Dejando Paradise: Diez

Lali

Reviso la máquina de mensajes y noto que la señora Julia ha dejado uno. Que la llame apenas llegue a casa. Ella me dice que quiere entrevistarme para un trabajo después del colegio.

- ¿Está segura? – pregunto cuándo voy a su casa, luego de haber hablado con ella por teléfono

- Puedo hacer un trato contigo para que vayas a España – me dice - ¿te importaría trabajar para una señora vieja como yo, Mariana, si al final conseguirás ir a España?

- Muy aparte que necesito el dinero para el siguiente semestre, creo que puedo aprender mucho de una persona con una experiencia de vida

- ¿No quieres decir personas viejas?

- Eh…lo que quise decir fue…

- No pierdas tiempo en ello. ¿Sabes cocinar? – ¿cocinar fideos, cuenta?

- Sí

- ¿Hablas mucho?

- ¿Disculpa?

- Ya sabes, ¿solo haces escuchar tu voz, o te mantienes callada hasta que tienes algo bueno para decir?

- Lo último – respondo

- Bien. No me gusta la charla innecesaria

- A mí tampoco

- Te espero aquí los días de semana, desde las tres de la tarde hasta las siete, unas pocas horas los fines de semana. Puedo darte una hora libre para que hagas tu tarea

- ¿Eso quiere decir que estoy contratada? – pregunto

- Parece que sí. Te daré quinientos dólares al mes, suficiente para pagar lo que necesitas. Puedes empezar después del colegio, el lunes

- Es mucho – admito – probablemente podría conseguir a otra persona por menos dinero

- Probablemente. Pero, ¿tú quieres ir a España, verdad?

- Claro, pero…

- Pero nada. Los “peros” pueden ser categorizados como charla innecesaria

Quiero abrazar y besar a la señora miles de veces. Pero no creo que sea esa clase de persona. Y sí le agradezco miles de veces, creo que tendrá un aneurisma por la cantidad de charla innecesaria.

- Tengo una cojera

- Yo también. Muchas de mis amigas también; al menos las que no están muertas. Mientras no te quejes de la tuya, yo no lo haré

Y esa, aunque no lo creas, es el final de mi entrevista.

Es al día siguiente, cuando me presento en la casa de la señora Julia cuando me entero de mi trabajo. Y, yo que pensaba que consistiría en servir limonada y limpiar la casa.

- Vamos a plantar todas esas flores – me señala Julia cuando estamos en su jardín

Me ha hecho traer varias bolsas que estaban guardadas en su garaje. En cada una de ellas hay semillas de distintos tipos y mientras voy mirando cada una, ella me va explicando cuáles son y me cuenta las diferencias entre todas. Me ordena que sostenga la pala para empezar a cavar y así plantar las semillas que luego crecerán en hermosas flores.

- Espera – me dice cuando estoy a punto de empezar – ponte esto – me enseña una bata rosada y verde con flores

- ¿Qué es eso? – pregunto

- Mi vestido hawaiano. Póntelo. Mantendrá tus prendas limpias

- Señora Julia, no puedo usar esto

- ¿Por qué no?

- No es de mi talla – digo, avergonzada

- No seas una niña, el vestido le entra a todos. Una sola talla. Póntelo – y, lo hago, me queda como una carpa – perfecto – sonrío apenas – bien, vamos a trabajar

Durante los siguientes cuarenta y cinco minutos, Julia me dirige y me dice de qué tamaño deben ser los huecos, cómo medir la cantidad de tierra a echar, y la mejor manera de plantar.

- Tomemos un descanso – dice de pronto, cuando me nota sudorosa y cansada

Desde el accidente, el intentar ponerme de pie no es tan fácil. Y, estar cubierta por el vestido hawaiano lo hace más difícil. Especialmente cuando tengo que estirar mi pierna para poder levantarme

- ¿Qué estás haciendo?

- Levantándome

- Usualmente las personas doblan sus piernas cuando hacen eso

- No puedo doblarla

- ¿Quién dice? – ¿está bromeando? – doblas tu pierna cuando caminas. ¿Por qué no lo haces ahora, cuando te pones de pie?

Finalmente me levanto, y luego tomo un largo respiro. Quiero decir algo pero la señora Julia es la única persona en todo este año que ha pasado, que me trata como si nada estuviese mal conmigo. Es refrescante, relajante y frustrante al mismo tiempo.