jueves, 20 de diciembre de 2012

Ángeles Caídos #2: Capítulo 11 (Parte 1)

El día empezó conmigo comiendo una empanada con Cande después de clases, mientras iba relatando sus planes para la tarde: bikinis, sol y arena.

-Ya tenemos planes – le dije, mostrándole mi celular 
-¿Un recordatorio para la fiesta de Paula? ¿En serio? No sabía que ahora eran mejores amigas.
-Me dijeron que perderme su fiesta es la peor forma de sabotear mi vida social.
-Ella es una perra. Perderse su fiesta es la mejor forma de hacer que mi vida sea mejor.
-Mejor será que pienses de nuevo lo que has dicho, porque yo iré, y tú vendrás conmigo.

Cande se recostó contra el asiento, sus brazos rígidos. 

-¿Qué cosa quiere? ¿Por qué te invitó?
-Somos compañeras de química.
-Así que estás diciendo que la razón para ir a la fiesta de Paula es porque te sientas a su lado cada mañana en química – Cande me miró, mostrándome que me conocía demasiado.

Sabía que era una excusa tonta. Pero, tenía que asegurarme que Peter estaba realmente en serio con Paula. Una relación confirmada entre los dos haría más fácil el odiarlo. Y yo quería odiarlo.

-Tu respiración huele a mentirosa, mentirosa, mentirosa – dijo Cande – Esto no se trata sobre tú y Paula. Esto es sobre Paula y Peter. Quieres encontrar qué pasa entre los dos.
-¡Bien! ¿Está mal? – dije, rendida.
-Dios – dijo, sacudiendo su cabeza – realmente te gusta sufrir.
-Pensé que tal vez podemos buscar en su habitación. Ver si podemos encontrar alguna prueba.
-¿Cómo condones usados?

No…..¿relaciones sexuales? No, no podía creerlo. Peter nunca me haría eso, no con Paula.

-¡Ya sé! – dijo Cande - ¡Podemos robarnos su diario!
-¿El que usa desde primer año?
-En el que ella asegura que dice toda su vida. Si algo pasa entre ella y Peter, estará en su diario.
-No lo sé.
-Vamos. Se lo devolveremos después que terminemos. 
-¿Cómo? ¿Dejarlo en su porche y correr? Ella nos matará si se entera que lo cogimos.
-Claro. Dejarlo en su porche, o tomarlo durante la fiesta, leerlo en algún lado, y regresarlo antes de irnos.
-No es algo bueno hacer eso.
-No le diremos a nadie que lo leímos. Será nuestro secreto. No es malo si nadie sale herido.

Suspiré, resignada, Cande no dejaría el tema.

-Entonces, ¿me recogerás esta noche?
-Cuenta con ello. Ey, ¿podemos prenderle fuego a su habitación antes de irnos?
-No. Ella no puede saber que hemos estado buscando entre sus cosas.

Justo después de las nueve, Cande y yo nos dirigíamos hacia la casa de Paula. Llegamos en diez minutos y nos vimos en frente de la casa de Paula, una blanca muy grande con un jardín delantero. Bastantes autos estaban estacionados cerca a la casa y la música se escuchaba a todo volumen. Observando desde el auto de Cande, noté a la gente conversando y tomando cerveza, disfrutando de la fiesta. Y también noté que la camioneta de Peter estaba estacionada, seguramente había sido el primero en llegar y ya estaba con Paula horas antes de que empiece todo. ¿Haciendo qué? No lo quería saber. Respiré profundamente, ignorando el dolor en mi pecho, y me dije a mí misma que podía manejar esto. 

-¿En qué piensas? – me preguntó Cande.
-En que quiero vomitar.
-Si lo haces encima de Paula sería lindo. Pero en serio, ¿te sientes bien con la idea de que Peter esté aquí?
-Paula me invitó esta noche, tengo el mismo derecho de Peter de estar aquí. No voy a dejar que él dicte mi vida – irónico, eso mismo estaba haciendo.

En cinco segundos, estábamos en la puerta que estaba abierta, mostrándonos el pasillo lleno de gente rica. No fue mucho tiempo hasta que nos encontramos con Paula.

-Te invité a ti – dijo ella, mirándome – pero no la invité a ella.
-Un gusto verte también – ironizó Cande.
-¿No se supone que estabas en una dieta para engordar? Me parece que ni siquiera has empezado – bromeó Paula – Y tú – dijo, mirándome de nuevo – Lindo ojo negro.
-¿Escuchaste algo, Lali? – preguntó Cande – Pensé que había escuchado algo.
-Creo que es el viento - dije.
-Donación – nos interrumpió Paula, entregándonos un pocillo – Nadie entra sin donar.
-¿Qué? – preguntamos Cande y yo al mismo tiempo.
-Do-na-ción. ¿Realmente pensaron que las invitaría porque sí? Necesito su dinero. Puro y simple.
-¿Para qué es el dinero? – pregunté.
-Para nuevos uniformes de las porristas. Yo lo estoy financiando. ¿Quieren entrar? Donen.

Cande intentó negociar y lo logramos; ella fue la que colocó el dinero. Finalmente ingresamos y Paula desapareció de nuestra vista. 

-¿Cuánto le diste? – le pregunté a Cande.
-No le di nada. Tiré un condón.

Alcé las cejas.

-¿Desde cuándo llevas condones?
-Cogí uno que encontré tirado en el suelo. Quién sabe, tal vez Paula lo use. 

Cande y yo caminamos por el pasillo hasta recostar nuestras espaldas contra la pared. En la sala de estar había varias parejas pegadas como goma. El centro de la habitación estaba lleno de cuerpos bailando. En la cocina, la gente estaba tomando y riendo. Nadie nos prestaba atención, e intenté hacerme la idea de que el único motivo por el que estábamos aquí era para entrar a la habitación de Paula, y sería muy fácil. 

El problema era que, empezaba a pensar que no había venido aquí por ese motivo, sino porque sabía que Peter estaría acá. Y yo quería verlo, demasiado. 

Como si me leyera el pensamiento, Peter apareció en la entrada a la cocina de Paula, vestido con una camisa negra y jeans. Sus ojos estaban oscuros y su cabello largo, ese que gritaba que necesitaba un corte. Tenía un cuerpo que atraía instantáneamente al sexo opuesto, pero su caminar decía: “No estoy abierto a conversaciones”. Una chica un año menor que yo, estaba hablando con Peter, pero él se veía distraído. Sus ojos estaban enfocados en la sala de estar, observando, como si no confiara en nadie aquí. Su postura era relajada pero atenta, casi como si esperase que algo sucediese en cualquier momento.

Antes de que sus ojos encuentren los míos, miré hacia otro lado. Mejor no ser atrapada mirando con remordimiento y anhelo. Cinco minutos después, aún estábamos en la misma posición, así que estaba por proponerle a Cande de movernos, cuando Brenda, una compañera de clase, vino y me entregó un vaso rojo.

-Esto es para ti, cumplidos de un chico al otro lado de la habitación.
-Te dije – susurró Cande, haciendo referencia a un chico de mi clase que me había estado sonriendo.
-Eh, gracias, pero no estoy interesada – le dije a Brenda – dile a Antonio que no tomo nada que no haya visto servir.
-¿Antonio? – preguntó, confundida.
-Sí, Antonio Loceda – dijo Cande – El chico que te está haciendo pasar por la chica delivery.
-¿Pensaste que Antonio me dio el vaso? – sacudió su cabeza – Intenta con el chico al otro lado de la habitación – se volteó hacia dónde Peter estaba parado hace unos minutos – Bueno, él estaba ahí, supongo que se fue. Estaba guapo y usando una camisa negra, si eso sirve.
-Oh, dios – dijo Cande.
-Gracias – le dije a Brenda, sin otra chance más que coger el vaso.

Ella se esfumó entre la multitud, y coloqué el vaso que olía a coca-cola en la mesa detrás de mí. ¿Peter estaba intentando mandar un mensaje? ¿Recordarme de mi pelea con Paula? Cande empujó algo en mi mano.

-¿Qué es esto? – pregunté.
-Un walki-talki. Me lo prestó mi hermano. Me sentaré en las escaleras y estaré observando. Si alguien viene, te hablaré por aquí.
-¿Quieres que vaya a buscar en la habitación de Paula ahora?
-Quiero que robes su diario.
-Sí, sobre eso. Digamos que estoy cambiando de idea.
-¿Me estás bromeando? No puedes negarte ahora. Imagínate lo que debe decir en ese diario. Esta es nuestra gran oportunidad para encontrar qué está pasando con ella y Peter.
-¿Estás segura que la habitación de Paula está en el segundo piso?
-Sí.
-Bueno – dije, respirando profundamente – supongo que subiré.

Lo hice. Arriba había un baño muy grande para una persona y a la izquierda, una habitación para hacer ejercicio. Seguí caminando, doblando a la derecha, la primera puerta estaba sin seguro, así que miré de reojo. La habitación era rosada, con los muebles, armario y todo rosado. Varias fotografías estaban pegadas en la pared, y todas eran de Paula en poses sensuales. Luego vi la gorra de Peter en su cama. Deslizándome dentro de la habitación, cogí la gorra, la doblé y la guardé en mi bolsillo. 

Debajo de la gorra, había una llave…era una copia de llave del la camioneta de Peter. También la guardé en mi bolsillo. Esperaba no encontrar más cosas de él aquí. 

Abrí y cerré un par de cajones del armario. Miré debajo de la cama, en la mesa de noche, y en el escritorio. Finalmente, deslicé mis manos dentro del colchón y encontré el diario. Sosteniéndolo entre mis manos, sentí la tentación abrumadora de abrirlo. ¿Qué había escrito sobre Peter? ¿Qué secretos se escondían aquí?

Mi walki-talki sonó.

-Mierda – dijo Cande.
-¿Qué pasa?
-Perro. Perro grande. Acaba de entrar a la sala. Me está mirando, como que…me está mirando fijamente.
-¿Qué clase de perro?
-No sé sobre las razas, pero creo que es un Doberman. Se parece mucho a Paula, si eso ayuda. Ay, sus orejas se acaban de alzar. Se está acercando a mí. Creo que es uno de esos perros psíquicos. 
-Mantente calmada…
-Vete, perro. ¡Dije que te vayas! – se escuchó el ladrido del perro - ¿Eh, Lali? Tenemos un problema.
-¿El perro no se fue?
-Peor. Acaba de irse para arriba.

Justo entonces, hubo un golpe en la puerta. El ladrido no se detuvo, creció.

-¡Cande! – susurré, por el aparato - ¡Deshazte del perro!

Ella dijo algo, pero no pude escuchar por los ladridos del perro.

-¿Qué? – grité.
-¡Viene Paula! ¡Sal de ahí!

Empecé a deslizar el diario debajo del colchón, pero se abrió. Un montón de fotos y notas se cayeron de adentro. En pánico, hice una pila de las fotos y notas y las regresé dentro del diario. Luego metí el pequeño diario y el walki-talki dentro de la pretina de mi pantalón, y apagué la luz. Después lidiaría en cómo devolver el diario. Ahora mismo, tenía que salir.

Abrí la ventana y miré hacia abajo. La puerta principal estaba justo debajo de mí. Colgué una pierna y sentí que todo me daba vueltas. Tenía que superar esto. Saqué la otra pierna y balanceando mi peso, bajé la ventana. Acaba de esconderme debajo de la visión de la ventana, cuando la habitación se llenó de luz. El perro empezó a arañar la ventana y a ladrar. Recé para que Paula no abra la ventana.

-¿Qué es? – dijo Paula - ¿Qué pasa Bobby? – le hablaba al perro.

Sentí el sudor recorrer mi cuerpo. Paula miraría hacia abajo y me vería. Cerré mis ojos e intenté olvidar que la casa estaba llena de gente con la que iría al colegio por los próximos dos años. ¿Cómo iba a explicar que estaba en la habitación de Paula? ¿Cómo iba a explicar que tenía su diario? 

-¿Cande? – susurré por el walki-talki.
-¿Dónde estás?
-¿Crees que puedes deshacerte del perro?
-¿Cómo?
-Sé creativa. Enciérralo en el armario o algo así.
-¿Quieres decir que lo debo de tocar?
-¡Cande!
-Está bien, pensaré en algo.

Treinta segundos después, escuché la voz de Cande en la habitación. 

-Paula – dijo ella – No quiero molestar, pero la policía está en tu puerta, dice que quieren hablar contigo. 
-¿Qué? No veo ningún carro policía.
-Probablemente se estacionaron más allá.
-¡Genial! ¿Qué haré ahora? 

Un momento después, la habitación estuvo en silencio. Fue ahí cuando presioné mis palmas contra la ventana para poder volver a hacerme visible y entrar. Pero, por más que ponía toda mi fuerza sobre la ventana, no hacía ningún movimiento, no podía moverla. Genial, seguro Paula le había puesto seguro. Todo lo que tenía qué hacer era quedarme cinco horas hasta que la fiesta termine y luego decirle a Cande que venga con una escalera a recogerme.

Escuché pasos debajo de mí y volteé para mirar quién era, tal vez era Cande a mi rescate. Para mí horror, era Peter, caminando hacia su camioneta. Marcó un número en su celular y se lo colocó al oído. Dos segundos después, mi celular sonó. Antes de que pueda lanzar mi celular lejos de mí, Peter se detuvo. Miró sobre su hombro, sus ojos alzándose. Su mirada se posó en mí, y pensé que hubiese sido mejor si Bobby me comía.

-Y aquí me encuentro con una trepa paredes – no necesitaba verlo para saber que estaba sonriendo.
-Deja de reírte – dije – Ayúdame a bajar.
-Salta.
-¿Qué?
-Te atraparé.
-¿Estás loco? Anda adentro y abre la ventana. O consigue una escalera.
-No necesito una. Salta. No voy a soltarte.
-¡Oh, claro! ¡Como si te creyera!
-¿Quieres mi ayuda o no?
-¿Llamas a esto ayuda? – siseé - ¡Esta no es ayuda!

Jugó con las llaves de su auto, luego empezó a alejarse.

-¡Eres un imbécil! ¡Regresa aquí!
-¿Imbécil? – repitió – Tú eres la que anda espiando por las ventanas.
-No estaba espiando. Estaba ….estaba…

Peter llevó su cabeza hacia atrás y empezó a reír.

-Estabas buscando en la habitación de Paula.
-No – rodé mis ojos como si fuera algo absurdo.
-¿Qué estabas buscando?
-Nada – saqué la gorra de Peter y se la lancé - ¡Y aquí está tu estúpida gorra!
-¿Fuiste por mi gorra?
-¡Un gran pérdida de tiempo, obviamente!
-¿Vas a saltar? – preguntó, colocándose la gorra.
-¿Por qué llamaste? – intentando no pensar en los metros que me separaban del suelo.
-Te perdí de vista adentro. Quería asegurarme de que estabas bien.
-¿Y la coca cola?
-Una oferta de paz. ¿Vas a saltar o qué?

Mirando hacia abajo, mi estómago empezó a dar vueltas.

-Si me sueltas… - le advertí.

Peter alzó sus brazos. Cerrando mis ojos, me deslicé hacia el suelo. Sentí el aire chocar contra mí y luego estaba en los brazos de Peter. Me quedé ahí, con mi cuerpo y corazón latiendo desaforado. Él se sentía cálido y familiar, sólido y seguro. Quería cogerlo de la camisa, enterrar mi rostro en su cuello y nunca dejarlo ir.

1 comentario:

  1. Es un dulce??? ero sigo sin entender pa hace todo lo que hace... si realmente la quiere pq la hace sufrir??
    Más me encanta!

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