Thiago
Simón se estaciona en mi casa justo
después de la medianoche e inmediatamente sé que nada bueno saldrá de esto.
Dejo el lápiz que he estado usando para apuntar las medidas, y lo observo salir
del auto y caminar hacia el garaje.
—Hermano, necesito un favor.
—Claro que lo necesitas.
—Necesito que te lleves a Mar—. ¿Mar?
Primero me pregunto a dónde quiere que me lleve a Mar, hasta que miro hacia la
pista y entiendo lo que se refiere.
—¿Qué? No hay manera—. Miro a la oscura
figura recostada en el asiento delantero del auto.
—¿Qué le hiciste? ¿Está
consciente?
—¿Mucho de qué?
—Lanzador de llamas—. Evade mis ojos
cuando lo dice.
—¿Qué imbécil le da lanzador de llamar?
Me mira sin responder, lo que es
suficiente. Es un idiota. Un lanzador de llamar es alcohol puro mezclado con
saborizante de cereza.
—¿En qué estabas pensando?
—Sí, de acuerdo, papá. Gracias por el
discurso, pero realmente no está resolviendo el problema. Además, ¿cómo se
supone que iba a saber que ella no podía manejarlo? Se ve muy acabada. Thiago,
en serio. No puedo llevarla a casa así y si llego más tarde de mi hora máxima
de nuevo, mamá me romperá las bolas.
Lamentablemente no diré que no. Y él supo
eso cuando vino aquí. La pregunta es solo una formalidad. Nunca le digo que no
a Simón. Camino hacia el auto y abro la puerta del copiloto. Intento
despertarla y preguntarle si puede caminar hacia la casa. Ella se mueve un poco
y abre los ojos. Ni siquiera estoy seguro si están enfocados en mí, y luego su
cabeza cae hacia adelante contra su pecho como si fuera demasiado pesada para
sostenerla, y sé que no hay forma de que ella camine. Apenas se mueve cuando la
saco del auto y la cargo para meterla a la casa.
—Mierda, Simón —murmuro.
Él se inclina contra su auto y exhala.
—Historia verdadera.
Mar
Cuando abro mis ojos, me toma un minuto
intentar descubrir en dónde estoy.
Y realmente lo intento, en serio, pero no
tengo ninguna maldita idea y eso me aterra. Trato de levantarme para quitar el
pelo de mis ojos así puedo mirar alrededor e intentar determinar qué diablos
está sucediendo. Las únicas tres cosas que sé que pasaron ayer con seguridad
son que: uno, alguien ató mi cabello en un nudo, pero en forma de masa; dos,
debo haber dormido con mi boca abierta porque algo se ha metido adentro y ha
muerto; y, tres, fui absorbida por algún portal que me llevó a un mundo animado
donde algo enorme golpeó contra mi cabeza.
Alzo mi mano hacia mi frente y presiono,
intentar aliviar un poco el dolor que empiezo a sentir, mientras me voy
sentando con esfuerzo. Estoy en el sillón de alguien. Sillón de alguien. Y
apenas empiezo a recordar, deseo no haberlo hecho.
—¡Buenos días, Rayito de Sol!
Thiago Maldito Bedoya. No tengo tiempo de
descubrir por qué estoy aquí o a qué está jugando con su falsa alegría.
—Qué bueno que hayas despertado. Me
estaba empezando a preocupar que tal vez no te sintieras bien. Ya sabes, con
todo el vómito de anoche.
Hago una mueca, no sé si por dolor físico
o vergüenza. Creo que él se ve entusiasmado por eso, porque continúa.
—No, no te preocupes por tu pequeña linda
cabeza —dice, burlándose, luego se detiene y me observa. —Bueno, hoy día, ya no
tan linda, y anoche, definitivamente no tan linda, pero aun así, no te
preocupes por ella. Rayito de Solo tomó cuatro o cinco toallas para lavarla y
creo que el olor se ira después de un día o dos. Por suerte hice lo que pude,
pero una cola de caballo tal vez hubiese sido mejor.
Thiago Bedoya limpió mi vomito. Fabuloso.
Sin duda está burlándose y disfrutando de esto. No puedo decidir qué es peor,
Thiago enojado y en función de papá, o Thiago sarcástico y burlón. Me gustaría
golpear a los dos en la garganta ahora mismo, pero no estoy segura de poder
alzar mi brazo.
¿Por qué diablos estoy aquí? Lo último
que sé es que estaba con Simón, en una fiesta llena de gente, tomando algo que
sabía extraño y fuerte. Me miro a mí misma, agradecida de aun usar la misma
ropa que anoche. Al menos Thiago no tuvo que desnudarme y dejarme usar sus
bóxers. El pensamiento me da un poco de consuelo.
Él no ha dejado de hablar, pero no tengo
idea de lo que está diciendo, aunque su voz parece estar dentro de mi cráneo.
Aún está hablando sobre la cola de caballo. Algo sobre que es un requerimiento
para las chicas borrachas.
No está haciendo nada para bajar su voz. Sin
duda está enojado, ¿y por qué no lo estaría? Es una porquería estar un domingo
en la mañana, levantado temprano con una chica extraña en su sofá, la misma
chica extraña que vomitó en su baño anoche mientras él intentaba sostener su
cabello. Creo que voy a tener que cortarlo en pedacitos, especialmente cuando
entra a la cocina y regresa con un vaso de agua helada que desesperadamente
necesito ahora.
Miro el vaso en su mano mientras me lo
ofrece. Es patético. Voy a necesitar como dieciocho de estos vasos. Lo tomo,
agradecida de tomarlo inmediatamente. El líquido está en la parte trasera de mi
garganta antes de regresarse de nuevo. ¿Qué diablos? Vodka. Lo expulso, ni siquiera
consciente de hacia dónde va, y empiezo a tener nauseas. Mi estómago se aprieta
y convulsiona pero nada más salta. Miro a Thiago quién me está mirando de una
forma que no reconozco.
—¡Mierda! No pensé que te lo tomarías—.
Me quita el vaso de la mano. ¿Qué pensaba qué haría con el vaso? ¿Mirarlo? —Pensé
que serías capaz de descifrar qué era—. Me mira con disculpas. —Fue una broma.
Obviamente una de muy mal gusto —murmura, mientras corre a la cocina y regresa
con otra toalla.
Este chico lavará todo el día. Me
pregunto cómo hará para explicarle a sus padres. Es un milagro que no estén
despiertos, queriendo saber qué está sucediendo. Le arranco la toalla de sus
manos y me arrodillo en el suelo para limpiar mi propio desastre. Incluso si
este fue su culpa, prefiero no deberle nada más. Él se queda frente a mí,
mientras yo limpio lo que queda del vodka que escupí en el suelo.
Alzo la mirada y lo miro, enojada solo
por el hecho que él haya presenciado mi humillación, y para colmo le debo su
gratitud. Simón, por el otro lado, es otra historia. Le debo un destino que es
peor que la muerte. Creo que hubiese preferido que él me abandone en mi puerta
para que mi tía me encuentre a que me haya puesto a la piedad de Thiago. Me doy
cuenta que lo he estado mirando durante todo mi pensamiento y me pregunto lo
que debe decir mi rostro porque ahora me está sonriendo.
Sonriendo. Y es casi una sonrisa real,
aunque no puedo decirlo del todo porque nunca lo he visto realmente sonreír. En
la escuela él usa siempre la misma expresión, como si nada en el mundo lo
tocara.
—¿Quieres mandarme a la mierda, verdad Rayito
de Sol? —Aun no ha terminado de jugar conmigo.
Entrecierro mis ojos cuando él vuelve a
llamarme Rayito de Sol, lo que es un error porque él sabe que me enoja y tengo
una sensación que él está disfrutando al hacerme enojar.
—¿Qué? Rayito de Sol va contigo. Es
brillante, caliente y feliz. Justo. Como. Tú.
Y es ahí cuando ya no resisto más. No
puedo evitarlo. Así como me siento ahora, como mierda, así de estúpida y
enojada que estoy, con Simón, con Thiago Maldito Bedoya y con tragos que saben
horrible. La ridiculez de toda esta situación me golpea con fuerza, y por primera
vez en mucho tiempo, me río. Tal vez no es una risa verdadera. Tal vez sólo es
una risa loca de una chica inestable, pero no me importa, porque se siente bien
y creo que no podría controlarlo si quisiera.
Ahora su sonrisa se ha ido. Me está
mirando como la chica loca que soy. Puede que lo haya sorprendido. Tú ganas,
Thiago. Te lo mereces.
Cuando se va mi histeria, él toma la
toalla que usé para secar el vodka y regresa a la cocina. Yo estudio la
habitación por primera vez. Es simple. Todo es de madera y nada moderno. Me
pregunto si él habrá hecho algo de esto.
Cuando Thiago regresa, está cargando una
taza grande de plástico. Me la entrega.
—Agua—. Lo miro. —De verdad esta vez. Lo
prometo.
Me las arreglo para tomarme toda el agua
junto con una pastilla para el dolor que me ha traído. Luego él se lleva la
taza, y sin palabra, regresa a la cocina, regresando un momento después con la
taza llena. Me hace tomar esa también, lo que no me hace muy feliz porque solo
quiero huir de aquí. Me veo como la mierda, me siento como mierda, y no tengo
idea de cómo serán las cosas el lunes. Pero lidiaré con eso más tarde, cuando
mi cabeza no esté explotando y yo no esté en el sofá de Thiago.
Me levanto para irme, preguntándome si
debo pedirle mi corpiño. Cuando se fue, me di cuenta que no lo llevaba puesto.
—Está en el suelo del baño—. No me mira
cuando lo dice. —Parecías realmente disgustada por eso, por alguna razón. Te lo
quitaste a través de tu manga, en un movimiento fluido, y lo lanzaste a través
de la habitación. Fue bastante impresionante—. Genial. ¿Qué más habré dejado en
el baño de Thiago?
Apunta hacia la dirección del baño y yo
camino como puedo. Cada paso envía olas contra mis pies y hacia mi cerebro.
Cuando llego, mi corpiño se burla de mí desde el suelo en la esquina, entre la
bañera y el inodoro. Al menos era uno lindo de color negro y de encaje, porque
ropa interior fea es la única cosa que puede hacer que esta mañana empeore. Me
arrodillo para recogerlo, y en el proceso, me pregunto si podré subsanar todo
lo que ha sucedido.
Thiago no necesita ninguna dirección esta
vez. Él no dice nada en el camino a casa y yo no puedo decidir si estoy
agradecida por eso o no. Él me deja donde Cielo treinta minutos antes que ella
llegue a casa del trabajo. Es suficiente tiempo para bañarme y cambiarme y
pretender que todo está bien antes que ella entre.
—Que te sientas mejor, Rayito de Sol—. No
me está mirando, pero aún puedo ver que un lado de su boca está curvado hacia
arriba mientras cierro la puerta.
Pienso sobre el hecho que él me dejó
dormir en su sofá cuando Simón obviamente me dejó abandonada ahí. Él sostuvo mi
cabello, limpió todo el vómito, me trajo pastillas para el dolor y estuvo
frente a mí mientras me obligaba a tomar medio galón de agua así no me
deshidrataba.
No hay nada soleado o brillante sobre mí,
pero después de anoche, él se ha ganado el derecho a burlarse de mí esta
mañana. Así que sí, creo que al menos por un rato, Thiago puede llamarme cómo
diablos quiera.
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