viernes, 11 de enero de 2013

Ángeles Caídos #3: Tres

A la mañana siguiente fui dada de alta en el hospital y lo primero que hice fue recostarme en mi habitación. Abrazando una almohada contra mi pecho, mis ojos trazaban el collage de fotos pegadas a la pared. Mis padres, Cande, nosotras en una fiesta de Halloween. Aquello me decía que había sido feliz y pensaba que nunca más lo volvería a ser. No cuando me habían quitado mi pasado, mi futuro, cuando sentía un enorme vacío en mi pecho. No recordaba cinco meses de mi vida, era demasiado.

Los exámenes que el doctor había ordenado, salieron bien. Excepto por los cortes y cicatrices, mi salud estaba estelar. Pero las cosas más profundas, las cosas invisibles, esas partes de mí que nadie podía ver en un examen, ahí es dónde me encontraba adolorida. ¿Quién era ahora? ¿Qué había sucedido en estos meses? ¿Estaba traumada y no recordaba nada por eso? ¿Algún día me recuperaría?

La única que podía calmar ese vacío era Cande, mi mejor amiga. Cosas que no recordaba habían pasado en estos meses, pero mi relación con ella nunca cambiaría, siempre estaríamos unidas. Hablar con Cande me hizo llorar de la emoción, escuchar su voz y sentirme querida y segura me hizo bien. Aunque luego me llenó el miedo otra vez. Discutí con ella acerca de los eventos, de lo que no recordaba hasta que llegamos a la noche del secuestro. 

-Esa noche fuimos al parque de atracciones – empezó Cande – Recuerdo haberme ido a comprar…luego todo se fue al diablo. Escuche disparos y las personas empezaron a correr. Empecé a buscarte pero ya te habías ido. No te encontré en ningún lado y la policía me echó del parque. Te llamé docenas de veces pero nunca contestaste. Nunca te volví a ver. Me enteré después sobre el secuestro.
-¿Secuestro?
-Aparentemente un psicópata que disparó en el parque te secuestró en la habitación mecánica de la casa de la risa. Nadie sabe porqué. Eventualmente te dejó ir.
-¿Qué?
-La policía te encontró, hablaste de los hechos y te llevaron a casa a las dos de la mañana. Nadie más te vio después de eso. Y el chico, culpable de todo esto…nadie sabe qué le pasó.
-Debo haber sido secuestrada en mi casa – concluí – Después de las dos, probablemente estaba durmiendo. El chico que me secuestró me debió seguir a casa. Como no pudo completar su meta en el parque, regresó por mí. Debió haber entrado a casa.
-Esa es la cosa. No hay señales de que haya roto algo para poder entrar. Las puertas y ventanas estaban cerradas.
-¿La policía tiene algún rastro? Este chico – quién sea que es – no puede ser un fantasma.
-Dijeron que se llama Rixon.
-No conozco a nadie llamado Rixon.

Cande suspiró.

-Ese es el problema. Nadie lo conoce. Pero también hay otra cosa – hizo una pausa – A veces creo que reconozco su nombre, pero cuándo intento recordar cómo, mi mente se pone en blanco. Es como si hubiese un vacío donde su nombre debería de estar. Me sigo diciendo que debo recordarlo, porque si lo hago estaría todo solucionado. Tendríamos a nuestro chico malo y la policía podría arrestarlo. Muy simple.

Justo entonces, mamá entró a la habitación.

-Ya me voy a dormir – dijo – Ya se está haciendo tarde, creo que ambas debemos de dormir.

Y con eso, me despedí de Cande, ya extrañándola. 

Mi mamá se fue a dormir, pero yo no pude. No después de todo lo que me había dicho Cande. ¿Por qué me habían secuestrado? Sí solo pudiese recordar. Sabía que se trataba de buscar en mi memoria, quizás mamá tenía razón y estaba evitando recordar para no sentir dolor. Pero tenía que pasar esta prueba, tenía que recordar.

No le había dicho a nadie, pero en mi mente todo se veía en blanco y negro. Tenía que llegar a ver algún color, sabía que era difícil pero era mi única esperanza. Y aunque sonara loco o tonto, a veces creía ver un destello detrás del color incipiente. Un par de ojos, la forma en que me estudiaban cortaba mi corazón. Aquello no me producía nada de dolor, sino más bien placer.

Solté un leve respiro. Sentí la urgencia de seguir el color, sin importar a donde me llevara. Necesitaba encontrar esos ojos, enfrentarme cara a cara con ellos. Racionalmente no tenía sentido, pero el pensamiento se quedó en mi cabeza. Me sentía hipnótica, obsesiva con que el color me guiara. Un poderoso magnetismo que no podía romperse. Dejé que el deseo me llene hasta que me sentí incómodamente caliente. Con mi cabeza zumbando, me volteé y aparté las sábanas de mi cuerpo. La intensidad del zumbido aumentó hasta que temblé de calor. El cementerio, pensé, todo empezó en el cementerio.

La noche oscura, la oscura niebla. El césped negro, las tumbas negras. El río negro. Y ahora unos ojos negros que me observaban. No podía dormir ni ignorarlos. No podría descansar hasta que actuara. Salí de la cama y me coloqué unos jeans y una polera. Me aseguré que mamá estuviera durmiendo y cogí una linterna sin importarme el miedo que me recorría, diciéndome que tal vez no era seguro. Pero tenía que encontrar esos ojos, esas respuestas.

Cuarenta minutos después, estaba en las rejas que me llevaban al cementerio. Encontré la tumba de mi padre sin dificultad e hice mi camino hacia la cabeza de piedra, donde todo había empezado. Cerré mis ojos y bloqueé los sonidos de la noche, concentrándome en encontrar esos ojos negros. ¿Cómo había llegado al punto de dormir en un cementerio después de pasar once semanas en cautiverio?

Mirando una vez más alrededor y dándome cuenta que así no encontraría respuestas, me volteé para regresar. Justo entonces, en la esquina de mi visión, noté una mancha en el césped. Recogí una pluma negra. Tenía el mismo largo de mi brazo, de mi hombro a mi muñeca. Mis cejas se juntaron mientras intentaba pensar qué clase de ave podría haberla dejado. Era muy grande para un cuervo, muy grande para cualquier ave en realidad. Corrí mi dedo sobre la pluma. 

Una memoria se agitó dentro de mí. 

Ángel, creí escuchar en un susurro. Eres mía

De todas las cosas ridículas y confusas, me sonrojé. Miré alrededor, asegurándome que la voz no era real.

No te he olvidado.

Con mi postura rígida, esperé a escuchar la voz de nuevo, pero se desvaneció en el viento. Estaba entre soltar la pluma y enterrarla donde nadie pudiese encontrarla. Tenía la impresión de haber encontrado algún secreto, algo privado, algo que podría causar un daño si se descubría. Finalmente decidí llevarme la pluma y con ella caminé de regreso a casa. 

Un poco después de las dos de la mañana, estaba en medio de mi habitación, buscando un lugar dónde esconder la pluma. La guardé en mi ropero, donde estaban mis medias. Luego me quité la ropa, bostecé y me dirigí hacia la cama. Estaba a medio camino cuando me detuve. Un pedazo de papel recostaba en mi almohada. Uno que no había estado ahí cuando me fui. 

Miré alrededor, esperando ver a mi madre en la puerta, enojada que me hubiese escapado. Pero dado todo lo que había pasado, ¿realmente pensaba que simplemente dejaría una nota al encontrar mi cama vacía?

Recogí el papel, dándome cuenta que mis manos estaban temblando. El mensaje decía:

SOLO PORQUE ESTÁS EN CASA, NO SIGNIFICA QUE ESTÁS A SALVO.

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