iré a llamar a tu tía y hacerle saber que estaré ahí para Acción de Gracias.

Mamá nos dejó y Pablo se volteó, sonriendo triunfante, una caja de arroz frito en una mano y palillos en la otra.

—Ella es genial, lo juro. Los papás de Gas pusieron un poco de excusas. Ella fue tan fácil. —Besó lo alto de mi cabeza mientras regresaba a sentarse en la mesa—. Mejor será que llames a Cande y le cuentes las buenas noticias antes de empezar. Está esperando oír de ti.

Asentí y busqué mi celular. Iba a tener que actuar emocionada por el bien de Pablo y el de ella. El celular timbró una sola vez antes de que un intenso grito se oiga al otro lado de la línea.

—Por favor di que sí, por favor, por favor, por favor. —La voz de Candela cantó al otro lado de la línea.

—Dijo que sí —repliqué con una sonrisa en la dirección de Pablo.

—¡Fabuloso! Vamos a pasarla tan bien. Comprar en la nieve. ¿Qué romántico es eso? Quiero decir, en serio, ¿qué mejor que tener nieve y calles llenas de tiendas? No, no hay nada mejor. Sin embargo, te advierto desde ahora, no voy a colocar ni un pie en el ski. No hay manera. Quiero comprar, no visitar la Sala de Emergencias. ¿Vas a esquiar?

Miré hacia Pablo quién obviamente podía escuchar su voz sobre el celular. Estaba asintiendo con una gran sonrisa en su rostro.

—No creo que tenga opción —repliqué.

—Ugh, bueno, yo sí y no lo haré. Quiero decir, te caes y obtienes fondos fríos y húmedos. No hay manera. No voy a hacerlo.

Pablo rió. 

—Usas un traje de nieve, Cande, mantiene tu trasero caliente —Pablo gritó fuerte.

—Como sea, no lo haré. Oh, necesito llamar a Gas y contarle. Tenemos que ir a comprar ropa de invierno real. Tendrás que dejar de lado tu servicio comunitario por una tarde o posiblemente dos. ¡Bueno, de acuerdo! ¡Yeee! Hablamos más tarde.

Colgó.

Cerré mi celular y lo recosté en la mesa.

—Ella podría ser un poco difícil durante las siguientes dos semanas —dije, bromeando.

Pablo asintió.

—Creo que tienes razón. —Se inclinó hacia atrás en su silla—. Así que cuéntame sobre este servicio comunitario.

No quería hablarle a él sobre esto. Miré hacia mi cuaderno en frente de mí.

—Bueno, estoy trabajando como voluntaria en el hospital. Hoy le leí libros a los niños.

Esperaba que esa información fuera todo lo que necesitara. Alcé la mirada hacia él y la admiración en sus ojos me hizo sentirme como una persona terrible. No había ido como voluntaria porque estaba preocupada por los demás. Lo había hecho para encontrar respuestas. Sin embargo, encontré todas las respuestas que podría obtener ahí. Ella solo había sido una niña, pero había hablado como si supiera exactamente de qué estaba hablando. Mañana, pensé sobre hablarle a los viejos que sabía que no tenían mucho tiempo para ver si alguno de ellos podría decirme si habían visto a esta persona a quién ella se refería.

—Tú eres una chica especial, Lali Esposito, y soy increíblemente suertudo —dijo Pablo, mirándome con una emoción en sus ojos que no merecía.

Sacudí mi cabeza.

—No, soy tan normal como todos. Confía en mí. Ahora, hagamos algo de tarea.

Necesitaba cambiar de tema antes de romper en lágrimas y admitir la horrible persona que era realmente. Usaba a Pablo como comodidad. Ahora, estaba usando a personas enfermas que me ayuden a encontrar a Peter. ¿Me detendría en algún momento? ¿El amor era así de egoísta?

—De acuerdo, esta semana estamos frente a una pregunta retadora de si los estudiantes de secundaria deberían recaer en tomar café en las mañanas. Bastante profundo, ¿eh?

Logré una risa que no sentí y busqué mi laptop.

—Creo que necesitamos buscar en Google esta pregunta. Porque yo creo que el café es el néctar de los dioses y sí, lo necesitamos desesperadamente. Sin embargo, estoy pensando que tu profesor piensa diferente.

Pablo se encogió de hombros.

—Odio estas cosas, no soy de ayuda. ¿Realmente crees que el Internet va a tener esta información?

Miré hacia él mientras presionaba Enter.

—Um, sí, lo hago. Tendremos los argumentos de los grupos conscientes de la salud y los de Starbucks, ambos en la punta de nuestros dedos en solo un segundo.

Pablo se inclinó hacia adelante, miró a la pantalla y sonrió.

—Genial, ¿así que, qué lado debo tomar para este discurso?

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