Mar
Iluminado por las luces fluorescentes,
Thiago Bedoya me estudia a través del garaje. Yo no me he movido o alejado la
mirada. No encuentro ningún reconocimiento en sus ojos y me pregunto si sabe
quién soy. Justo estoy recordando ahora que debo verme como una persona
diferente. Mi cabello está atado hacia atrás en una cola de caballo y no tengo
maquillaje en el rostro, además estoy cubierta de sudor y de color rosado por
el ejercicio. Estoy con ropa deportiva y zapatillas. Me estoy empezando a
sentir bastante expuesta debajo de las luces fluorescentes con este chico
mirándome.
—¿Cómo sabes en dónde vivo? —Está enojado
y no le importa esconder la acusación en sus palabras.
Obviamente no lo sabía, porque hubiese
sido el último lugar del planeta hacia donde hubiese ido, pero supongo que
ahora él piensa que soy una acosadora. Sus ojos caen a mis piernas, que están
envueltas con algunas espinas y sangre, y luego regresan a mi rostro y me
pregunto qué ve ahí. Me pregunto si siente lo derrotada que me siento. No
planeé que nadie me vea así, y mucho menos Thiago Bedoya, quién aparentemente
se supone que debo tenerle miedo, aunque no sé por qué.
Uno de nosotros tendrá que dar el primer
paso, así que retrocedo tentativamente como si estuviera intentando evadir a un
depredador, esperando que él no note que me estoy moviendo hasta que ya me haya
ido.
—¿Quieres que te lleve a casa? —Aparta la
mirada antes de decirlo y su tono pierde un poco de seriedad.
No es que quiera un aventón a casa, pero
creo que necesito uno. Y apesta necesitar algo de alguien quien claramente te
detesta, pero no lo soy lo suficientemente orgullosa para decir que no.
Asiento, abriendo y cerrando rápidamente
mi boca porque realmente quiero decir algo, incluso si no sé lo que quiero
decir. Él se pone de pie y camina hacia la puerta que lleva a su casa,
abriéndola lo suficiente para coger un par de llaves Se voltea para cerrar la
puerta pero voltea la mirada y se detiene un momento, como si estuviera
escuchando algo. Me imagino que debe estar revisando si sus padres están
despiertos, pero probablemente no lo están. Probablemente aún siguen dormidos a
esta hora, junto al resto del mundo civilizado. Excepto por mí. Y por Thiago
Bedoya, quién aparentemente le gusta trabajar con la madera a estar hora de la
noche en su garaje. Miro alrededor para intentar descubrir exactamente en lo
que él estaba trabajando, pero todo parece ser un cúmulo de madera y
herramientas para mí, así que no puedo saberlo. Miro al garaje una vez más,
memorizándolo, y por más que odie admitirlo, sé que volveré aquí.
Salgo y espero en la acera, al lado de la
camioneta que está estacionada. Es el único auto aquí así que supongo que él no
tiene uno propio.
Thiago se detiene en un pequeño
refrigerador que está en el suelo, debajo de una de las bancas de trabajo y
saca una botella de agua. Camina hacia mí y me la entrega, sin palabras, antes
de abrir su auto. Tomo la botella y la miro, de pronto al tanto de lo mucho que
debo de estar sudando. Subo al asiento y él se encarga de cerrar la puerta tras
de mí, luego da la vuelta y sube al asiento del piloto.
Y luego nos sentamos. Él no me mira, pero
tampoco enciende el auto. Me pregunto qué diablos está esperando. Mi estupidez
me golpea en la cabeza un momento después cuando me doy cuenta que él no está
sentado aquí para hacerme sentir incómoda, sólo que no sabe hacia dónde ir.
Buscar en el auto en dónde escribir es algo insignificante. No hay nada aquí.
Es el auto más limpio que jamás he visto. Antes que pueda rogar con los ojos y
esperar que él entienda, él me entrega su celular con el GPS encendido.
El paseo es ridículamente corto. Solo
toma unos minutos regresar a casa de Cielo y me siento estúpida por haber hecho
que me lleve. Presté atención a todo en el camino. Me digo a mí misma que es
para no volverme a perder, pero realmente necesito encontrar mi camino de
regreso aquí.
Debería decir gracias, pero él no lo
esperará y tengo el presentimiento que está más cómodo con el silencio, de
todos modos.
Cuando se estaciona, ya estoy abriendo la
puerta, determinada a colocarnos fuera de la miseria. Salto hacia el suelo (la
camioneta es alta) y me volteo para cerrar la puerta. No digo gracias. Él no
dice buenas noches, pero sí habla.
—Te ves diferente —dice, y cierro la
puerta en su rostro.
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