domingo, 28 de junio de 2015

Existence: Capítulo Diez

No había vuelto. Pasé todo el fin de semana encerrada en mi habitación, esperándolo, pero nunca vino. Me había despertado el lunes por la mañana, me había vestido con tanta desesperación que casi salí corriendo hacia el auto para llegar rápido a la escuela. Cuando mi madre me preguntó: “¿Pablo no te va a recoger ahora?”, me detuve con mi mano en la perilla de la puerta, insegura de cómo responder. Había dejado que sus llamadas vayan directamente al mensaje de voz casi todo el fin de semana. Después de escuchar sus mensajes suplicantes, finalmente lo había llamado y le había asegurado que simplemente estaba en cama, enferma. Él esperaría llevarme a la escuela esta mañana. Me forcé a mí misma a sentarme y tomar mi desayuno mientras esperaba otros diez minutos más para que Pablo llegue. De alguna manera, logré mantener la apariencia de la paciencia hasta que entré a la escuela. No podía sentirlo. No estaba ahí. Los labios rojos haciendo puchero de María me aseguraron que él no se estaba escondiendo de mí. Simplemente no estaba aquí. Cada clase que pasaba sin él se sentía como un hueco negro expandiéndose en mi mundo. Pablo me observó con una mezcla de preocupación y frustración y supe que estaba tratando de entender. La última campana sonó, salí de la biblioteca y me dirigí a casa. Necesitaba que él estuviera ahí.

Pero no estaba. Se mantuvo alejado por dos días más.

En el momento en que entré a Literatura Inglesa el jueves, lo sentí. La sensación a la que me había acostumbrado era tan fuerte por su ausencia de cuatro días. Miré hacia la parte trasera del salón y ahí estaba, dándole a María su sonrisa de lado mientras trazaba la línea de su mentón con su dedo. Ella rió y ella se inclinó más cerca de él para susurrarle algo en su oído que causó que él lance su cabeza hacia atrás y se ría. Ella miró hacia mí e hizo a una mueca de triunfo. La miré a ella y luego a Peter quién parecía no mirarme para nada. La estaba observando a ella, sonriendo seductoramente. Me había besado y me había dejado sola, confundida, y luego se había desvanecido por seis días. Ahora, era como si nada hubiese pasado.

Lo miré fijamente, deseando que él también me mire, para que se dé cuenta de mi presencia. No lo hizo. Incapaz de mirar por más tiempo, me volteé y dejé el salón. Pablo aún seguía de pie, fuera de la puerta, donde lo había dejado. Estaba hablando con Victorio y volteó la mirada hacia mí con una sonrisa de sorpresa.

—Oye, ¿te olvidaste de algo? —preguntó, buscando mi mano.

Sacudí mi cabeza, con temor de que el enorme hueco que Peter acababa de abrir en mi corazón fuera visible para el mundo. Caminé hacia Pablo y envolví mis brazos alrededor de su cintura. Sus brazos me envolvieron instantáneamente.

—Te hablo más tarde —le escuché decir a Victorio sobre mi cabeza—. ¿Qué pasa? —susurró en mi oído mientras seguía sosteniéndome.

Quería llorar porque no lo amaba. Pablo me amaba y era fácil de ser amada. Él nunca me haría daño de la manera en que Peter acababa de hacerlo. Él era bueno y honesto. ¿Por qué no podía amarlo a él? Me apreté más a él, con temor que escuche mis pensamientos y se aparte de mí en cualquier momento. Sin embargo, Pablo no podía escuchar mis miedos. 

Me apretó más contra él y empezó a acariciar con pequeños círculos en mi espalda con su mano. Lágrimas se acumularon en mis ojos y odiaba llorar en sus brazos por otro chico. Pablo merecía alguien que pudiese amarlo. En algún momento lo odié porque pensé que creía que era muy bueno para mí. Ahora, me odiaba a mí misma porque sabía que él era muy bueno para mí. No lo merecía, aun así, me sostuve de él de todos modos. Tal vez no lo amaba, pero lo necesitaba. Él no tenía ni idea que por dentro me sentía como si me hubiesen arrancado de mi cuerpo por la forma en que alguien o algo me rechazó.

—Sr. Vásquez, Lali no se siente bien. Necesita ir a la enfermería. Si se va a casa, me aseguraré de traerle la excusa yo mismo —le explicó Pablo a mi profesor mientras me sostenía.

—Muy bien, ¿la vas a llevar entonces? —la voz del Sr. Vásquez sonaba preocupada.

—Sí, señor.

La puerta se cerró y el pasillo se volvió silencioso. No quería ver una enfermera, pero sabía que no podía quedarme de pie en el pasillo todo el día, dejando que Pablo me sostenga. Aunque era bastante probable que si quisiera, él lo haría. Retrocedí lo suficiente para alzar la mirada hacia su rostro, el cual era una máscara de preocupación mientras limpiaba una lágrima de mi mejilla.

—¿Qué sucede, Lali? —preguntó silenciosamente.

Logré una sonrisa débil.

—Creo que me ha tocado un mal día. Quiero volverme a sentir bien. Este fin de semana fue miserable —admití, necesitando agregar algo de verdad a lo que estaba diciendo.

Asintió y me atrajo de vuelta hacia sus brazos. 

—Lo siento por formar parte de esto. No puedo soportar verte llorar. Me mata —dijo suavemente y me apretó.

Pablo era mi relación con el mundo real y mi fuente de comodidad, especialmente ahora que mi corazón se sentía roto más allá del reparo. Lo que me asustaba más que todo era el hecho que mi corazón había sido roto por alguien que ni siquiera conocía.

Fui a la enfermería, pero solo me quedé ahí lo suficiente para que termine Literatura Inglesa. Una vez que supe que sería seguro ir a Álgebra II, le aseguré a la enfermera que me sentía mucho mejor y quería ir a clase. Álgebra II parecía ser la única clase que no compartía con Peter o María. Podría sobrevivir a ello. Pablo estaría conmigo en Historia del Mundo así que la presencia de Peter sería fácil de ignorar.

Entré al pasillo y la advertencia en mi cabeza que alguien me estaba observando hizo que los vellos de mis brazos se ericen. Miré hacia ambos lados por el vacío pasillo pero no había nadie. El miedo pareció atrapar mi garganta y me forcé a mí misma a tomar una respiración calmada antes de dirigirme a Álgebra II con mi pase de la enfermera. Caminé más rápido de lo normal, esperando estar rodeada de otras personas. Estar a solas en el pasillo trajo recuerdos aterradores. Especialmente ahora cuando no estaba segura si Peter vendría a mi rescate. Él ni siquiera me miraba, ¿así que por qué vendría a mí si un alma me cazaba? La sensación de que alguien me estaba observando se intensificaba conforme avanzaba en el pasillo. ¿Por qué Álgebra II tenía que estar al final del pasillo? Miré sobre mi hombro y el pasillo aún permanecía vacío. Un escalofrío corrió por mi espina dorsal y rompí a correr. No podía verla pero supe que estaba ahí. Mi corazón golpeaba en mi pecho. Mantuve mis ojos en la puerta de mi clase de Álgebra II. Aún se veía bastante lejos, pero sabía que si gritaba alguien me escucharía. El frío empezó a sentirse con más fuerza y el aire se puso más espeso, haciendo difícil respirar. Necesitaba dejar de correr así podía forzar el oxígeno en mis pulmones, pero luego ella me tendría a solas por más tiempo.

Una puerta se abrió justo mientras mi visión empezó a volverse pesada por la falta de oxígeno y el aire inmediatamente llenó mis pulmones que quemaban. El escalofrío desapareció. Solté mis libros y coloqué mis manos en mis rodillas, jadeando en busca de aire, inhalando y tratando de estabilizar mi corazón alocado. Lo que sea que había estado detrás de mí se había ido por él. Suerte para mí que no se dio cuenta que a Peter ya no le importaba mantenerme a salvo. Mi corazón ya no estaba acelerado por el miedo sino que dolía por el rechazo. Recogí mis libros del suelo y observé a Peter retrocediendo antes de dirigirme a mi salón.

****

—Si no estás lista para empezar mi discurso, no tengo prisa. —Pablo se inclinó hacia abajo y susurró en mi oído.

Ordenamos pizza y nos acurrucamos en el sofá para ver televisión. La verdad de todo era que, no estaba de humor para trabajar en su discurso. Todo lo que realmente quería era disfrutar de la pequeña medida de calidez por estar en sus brazos. Sentada en el sofá, acurrucada a mi novio me ayudaba a mantener mi miedo fuera. Cuando Pablo se fuera, tendría que haber ido a mi habitación a solas. La idea de enfrentar mi habitación después de mi experiencia en el pasillo el día de hoy me aterraba. Ver a Peter alejarse de mí como si solo fuera otro chico sin preocuparse por el mundo, mientras yo estaba arrodillada buscando aire, me había dejado una sensación de desprecio. Tomé la mano de Pablo entre la mía. Él estaba aquí. Asegurado, no era protección contra almas psicóticas. Solo Peter podía detener eso…eso…lo que sea que fuera ella. Pero Peter no estaba aquí. Pablo era todo lo que tenía y quería mantenerme en su calor por más tiempo. Pablo sostuvo mi mano entre la suya y nos sentamos en silencio. Ni siquiera estaba segura qué estábamos viendo. Él se reía en voz alta a veces y el sonido de ello me hacía sonreír. Disfrutaba verlo feliz. A veces me olvidaba cómo se sentía ser feliz. El sonido de su celular rompió entre mis pensamientos y salté. Estaba al borde esta noche.

Él sonrió. 

—Es mi celular, no la alarma contra incendios. Jesús, estás asustada esta noche. —Buscó en su bolsillo y lo sacó—. ¿Aló? —se detuvo—, estoy donde Lali ahora…sí me doy cuenta de ello, pero estoy ocupado…no hemos terminado todavía. —Pablo me miró con disculpa—. De acuerdo, estoy en camino —dijo, frunciendo mientras cerraba su celular—. Ese era mi padre. Necesita que lo lleve a dejar el auto de mamá en el mecánico. Van a trabajar con ello mañana a primera hora. No puede irse a la cama hasta que lo deje y está muerto después de trabajar doble turno en la estación.

Me senté y forcé una sonrisa. Mi mamá no estaba en casa aún y la idea de estar a solas me daba ganas acurrucarme en una bola y llorar.

—Oh, sí, um, anda. Podemos trabajar en el discurso mañana.

Frunció el ceño y deslizó una mano en mi cabello, acariciando su pulgar contra mi oreja.

—Te ves nerviosa. Odio dejarte así.

Sonreí y me encogí de hombros.

—Probablemente solo necesito dormir —mentí, esperando que lo crea.

Se inclinó hacia abajo y me besó suavemente. Deslicé mis manos detrás de su cuello y profundicé el beso. Pablo tomó mi rostro entre sus manos y la inclinó para encajar la suya perfectamente. Me hundí en la comodidad de su cercanía y su calor. Supe que necesitaba dejarlo ir así podía ayudar a su padre pero me sostuve con más fuerza. Dejarlo ir significaba que se iría y estaría a solas. Me presioné contra él sin pensar sobre cómo mi necesidad de comodidad se malinterpretaría como pasión. Un gemido vino del pecho de Pablo y gentilmente me empujó contra el sofá y me cubrió con su cuerpo.

Nunca habíamos dejado ir las cosas tan lejos. Peter siempre estaba ahí, de alguna manera en el medio, como una fuerza invisible que me tenía manteniendo a Pablo a la distancia. Estaría mal no permitirle ir las cosas más lejos. Dejar que Pablo crea que podía ir más lejos con nuestra relación tampoco era justo para ninguno de los dos. Peter siempre estaría en mi mente. Pablo merecía más que ser el «segundo plato». Incluso ahora, mientras se presionaba contra mí y su respiración sonaba irregular, no sentí nada más que seguridad. Su mano se deslizó debajo de mi blusa y supe que era momento de detenerme. Justo mientras acariciaba el lado de mi corpiño, me aparté del beso.

—No —susurré mientras su mano lentamente retrocedía.

Su respiración sonaba agitada y pude sentir su corazón golpeando contra el mío. Lentamente se sentó y buscó mi mano para alzarme también. Corrió una mano a través de su cabello y se rió, temblando.

—Increíble —dijo, sonriendo. No estaba segura de qué decir porque «increíble» no fue lo que sentí—. Lo siento, me dejé llevar —se disculpó, mirando hacia mi blusa que aún estaba hacia arriba, justo por encima de mi ombligo. La bajé y le sonreí. No era como si hubiese tratado de violarme. 

—No te disculpes. Solo necesitábamos detenernos. Tu padre está esperando.

Pablo asintió, su expresión aún un poco brillante, y se puso de pie. Se colocó su chaqueta y cogió sus libros y llaves.

—¿Vas a estar bien hasta que tu madre llegue a casa? —preguntó.

Quería reírme por la respuesta a esa pregunta. En lugar de eso, asentí y sonreí. No era como si pudiese contarle que un alma quería asesinarme por razones que no entendía.

La puerta cerrándose detrás de Pablo hizo que el peso en mi pecho vibre. Pensé en salir y quedarme de pie la entrada de mi casa así podía ver las otras casas encendidas y con personas adentro. De alguna manera, saber que otras personas estaban adentro sonaba seguro. Volteé la mirada hacia las escaleras y la idea de subir a mmi habitación me hizo temblar. Caminé y me coloqué en frente de la puerta de mi casa. Podía quedarme ahí y esperar a que llegue mi mamá. Si cualquier cosa se mostraba, podía correr por la calle mientras gritaba. Todos pensarían que estaba loca pero al menos traería atención.

—No creo que esas medidas tan drásticas sean necesarias. Sube a la cama Lali, estaré aquí.

Me volteé ante el sonido de la voz de Peter. Alivio y enojo nadaron sobre mí simultáneamente. Quería lanzar mis brazos a su alrededor pero también quería golpearlo en su nariz perfecta.

—Prefiero que hagas ninguno. Solo anda a la cama. —Su tono frío dolió peor que el miedo.

No me estaba mirando sino a una revista de deportes que Pablo había dejado. Sus botas estaban encima de la mesa mientras se reclinaba en una silla. Lágrimas quemaron mis ojos pero no lloraría en frente de él. Esa era una humillación que me rehusaba a darle. En lugar de eso, subí corriendo las escaleras.

El agua caliente lavó mis lágrimas cuando me quedé más tiempo en la ducha que lo necesario. Aquí mis sollozos eran camuflados. Una vez que las lágrimas dejaron de caer y todo lo que quedaba era un hueco de dolor, cerré el agua, salí envuelta en mi toalla. Estudié a la chica en el espejo. Sus ojos estaban rojos e hinchados. Ninguna clase de agua caliente podía apartar la tristeza que reflejaban. Él estaba aquí y yo estaba a salvo. Tenía que agradecer por algo. El motivo por el que estaba aquí era algo que no tenía coraje para preguntarle. No quería que me vea llorar. No quería que sepa que acaba de pasar treinta minutos en la ducha llorando por él. ¿Podía haberme robado mi corazón o se había llevado mi alma? No podía estar segura, pero me rehusaba a dejarlo tener mi orgullo también.

Envolví la toalla con más fuerza alrededor de mí y me dirigí a mi habitación. Entré sabiendo que estaría vacía. Peter no quería estar cerca de mí. Una pequeña parte de mí había esperado encontrarlo sentado en la silla de la esquina con su guitarra en sus manos. Lágrimas frescas se acumularon en mis ojos. Necesitaba tomar control sobre esta agonía o lo que sea que fuera. Busqué mi pijama de siempre pero no pude estar cerca de nada que me recordara a Peter y las noches que pasó cantándome para que duerma. En lugar de eso, tomé mi vestido de pijama y lo deslicé por encima de mi cabeza. Era rosa pálido. Sonreí tristemente, dándome cuenta que nunca había pensado antes en eso. Inmediatamente me lo quité y lo dejé caer en el suelo. No podía usarlo tampoco. Abrí mi ropero y saqué una camiseta que tenía de Pablo y me la puse. Aún podía oler a Pablo en ella y me dio una sensación de poder de ser capaz de moverle la nariz a Peter y abrazar a Pablo con mis acciones, incluso si mi corazón sentía diferente. Caminé hacia mi cama y me acosté pensando en la música que no escucharía. El silencio hizo eco a través de la casa, pero supe que no estaba a solas. Él me estaba observando. No quería cerrar mis ojos, esperando que él venga a sentarse en su silla y tocara música para mí. El único sonido que podía escuchar era el lento sonido del agua aun drenándose. Si es que Peter no hubiese estado abajo, cada pequeño sonido me hubiese tenido saltando y corriendo hacia la puerta. Sin embargo, con él observándome, era capaz de cerrar mis ojos y suavemente ser llevada al sueño por el silencio.

Música se filtró en mis sueños. Música suave llenó el hueco abierto en mi corazón. Sonreí, buscando la fuente del sonido, pero no encontré nada. Solo era un hermoso sueño.

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