domingo, 23 de noviembre de 2014

El Mar de Tranquilidad: Capítulo 11

Mar

Cuando llegué a la clase de taller el lunes, el plato azul de Cielo está en la repisa en la parte trasera del salón donde usualmente me siento. Thiago no está en su sitio habitual así que debe de haberlo puesto aquí. Lo veo al otro lado del taller, donde todas las herramientas están. No quiero mirarlo por mucho tiempo para ver qué está haciendo, así que guardo el plato en mi mochila antes que regrese a su asiento. La campana suena y él coge sus herramientas sin mirarme y las cosas son normales de nuevo. Pero la normalidad no dura mucho.

—¡Ey, Bedoya! ¿Es verdad que fuiste emancipado?

¿Emancipado? Miro alrededor para ver quién está haciendo la pregunta. Es un chico idiota que siempre hace preguntas fuera de contexto, se cree el mejor de todos. No me importa mucho quién sea él, sino más bien la respuesta. Thiago asiente, pero no dice nada. Está mirando hacia abajo, trabajando en un dibujo a medida que nos dieron de tarea el viernes. No se molesta en alzar su cabeza.

—¿Eso quiere decir, entonces, que eres libre de hacer lo que quieras?


—Aparentemente. Por supuesto, no puedo matar a nadie, así que si tiene límites —agrega, sin alzar la mirada.

—Hombre, eso es genial. Yo haría fiestas todas las noches.

Al parecer el chico preguntón no parece darse cuenta que Thiago no tiene nada que decirle y él sigue presionando. Escucho que alguien le dice al chico que se calle. Pero sé que de todos modos hay varios curiosos que quieren seguir escuchando, saber más, así como yo, solo que intento actuar desinteresada. ¿Por qué ha sido emancipado? ¿Sus padres son abusivos? ¿Están muertos? ¿En la cárcel? ¿Fuera del país?

Thiago

Puedo ver sus expresiones sin mirarlos. Usualmente todos me ignoran, pero los momentos en que no lo hacen, son peor. Como ahora. Especialmente de las chicas, las chicas son las peores. Simón dice que eso es algo bueno, pero yo considero lo contrario. Es difícil querer a una chica que te mira como si fueras un perrito perdido al que quiere llevar a casa para darle de comer, o un niño abandonado que necesita que se le acurruque y sea acariciado. No hay nada caliente sobre una chica sintiendo pena por mí. Tal vez si estuviera desesperado, pero probablemente ni siquiera entonces.

Por mucho tiempo pasé la vida enojado, odiaba mi vida y todo lo que había pasado en ella, así que me dediqué a pegarle a la gente. Y era realmente desesperante que todos los profesores y padres tuvieran una excusa para ello. Siempre me perdonaban porque sentían pena por mí, y yo odiaba eso. Todo el mundo sabía que podía golpearlos y no saldrían bien de eso pero yo sí, por eso todos me tenían miedo y sabían que no podían molestarme, que no podían meterse con mi vida. Nunca tenía una excusa para pegarle a alguien, solo una vez, aquella vez que encontré a tres chicos golpeando a Ramiro Ordoñez. Ni siquiera lo conocía en ese entonces (como ahora, que al menos está en una de mis clases y se dedica a dibujar a Mar), pero lo estaban golpeando tan fuerte y yo necesitaba una excusa para pegarle a alguien. Logré que ellos se fueran corriendo luego de varios golpes, y cuando se terminó todo, Rama no me dio las gracias, lo que era bueno porque yo no merecía su agradecimiento. No lo hice por él. No hubo intenciones nobles. Esa fue la última vez que golpeé a alguien. Después de ese día, decidí esperar a que alguien me dé una buena razón. Pero nunca hubo una porque ya nadie se acercaba.

Cuando tenía ocho, fui a un juego de entrenamiento con mi padre. Una vez al mes, mis padres se dividían y nos llevaban, o a mí o a mi hermana. Un mes iría con mi papá y mi hermana iría con mamá. El siguiente mes intercambiábamos. Era Marzo y era mi turno de ir con mamá, pero como el juego era en esa fecha, rogué de ir con mi papá. Le dije a mamá que ella podía tenerme en Abril y Mayo para recompensarlo. Mi mamá dijo que eso sonaba bien.
Mi papá y yo llegamos a casa a las seis de la tarde. Me había quedado dormido en el auto en el camino a casa. Él me despertó cuando se estacionó pero terminó cargándome hacia la casa de todos modos porque mi trasero no quería salir del auto. Habíamos comido demasiado, habíamos reído demasiado, gritado demasiado. Mi estómago me dolía. Mi rostro estaba quemado por el sol. Perdí mi voz y no podía mantener mis ojos abiertos. Fue el último día feliz de mi vida.

Cuando desperté, ya no tenía ni mamá ni hermana, pero aparentemente todo funcionaría, porque habíamos terminado teniendo más dinero de lo que necesitaríamos. Los abogados de la compañía de camiones dijeron que era un acuerdo generoso. El abogado de papá dijo que era justo. Justa compensación por la vida de mamá. Justa compensación por mi hermana muerta. No consideraron el hecho que realmente había perdido a mi padre ese día también. Que algo en él se rompió, se hizo trizas, se derritió, se desintegró como ese auto que mi mamá estaba conduciendo cuando un camión que transportaba gaseosas la chocó. No tengo una hermana a la que fastidiar o una mamá con la que hablar o un padre con el que pueda construir cosas porque él también murió de un ataque al corazón unos años después. Pero tengo millones de billetes que no he tocado, que se encuentran en cuentas de bancos e inversiones, y la vida es maldita sea justa.

—Es increíble —respondo, esperando que eso haga que el chico se calle. —A nadie le importa una mierda lo que haga—. Es verdad de muchas formas y espero que él entienda mi indirecta.

Regreso a terminar lo que estoy dibujando, contento que todos hayan vuelto a hacer lo que estaban haciendo. El profesor Camilo está caminando por el salón, mirando sobre los hombros de todos para revisar los progresos. Pasa mi mesa y mira detrás de mí.

—Mar, no puedes dibujar estando ahí sentada. ¿Por qué no te mueves y te sientas en el asiento vacío al lado de Luis?

Ella empieza a recoger sus cosas y Camilo cambia su atención hacia mí.

—Se ve bien —dice. Hay un silencio y luego vuelve a hablarme. —¿Todo bien? —Y sé que se refiere a la situación del chico idiota que no dejó de preguntar, lo que es estúpido porque no dejo que eso me moleste más.

—Todo está bien —le digo mientras sigo con mi trabajo y él regresa a su escritorio.

Detrás de mí, oigo a Mar cambiándose de sitio, sus tacos sonando contra el suelo. Me pasa, moviéndose alrededor de mi mesa hacia donde está Luis. Todos están trabajando en lo suyo, y el nivel de la bulla ha disminuido, así que no estoy seguro si estoy imaginando cosas o tal vez estoy loco, pero escucho que alguien susurra: Mentiste.

Entran en mi consciencia tan suave que casi no tiene forma, como si hubiese sido formado por el aire, pero juro que escuché esas palabras. Cuando alzo la mirada, la única persona que podría haberlas dicho se está sentando al lado de Luis y me golpeo a mí mismo por ser tan ridículo, porque sé que no puede ser real. 

2 comentarios: