martes, 2 de junio de 2015

Existence: Capítulo Tres (Parte 2)

¿Acaso las chicas de tu edad normalmente no salen o hacen cosas el fin de semana?

Esta vez me fue imposible detener el grito de asombro que emanó de mi boca. Por suerte, mi mamá no estaba en casa para escucharme. Me di la vuelta para encontrar al alma hablante en mi cama, observándome.

—¿Por favor, podrías dejar de aparecer de la nada y asustarme como el infierno? ¿Y qué haces en mi habitación? ¡Vete!

Le lancé la blusa que estaba por colgar en mi ropero. Esto se estaba volviendo constante, tenía que dejar de seguirme. 

Una de sus cejas negras se alzó.

—Normalmente no eres tan irascible.

Gruñendo fuerte, fui hacia mi ventana, la abrí, y me volteé de nuevo hacia él. 

—Vete, por favor. Aléjate de mi habitación. ¡Podría haber estado desnuda!

Una profunda risa causó una calidez extraña se sintió a través de mi cuerpo. Mareo pareció tocarme pero solo apenas. 

—¿Quieres que me vaya? Eso es lindo.

No quería ser linda pero tampoco podía trabajar con un humor bueno tampoco. Algún extraño había venido hacia mí. ¿Su risa había causado esta extraña calidez en mi cuerpo?

—No, no exactamente, pero tengo la habilidad para controlar la ansiedad o el pánico. Mi risa realmente no tenía que ver mucho con eso.

¿Acaba de leer mis pensamientos o había dicho lo anterior en voz alta? Pareció encontrarme asombrada, al menos por la sonrisa de superioridad en su rostro. Otra razón por la que debería de estar furiosa con él. Estúpido chico muerto hablador.

—Para lo que vale la pena, siento haberte asustado. No fue mi intención, pero si hubiese aparecido en frente de ti, de pie en tu ropero, ¿hubiese sido eso menos aterrador?

Pensé en él apareciendo en frente de mí y una pequeña risa se escapó de mis labios. Tenía razón. Probablemente me hubiese desmayado. Pero podría haber tratado de tocar o algo. Espera, ¿los fantasmas podían tocar o sus puños simplemente atravesarían la puerta?

—Veo tu punto —repliqué y empecé a cerrar la ventana, y luego decidí no hacerlo. Me hacía sentir más segura cuando estaba abierta—. ¿Por qué estás aquí? —pregunté.

—¿Por qué tú estás aquí? —replicó. ¿El chico cambiaba de tema con acertijos?

—Vivo aquí.

Se encogió de hombros.

—Sí, pero eres joven. Tienes amigos. Es fin de semana. Sé que están afuera divirtiéndose, ¿entonces por qué estás aquí?

Genial, el alma hablante quiere ser ruidoso ahora. 

—No estoy de humor para salir.

—¿Por el jugador de fútbol?

¿Qué sabía de Pablo? Caminé y me senté en la silla que mantenía en la esquina de mi habitación para leer. Aparentemente, iba a tener que hablar con el chico para lograr que se vaya. 

—No realmente, más que todo porque no quiero ser «la última rueda del coche» o «la violinista» con Candela y Gastón.

—Pero ella sigue llamándote e invitándote para ir a sitios con ellos. Me suena a mí como que quiere que estés ahí.

¿Cómo sabía que me había llamado? Me senté derecha y puse mis pies debajo de mí, intentando bajar el enojo por haber estado husmeando, pero no pude. 

—¿Me has estado observando? —pregunté, estudiando su expresión en busca de alguna señal de mentira.

Me lanzó una sonrisa de lado, sus manos detrás de su cabeza. 

—Durante semanas, Lali, durante semanas.

¿Semanas? Abrí mi boca y luego la cerré, insegura de qué decir. ¿Me había visto desnuda? ¿Realmente quería saber si lo había hecho? ¿Cómo se había escondido de mí? ¿Estuvo en mi habitación cuando estuve durmiendo? Sacudí mi cabeza, intentando aclarar las preguntas corriendo en mi mente.

—Te veré más tarde. Tú madre acaba de llegar.

Alcé la mirada, pero mi cama estaba vacía.

—¡Lali! ¡Ayúdame a guardar las verduras! —llamó Mamá desde las escaleras. 

Suspiré y me puse de pie, mirando atrás una vez más hacia mi cama vacía, antes de correr al primer piso para ayudarla con las compras.

****

Dormir no fue fácil el resto de la semana. Incluso dormí con la puerta abierta y la luz de mi ropero abierta. Era ridículo que me haya dado miedo a la oscuridad. Los círculos negros debajo de mis ojos habían sido imposibles de cubrir completamente esta mañana. Jalando mi mochila sobre mi hombro, hice mi camino a través del pasillo. Pasé a Pablo y él asintió educadamente. Las otras veces que lo había visto ahora, ni siquiera me había notado. ¿Por qué su falta de atención me daba ganas de ir a casa y acurrucarme en mi cama? Pero luego, tal vez solo quería hacerlo porque el «sexy chico muerto acosador» me estaba haciendo perder el sueño y estaba exhausta. 

—No lo mires la próxima vez. Lo volverá loco.

La voz familiar no me sorprendió. Fue casi como si lo esperara. Aunque había estado ausente desde que me dijo que me había estado observando por semanas el sábado por la tarde. Por supuesto, no había forma que le responda ahora mismo y él lo sabía. Me volteé y me dirigí hacia mi casillero.

—Está tratando de hacerse el duro. De algún modo prueba lo niño que es, pero puedo ver que te está molestando.

—No me molesta —digo entre dientes mientras abro mi casillero.

—Sí, lo hace. Hay un pequeño movimiento entre tus cejas que aparece y tú te muerdes el labio inferior cuando algo realmente te molesta.

Sabía que no tenía que mirarlo pero no pude evitarlo. Volteé mi cabeza y lo vi a través de mi cabello. Estaba inclinado contra el casillero a mi lado con sus brazos cruzados sobre su pecho, observándome. Nunca nadie me había prestado suficiente atención antes para ser capaz de describir mi expresión facial cuando estaba enojada. Era raro y entrañable.

—Te estás perdiendo la muestra pública de afecto al otro lado del pasillo entre tus dos amigos. Tal vez te necesiten para que les lances una bandeja de agua helada encima de ellos. 

Me mordí el labio para evitar reírme. No tenía que voltearme para saber de qué estaba hablando. Candela y Gastón podían ser un poco groseros. 

—Eso, eso está mejor. Me gusta cuando sonríes. Si el chico del fútbol sigue haciéndote fruncir el ceño, voy a tener que meter las manos en el asunto. 

Abrí la boca para protestar pero se había ido.

****

Miré el reloj. Pablo llegaría en cualquier minuto. Mi madre se había ido hace treinta minutos atrás para otra cita con Mariano. Había pasado el tiempo a solas caminando por la casa buscando al alma de la que no me podía deshacer. No estaba segura en dónde esperaba encontrarla. Realmente no parecía ser la clase de chico que sienta y no hace nada. Si estaba aquí, ¿no estaría intentando decirme qué hacer o haciendo preguntas que no eran de su incumbencia? Pero lo busqué de todos modos. Quería discutir el comentario que hizo más temprano. El timbre interrumpió mi búsqueda y me dirigí hacia la sala para abrir la puerta.

—Oye. —Di un paso hacia atrás y dejé que Pablo entre. Lo había ignorado el resto del día. No estoy segura del bien que hice, pero decidí que no quería que Pablo piense que me preocupaba que él me hable o no—. 

—Oye —replicó y entró. Lo llevé a la cocina y esperé mientras dejaba sus libros—. Sexo seguro —murmuró.

Me congelé y lo miré fijamente, insegura si lo había escuchado correctamente. Su rostro serio se rompió en una sonrisa y luego empezó a reír.

—Desearía que pudieses ver tu cara —dijo, a través de la risa.

—¿Entonces, sí dijiste sexo seguro? —pregunté, intentando determinar qué era tan gracioso. Él era el que hablaba de sexo.

Asintió y alzó su papel.

—El tema del discurso de esta semana.

Reí débilmente. 

—De acuerdo, bueno esa fue una forma de anunciarlo —repliqué, mientras iba a la refrigeradora a sacar nuestras bebidas.

—Espero estés bien educada en este tema porque yo no tengo idea. 

—¿Qué? —espeté.

Se rió de nuevo y me quedé ahí, esperando que se detenga.

—Lo siento —dijo—, es solo que eres tan linda cuando te sorprendes.

Me enderecé ante la palabra linda y deseé no haberlo hecho. Esperando que no haya notado mi reacción, tomé un profundo respiro y recé silenciosamente para que mis ojos no me traicionen cuando me voltee. No es como si quisiera que Pablo me vea diferente, pero exactamente no quería que piense que era linda. Tal vez atractiva o bonita, tal vez, pero no linda. Aunque él refiriéndose a mí como linda me ayudaba a recordar en dónde estaba yo con él. Cualquier ilusión que hubiese tenido de los dos siendo más que amigos, se disipó.

—Creo que haber tenido experiencia no es necesario. Básicamente se supone que debe tratarse de tus creencias en el tema o la importancia del mismo.

No podía mirarlo a los ojos. Pero él se acercó a mí y alzó mi mentón así no tenía elección. 

—Estás avergonzada —dijo y yo desvié los ojos—. Es lindo.

¡Agh! Estábamos de vuelta a yo siendo linda. Lo miré de vuelta. 

—Por favor, deja de decir que soy linda. Es insultante. 

Frunció el ceño mientras soltaba su mano de mi mentón.

—¿Cómo es eso insultante?

Me encogí de hombros, no queriendo hablar de ello y deseando haber cerrado la boca. 

—Solo lo es. Nadie quiere ser lindo. Los cachorros son lindos. 

Cogí su cuaderno y mantuve mis ojos en el papel y leí de nuevo el tema, al menos intenté actuar como que lo estaba lOyeendo.

—Bueno, definitivamente no te ves como un cachorro —dijo, riendo.

—Bueno, eso algo al menos. 

Necesitábamos cambiar de tema y yo necesitaba aprender a morderme la lengua.

—De acuerdo, ¿entonces, cuáles son las tres principales razones por las que crees que el sexo seguro es importante? 

Tal vez ahora podríamos desviarnos del tema de mí y de mi lindura. Él no respondió y alcé la mirada hacia él. Me estaba observando con una expresión seria.

—¿No estás seguro?

No respondió.

—Eh, de acuerdo, ¿qué hay sobre el embarazo adolescente? Ese es un buen punto. Nadie necesita volverse un padre mientras siga siendo un niño. 

De nuevo, no respondió, así que escribí.

—Tus sentimientos están heridos —dijo silenciosamente. Me congelé pero mantuve mis ojos en el papel—. No quise decir algo que hiera tus sentimientos—continuó. 

Quería negarlo, pero me di cuenta que aceptar su disculpa y seguir adelante sería la mejor manera de lidiar con esto. 

—Está bien. Pongámonos a trabajar tu ensayo.

Miró el papel.

—El embarazo adolescente sin duda es una razón —acordó.

—De acuerdo, ¿y qué hay de las enfermedades de transmisión sexual? —sugerí, escribiendo mientras hablaba.

—Esa es otra buena. 

Empecé a escribirlo, pero él me quitó el cuaderno. Sorprendida, alcé mi mirada de golpe para ver qué estaba haciendo. Me dio una sonrisa de disculpa.

—Lo siento, pero no podía pensar en otra manera de llamar tu atención. 

Insegura de cómo responder, me senté en silencio y esperé a que terminara.

—No solo eres linda. Sí, haces lindas caras y cosas, pero no solo eres eso.

Escucharlo explicarse a sí mismo me hizo sentir idiota por haber hablado de ello.

—De acuerdo —balbuceé.

Me deslizó de vuelta el cuaderno.

—Ahora, veamos…qué hay del hecho que usar un condón quita el placer, ¿deberíamos discutir eso?

Me atoré con mi bebida y empecé a toser incontrolablemente mientras Pablo me golpeaba suavemente en la espalda. Una vez que estuve bajo control, alcé la mirada y lo atrapé luchando contra una sonrisa.

—De nuevo, haces un montón de cosas lindas, pero no solo eres eso.

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