Thiago
A las 4:00 de la tarde del domingo, suena
el timbre de la casa.
Cuando la abro, encuentro a la mamá de
Simón con un contenedor de plástico en sus manos.
—Es domingo. Hice salda. Simón me dijo
que no vendrías a cenar a casa así que quería dejártela—. Ella sabe que no
puedo hacer salsa de espagueti para salvar mi vida y eso me enoja, así que
siempre me trae un poco.
—Gracias—. Me hago a un lado para que
ella pueda entrar. —Podrías haberle dicho a Simón que me la traiga. No tenías
que venir hasta acá.
—Simón desapareció algún lado esta tarde.
Probablemente para ver a la chica con la que está saliendo ahora—. Alza sus
cejas, preguntándome, y yo mantengo en blanco mi expresión, porque realmente no
sé si es la chica que creo que es.
Llevo el contenedor al refrigerador
mientras ella se sienta en una de las sillas de la barra de la encimera de la
cocina, en frente de un plato de galletas que aparecieron en mi puerta esta
mañana.
—Además, ya sabes que me gusta ver cómo
estás e interrogarte sobre tu vida de vez en cuando. Incluso si sé que no
responderás—. Sonríe, cogiendo una galleta.
—Gracias —digo.
—Podrías hacerlo fácil para mí y
simplemente mudarte con nosotros—.
Ella me ha pedido mudarme con ellos cada
semana desde que descubrí que mi abuelo se iría. Siempre obtiene la misma respuesta,
pero nunca deja de preguntar.
—Gracias —digo de nuevo.
—Sólo estoy siendo egoísta, ya sabes. Te
necesito para que seas una buena influencia para Simón. Alguien necesita
salvarlo. No soy lo suficientemente vieja para tratarlo como a un nieto.
—Creo que me das demasiado crédito.
—Thiago, amo a mi hijo, pero a veces creo
que tú eres la única cosa buena sobre él—. Sacude su cabeza y sé que no está
hablando en serio. Ella amaba su hijo, pero a veces Simón es un dolor de
cabeza.
Hablamos unos cuantos minutos más, sobre
todo acerca de las galletas que me dejaron anónimamente (aunque sospecho de
quién son), antes que ella se levante para irse. Nuevamente me pregunta si
estoy seguro de no querer ir a cenar a su casa. No lo haré y ella ya lo sabe;
aún estoy enojado con Simón por lo del viernes por la noche y no me siento como
para lidiar con esto todavía.
—La esperé en el estacionamiento esta
mañana —dice Simón cuando me lo encuentro antes que suene la campana el lunes.
Simón me llamó anoche pero no respondí y
eliminé su mensaje sin escucharlo. No he hablado con él desde que vino a mi
casa el sábado, preguntándome qué pasó con Mar después que él la dejó. Me
molesta que él solo esté preocupado si ella está enojada con él y qué tanto
porque su consciencia está sucia, y no piensa en cómo llegó a su casa, cómo se
sentía o si llegó bien. Espero que ella esté muy enojada con él. Debería
estarlo.
—No me habla —ríe mientras caminamos
hacia nuestra primera clase. —Bueno, ya sabes, no hace ninguna mueca facial,
ninguna expresión hacia mí. Solo hizo algo con su dedo medio, pero puede que
sea un tic nervioso o algún espasmo muscular.
—Por supuesto —respondo.
—¿Sigues enojado conmigo?
—Ya lo superé.
—Deberías. Vamos, dejé a una chica
caliente y borracha, que no habla, en tu casa. Es como un regalo.
Dejo de caminar y lo miro, preguntándome,
una vez más, por qué somos amigos. Lo conozco lo suficiente para saber que no
está hablando en serio. Aun así, se merece que esté distante de él esta vez.
—Lo siento. Pensé que solo me estabas
pidiendo que limpie tu desastre. Realmente no me di cuenta que estabas siendo
un muy buen amigo y me estabas dando a una chica borracha e irresponsable para
que la viole. La próxima vez, sé un poco más claro así no me pierdo una
oportunidad tan maravillosa —digo con sarcasmo.
—Sabes que estaba bromeando. La dejé
contigo porque sabía que tú no le harías nada.
—Ella no sabe eso. Probablemente piensa
que hiciste exactamente lo que dijiste que hiciste. Abandonarla con un chico
extraño sin pensar dos veces lo que podría suceder.
—¿Qué sucedió? Estabas tan enojado
conmigo el sábado que no me contaste ni mierda.
—Tal vez porque estuve la mitad de la
noche limpiando vómito.
Dejo de caminar y lo miro así se da
cuenta que no estoy bromeando. No hay nada gracioso sobre la cantidad de vómito
que enfrenté el viernes por la noche.
—¿Quieres saber lo que sucedió? Ella
vomitó. Un montón. Y se desmayó. Se despertó. La llevé a casa. Eso es.
—Hombre, te debo tanto —dice.
—No tienes idea.
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