lunes, 20 de julio de 2015

Existence: Capítulo Diecisiete

—Lali. —La Dra. Emilia entró al Gran Salón donde estaba sentada jugando Monopolio con Rochi, quién hacía trampa, y Kim, quién mira todo el tiempo a Rochi por hacer trampa.

—¿Sí, señora? —pregunté.

Le sonrió a las chicas que estaban conmigo y sostuvo un papel en sus manos.

—Es tiempo de tu evaluación. Por favor, ven conmigo.

Me puse de pie, retirando mi posición en forma de indio en el suelo.

—Ah, mierda, me estaba divirtiendo contigo, petisa[1], y ahora te van a decir que no tienes problemas mentales y te enviarán a casa.

Rochi me sacó la lengua y me guiñó el ojo. Había empezado a llamarme petisa en los últimos días. Era ligeramente molestoso, pero no valía la pena hacer de ello un problema. Forcé una sonrisa y seguí a la doctora. No estaba lista para irme todavía. Peter había venido a mí anoche y temía que una vez que estuviera en casa él me dejaría de nuevo. Mi pecho anhelaba, recordándome que aún estaba vacío. La Dra. Emilia abrió la puerta de su oficina y la sostuvo para que yo entrara.

—Tendrás que ignorar el desastre en mi escritorio. He estado revisando cuadros esta semana y siempre se me escapa de las manos. —Me sonrió con disculpa y caminó para ponerse de pie detrás del escritorio—. Por favor, toma asiento —dijo, haciendo un gesto hacia las sillas negras llenas de cosas a mi lado. Me hundí en una mientras la Dra. Emilia tomaba el papel en sus manos—. Parece, Lali, que eres la paciente mentalmente más saludable que hemos tenido en mucho tiempo. Tienes compasión y haces amigos con incluso los casos más difíciles, lo que solo refuerza tu diagnóstico que no estás mentalmente enferma. Ser amiga de alguien como Rocío Igarzabal no es fácil, y Guadalupe es su única amiga porque ella parece sufrir del miedo del rocío. Las evaluaciones de tus enfermeras dicen que eres buena y comprendes. Reaccionas de la forma en que una que entiende que está rodeada de gente con enfermedades mentales y eres paciente con ellos. Eso no sólo te hace una paciente muy placentera sino también una muy estable. —La Dra. Emilia dejó el papel en su escritorio—. El hecho es que: no perteneces aquí.

Asentí con la cabeza, sabiendo que no había punto en discutir con la doctora que era un caso mental y necesitaba quedarme. La Dra. Emilia miró hacia la pizarra en frente de ella.

—Cuidadosamente miré la recomendación enviada cuando tu médico te derivó acá para ayudarte a aprender a lidiar con el trauma que sufriste. Normalmente no estoy tan en desacuerdo con las observaciones de otros doctores, pero esta vez te diagnosticaron muy mal. Ahora, la pregunta que me fascina es por qué, Lali Esposito, ¿te hundiste tanto en ti misma que tu mamá buscó atención médica para ti?

Tragué, el miedo formándose dentro de mí ante la idea que iba a ser enviada a casa hoy y esta noche no tendría a Peter. Necesitaba una razón para quedarme. Miré hacia la Dra. Emilia y me pregunté si podría ser honesta con ella y si la verdad me mantendría aquí. Si le contaba que veía gente muerta, ¿cambiaría de idea? Empecé a hablar y una imagen de los ojos llorosos de mamá cuando vino a visitarme ayer se insertó en mi mente. Me extrañaba y estaba preocupada por mí. La estaba hiriendo, o al menos la enfermedad que pensaba que tenía lo estaba haciendo. Si le admitía que veía almas, sin duda me colocarían como loca. Sería diagnosticada con todo un nuevo problema y mi madre estaría consumida por la preocupación. Solo intentaría obtener una noche más. Una oportunidad más de escuchar a Peter y esta vez, lucharía contra el sueño que siempre evitaba que lo vea. Encontraría una manera de hablar con él.

—El accidente de auto me molestó y me hundí en mí misma porque no me gustaba pensar en lo que había visto. Acordé venir aquí para hacer sentir mejor a mi mamá. La estaba asustando con la manera en que me recluí. Mi estancia aquí me ha abierto los ojos y siempre lo agradeceré. Las chicas aquí son como yo, pero tienen enfermedades mentales que hacen difícil vivir una vida normal. Aun así son personas. Aún tienen sentimientos y quieren ser aceptadas. He disfrutado conocerlas a todas. Tiene razón, no tengo las condiciones mentales que los otros pacientes sí, pero estar alrededor de ellas me ha ayudado a aprender a aceptar lo que testigo.

La Dra. Emilia sonrió.

—Bueno, eso continúa confirmando mi diagnóstico. Estás completamente saludable mentalmente y muy madura para tu edad. ¿Te gustaría llamar a tu madre y contarle que eres libre de ir a casa?

Este era mi momento para pedirle una noche más. Necesitaba decir adiós. Necesitaba abrir mis ojos esta noche y verlo. No podía irme hasta haberlo visto.

—Dra. Emilia, ¿sería un problema si me quedo esta noche y me voy a primera hora de la mañana? Me gustaría cenar con mis nuevos amigos y decir adiós apropiadamente a todos.

La Dra. Emilia me dio una sonrisa lenta y placentera, antes de asentir con la cabeza.

—Creo que sería perfecto.

Miré hacia el celular en su escritorio.

—¿Puedo llamar a mi mamá, entonces, y hacerle saber que soy libre de irme mañana?

Pensé en cómo las noticias de que estaría en casa en la mañana iba a volver una sonrisa en su rostro. Saber que estaría aliviada tranquilizó mi dolor, pero no lo suficiente.

****

Cargué mi bandeja de comida para sentarme al otro lado de Rochi y Guadalupe. Rochi inclinó su cabeza de lado a lado como usualmente lo hacía cuando estaba pensando en algo, y deslizó su anillo de la lengua contra sus dientes varias veces. 

—¿Te irás, verdad petisa? —Sonreí hacia ella y asentí con la cabeza. Ella suspiró dramáticamente—. Resulta que te envían a casa desde que no tienes ningún quiebre mental. Quiero decir, ni siquiera gritas en las noches. Entonces, por supuesto, él te canta. Me impresiona, realmente. Él me asustaría horrible si viniera a mi habitación. No eres nadie a quién temer, pero el hecho que no le tienes miedo hace que te conviertas en alguien con la que no quiero meterme.

Me congelé, escuchando sus palabras. Ella sabía que Peter había venido a mí en la noche y me había cantado. ¿Cómo lo sabía? ¿Lo había visto? ¿Veía almas? ¿Ese era mi problema? ¿Era una Esquizofrénica? Se rió locamente y me guiñó el ojo.

—Estás pensando que quizás estás loca después de todo, ¿no, petisa? Desearías estar así. No hay chance, chica. No hay ni una maldita chance —susurró, inclinándose hacia mí así las enfermeras no la escucharían maldiciendo.

—¿De qué hablas? ¿Tomaste tus medicinas hoy Rochi? Porque estás hablando más loca de lo normal —dijo Guadalupe, frunciendo el ceño.

Rochi no quitó los ojos de mí. Casi tenía un brillo en ellos mientras me observaba, disfrutando de la confusión que sabía que estaba clara en mi rostro.

—Solo puedes verlo cuando viene a buscarte, petisa. Eso lo sabes, ¿verdad? Solo de los que su tiempo está cerca. Sé por qué está aquí—. Inclinó su cabeza de lado a lado y me miró de cerca. —Pero él no me canta. No, él no me canta a mí.

Guadalupe suspiró fuerte y miró a Rochi.

—Si no dejas de hablar como una psicópata, voy a llamar a la enfermera Esperanza para que te drogue hasta el culo —gruñó. 

—¿Quién es él? —le pregunté a Rochi silenciosamente, con miedo que no supiera de verdad.

Una sonrisa triste tocó sus labios rojos y sacudió su cabeza.

—Ah, así que no está viniendo por ti entonces. Tan raro. Lo ves y él está contigo mucho pero todavía no ha venido por ti. Él es el único que puede decírtelo.

Rochi se puso de pie, dejando su bandeja sin tocar en la mesa, y se alejó.

Guadalupe me miró y sacudió su cabeza tristemente.

—Está escondiendo sus medicinas debajo de su lengua de nuevo y las escupe en el inodoro. Voy a tener que decirle a alguien antes que se vuelva más loca. Supongo que si deja de tomarlas por mucho tiempo, puede hacer algo fatal.

Guadalupe cogió un pedazo de pan, se puso de pie y fue hacia la enfermera Esperanza.

Esta noche estaba decidida a preguntarle de nuevo, pero el miedo de que lo apartaría me asustaba más que las palabras de mi amiga psicópata.

****

Empaqué los últimos pares de vaqueros en mi maletín y lo cerré. Los cajones estaban vacíos y el ropero ya no tenía mis cosas. Caminé hacia la pequeña y redonda mesa y tomé las cartas que Pablo y Candela me habían enviado. Leerlas cada mañana me había dado una razón para sonreír. Las deslicé en mi bolsillo de mi bolso y me senté en la cama. Me habían dado permiso para venir a mi habitación tan temprano como quisiera. Las reglas de exclusión ya no me aplicaban y necesitaba empacar. La pequeña habitación no era más grande que el walking closet de mi madre, pero iba a ser difícil alejarme de este en la mañana. Justo como en casa, esta habitación había tenido a Peter. Tendría los recuerdos de él.

La enfermera Esperanza estaba caminando por los pasillos, haciendo sonar su campana, que anunciaba que se apagaban las luces. Me puse de pie y aparté las sábanas de mi cama y me deslicé antes de apagar mi lámpara. Esta noche él vendría y yo le hablaría. No tendría que preocuparme que él me deje y no vuelva porque yo me iba en la mañana. Quería saber por qué Rochi sabía quién era él o si pensaba que él era alguien más. ¿Era él el mismo que había mencionado la niña en el hospital? Ella hablaba de alguien que había dicho que se la llevaría pronto.

Peter había sido el que se había llevado a la pareja del incendio del auto en su muerte. ¿Es eso lo que él hizo? ¿Era él el alma que iba y se llevaba a las almas cuando fallecían? Cerré mis ojos y esperé. Pensé sobre las cosas diferentes que había visto y lo que Rochi y la niña habían dicho. Todo apuntaba a que Peter era un guardián de alguna clase. Tal vez un ángel. Esperé por la música. Esperé a que Peter viniera y me cantara.

Pero nunca vino.

El sol de la mañana lanzó un brillo a través de la habitación amarillo pálido mientras estaba con mis bolsos, mirando alrededor a ver si me había perdido de algo. Me estaba yendo sin respuestas. Mis pensamientos volvieron a Rochi. Deslicé mi mochila sobre mi hombro y bajé las escaleras para encontrarla. Quería hablarle una última vez antes de irme. Decirle adiós y preguntarle una vez más si podía explicarme quién era el que pensaba haber escuchado en mi habitación. El Gran Salón estaba vacío y los sonidos de gente hablando vinieron del comedor, donde todos estaban tomando desayuno. Rochi podía estar ahí. Dejé mis bolsas al lado de la puerta y fui a darle mi último adiós.

El momento en que entré al comedor, miré hacia la mesa del fondo. Guadalupe estaba a solas al final, mirando a su plato mientras metía comida en su boca. Miré hacia la línea donde servían la comida y las enfermeras habían terminado de servir. Todos estaban sentados en sus mesas para comer. La enfermera Esperanza alzó la mirada y asintió hacia mí con una sonrisa triste en su rostro. Caminé hacia Guadalupe y me senté al frente de ella. 

—Se ha ido —dijo Guadalupe mientras se insertaba otro mordisco de queso en su boca.

—¿Rochi se ha ido? ¿Qué quieres decir? —pregunté, confundida. La acaba de ver antes de irme a la cama anoche, sentada con un grupo de otras chicas, jugando un juego de cartas.

Guadalupe alzó su mirada hacia mí y frunció el ceño.

—Se puso como loca con ellas esta mañana alrededor de las cuatro. Empezó a gritar y maldecir y tuvieron que sedarla. Se está poniendo peor y la Dra. Emilia no se quedará con las que se vuelven tan problemáticas que se vuelven peligrosas para ellas mismas. Las transfiere al hospital donde pueden ser mantenidas en el piso solitario bajo llave. —Guadalupe sacudió su cabeza y tomó un gran sorbo de leche chocolatada—. Yo sabía que ella sería enviada tare o temprano. Siempre sucede lo mismo con las Esquizofrénicas.

Sentí un nudo enfermo en mi estómago.

—¿Sabes a qué hospital fue enviada?

Guadalupe se encogió de hombros.

—No, porque no soy lo suficientemente loca para que me envíen ahí.

Me puse de pie.

—Bueno, de acuerdo. Um, realmente fue lindo conocerte, Guada. —Decirle que la vería más tarde sonaba extraño porque ambas sabíamos que no era cierto. Así que simplemente sonreí y dije adiós. 

Ella asintió, llenó su boca con un pedazo de tocino y miró hacia las ventanas que daban hacia el Golfo. Me volteé y me dirigí hacia la puerta. La enfermera Esperanza caminó hacia mí.

—Necesito que tu mamá llene unos papeles de liberación —dijo, siguiéndome hacia la puerta.

Me volteé hacia ella.

—¿Rochi fue enviada al hospital? —Quería escucharlo de una enfermera.

—Me temo que sí. Ella no está segura acá. Necesita un tratamiento más fuerte del que le podemos ofrecer aquí. 

Tragué el repentino nudo en mi garganta y caminé a su lado por el pasillo. Mi mamá me estaba esperando para saludarme. Estaba en el Gran Salón, observándonos mientras nos acercábamos. Miré sobre mi hombro a la enfermera Esperanza antes que estuviéramos lo suficientemente cerca de mi mamá como para que ella escuche.

—¿En qué hospital está ella? —Quería verla.

La enfermera Esperanza me sonrió.

—Mercy Medical.

El hospital donde me había apuntado como voluntaria. Sin embargo, ahora que tenía un historial de problemas mentales, ellos no me dejarían trabajar más en el hospital. Estaba bastante segura que aún podía visitar.

—Lali, te ves como si hubieses adelgazado —dijo mamá apenas estuve lo suficientemente cerca para escucharla. Caminó hacia mí y envolvió sus brazos a mí alrededor, sosteniéndome con fuerza—. Estoy tan feliz que estés viniendo a casa. Te haremos engordar en poco tiempo.

Sonreí y disfruté de la comodidad de sus brazos.

—Estoy segura que pizza y comida china serán aperitivos sin límites —bromeé y ella rió, apartándose de mí.

—Nunca dije que cocinaría la comida que te devolvería el peso.

Sus ojos estaban llorosos, pero supe que esta vez no eran lágrimas de tristeza.

****

¡Quedan tres capítulos!




[1] En el original, la llama Peggy Ann (Peggy de Pagan, nombre real). Peggy Ann fue una actriz infantil.

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