miércoles, 13 de febrero de 2013

Ángeles Caídos #3: Veintiocho

A pesar de estar debajo de la tierra, la casa de Peter estaba caliente cuando llegamos. Me tomé tiempo para preguntarme si las tuberías corriendo debajo del parque ayudaban a calentar el lugar. También había una chimenea, que Peter prendió. Tomó mi chaqueta, colocándola en el armario.

-¿Hambrienta? – preguntó.

Alcé las cejas.

-¿Compraste comida? ¿Para mí?

Él me había dicho que los ángeles no saborean y no requieren de comida.

-Hay una tienda de comestibles orgánicos justo en la salida de la carretera. No puedo recordar la última vez que fui a comprar comida – una sonrisa brilló en sus ojos.

Entré a la cocina. Fui primero a la refri. Botellas de agua, espinaca, hongos, quesos, crema de maní, y leche a un lado. Salchichas, coca cola, chocolate, copa de pudín, y crema pastelera al otro lado. Cogí una copa de pudín y le ofrecí a Peter una también, pero el sacudió su cabeza en gesto de no. Se sentó en una de las sillas de la barra, inclinando su hombro en la encimera.

-¿Recuerdas algo más del accidente con Hank antes de desmayarte?

Encontré una cuchara en uno de los cajones y tomé un poco de budín.

-No – fruncí el ceño – Aunque esto puede servir de algo. El accidente ocurrió antes del almuerzo. Originalmente pensé que no podía haber estado inconsciente por más de unos pocos minutos, pero cuando me desperté en el hospital, era de noche. Eso significa que me he perdido de seis horas…¿Estaba con Hank? ¿Inconsciente en el hospital?
-Sé que no te va a gustar esto, pero si logramos que Agustina se acerque a Hank, ella podría ser capaz de leer algo. Puede ver dentro de su pasado, pero si aún tiene poderes, podrá ver su futuro. Puede darnos una pista de en qué anda. Pero lograr eso no será fácil. Él está siendo cuidadoso.
-Hablando de Agustina, ella estaba en el bar esta noche – dije – Fue lo suficientemente buena para introducirse.

Miré directamente a Peter. No estaba segura qué estaba buscando, eran una de esas cosas donde sabía cuando miraba. Para su crédito y mi frustración, él no mostró ninguna emoción o interés.

-Ella dijo que hay una recompensa por Hank – continué – Diez millones de dólares para el primer ángel caído que exitosamente lo agarre. Dijo que hay personas que prefieren no ver a Hank liderando una rebelión Nephil. 
-Diez millones suena bien.
-¿Vas a venderme, Peter? ¿Me estás utilizando para llegar a la Mano Negra? ¿Quieres ese dinero para pagarle a tus enemigos? – estaba llena de dudas, y todo por culpa de Agustina.

No dijo nada por un momento, y cuando habló, sus palabras vibraron.

-Te das cuenta que esto es lo que Agustina quiere, ¿verdad? Ella te siguió al bar esta noche con una sola intención: plantar en tu cabeza que yo quiero traicionarte. ¿Te ha dicho que he perdido mi fortuna apostando? No, por tu cara puedo decir que no es eso. Tal vez te dije que tengo mujeres en cada esquina del mundo y planeo usar dinero para mantenerlas al tanto de mí. Los celos son más de su gusto, por lo que apuesto que sí no he dado en el tema, al menos estoy cerca.

Alcé mi mentón, para enmascarar mi inseguridad.

-Ella dijo que has juntado una lista de enemigos y planeas pagarles.

Peter rió.

-Tengo una larga lista de enemigos, no lo negaré. ¿Podré pagarles a todos? Puede que sí, puede que no. Ese no es el punto. He estado a un paso más allá que mis enemigos por siglos, y planeo seguir así. El que Hank esté en recompensa significa más para mí que un solo pago, y cuando aprendí que tú compartías mi deseo, sólo fortaleció mis ganas de encontrar una manera de matarlo. 

No sabía qué responder. Peter tenía razón, Hank no merecía pasar el resto de su vida en una prisión. Él había destruido mi familia, y nada más que la muerte era la solución. 

Peter alzó un dedo a sus labios, silenciándome. Un momento después hubo un toque brusco en la puerta. Compartimos miradas, y Peter habló en mis pensamientos.

-No estoy esperando a nadie. Anda a la habitación y cierra la puerta.

Asintiendo, señalé que había entendido. Moviéndome silenciosamente, crucé la habitación, encerrándome en el cuarto de Peter. A través de la puerta, escuché a Peter dar una risa abrupta. 

-¿Qué estás haciendo? – dijo Peter, sus palabras amenazantes.
-¿Mal momento? – respondió una voz. Femenina y familiar.
-Tus palabras, no las mías.
-Es importante.

Alarma y enojo cruzó mi pecho cuando entendí quién era. Agustina había llegado sin avisar.

-Tengo algo para ti – le dijo a Peter, su voz muy suave, sugerente.

Estaba tentada a salir y darle una cálida bienvenida, pero me mantuve quieta. Lo más probable es que dijera más cosas si no sabía que yo estaba escuchando. 

-Tuvimos algo de suerte. La Mano Negra me contactó más temprano - continuó – Quería una reunión y yo acepté.
-Quería que leas su futuro – dijo Peter.
-Por segunda vez en dos días. Tenemos a un Nephil en nuestras manos. Está cometiendo pequeños errores. Esta vez a él no le importó traer a sus guardias. Dijo que no quería que nuestra conversación sea escuchada, me dijo que lea su futuro por segunda vez, para asegurarme que ambas versiones combinaban. 
-¿Qué le dijiste?

Normalmente mis visiones son profetisas, privilegiadas para el cliente, pero puede que haga un cambio – dijo, su tono algo coqueto.

-¿Profetisas?
-Tiene una especie de caché, ¿no crees?
-¿Cuánto? – preguntó Peter.
-El primero que menciona un precio, pierde. Tú me enseñaste eso.

Pensé escuchar a Peter rodar sus ojos.

-Diez mil.
-Quince.
-Doce. No presiones.
-Siempre es gracioso hacer negocios contigo, Jev. Como los viejos tiempos. Hacemos un gran equipo.

Ahora fue mi turno de rodar mis ojos.

-Empieza a hablar – dijo Peter.
-Vi la muerte de Hank, y se lo dije. No pude darle especificaciones, pero le dije que habrá al menos un Nephil menos en el mundo muy pronto. Estoy empezando a creer que la palabra inmortal no sirve. Primero Chauncey ahora Hank.
-¿Cuál fue la reacción de Hank?
-No tuvo una. Se fue sin decir palabra.
-¿Algo más?
-Deberías saber que tiene un collar de un arcángel. Lo sentí.

Me preguntaba si Paula había tenido éxito robando el collar. 

-¿Sabes de algún arcángel que haya perdido su collar? – preguntó Agustina.
-Mañana te daré tu dinero – fue la respuesta corta de Peter.
-¿Qué quiere Hank con ese collar? A su salida, le escuché decir a su chofer que lo lleve a su almacén. ¿Qué hay ahí? – presionó Agustina.
-Tú eres la profetisa.

Agustina rió.

-Tal vez debería mirar en tu futuro. Tal vez se conecta con el mío.

Eso hizo que me levantara. Salí, sonriendo.

-Hola Agustina. Qué linda sorpresa.

Ella se volteó, indignación en su rostro mientras me miraba. Estiré mis manos sobre mi cabeza.

-Estaba tomando una siesta cuando el sonido placentero de tu voz me despertó.

Peter sonrió.

-Creo que ya conociste a mi novia, ¿Agustina?
-Oh, claro que sí – dije, alegremente – Afortunadamente, viví para contarlo.

Agustina abrió su boca, luego la cerró. Sus mejillas se sonrojaron.

-Parece que Hank consiguió un collar de un arcángel – Peter me dijo.
-Gracioso cómo ello funcionó.
-Ahora descubriremos cómo planea hacerlo – dijo Peter.
-Cogeré mi abrigo.
-Tú te quedas aquí, Ángel – dijo Peter, dijo con un tono firme y preocupado.
-¿Llevarás esto a solas?
-Primero, Hank no nos puede ver juntos. Segundo, no me gusta la idea de llevarte a algo que puede desordenarse rápidamente. Si necesitas otra razón más, te amo. Este es un territorio difícil para mí, pero necesito que sepas, que al final de la noche, te tendré a ti como motivo suficiente para regresar a casa.

Parpadeé. Nunca había escuchado a Peter hablarme con esta clase de afecto. 

-Lo prometiste – dije.
-Y mantendré mi promesa – respondió, colocándose su chaqueta.

Cruzando hacia mí, recostó su cabeza contra la mía.

-No piensen en mover un pie fuera de esta puerta, Ángel. Estaré de regreso apenas pueda. No puedo dejar que Hank coloque el collar en el arcángel sin escuchar qué es lo que desea. Terminaremos con esto de una vez - dijo en mi mente -Prométeme que te quedarás aquí, donde sé que estarás a salvo – dijo en voz alta – La alternativa es ordenarle a Agustina que se quede y juegue a cuidarte – alzó sus cejas.

Ambas intercambiamos una mirada, disgustadas.

-Apresúrate – dije.

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