sábado, 6 de junio de 2015

Existence: Capítulo Cuatro (Parte 2)

El alma se fue antes que la enfermera terminara conmigo y no había regresado. Cuando me volví a despertar, rápidamente revisé la habitación, esperando que él volviera, pero mi madre ahora estaba sentada en la esquina, trabajando en su laptop. Me miró y sonrió.

—¡Buenos días!

El miedo que vi en sus ojos anoche se había ido…se veía menos tensa y más como mi mamá de nuevo. Ahora que me había despertado y la enfermera le había asegurado que me recuperaría, se veía menos tensa y más como mi mamá de nuevo. Sonreí.

—Buenos días.

Mi garganta se sentía un poco mejor gracias a todos los cubos de hielo que me había comido. Me estiré para coger mi taza de agua y mi Mamá saltó inmediatamente.

—No te muevas. Tu costilla rota va a requerir que te mantengas quieta por un tiempo. —Puso la cañita en mis labios y tomé pequeños sorbos del agua helada. Se sentía maravilloso en mi garganta seca—. Candela ya ha llamado esta mañana y le dije que te despertaste anoche. Está en camino, con Gastón. —Mamá se detuvo y miró hacia la puerta—, y Pablo Martinez ha estado esperando en la sala toda la noche. Incluso durmió aquí. Fui y le dejé saber que habías despertado y le dije que vaya a casa porque no podías tener visita, pero se quedó. Las enfermeras se sintieron mal por él y le dieron una almohada y sábanas. —Se detuvo como si no estuviera segura de exactamente por qué él quería quedarse en una sala de espera toda la noche. Los recuerdos de él no llegando a nuestra sesión de estudio por culpa de María. Ya no me sentía triste o decepcionada. Las lágrimas que había derramado por él habían sido sin sentido.

Mamá se mordió el labio inferior.

—Él dijo que era la razón por la que te fuiste de la escuela triste. No te he preguntado por qué no estabas en la escuela o qué sucedió porque no quería lograr lo mismo.

Dejó de hablar y me estudió, esperando a que yo diga algo. ¿Qué podía decir? Realmente no quería ver a Pablo. Casi me mato a mí misma actuando como una chica tonta enamorada.

—¿Ha estado aquí toda la noche? —pregunté, queriendo asegurarme que la entendía correctamente.

Asintió.

—Ha estado aquí desde que se enteró de tu accidente. Vino con Candela y Gastón pero no quiso irse con ellos.

—De acuerdo, eh, si quiere entrar, entonces está bien.

Mamá pareció aliviada. Supongo que se preocupaba que yo pudiera decirle al pobre chico que había esperado toda la noche en una incómoda sala de espera que no quería verlo. Ella salió rápidamente por la puerta y escuché a Candela susurrar algo mientras se cruzaban. Sin duda estaban discutiendo mi acuerdo de dejar entrar a Pablo a verme. Candela entró y puso sus manos en sus caderas y me dio una sonrisa grande.

—Mírate, toda despierta y hermosa —dijo, caminando hacia mí y sentándose en la silla al lado de la cama. 

Candela cogió mi mano y vi el brillo en sus ojos mientras luchaba contra las lágrimas. Apreté su mano y se quebró. Soltó un sollozo mientras lágrimas empezaban a correr por su rostro. Alcé la mirada hacia Gastón, quién estaba detrás de ella, observándome. Se encogió de hombros y me dio lo que pude decir que era una sonrisa forzada. 

—Lo siento. Dije que no iba a llorar. Realmente estaba preparada para ser toda brillante y alegre pero seguía recordando tu auto y las palabras “fue llevada al hospital, inconsciente” una y otra vez en mi cabeza. —Se limpió su rostro mojado y sonrió a través de las lágrimas—. Solo estoy contenta que estés bien. Ayer fue el peor día de mi vida.

Tomó nuestras manos unidas hacia su boca y las besó.

—Lo sé —dije, simple. Porque lo hacía. Si hubiese sido ella en esta cama en lugar de mí, hubiese estado aterrada.

—Irónico, ¿verdad? El único día que decides romper las reglas y faltar a la escuela y no usar tu cinturón, lo que es raro desde que eres la Reina del Cinturón, todo explota en tu cara. ¿Verdad? —preguntó Gastón con una sonrisa en su rostro.

Sonreí porque reír dolía y Candela rodó sus ojos pero una sonrisa apareció en la esquina de su boca.

—Sí, supongo.

Quería aclarar el hecho que había estado usado el cinturón pero no podía explicar algo que no entendía, así que mantuve mi boca cerrada. Un toque sonó en la puerta y Candela me miró, mordiéndose el labio inferior nerviosamente. 

Bajó su voz a un susurro.

—Él no ha se ha ido desde que llegó aquí con nosotros ayer. Incluso se ha perdido la práctica de fútbol.

Observé mientras Pablo entraba a la habitación. Sus ojos encontraron los míos y se detuvo un momento antes de entrar más. No estaba segura de qué decirle o qué podía decirme. Era un chico al que le hice tutoría y había dormido en la sala de espera toda la noche porque yo actué ridículamente sobre perderse su sesión de estudio. Obviamente estaba nervioso y sabía que la presencia de Gastón y Candela no estaba ayudando. No tenía la intención de decirles a todos que mi accidente era su culpa. No creía en eso. Sabía que yo había causado eso. 

Sin embargo, con mis dos mejores amigos en la habitación sería incómodo. No quería que me dejen porque tenerlos aquí se sentía como una sábana de seguridad. Miré a Pablo y pude ver en sus ojos que quería hablarme sin la audiencia pero no les pediría que se vayan. La idea de él durmiendo en la sala de espera toda la noche porque se sentía culpable, parecía injusto. Necesitaba calmar su consciencia así podía irse a casa.

Me volteé a Candela y Gastón.

—¿Podrían darnos un minuto?

Candela miró hacia Pablo y asintió. La observé mientras se ponía de pie. Mirar a Pablo no era algo nuevo para Candela, pero para mí sí. Después de rectificar la situación con Pablo, necesitaría aclarar unas cosas con mis amigos también. Una vez que la puerta se cerró detrás de ellos, dirigí mi atención a él.

—Ayer, yo…Dios. —Corrió su mano sobre su despeinado cabello y cerró sus ojos—. Tú estás aquí por mí. Yo sé que te fuiste porque estabas triste. Puedo verlo en tus ojos pero no sabía cómo lograr que me hables—. Se detuvo de nuevo y bajó su mirada hacia mí. —Nunca podré expresarte lo mucho que lo siento.

Sacudí mi cabeza.

—Esto no fue tu culpa. Yo tomé una decisión estúpida.

—No, sí es mi culpa. Pude ver las lágrimas en tus ojos, Lali, y me estaba matando pero no podía encontrar las palabras correctas. Quería explicarte pero hice un trabajo pobre.

No podía permitirle tomar la culpa por mi estupidez.

—Deja de culparte a ti mismo. Admito que actué tontamente sobre tú no viniendo o llamando. Dejé que el hecho que estuvieras con María me pusiera triste y fue tonto. No sé por qué dejé que me pusiera así. Llorar por un hombre no es algo que hago. El hecho que estuviera luchando contra las lágrimas me confundió y me fui.

Gentilmente tocó una de las dos docenas de rozas rosadas en la mesa por la ventana.

—Te fuiste porque te hice daño. Eso lo convierte en mi culpa —replicó, simple. No quería que se culpe por esto. Necesitaba superarlo e irse a casa.

—Pablo, soy tu tutora. Ni siquiera somos amigos. Puedes perderte una sesión y olvidarte de llamarme, y no debo dejar que eso me hiera. Creo más en esta relación de lo que debería. Tú nunca has insinuado que somos más que compañeros de estudio. No hablamos en la escuela; no nos vemos más que en mi casa cuando estamos trabajando. Esto fue mi culpa. Deja de culparte a ti mismo y anda a casa —dije lo último con una suavidad en mi voz así no sonaba rudo. 

Frunció el ceño y caminó para sentarse al lado de mi cama. 

—¿Crees que solo te veo como mi tutora? —preguntó.

Asentí, insegura de lo que quiso decir. Me dio una triste sonrisa de suficiencia.

—Esa también sería mi culpa Nunca he tenido problema en dejarle saber a una chica que estoy interesado…hasta contigo. —No estaba segura de lo que quiso decir pero me quedé callada. Se sentó en la silla que Candela dejó vacía hace un momento—. Sabía que no te gustaba cuando acordaste ser mi tutora. No tenías que decírmelo ese día en el pasillo cuando dijiste que rechazaste porque no te gustaba. Siempre supe que no te gustaba pero quería que seas mi tutora. Quería que tú seas la que supiera mi secreto. Nunca esperé que esa chica que me miraba con desdén sería tan divertida. Fue una sorpresa descubrir que la chica que había estado viendo desde nuestro primer año en secundaria parecía ser tan hermosa por dentro y por fuera. Me sorprendiste y no me tomó mucho involucrarme. —Una sonrisa triste tocó sus labios—. Aun así, en la escuela, seguías pareciendo intocable como siempre, así que mantuve mi distancia. Intenté hablarte e incluso pensé en invitarte a salir pero tu desinterés me asustaba. No quería que nuestras noches sean incómodas, así que no pedí nada más. Miré hacia adelante, hacia nuestras noches todos los días. No podía malograr eso. 

Dejó caer su mirada hacia sus manos, las que convirtió en puños en su regazo.

—Luego María llamó y empezó a llorar, diciendo que necesitaba hablar con alguien y yo era la única persona en quién confiaba. Le dije que tenía que ir a otro sitio pero lloró con más fuerza y me rogó. Acordé pasar por su casa. Ella está lidiando con unas cosas en su vida familiar que ya sabía y ella necesitaba a alguien que escuche. Cuando me di cuenta que no iba a ser capaz de dejarla, quería llamar pero no podía llamarte en frente de ella y explicarlo. Así que no lo hice. Solo iba a lidiar con una mala nota. No tenía idea que si quiera te importara.

Alzó la mirada con una expresión de dolor en su rostro.

—Estuve mal y nunca he estado tan enojado conmigo mismo.

Se levantó, metiendo sus manos en los bolsillos de sus vaqueros con una mirada de derrota en su rostro. Sonreí.

—Por favor, no estés enojado contigo mismo. Yo no te culpo de nada.

Quise decir más pero no pude.. Me observó por un momento antes de asentir.

—¿Hay alguna oportunidad de que no lo haya malogrado completamente todo entre nosotros? —preguntó.

—¿De qué estás preocupado de haber arruinado? Aun voy a ser tu tutora, si es lo que estás preguntando.

Se rió suavemente y gentilmente tomó mi mano.

—Realmente estoy agradecido que sigas siendo mi tutora pero eso no es lo que estoy pidiendo. Tenía miedo antes de malograr las cosas pero no creo que pueda malograrlas más de lo que ya lo hice.

Se recostó en la silla a mi lado y me miró con sus ojos bebés que estaban enmarcados en pestañas tan lindas que era difícil no suspirar. 

—No quiero que solo seas mi tutora. Quiero que seas la chica que busco en los pasillos cada mañana y me guarda un sitio en la cafetería. Quiero que seas la que me espera cuando salgo del campo en mis partidos. Quiero que seas la que coge e celular solo para llamar solo para hacerme sonreír.

Sus ojos me observan. Pablo Martinez de hecho parece nervioso. Estaba esperando a que diga algo. Podía ver la pregunta en sus ojos. Pablo quería tomarse esto a un nivel que pensé que quería antes, ¿entonces por qué es tan difícil aceptarlo ahora? Miedo baila en sus ojos y me las ingenio para asentí. Acordé dejar que las cosas cambien entre nosotros, pero de alguna manera, en el fondo, algo no se siente bien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario