Mar
Hay veintisiete huesos en nuestra mano y
muñeca. Veintidós de los míos se rompieron. Mi mano es una clase de milagro.
Está llena de tornillos, e incluso después de varias cirugías, aún no se ve
bien. Pero funciona mejor de lo que pensaba que haría. Y no es como si no puedo
hacer nada; es solo que no puedo hacer esa sola cosa que quisiera hacer. Lo que
me hizo ser yo.
Nunca tuve mucha vida social, incluso
desde antes. Después de la escuela, pasaba mis horas en el laboratorio de
música o en instrucciones privadas, y mis sábados los pasaba tocando el piano
en bodas. A veces era una locura y tenía tres en un día; rara vez tenía un fin
de semana libre, pero el dinero era increíble, y era fácil. Cuando no estaba
tocando en bodas, tocaba en centros comerciales y restaurantes. Era como una
pequeña novela hermosa al inicio. Era la mascota de todo el mundo. No sé si
realmente todos sabían mi nombre porque usualmente me llamaban La Prodigio del
Piano, lo que estaba bien, porque así era.
Cuando fue el momento de detenerme, ya había
ahorrado una buena cantidad de dinero. Lo estaba ahorrando para el
conservatorio de música de verano en Nueva York que había estado esperando por
tres años, finalmente era lo suficientemente mayor (quince años) para aplicar.
Mis padres dijeron que si quería ir tenía que trabajar para ganar dinero, pero
eso era un chiste, porque trabajar significaba tocar y eso nunca lo llamaría
trabajo. Entre eso y la escuela, las instrucciones privadas y recitales, casi
no tenía espacio libre para la vida social, pero era un pequeño sacrificio.
Además, si soy honesta, probablemente no era un sacrificio. No iba a las
fiestas y era muy joven para conducir.
No tenía muchas amigas con las que parar
en los centros comerciales y mi mamá me compraba cas toda mi ropa de todos
modos. Incluso a los quince, era más joven que eso. Mi estilo era diferente y
el par de amigas que tenía, eran como yo. Pasábamos todas nuestras horas libres
practicando porque así éramos. Chicas piano. Chicas violín. Chicas de flauta.
Eso era la normalidad. Mis notas eran geniales y yo era el lado opuesto a
popular, pero estaba bien. Era más que ser normal. Nunca me importó ni una
mierda la normalidad. Quería extraordinario. La gente normal tenía amigos. Yo
tenía música. No me estaba perdiendo de nada.
En estos días me estoy perdiendo de todo.
Soy cazada por la música; música que puedo escuchar pero nunca volver a tocar.
Aún tengo el dinero que ahorré para el
conservatorio. Tenía más que suficiente pero nunca llegué a ir. Pasé todo el
verano dentro y fuera de los hospitales, en terapia física, con terapistas
hablando sobre por qué estaba enojada.
Para ahora, he reunido suficiente control
en mi mano que probablemente pueda romper algo en el piano si lo intento, pero
nunca querré ser lo que solía ser, lo que debe ser. La música debe fluir así
puedes decir en dónde termina una nota y en donde empieza la otra; la música
debe tener gracia y no hay gracia que quede en mi mano. Hay tornillos de metal
y nervios dañados con huesos rotos, pero no hay nada de gracia.
Hoy es domingo y no hay nada qué hacer ni
a dónde ir. Lo único que me queda es meterme a la piscina, al menos acompaño a
Cielo que está tomando sol antes de salir. Apenas estoy unos minutos porque
cuando saco la cabeza, veo a Cielo al borde de la piscina, junto a Simón. Estoy
momentáneamente dudosa, preguntándome cómo es que él sabía en dónde vivía, pero
luego recordé que él me recogió para ir a esa fiesta.
—Soy la tía de Mar —se presenta Cielo
ante Simón—, y asumo que ustedes se conocen.
Ella nos mira, sonríe, y nos deja solos.
Regresa a su silla con una revista de moda. Aunque sé que no es tonta, sé que
está atenta a todo lo que hablamos. Simón se quita los zapatos y se sienta al
borde de la piscina, enterrando sus pies en el agua.
—Creo que ya he hecho mi penitencia.
Deberías perdonarme.
Solo lo miro. Ni siquiera me molesto en
cambiar mi expresión.
—Ni siquiera me has mirado en una semana.
Está matando mi reputación.
Aprecio que me dé el crédito aunque sé
que ni una bomba nuclear mataría su reputación.
—Déjame recompensarte. Ven a cenar a mi
casa. Esta noche.
Esto me hace sospechar algo y estoy
bastante segura que se nota. La inocencia no va con Simón. No cuando el sexo
brota de sus poros. Encuentro sus ojos y espero a que capte.
—Ni siquiera vas a estar a solas conmigo.
Toda mi familia estará ahí.
Tal vez cree que es un punto a favor. No
lo es. No me importan los padres. Sino su hermana, no volveré a estar cerca de
ella de nuevo.
—Estoy segura que a ella le encantará ir —chilla
Cielo sobre su revista. —Tengo que trabajar, no tiene sentido que te quedes
aquí, cenando a solas.
Gracias Cielo. Le doy una sonrisa, de
esas que le envío a mis enemigos mortales. Ella me mira, con su rostro lleno de
inocencia. Ella sabe que estoy preocupada. Sacudo mi cabeza pero no puedo
ofrecer una excusa y no tengo ninguna de todos modos, aunque estoy segura que
debería poder saltar con algo como tarea, ayudar a los necesitados; pero todo
se queda atrapado en mi garganta mientras mi cena está siendo decidida por mi
tía y un adolescente.
—La cena es a la seis. Te recogeré a las
5:45. Vístete lindo. A mamá le gusta pretender que somos civilizados una vez a
la semana.
Simón llega a casa en punto, tal como
indicó, y por suerte estoy a tiempo lista con el único vestido decente y bonito
que me compró mamá, y con una torta preparada por mí para llevar a la casa de
Simón. Por supuesto que no hablamos nada en el camino, y llegamos rápido al
destino. Pero cuando Simón se detiene en su estacionamiento y empieza a
respirar nervioso, me pone ansiosa.
—Realmente lo siento —dice de pronto,
luego de un momento—. Estabas bien con Bedoya, debes saberlo. Thiago es la
mejor persona que conozco. No te hubiese dejado con nadie más. Sé que fue una
mierda y probablemente debí dejarte en casa y cuidar de ti, desde que de todos
modos fue en parte culpa mía. Si se presentan dos opciones, usualmente escogeré
la equivocada, pero realmente no lo hago por ser un pendejo. Sólo me sale
natural.
Deja de hablar y hay un silencio antes
que me vuelva a mirar.
—¿Estamos bien?
Inclino mi cabeza y lo estudio. ¿Lo
estamos? Sí, creo que sí. Por más que me gustaría preguntarle sobre sus
motivos, también quiero creer que no es totalmente una horrible persona. Así al
menos tengo una excusa de por qué no me desagrada.
—¿Lo suficientemente bien? —intenta.
Asiento. Sí, lo suficientemente bien.
MASmasMAS...me encanta
ResponderEliminarGracias por tus comentarios! Ahora o mañana subo más :)
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