domingo, 9 de diciembre de 2012

Ángeles Caídos #2: Capítulo 4

El sueño se presentó en tres colores: blanco, negro y grisáceo.

Era una noche fría. Estaba de pie, descalza, sobre un camino de piedras. La oscuridad lo consumía todo, excepto por una luz que estaba a 100 metros de distancia, la cual venía de una taberna construida de piedra y madera. Pensaba irme a refugiar ahí, pero, a lo lejos, escuché el conocido sonido de campanas. 

Una carroza con caballos apareció en el camino y se detuvo. El conductor se deslizó del asiento, sacudiéndose lodo de las botas, y corrió hacia la puerta de la carroza y la abrió. Una figura negra salió. Un hombre. Una capa colgaba de sus hombros, la llevaba abierta y ondeaba con el viento, pero su rostro iba tapado por la capucha.

-Espera aquí – le dijo al conductor.
-Mi señor, está lloviendo fuerte…
-Tengo negocios, no voy a tardar demasiado. Mantén listos los caballos.
-Pero, mi señor – dijo el chofer, mirando hacia la taberna – son vagabundos y ladrones los que abundan ahí, y hay un aire extraño esta noche. Mi señor, sería mejor que nos apresuráramos para regresar con la señora y los pequeños.
-No le digas nada de esto a mi esposa. Tiene demasiado por lo cual preocuparse – murmuró.

Giré mi atención a la taberna y las luminosas velas parpadearon en las pequeñas e inclinadas ventanas. De vez en cuando, se escuchaba un grito o el sonido de cristales rompiéndose, proveniente de adentro. 

-Mi propio hijo murió de plaga hace dos años – dijo el conductor – Es una cosa terrible lo que usted y su esposa están pasando.

El hombre de la capa empezó a caminar hacia la taberna. Después de un momento de duda, comencé a caminar detrás de él. La imagen era demasiado auténtica, nunca antes mis sueños se habían sentido tan reales.

En pocos segundos, estábamos dentro. A mitad de la pared, había un horno gigante, con una chimenea de ladrillos. Varios cuencos de madera, tazas de estaño y utensilios colgaban de largos clavos de lado a lado de la pared, alrededor del horno. Un montón de desperdicios, platos sucios y tazas estaban tirados en el suelo. No caminamos mucho antes de que aparecieran diez o más clientes.

La mayoría de los hombres tenían el pelo por los hombros, con raras y puntiagudas barbas. Sus pantalones estaban sueltos, y metidos en sus botas altas, sus mangas levantadas. Usaban sombreros grandes. Estaba soñando, definitivamente, con una época demasiado vieja en la historia. Parecía Inglaterra, entre el siglo quince y dieciocho.

-Estoy buscando a un hombre – le dijo el hombre de la capa al cantinero – me dijeron que debía verlo aquí, hoy por la noche, pero me temo que no sé su nombre.
-¿Algo de beber? – preguntó el cantinero y el hombre de la capa asintió.
-Necesito encontrar a este hombre lo antes posible, me dijeron que tú serías capaz de ayudar.
-A la orden – dijo el cantinero, sonriendo con falsedad – puedo ayudar a encontrarlo, mi señor. Pero confíe en un hombre viejo y tome un trago o dos primero. Algo que le pueda calentar la sangre en una noche tan fría – colocó un pequeño vaso con líquido frente al hombre.
-Me temo que estoy un poco apurado. Dígame dónde puedo encontrarlo – insistió el hombre de la capa, sacando unas monedas y colocándolas frente a él.

El cantinero guardó las monedas y apuntó hacia la puerta trasera con un movimiento de cabeza.

-Está en lo profundo del bosque. Pero, mi señor, algunos dicen que el bosque está embrujado. Dicen que el hombre que entre al bosque, es hombre que jamás regresará.
-Me gustaría hacerle una pregunta personal – susurró el hombre de la capa - ¿El mes judío de Cheshvan significa algo para usted?
-No soy judío – contestó el cantinero.
-El hombre que vine a ver me dijo que estuviera aquí la primera noche del mes de Cheshvan. Dijo que necesitaba que le ayudara en algo y dijo que duraría toda la noche.
-Toda la noche – dijo el cantinero, rascándose la barbilla – es mucho tiempo.
-Demasiado. No habría venido de no ser por el miedo que tengo a lo que ese hombre podría hacer en caso no me presentara. Mencionó los nombres de toda mi familia. Tengo una esposa hermosa y cuatro hijos. No quiero que ellos salgan heridos.
-El hombre que ha venido a ver…. – bajó la voz el cantinero.
-Es inusualmente poderoso – completó el hombre de la capa – He visto su fuerza, es un hombre demasiado fuerte. Hablé con él. Seguramente no esperará que abandone mis deberes y a mi familia por tanto tiempo, entenderá que tengo que regresar lo antes posible. Tiene que ser razonable.
-No sabía que ese hombre pudiera ser razonable – dijo el cantinero.
-Mi hijo pequeño tiene la peste. Los doctores no creen que viva demasiado. Mi familia necesita, mi hijo me necesita.
-Tome un trago – dijo el cantinero, volviendo a acercar el vado.

El hombre de la capa se levantó de pronto, y salió por la puerta trasera. Lo seguí. Caminé detrás de él, siguiéndolo hacia el bosque. Hubo un movimiento y de pronto, el hombre de la capa corría directamente hacia mí. Se tropezó y cayó. Su capa estaba llena de ramas y hojas; en desesperación, la desabrochó del cuello. De su boca salió un grito de puro terror, su manos cayeron a sus lados y su cuerpo comenzó a convulsionar. 

Corrí hacia él, las ramas me golpeaban en los brazos y las piedras se incrustaban en mis pies. Me arrodillé a su lado, el gorro seguía tapándole la cara, menos la boca.

-¡Gírese! – ordené, mientras intentaba desenredarlo de la parte de tela que se había enrollado con unas ramas.

Pero él no podía escucharme. 

-¡Gírese! – grité de nuevo, sacudiéndolo por los hombros – Puedo sacarlo de aquí, pero necesito de su ayuda. 
-Soy Barnabas Underwood – arrastró las palabras - ¿Sabes el camino de regreso a la taberna? Eso es, buena chica – dijo, dándole unas palmaditas al aire como si estuviera palmeando una mejilla imaginaria.

Me puse rígida. No había manera de que él pudiera verme. Estaba alucinando con otra chica. Tenía que hacerlo. ¿Cómo podía verme si no podía oírme?

-Corre de regreso y dile al cantinero que mande ayuda – continuó – dile que no hay ningún hombre. Dile que uno de los ángeles del demonio vino a poseer mi cuerpo y desechar mi alma. Dile que envíe un padre, agua bendita y rosas.
-¡El ángel! – dijo, girando su cabeza de nuevo hacia el bosque - ¡El ángel ya viene!

Su boca se retorció, parecía como si estuviera peleando consigo mismo por el control de su cuerpo. Su espalda se arqueó por completo, y el gorro se deslizó de su rostro. Observé al hombre con un jadeo de sorpresa. Él no era Barnabas Underwood. Él era Hans Recca, el padre de Paula.

Abrí los ojos.  

Rayos de luz entraban por mi ventana. Mi corazón seguía acelerado por la pesadilla, pero tomé aire y me auto convencí de que no era real. Saqué mi teléfono y comprobé si tenía mensajes. Peter no había llamado. ¿Cuántas horas habían sido desde que Peter se había ido? Doce. ¿Cuántas horas hasta que volviera a verlo? No sabía. 

Me levanté de la cama y encontré un Post-it amarillo pegado en el espejo del baño.

Lucía ha planeado que le des un tour por la ciudad a Benja. ¿Te importaría enseñarle la ciudad después de clases? Haz el tour muy corto, quiero que conozcas a fondo a Benja antes de confiar en él. Dejé su número en la mesa de la cocina. 

Beso, mamá. 

PD: sabes que estaré de viaje por trabajo, así que mantente obediente y cuida de ti misma.

Gruñí y apoyé mi cabeza sobre el espejo. No quería pasar ni diez minutos con Benjamín, ¿cómo iba a soportarlo por varias horas?

Cuarenta minutos después, ya estaba bañada, vestida y ya había cenado. Alguien tocó la puerta. Cuando la abrí, Cande estaba frente a mí, sonriendo.

-¿Lista para otro día interesante en el curso de verano? – preguntó.
-Sólo terminemos con esto – dije, cogiendo mi mochila.
-¿Quién te arruinó la mañana?
-Benjamín Amadeo.
-¿Qué pasó?
-Estoy obligada a darle un tour por la ciudad después de clases.
-Es como una cita. ¿Por qué habrías de odiarlo?
-Deberías de haber estado aquí ayer por la noche. La cena fue demasiado rara. Su mamá empezó a contarnos su problemático pasado y él la cayó y además parecía que él la estaba amenazando. 
-Parece como si quisiera mantener su vida en privado. Suena a que vamos a tener que hacer algo para cambiar eso.

Empezamos a caminar fuera de casa cuando se me ocurrió una idea.

-Tengo una excelente idea – dije - ¿Por qué no le das tú el tour a Benjamín? En serio, Cande. Lo amarías. Tiene esa inmadura y rebelde actitud de chico malo. Incluso preguntó si teníamos cerveza. Escandaloso, ¿cierto? Creo que sería perfecto para ti.
-No puedo. Tengo una cita para ir a comer con Rixon.
-Te pagaré ocho dólares y treinta y dos centavos para que salgas con él. Es mi última oferta – dije.
-Tentador, pero no. Y otra cosa, probablemente Peter no estará demasiado feliz si tú y Benja hacen un hábito de estar saliendo a hacer “recorridos” por la ciudad. No me malinterpretes, pero no me importa lo que Peter piense, pero si lo quieres volver loco con esto, en buena hora. 

Pensé en contarle a Cande que por el momento no éramos novios, pero aún no estaba lista para decirlo en voz alta. Además, esto sólo era una pelea. Nuestra primera pelea real. No íbamos a durar demasiado separados. Por la emoción del momento, los dos habíamos dicho cosas que no habíamos tomado en serio.

-Si yo fuera tú, cancelaría – dijo Cande – Eso es lo que yo hago cuando me encuentro en un problema. Llama a Benja y dile que tu gato está tosiendo y se le salieron los intestinos y que tienes que llevarlo al veterinario después de clases.
-Estuvo aquí ayer, sabe que no tenemos un gato.
-Entonces, a menos que no tenga cerebro, se dará cuenta que no estás interesada.

Lo consideraría. Si cancelaba el tour, tal vez podría tomar el auto de Cande y seguirlo. Podría descubrir realmente lo que había sucedido ayer por la noche y quitarme la duda de si él le había hablado a su mamá a través del pensamiento. 

Después de la clase de química, salí al estacionamiento. Benjamín estaba sentado en el capó de su auto. Saqué el post-it que mi mamá me había dejado en la cocina, y marqué el número de Benjamín.

-Tú debes de ser Lali – contestó – Espero que no llames para cancelar.
-Malas noticias. Mi gato está enfermo. El veterinario me dio la cita de las doce treinta. Vamos a tener que dejar el tour para otro día, lo siento – colgué, intentando alejar la culpa.
-Lo cancelaste muy bien – dijo Cande, llegando detrás de mí – Esa es mi chica.
-¿Te importaría prestarme tu auto por la tarde? – pregunté.
-¿Por qué?
-Quiero seguir a Benjamín.
-¿Para qué? Esta mañana me dejaste en claro que no estabas interesada.
-Algo acerca de él está mal.
-Sí, sus lentes de sol son horribles. Igual, lo siento. Tengo mi cita con Rixon.
-Sí, pero Rixon podría llevarte para que así yo pueda usar tu auto – dije.
-Claro que él puede, pero luego me vería necesitada. Los chicos de ahora quieren mujeres fuertes e independientes.
-Si me dejas llevarme tu auto, le llenaré el tanque de gasolina.
-¿Completo?
-Completo – dije.
-De acuerdo – dijo, mordiéndose el labio – Pero tal vez debería de ir contigo y hacerte compañía. Asegurarme de que nada malo vaya a suceder.
-¿Y Rixon?
-Sólo porque ya tenga un novio perfecto, no quiere decir que vaya a dejar a mi mejor amiga sola.
-Nada malo va a suceder. Voy a seguirlo en el auto y ni se dará cuenta de mi presencia. 

Después que Cande llamó a Rixon para cancelar, esperamos a que Benjamín encendiera su auto y lo pusiera en marcha antes de salir detrás de él. Media hora después, estacionó en una placita que daba hacia el mar. Conduje lentamente, dándole tiempo a que se metiera en una tienda mientras yo estacionaba a dos autos de distancia de él.

-Parece que Benjita el chiflado va de compras – dijo Cande – Hablando de compras, ¿te importa si voy a ver algunas tiendas mientras tú haces vigilancia obsesiva de principiante? Rixon dice que le gustan las bufandas, y mi guardarropa está desierto de ellas.
-Anda.

Quedándome en el mismo lugar, vi como Benjamín entraba a una tienda de moda y salía quince minutos después con una bolsa en las manos. Fue hacia otra tienda y salió diez minutos después con otra bolsa. Nada fuera de lo normal. Después de la tercera tienda, la atención de Benjamín se dirigió hacia un grupo de chicas que comían en la calle de enfrente. Estaban sentadas debajo de una sombrilla, afuera del restaurante. Benjamín sacó su celular y tomó unas fotos. 

Me giré para observar el vidrio del restaurante y ahí fue cuando lo vi. Estaba sentando del otro lado del cristal, con pantalón marrón, una camisa azul y una chaqueta de color crema. Su cabello se veía más largo porque lo traía en una cola de caballo. Estaba leyendo el periódico.

Mi padre.

Dobló el papel y se dirigió hacia la puerta trasera del establecimiento. Corrí, crucé la calle y entré a la cafetería. Me deslicé hacia la parte de atrás de la cafetería, buscándolo. El pasillo en blanco y negro terminaba en dos puertas, baño de hombres a la izquierda, y el de mujeres a la derecha.

-¿Qué es lo que estás haciendo? – la voz de Benjamín se escuchó detrás de mí.
-¿Cómo? – dije, dándome media vuelta - ¿Qué haces tú aquí?
-Te iba a preguntar lo mismo. Sé que me seguiste, no actúes tan sorprendida. Se le llama espejo retrovisor del auto. ¿Me estás acosando por alguna razón en especial?
-Ve adentro del baño de hombres y dime si hay un hombre de camisa azul ahí.

Mis pensamientos estaban demasiado revueltos como para que me importe lo que estaba diciendo.

-¿Drogas? ¿Problemas de personalidad? Estás actuando como una loca.
-¡Solo hazlo!

Benjamín dio una patada a la puerta y la mandó volando. Escuché cómo abría las puertas de los cubículos y segundos después salió.

-Nada.
-Vi a un hombre de camisa azul entrar ahí. No hay ninguna otra salida.

Sin poder creerlo, entré al baño de mujeres y revisé en cada espacio. No había nadie. Tenía demasiadas emociones dentro de mí, decepción y miedo como principales. Había visto a mi padre vivo, pero había sido un cruel juego de mi imaginación. Me deslicé contra la pared, con mi espalda contra los azulejos, mientras sentía como todo el cuerpo me temblaba por las lágrimas que caían.

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