viernes, 14 de noviembre de 2014

El Mar de Tranquilidad: Capítulo 05

Thiago

El día se pasa sin ver a la chica de nuevo. Me he maldecido mentalmente por abrir mi estúpida boca en el almuerzo. Tal vez estaba intentando detener a la chica de hacerse enemiga de esas putas. Tal vez sólo quería que Melody se calle porque yo sé que ella es mejor que eso. Tal vez sólo quería que la chica me mire de nuevo.

Me dirijo hacia la sala de teatro, donde estoy haciendo mi trabajo; recuerdo haber dejado mi medidor ahí y debo recuperarlo. Era de mi padre y además es antiguo y muy especial. Una vez que veo que todo esté quedando conforme, me dirijo hacia el estacionamiento.

Estoy casi llegando a mi auto cuando escucho mi nombre.


—¡Bedoya! ¡Thiago! —Simón se corrige a sí mismo casi inmediatamente porque sabe que suena como un imbécil llamándome por mi apellido.

Está de pie al lado de una fila de carros y no está solo. Muy rara vez lo está, no es sorprendente ver a una chica a su lado mientras él se inclina contra su auto en una pose que ya me he acostumbrado ver con los años; la pose donde él intenta verse casual e indiferente mientras planea el camino para meterse en las bragas de una chica.

Lo que sorprende es con la chica que está hablando. No toma más de una mirada para saber quién es ella; con cabello negro y largo, vestido apretado del mismo color, que apenas cubre su trasero o pecho, tacos altos negros, mierda negra por todos sus ojos. Ojos que se están volteando para mirarme ahora mismo. Mientras me acerco, la expresión en blanco que usualmente ella usa, cambia. Es sutil y dudo que mucha gente lo note porque el cambio es mayormente en sus ojos, pero yo puedo ver la diferencia. Está enojada, y si no me equivoco, está enojada conmigo. No tengo mucha oportunidad de examinarla porque ella se aleja antes que pueda analizar la situación.

—¡Llámame! —grita Simón sobre su hombro hacia ella, riéndose como si fuera una clase de chiste.

—¿La conoces? —pregunto, colocando mis libros y mi medidor en el capó de su auto.

—Planeo hacerlo —responde Simón, sin mirarme. Sigue mirando a la chica mientras se va.

—¿Quién es ella?

—Una chica rusa. Estaba empezando a preocuparme porque estaba perdiendo mi simpatía porque ella nunca me hablaba, pero aparentemente, ella no habla con nadie.

—¿Estás sorprendido? De alguna forma demuestra ser antisocial.

—Sí, pero no es eso. Ella no habla, punto final.

—¿Para nada? —lo miro, escépticamente.

—Para nada—. Sacude su cabeza, sonriendo.

—¿Por qué no?

—No lo sé. Tal vez no habla español. Pero luego supongo que ella igual podría decir sí y no—. Se encoge de hombros.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque está en una de mis clases. No es que me esté quejando, me da una oportunidad de trabajar con ella todos los días.

—No es una buena señal que tengas que trabajar en ella. Tal vez están perdiendo tu simpatía —le respondo.

—No seas ridículo —dice, todo serio, mirando su reloj.

Su sonrisa regresa. —Son las 03:00. Momento de ir a casa.

Y con eso, se mete a su auto y conduce, dejándome de pie en el estacionamiento, pensando en rusas enojadas y vestidos negros.

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