viernes, 28 de diciembre de 2012

Ángeles Caídos #2: Capítulo 15

Tres horas después, las caderas de Cande estaban rojas, junto a sus pies y su rostro lleno de sudor y calor. Rixon se había ido hace una hora, y Cande y yo estábamos ordenando las cosas para irnos. Yo también me sentía caliente pero en un sentido completamente distinto. Aún no podía procesar lo de la Mano Negra, Peter no podía serlo.

-¿Qué es eso?

Habíamos llegado al estacionamiento y un pedazo de metal estaba amarrado a la rueda izquierda del auto.

-Supongo que por estacionarte donde no debes, remolcarán tu auto.
-No seas mala conmigo – dijo Cande - ¿Qué vamos a hacer ahora?
-¿Llamar a Rixon? – sugerí. 
-Él no va a estar muy feliz de conducir hasta aquí de nuevo. ¿Tu mamá ya está en la ciudad?
-Aún no. ¿Tus padres?
-Probablemente cueste una fortuna recuperar un auto remolcado. Mis papás me van a matar. 

Cande se sentó en la acera y la acompañé.

-¿No tenemos amigos? – continuó Cande - ¿Alguien a quién podamos llamar? ¿Crees que Benjamín pueda venir? Espera un segundo….¿esa no es la camioneta de Peter?

Seguí la mirada de Cande hacia el otro lado de la calle. Sin duda, la camioneta de Peter estaba estacionada. Las ventanas eran polarizadas, un destello de sol reflejándose en ellas. Mi corazón se aceleró, no podía correr hacia Peter. No aquí, no ahora. No cuando él podía ser la Mano Negra. 

-Debe estar en algún lugar – dijo Cande – mándale un mensaje de texto y dile que estamos sin auto. Puede que no me guste, pero lo usaré si me lleva a casa.
-Le mandaría un mensaje a Paula antes que a Peter – dije. 
-¿A quién más podemos llamar?

Sabíamos que a nadie. Éramos tontas, sin amigos, nadie nos debía un favor. La única persona que haría cualquier cosa para ayudarme estaba sentada a mi lado. Y, viceversa. Dirigí mi atención a la camioneta. Sin ninguna razón en especial, me puse de pie.

-Conduciré la camioneta – dije, sin tener un motivo en especial.
-¿Peter no se molestará cuándo se dé cuenta que robaste su camioneta?
-No me importa. No me voy a quedar sentada aquí toda la tarde.
-Tengo un mal presentimiento de esto – dijo Cande – No me gusta Peter en un día normal, no quiero saber cómo es cuando está enojado.
-¿Qué pasó con tu sentido de la aventura? – un fiero deseo se había apoderado de mí, y sólo quería subirme a la camioneta y mandarle un mensaje a Peter. 
-Mi sentido de la aventura se queda corto y se detiene cuando hay peligro – dijo Cande – No va a ser lindo cuando él se entere que fuiste tú.

La parte lógica de mi cabeza me decía que me aleje, pero toda la lógica se había ido de mí. Si él le había hecho daño a mi familia, si él la había destruido, si él me había mentido…

-¿Sabes siquiera cómo robar un auto?
-Peter me enseñó.
-¿Quieres decir que viste a Peter robar un auto y ahora crees que harás un intento?

Caminé hacia la camioneta, con Cande trotando detrás de mí. Intenté abrir la puerta, cerrada.

-No hay nadie en casa – dijo Cande, aplastando su cara contra la ventana para intentar mirar – Creo que deberíamos irnos. Vamos, Lali. Lejos de la camioneta.
-Necesitamos ir a casa. Estamos varadas.
-Aún tenemos dos pies. Los míos están con humor para hacer ejercicio. 

Empecé a apuntar la ventana con la sombrilla que llevaba en la mano. Cande me miró cómo diciendo, ¿estás loca?

-¿Qué? – dije – Tenemos que entrar.
-¡Baja la sombrilla! Vas a atraer un montón de atención negativa si rompes la ventana. ¿Qué tienes? – dijo, mirándome con los ojos abiertos.

Una visión destelló en mi mente. Vi a Peter parado sobre mi papá, una pistola en su mano. El sonido de un disparo rompió el silencio. Coloqué mis manos en mis rodillas y me incliné, sintiendo las lágrimas detrás de mis ojos. El suelo empezó a girar y el sudor recorría mi cara. Mis pulmones dejaron de circular aire. Cande me estaba gritando, pero la escuchaba a lo lejos. 

De pronto, la tierra se detuvo. Tomé tres respiros profundos. Cande me estaba ordenando que me siente, gritando algo sobre el cansancio por el sol. Me solté de su agarre.

-Estoy bien – dije, poniéndome de pie – Estoy bien.

Para mostrarle que estaba bien, me incliné para coger mi botella de agua. Fue ahí cuando vi la llave de la camioneta brillando en mi botella. La que le había robado a Paula en su habitación la noche de la fiesta.

-Tengo la llave – dije, sorprendiéndonos a ambas.
-¿Peter nunca la pidió de vuelta?
-Nunca me la dio. La encontré en la habitación de Paula.
-Wow.

Abrí la puerta, entré y me senté en el asiento del conductor.

-¿No pensarás en hacerle daño en tu camino hacia casa, verdad? – preguntó Cande, sentándose al otro lado – Porque la vena en tu cuello está palpitando, y la última vez que la vi hacer eso fue cuando golpeaste el mentón de Paula en el Bolso del Diablo. 
-Él le dio a Paula una entrada a su camioneta, debería estacionar esta cosa en el fondo del océano.
-Tal vez tenía una buena razón – dijo Cande, con nerviosismo.
-No haré nada hasta que te deje – dije, riendo. 

Conduje apenas unos segundos antes de detener el auto con fuerza.

-¿Qué pasó?

Cande siguió mi mirada. Paula. Sin duda, ella estaba aquí con Peter. Ahora mismo, en la playa. Recostada en la arena. Haciendo sabe qué diablos. Una ira violenta atravesó mi cuerpo. Odiaba a Peter, y me odiaba a mí misma por dejarme entrar a la lista de chicas que él había seducido, luego traicionado. 

***

Horas después, estaba en frente de la refrigeradora, la puerta abierta, buscando algo que pudiese pasar como cena. Finalmente encontré fideos con salsa verde y tardé apenas diez minutos en preparar todo. Mientras estaba cargando los platos y cubiertos para llevarlos a la mesa, encontré a Peter recostado en ésta. El plato con fideos casi se me cae.

-¿Cómo entraste? – pregunté.
-Quizás quieras echarle pestillo a la puerta. Especialmente cuando estás sola en casa.

Estaba relajado, pero sus ojos no. Sin duda sabía que me había robado la camioneta. Sobre todo desde que estaba estacionado frente a mi casa. 

-Te llevaste la camioneta – dijo, calmado pero no feliz.
-Cande estacionó en una zona ilegal y le pusieron un aviso de remolcar su auto. Teníamos que regresar a casa, y fue ahí cuando vi tu camioneta al otro lado de la calle.
-¿No pudiste llamar y decírmelo?
-No tenía mi celular.
-¿Y Cande?
-Ella no tiene tu número en su celular. Y no podía recordar tu nuevo número, de todos modos. No teníamos manera de hablar contigo.
-No tienes llave para el auto. ¿Cómo entraste?
-La copia de tu llave.

Lo vi intentar calcular a dónde estaba yendo con esto. Ambos sabíamos que no me había dado una copia. Lo observé, buscando alguna señal que dijera que dijera que se había dado cuenta que había cogido la llave de Paula, pero la luz de comprensión no prendió en sus ojos. Todo sobre él estaba controlado, impenetrable, imposible de leer.

-¿Qué copia? – preguntó.

Eso sólo me enojó más, porque esperaba que supiera exactamente de qué llave hablaba. ¿Cuántas copias tenía? ¿A cuántas otras chicas le había dado una copia?

-Tú novia – dije - ¿O esa no es suficiente clarificación?
-Déjame ver si entiendo esto. ¿Robaste mi camioneta para vengarte de mí por darle una copia de mi llave a Paula?
-Robé la camioneta porque Cande y yo la necesitábamos – dije fríamente - Hubo un tiempo cuándo tu siempre estabas cuando te necesitaba. Pensé que tal vez eso aún era cierto, pero aparentemente estaba equivocada.
-¿Quieres decirme realmente de qué se trata todo esto?

Cuando no respondí, jaló una de las sillas de la cocina debajo de la mesa. Se sentó, sus brazos cruzados, piernas estiradas.

-Tengo tiempo.

La Mano Negra. De eso se trataba realmente. Pero, tenía miedo de enfrentarlo, por lo que podía aprender y cómo podía reaccionar él. 

-¿Ley del hielo? – preguntó, alzando las cejas.
-Esto se trata de hablar con la verdad – dije – Algo que tú nunca has hecho. 
-¿Algo que nunca he hecho? Desde que nos conocimos, nunca te he mentido. A ti no siempre te gustaba lo que tenía que decir, pero siempre dije la verdad.
-Me dejaste creer que me amabas. ¡Una mentira!
-Siento si se sentía como una mentira – no lo sentía, había una furia en su mirada.

Él quería que yo fuera como todas las otras chicas y desaparecer en su pasado, sin decir nada.

-Si sentiste algo por mí, no hubieses ido donde Paula en tiempo récord.
-¿Y tú no fuiste donde Benjamín en tiempo récord? ¿Prefieres tener a un medio hombre en lugar de mí?
-¿Medio hombre? Benjamín es una persona.
-Es un Nephil. La camioneta tiene más valor.
-Tal vez él siente de la misma forma sobre los ángeles.

Se encogió de hombros, perezoso y arrogante.

-Lo dudo. Si no fuera por nosotros, su raza nunca existiría.
-La raza Nephil ya está buscando venganza en los ángeles. Tal vez este es sólo el principio.

Peter alzó su gorra de béisbol y corrió una mano por su cabello. Por la mirada en su cara, obtuve la impresión que la situación estaba más lejos de ser peligrosa que lo que originalmente había creído. ¿Qué tan cerca estaba la raza Nephil de pasar en poder a los ángeles caídos? Grupos de ángeles caídos atacarían, y eventualmente asesinarían humanos, docenas de ellos.

-¿Qué haremos sobre ello? – pregunté, aterrada.

Cogió el vaso con agua que había llenado para mí, y tomó un trago.

-Me han dicho que quede lejos del tema.
-¿Los arcángeles?
-La raza Nephil es mala. Se supone que no deberían de habitar la Tierra. Existen por el orgullo de los ángeles caídos. Los arcángeles no quieren tener nada que ver con ellos. 
-¿Y todos los humanos que morirán?
-Los arcángeles tienen su propio plan. A veces, cosas malas tienen que suceder antes que las cosas buenas.
-¿Plan? ¿Qué plan? ¿Para observar morir a personas inocentes?
-Los Nephil están caminando directo en una trampa. Si las personas tienen que morir para aniquilar la raza Nephil, los arcángeles se arriesgarán.
-¿Y tú estás de acuerdo con ellos?
-Soy un ángel guardián ahora. Mi alianza está con los arcángeles.
-¿Qué tan fuertes son los Nephil?
-Lo suficiente.
-Tienes que hacer algo.

Cerró sus ojos.

-Si los ángeles caídos no pueden poseer Nephil, ellos se moverán hacia los humanos – dije, intentando entrar a su consciencia – Eso es lo que dijiste. Cientos de humanos. Tal vez Cande, tal vez mamá, tal vez yo.
Aún no dijo nada.
-¿Siquiera te importa?

Sus ojos se movieron a su reloj y se puso de pie. 

-Tengo que salir de aquí siempre que tenemos asuntos pendientes, pero estoy tarde.

La copia de la llave de su camioneta estaba en la mesa, y él la guardó en su bolsillo.

-Gracias por llave. 
-Agregaré la camioneta a tu lista de préstamos.
-¿Préstamos?
-Te traje a casa de Z, te salvé del techo de Paula, y ahora dejo que uses mi auto. No doy favores gratis.

Estaba segura que no estaba bromeando. De hecho, estaba segura que estaba hablando completamente en serio.

-Podemos trabajarlo así me pagas después de cada favor, pero creo que hacer una lista es más fácil – sonrió.

Entrecerré los ojos.

-De hecho estás disfrutando de esto, ¿verdad?
-Uno de estos días, voy a venir a recolectar mis favores, y ahí realmente los disfrutaré.
-No me prestaste la camioneta – argumenté – La robé. Y no fue un favor.

Peter miró su reloj por segunda vez.

-Vamos a terminar esto más tarde. Tengo que correr.
-Claro – espeté – Una película con Paula. Anda y diviértete mientras mi mundo cuelga.

Me dije a mí misma que quería que se vaya, se merecía a Paula. No me importaba. Estaba tentada a lanzarle algo, pensé que golpear la puerta contra su espalda. Pero no iba a dejar que se fuera sin responder mi pregunta. Enterré mis dientes contra mi lengua para evitar que mi voz tiemble.

-¿Sabes quién asesinó a mi padre? – mi voz fue fría y controlada.

Peter se detuvo, su espalda hacia la mía.

-¿Qué sucedió esa noche? – no me importó esconder la desesperación en mi voz.

Después de un momento de silencio, habló.

-Me estás preguntando como si pensarás que yo sé algo.
-Sé que eres la Mano Negra – cerré mis ojos brevemente, sintiendo todo mi cuerpo lleno de naúsea.
-¿Quién te dijo eso? – preguntó, mirándome sobre su hombro.
-¿Entonces es verdad? – mis manos eran dos puños a los lados de mi cuerpo – Eres la Mano Negra.

Observe su rostro, rezando que lo refute de alguna manera.

-Sal de aquí – dije, no iba a llorar en frente de él, no le iba a dar la satisfacción.

Se quedó en su lugar, su rostro frío ensombrecido, casi satánico.

-Haré que pagues – dije, mi voz aún extraña – Encontraré una forma. Te mereces ir al infierno. La única cosa que haría que me arrepiente es si los arcángeles me obligan. Te mereces todo lo que te va a tocar. Cada vez que me besaste y me sostuviste, sabiendo lo que le hiciste a mi papá – me detuve y me volteé, sintiendo que me derrumbaba – Vete – mi voz silenciosa pero no lineal.

Alcé la mirada, buscando, esperando que Peter se vaya por la intensidad de odio en mis ojos, pero estaba sola en el pasillo. Miré alrededor, esperando que salga de mi vista, pero ya no estaba ahí. Un extraño silencio se estableció entre las sombras. 

***

Perdón por la demora, en estos días no estado bien de salud.
Espero hayan disfrutado del capi :)

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