lunes, 18 de agosto de 2014

Ángeles Caídos #4: Veintinueve

Benja condujo hasta la zona de encuentro y mientras él bajaba del auto para encontrarse con el chantajista, yo llamé a Peter. Después de varias timbradas, tocó el contestador. —Benja ya entró. Estoy dirigiéndome hacia mi lugar. Llámame apenas escuches esto. Necesito saber que estás en tu posición.

Colgué, temblando por el frío horrible que estaba haciendo. Coloqué mis manos debajo de mis brazos para calentarlas. Algo no se sentía bien. No era usual que Peter ignorara una llamada, especialmente una mía, durante un momento urgente. Quería discutir esto con Benja, pero él ya no estaba dentro de mi vista. Si lo iba a buscar ahora, podía arriesgarme a malograr el plan. En lugar de eso, me dirigí hacia el estacionamiento que daba pie a mirar todo el cementerio.

Una vez en mi posición, miré hacia las piedras que sobresalían del jardín, de ese tan oscuro que parecía negro. Ángeles de piedra con alas parecían flotar en el aire justo por encima del suelo. Las nubes oscurecían la luna, y dos de las cinco luces en el estacionamiento estaban apagadas. Debajo, el blanco mausoleo radiaba una iluminación fantasmal.

¡Benja! —grité a través de la mente, colocando toda mi energía mental. Pero no hubo respuesta.

Mantuve mi mirada fija en el mausoleo. Un perro negro de pronto estaba cerca de donde estaba, casando que caiga asustada. Un par de ojos felinos me miraban. El perro caminó cerca de donde estaba, se detuvo para gruñirme y luego desapareció de mi vista. Gracias a dios. Mi visión era mejor que cuando era humana, pero estaba lo suficientemente lejos del mausoleo que no podía ver tantos detalles. Una puerta pareció cerrarse, pero eso tenía sentido. Benja debió haberla cerrado detrás de él.

Sostuve mi aliento, esperando a que Benja salga arrastrando a Agustina, herida. Los minutos pasaron. Cambié de posición, intentado que la sangre fluya por mis piernas. Revisé mi celular. Ninguna llamada perdida. Sólo podía asumir que Peter se estaba rigiendo por el plan y observando la reja de entrada del cementerio.

Un pensamiento horrible me golpeó. ¿Y si Agustina vio el destino de Benja? ¿Si sospechaba que él había llevado respaldo? Mi estómago cayó a mis rodillas. ¿Y si había llamado a Pepper para cambiar el lugar de destino después que Benja y yo dejamos el Bar? De cualquier modo, Pepper hubiese sabido y me hubiese llamado. Habíamos intercambiado número. Estaba ocupada con estos pensamientos, cuando el perro negro regresó, dirigiendo un gruñido amenazador hacia mí.

—¡Vete! —siseé, haciendo un gesto con mi mano.

Esta vez, mostró sus dientes puntiagudos. Estaba por moverme haca una distancia segura cuando…

Un cable caliente cortó mi garganta desde atrás, bloqueando mi aire. Me aferré al cable, sintiéndolo cada vez más fuerte. Caí hacia atrás, mis piernas pateando. Desde mi visión periférica, noté una luz azul emanando del cable. Parecía quemar mi piel como si hubiese sido mezclada con ácido. Mis dedos quemaban donde habían tocado el cable, haciendo que duela al cogerlo.

Mi atacante jaló con más fuerza el cable. Luces explotaron alrededor de mi visión. Una trampa.

El perro negro continuó ladrando y empezó a saltar en círculos, pero la imagen empezó a disolverse rápidamente. Estaba perdiendo la consciencia. Con la poca energía que me quedaba, me enfoque en el perro: —¡Muerde! ¡Muerde a mi atacante!

Estaba muy débil para intentar hacerle un truco mental a mi atacante, y aunque nunca lo había hecho con un animal, sin duda era menos poderoso que un Nephil o un ángel caído.

¡Ataca! —volví a probar.

Para mi sorpresa y desconcierto, el perro corrió hacia adelante y enterró sus colmillos en la pierna de mi atacante. Escuché el hueso romperse y una voz varonil. Cerré mis manos alrededor del cable, ignorando la quemazón, lo suficiente para retirarlo de mi cuello. El cable cayó sobre la pista y lo reconocí al instante.

Era el arma de Benja.

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