Mar
Cuando llegué a la clase de taller el
lunes, el plato azul de Cielo está en la repisa en la parte trasera del salón
donde usualmente me siento. Thiago no está en su sitio habitual así que debe de
haberlo puesto aquí. Lo veo al otro lado del taller, donde todas las
herramientas están. No quiero mirarlo por mucho tiempo para ver qué está
haciendo, así que guardo el plato en mi mochila antes que regrese a su asiento.
La campana suena y él coge sus herramientas sin mirarme y las cosas son
normales de nuevo. Pero la normalidad no dura mucho.
—¡Ey, Bedoya! ¿Es verdad que fuiste
emancipado?
¿Emancipado? Miro alrededor para ver
quién está haciendo la pregunta. Es un chico idiota que siempre hace preguntas
fuera de contexto, se cree el mejor de todos. No me importa mucho quién sea él,
sino más bien la respuesta. Thiago asiente, pero no dice nada. Está mirando
hacia abajo, trabajando en un dibujo a medida que nos dieron de tarea el
viernes. No se molesta en alzar su cabeza.
—¿Eso quiere decir, entonces, que eres
libre de hacer lo que quieras?
—Aparentemente. Por supuesto, no puedo
matar a nadie, así que si tiene límites —agrega, sin alzar la mirada.
—Hombre, eso es genial. Yo haría fiestas
todas las noches.
Al parecer el chico preguntón no parece
darse cuenta que Thiago no tiene nada que decirle y él sigue presionando.
Escucho que alguien le dice al chico que se calle. Pero sé que de todos modos
hay varios curiosos que quieren seguir escuchando, saber más, así como yo, solo
que intento actuar desinteresada. ¿Por qué ha sido emancipado? ¿Sus padres son
abusivos? ¿Están muertos? ¿En la cárcel? ¿Fuera del país?
Thiago
Puedo ver sus expresiones sin mirarlos.
Usualmente todos me ignoran, pero los momentos en que no lo hacen, son peor.
Como ahora. Especialmente de las chicas, las chicas son las peores. Simón dice
que eso es algo bueno, pero yo considero lo contrario. Es difícil querer a una
chica que te mira como si fueras un perrito perdido al que quiere llevar a casa
para darle de comer, o un niño abandonado que necesita que se le acurruque y
sea acariciado. No hay nada caliente sobre una chica sintiendo pena por mí. Tal
vez si estuviera desesperado, pero probablemente ni siquiera entonces.
Por mucho tiempo pasé la vida enojado,
odiaba mi vida y todo lo que había pasado en ella, así que me dediqué a pegarle
a la gente. Y era realmente desesperante que todos los profesores y padres
tuvieran una excusa para ello. Siempre me perdonaban porque sentían pena por
mí, y yo odiaba eso. Todo el mundo sabía que podía golpearlos y no saldrían
bien de eso pero yo sí, por eso todos me tenían miedo y sabían que no podían
molestarme, que no podían meterse con mi vida. Nunca tenía una excusa para
pegarle a alguien, solo una vez, aquella vez que encontré a tres chicos
golpeando a Ramiro Ordoñez. Ni siquiera lo conocía en ese entonces (como ahora,
que al menos está en una de mis clases y se dedica a dibujar a Mar), pero lo
estaban golpeando tan fuerte y yo necesitaba una excusa para pegarle a alguien.
Logré que ellos se fueran corriendo luego de varios golpes, y cuando se terminó
todo, Rama no me dio las gracias, lo que era bueno porque yo no merecía su
agradecimiento. No lo hice por él. No hubo intenciones nobles. Esa fue la
última vez que golpeé a alguien. Después de ese día, decidí esperar a que
alguien me dé una buena razón. Pero nunca hubo una porque ya nadie se acercaba.
Cuando tenía ocho, fui a un juego de
entrenamiento con mi padre. Una vez al mes, mis padres se dividían y nos llevaban,
o a mí o a mi hermana. Un mes iría con mi papá y mi hermana iría con mamá. El
siguiente mes intercambiábamos. Era Marzo y era mi turno de ir con mamá, pero
como el juego era en esa fecha, rogué de ir con mi papá. Le dije a mamá que
ella podía tenerme en Abril y Mayo para recompensarlo. Mi mamá dijo que eso
sonaba bien.
Mi papá y yo llegamos a casa a las seis
de la tarde. Me había quedado dormido en el auto en el camino a casa. Él me
despertó cuando se estacionó pero terminó cargándome hacia la casa de todos
modos porque mi trasero no quería salir del auto. Habíamos comido demasiado,
habíamos reído demasiado, gritado demasiado. Mi estómago me dolía. Mi rostro
estaba quemado por el sol. Perdí mi voz y no podía mantener mis ojos abiertos.
Fue el último día feliz de mi vida.
Cuando desperté, ya no tenía ni mamá ni
hermana, pero aparentemente todo funcionaría, porque habíamos terminado
teniendo más dinero de lo que necesitaríamos. Los abogados de la compañía de camiones
dijeron que era un acuerdo generoso. El abogado de papá dijo que era justo.
Justa compensación por la vida de mamá. Justa compensación por mi hermana
muerta. No consideraron el hecho que realmente había perdido a mi padre ese día
también. Que algo en él se rompió, se hizo trizas, se derritió, se desintegró
como ese auto que mi mamá estaba conduciendo cuando un camión que transportaba
gaseosas la chocó. No tengo una hermana a la que fastidiar o una mamá con la
que hablar o un padre con el que pueda construir cosas porque él también murió
de un ataque al corazón unos años después. Pero tengo millones de billetes que
no he tocado, que se encuentran en cuentas de bancos e inversiones, y la vida
es maldita sea justa.
—Es increíble —respondo, esperando que
eso haga que el chico se calle. —A nadie le importa una mierda lo que haga—. Es
verdad de muchas formas y espero que él entienda mi indirecta.
Regreso a terminar lo que estoy
dibujando, contento que todos hayan vuelto a hacer lo que estaban haciendo. El
profesor Camilo está caminando por el salón, mirando sobre los hombros de todos
para revisar los progresos. Pasa mi mesa y mira detrás de mí.
—Mar, no puedes dibujar estando ahí
sentada. ¿Por qué no te mueves y te sientas en el asiento vacío al lado de Luis?
Ella empieza a recoger sus cosas y Camilo
cambia su atención hacia mí.
—Se ve bien —dice. Hay un silencio y
luego vuelve a hablarme. —¿Todo bien? —Y sé que se refiere a la situación del
chico idiota que no dejó de preguntar, lo que es estúpido porque no dejo que
eso me moleste más.
—Todo está bien —le digo mientras sigo
con mi trabajo y él regresa a su escritorio.
Detrás de mí, oigo a Mar cambiándose de
sitio, sus tacos sonando contra el suelo. Me pasa, moviéndose alrededor de mi
mesa hacia donde está Luis. Todos están trabajando en lo suyo, y el nivel de la
bulla ha disminuido, así que no estoy seguro si estoy imaginando cosas o tal
vez estoy loco, pero escucho que alguien susurra: Mentiste.
Entran en mi consciencia tan suave que
casi no tiene forma, como si hubiese sido formado por el aire, pero juro que escuché
esas palabras. Cuando alzo la mirada, la única persona que podría haberlas
dicho se está sentando al lado de Luis y me golpeo a mí mismo por ser tan
ridículo, porque sé que no puede ser real.
wauwauwauuu esta grandiosa quiero MASmasMAS
ResponderEliminarGracias!! Ahora subo más :)
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