sábado, 18 de julio de 2015

Existence: Capítulo Dieciséis (Parte 2)

—Ya tienes un visitante y tan rico, riquísimo, que deberías de lamerte los labios —dijo Rochi, entrando a la biblioteca a la que estaba segura que nunca entraba. 

Alcé la mirada de la copia de “Orgullo y Prejuicio” que había encontrado entre los estantes de libros alineados en las paredes.

—¿Tengo a un visitante? —Tenía que ser Pablo—. Gracias.

Me puse de pie y seguí a Rochi hacia el Gran Salón donde todos los visitantes tenían que esperar. El fruncido de Pablo desapareció cuando me vio yendo hacia él. Una sonrisa tranquilizó la línea de preocupación en su frente.

—Lali —dijo, caminando hacia mí y dándome un fuerte abrazo. Me apreté contra él, luchando por no llorar. 

—Estoy tan contenta que hayas venido —susurrando, esperando que la emoción en mi voz no sea obvia.

—Te extraño Lali, muchísimo —dijo contra mi cabello, y nos quedamos ahí sosteniéndonos el uno al otro hasta que alguien se aclaró su garganta y me aparté a regañadientes. La enfermera Esperanza estaba frunciendo el ceño y sacudiendo su cabeza.

—Oh, vamos, puta de Twitter, esto es más entretenido que la mierda que tenemos que ver en la televisión —dijo Rochi desde su silla.

—Veinte minutos, Rochi —replicó la enfermera con aburrimiento.

—Ya casi he perdido todo mi maldito día de hoy, Enfermera Esperanza.

La miró y apuntó un dedo hacia Rochi. 

—Veinte minutos mañana y perderás todos tus privilegios por una semana si dices una mala palabra más.

Rochi rodó sus ojos y palmeó el asiento a su lado.

—Ven, trae al señor riquísimo por aquí así puedo mirarlo —dijo con un ronroneo en su voz.

—Rochi, anda a ayudar con las preparaciones del almuerzo.

Rochi miró a Esperanza y se puso de pie de un salto. 

—Iba a jugar limpio, sabes, Esperanza. Simplemente no eres nada divertida, nada.

Rochi lamió sus labios mientras pasaba al lado de Pablo y me guiñó el ojo. Apreté la mano de Pablo y lo llevé hacia el lado más lejano del Gran Salón donde ninguna televisión o juegos de mesa estaban colocados. Siempre estaba vacío.

Pablo me estudió con preocupación. 

—¿Todas son así como ella? —Pareció traumado. Me reí y empecé a sacudir mi cabeza y pensé mejor sobre ello.

—No, pero ella no es la peor aquí.

Pablo aún parecía horrorizado. Sonreí.

—Son bastante entretenidas una vez que te das cuenta que no te hacen daño. Me siento tan mal por ellas, Pablo. —Sacudí mi cabeza—. Como sea, cuéntame sobre la escuela y Cande y tú. ¿Cómo están todos?

El rostro de Pablo se suavizó en una sonrisa aliviada. 

—Ya te ves mejor. —Tocó el lado de mi cabeza gentilmente—. Dios, te he extrañado.

—Yo también te extraño. Gracias por venir hoy. Necesitaba hablar con alguien del mundo exterior. Cuéntame, ¿cómo están todos?

Me dio una sonrisa triste.

—Estamos preocupados por ti. Te extrañamos y hablamos de ti todo el tiempo. Absolutamente nada más está sucediendo. 

Quería decirle que pensaba en ellos todo el tiempo también, pero la verdad era que pensaba en Peter. Lo había escuchado anoche. Él había estado ahí, en mis sueños. 

—¿Trajiste mis tareas? —pregunté, mirando el bolso en sus manos.

—Oh, sí, aquí tienes. ¿Puedes hacerla aquí? 

Miró hacia las dos chicas que acaban de entrar y empezaron a jugar Monopolio. Aparentemente, estaban teniendo una discusión y habían empezado a lanzarle el dinero de mentira en las blusas de la otra y gritando. La Enfermera Esperanza corrió hacia ellas y empezó a romper la discusión. La escuché decirles cuánto tiempo a solas habían perdido. 

—¿Por qué sigue amenazando a todas con el tiempo? ¿Es el tiempo que tienes para salir o algo?

Reí y sacudí mi cabeza.

—No, de hecho es lo opuesto. Solo tenemos una hora al día para quedarnos en nuestras habitaciones a solas. Es un castigo que tu tiempo se reduzca. Tiempo a solas en tu habitación para escapar es codiciado. 

Pablo soltó un suspiro y sacudió su cabeza.

—No perteneces aquí Lali —dijo, mirándome con un fruncido.

Me encogí de hombros.

—Solo porque no lance golpes, maldiga a las enfermeras y lidie con voces en mi cabeza, no significa que no esté lidiando con mis propios problemas. 

No asintió en acuerdo. Su mano apretó la mía. 

—Te amo. No me iré a ningún lado —dijo con un susurro ronco. 

Lágrimas se acumularon en mis ojos y le di una sonrisa triste.

—Romeo, Romeo, en dónde estás, Romeo —llamó Rochi desde el pasillo mientras caminaba hacia las escaleras con sus brazos llenos de toallas.

Reí en voz alta.

—No hace daño —le aseguré a Pablo, y luego pensé en ello un momento—. Bueno, tal vez no tanto así, pero ahora mismo no tiene intención de hacer daño.

La mirada de horror de Pablo volvió. 

—¿Le echas seguro a tu puerta de noche? —preguntó, mirando alrededor como si tuviera miedo que uno de ellos lo escuche y vaya tras de él.

Sonreí y asentí con la cabeza.

—Pero sólo porque hay un montón de gritos y correteos de noche. Como pesadillas.

Sacudió su cabeza y me miró de nuevo.

—Por favor, apresúrate y ponte mejor y vuelve a casa. No perteneces aquí. 

—Lo sé. 

****

Los gritos empezaron justo después que las luces se apagaron. Cubrí mi cabeza y bloqueé el sonido. Había esperado todo el día para volver a esta cama y dormir profundamente donde con suerte podía escuchar su música. Pensé en los momentos que él me había cantado y los tiempos en que me había sostenido y besado. Mis ojos se cerraron y empezó la música. Luché, queriendo abrir mis ojos y encontrarlo en mi habitación. Él estaba ahí. Podía sentirlo. Su guitarra tocando mi canción de cuna e intenté desesperadamente abrir mis ojos. Era como si una sábana oscura estuviera sobre mí, una que no podía remover. En lugar de entrar en pánico, me dio calidez. La tranquilidad de saber que Peter estaba conmigo tenía que ser suficiente por ahora. Su voz se unió al sonido de su guitarra. Él sabía que estaba aquí y había venido hacia mí. No estaba a solas. Los sonidos de los gritos y puertas que se cerraban a golpes disminuyeron y todo lo que escuchaba era la música que ayudaba a llenar el hueco dentro de mí. Quería voltearme y enfrentar la fuente de la música y lanzarme en sus brazos. Me quedé dormida, incapaz de luchar más contra el sueño.

***

—¿Acaso no eres la pequeña Srta. Popular? 

Rochi estaba caminando por el pasillo hacia mi habitación cuando salí hacia el mismo después de una siesta de treinta minutos. Si no fuera por mis noches cuando la música venía y Peter estaba conmigo, perdería la cabeza por la monotonía de este lugar.

—¿Tengo visita? —le pregunté a Rochi mientras ella se dirigía hacia su habitación.

—Sip —dijo y cerró de un golpe la puerta detrás de ella.

No había forma que Rochi tuviera ningún tiempo a solas hoy. Personalmente había escuchado a la enfermera Esperanza quitarle dos días desde el desayuno. Alguien estaría buscándola en unos cuantos minutos.

Bajé las escaleras, ansiosa por ver quién había venido a verme. En el momento en que mis ojos encontraron a Candela sentada en la puerta de entrada con sus brazos cruzados sobre su pecho a la defensiva, rompí a correr. 

—¿Fue Rochi quién te contó que tenías visita? —preguntó la enfermera Esperanza, frunciendo el ceño y mirando detrás de mí. Asentí con la cabeza, no queriendo ser mala con Rochi y contar que se había ido a su habitación—. ¿En dónde está?

Alcé mis cejas y me encogí de hombros.

—Pensé que había vuelto acá.

La enfermera Esperanza miró hacia el pasillo, frunciendo el ceño mientras pensaba que se había perdido el regreso de Rochi. Asintió con la cabeza y regresó a escribir en su computadora. Candela lanzó sus brazos a mí alrededor apenas la alcancé. Se sentía tan bien verla. 

—Por favor, ven conmigo —susurró en mi oído.

Reí.

—No puedo.

—Te ayudaré a escaparte. Chica, esta gente está loca, necesitas salir. —Me aguanté una risa—. La chica esa Rochi es un caso loco y no volvió por esas escaleras. La estaba observando. Si no volvía contigo acá abajo, iba a subir para vengarme de ti.

Reí alto esta vez.

—Ven aquí así podemos hablar.

Tomé su mano y la llevé hacia donde me había sentado con Pablo hace dos días atrás.

Candela miró de nuevo hacia las escaleras.

—Ella aún no baja. Tal vez necesitas decirle a la enfermera —siseó Candela detrás de mí.

Me senté en mi silla y apunté a la que estaba a mi lado.

—No, no voy a decirle nada a Esperanza. Rochi no es mala. Realmente le gusta dejar una impresión. Es más sobre llamar la atención con ella. Y no quiero ser la que le acuse. Le gusto y me gustaría dejarlo de ese modo. He visto lo que hace a la gente que no le gusta. —Los ojos de Candela se pusieron enormes. Sonreí, tranquilizándola—. Cosas que una chica de secundaria haría para molestarte, no un asesinato, cálmate.

Candela pareció relajarse un poco y cruzó sus piernas en frente de ella, luego se inclinó hacia adelante para mirarme de cerca.

—Así que, ¿están siendo buenas contigo aquí? ¿Les gustas a las locas y nadie te está maltratando? Porque si lo están haciendo, voy a golpearlas. Nadie con un problema mental va a meterse con mi chica. Yo te cuido la espalda. —Su expresión de seriedad y fuerza me brindó calidez y sonreí.

—Todos son geniales, pero gracias por el apoyo.

Miró sobre su hombro hacia la enfermera Esperanza.

—Espero que las otras enfermeras presten más atención a los casos mentales más a lo que están haciendo. ¿Sabías que está en Twitter?

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