miércoles, 16 de enero de 2013

Ángeles Caídos #3: Ocho

Me di la vuelta, el chico medía, por lo menos, un metro ochenta de altura y tenía unos veinte kilos más que yo.

-¿Necesitas ayuda? – preguntó, con una sonrisa y ofreciéndome su celular – Odio ver a las chicas guapas gastar dinero en una llamada – su tono era de burla, definitivamente.

No contesté.

-A menos que estuvieras haciendo una llamada gratuita – agregó – Pero la única llamada gratuita que puedes hacer de un teléfono público es a la policía.

Tragué con fuerza.

-No había nadie en el mostrador, pensé que algo andaba mal – dije, y ahora sabía que realmente algo andaba mal. 
-Déjame hacer esto fácil para ti – dijo, colocando su rostro muy cerca del mío – Regresa a tu auto y sigue conduciendo.

Me di cuenta de que había una pelea que venía del callejón a la vuelta de la esquina. Estaban maldiciendo y gruñendo de dolor. Tenía la opción de irme, fingiendo que nunca había estado aquí. O podría correr a la próxima bodega y llamar a la policía, pero para eso ya sería demasiado tarde. Si estaban robando la bodega, el chico y sus amigos no iban a tardar mucho. Mi única otra opción era quedarme aquí y hacer un intento, muy valiente y estúpido, de impedir el robo.

-¿Qué está pasando ahí atrás? – pregunté inocentemente, señalando la parte trasera de la bodega.
-Mira alrededor – contestó, su voz suave y sedosa – Este lugar está vacío. Nadie sabe qué estás aquí, nadie nunca va a recordar que estás aquí. Ahora sé una buena chica y vuelve a tu auto.
-Yo… - presionó sus dedos en mis labios.
-No voy a decírtelo de nuevo.
-Dejé mis llaves en el mostrador – dije, usando la primera excusa que se me vino a la mente.

Me tomó del brazo y tiró de mí hacia la bodega. Durante el camino, estuve buscando en mi mente algo que decir cuando averiguara que estaba mintiendo. 

La puerta se abrió y me empujó hacia la caja registradora, luego se puso a buscar mis llaves. De repente se detuvo, sus ojos se dirigieron hacia mí.

-¿Dónde están tus llaves? ¿Cuál es tu nombre?
-Paula – mentí.
-Déjame decirte algo, Paula – dijo, colocando un cabello suelto detrás de mi oreja – Nadie le miente a Gabe, cuando Gabe le dice a una chica que se vaya, lo mejor es que corra. De lo contrario, hace que Gabe se enoje. Y esa es una mala idea, porque Gabe tiene mal carácter. ¿Me entiendes?
-Lo siento – dije.
-Ahora quiero que te vayas – dijo.

Asentí con la cabeza, retrocediendo. Apenas choqué contra la puerta y estuve afuera, Gabe me amenazó.

-Diez – empezó a contar, sonriendo.

Empecé a retroceder más rápido.

-Nueve – gritó de nuevo – Ocho – esta vez, empezó a caminar lentamente hacia la puerta – Siete.

Empecé a correr. Escuché un auto aproximándose hacia mí y empecé a gritar y a sacudir mis brazos. Pero el auto pasó muy rápido. 

-Lista o no, allá voy – escuché a Gabe gritar.

Seguí corriendo, esperando que algún otro auto pasara. Mientras tanto, Gabe seguía detrás de mí, aparentemente disfrutando de todo esto. Hasta que escuché el gran estruendo de un motor aproximándose. Los faros aparecieron a la vista, y me moví hacia la mitad de la pista, agitando mis brazos. 

-¡Alto! – grité, haciendo señas. 

El conductor se detuvo, bajando su ventana.

-¿Qué pasa? – preguntó, mirando por encima de hombro, donde sentí la presencia de Gabe.
-Sólo jugamos al escondite – dijo Gabe, lanzando un brazo alrededor de mis hombros.
-Nunca lo he visto – dije, refiriéndome a Gabe – Me amenazó, creo que él y sus amigos intentan robar la bodega. Tenemos que llamar a la policía. 

El hombre, confundido, subió la ventana, ignorándome. 

-¡Tienes que ayudarme! – dije, golpeando la ventana - ¡Llama a la policía! – insistí, cuando siguió ignorándome.

El hombre pisó el acelerador, y yo seguí corriendo detrás de él, aún con la esperanza de que me ayude. De pronto, Gabe me enfrentó, me miró y sus ojos se oscurecieron. Su cabello empezó a cambiar por todos lados. Hasta que terminó convirtiéndose en un oso pardo. Aterrada, me tropecé hacia atrás y caí al suelo. Arrastrándome hacia atrás, encontré una roca para golpearlo y se la arrojé. Le golpeó en el hombro, y rebotó a un lado. Agarré otra y apunté a su cabeza, pero ésta cayó en su hocico. Rugió y vino hacia mí más rápido de lo que pude apartarme. Usando su pata, me aplastó contra el suelo. Estaba empujando demasiado fuerte, mis costillas crujieron de dolor.

-¡Para! – traté de apartar su pata, pero era demasiado fuerte. 

Nunca antes había presenciado algo tan horriblemente inexplicable. Apenas unos segundos después, Gabe estaba inclinado sobre mí, quedando atrás el oso pardo, y naciendo su sonrisa.

Eres mi títere, no lo olvides  - susurró en mi mente y creí que estaba alucinando otra vez.

Luego me alzó del suelo y aturdida, me regresó al espacio de la bodega. ¿Qué había pasado? ¿Hablaba por mi mente? ¿Me había hecho creer que se convertía en un oso? ¿Era otra alucinación?

Rodeamos el callejón y nos acercamos hacia donde estaban los otros. Había uno de rodillas, agarrándose de las costillas, gimiendo. Sus ojos estaban cerrados y saliva goteaba de la comisura de su boca. Uno de los amigos de Gabe, estaba con su pie encima de la víctima, con un desmontador de neumáticos, levantado y listo para descargar.

-Le estás haciendo daño – dije, horrorizada.
-¿Quieres decir con esto? – preguntó Gabe, cogiendo el desmontador.

Descargó el desmontador contra la espalda del chico y escuché un crujido. El chico gritó y se derrumbó, retorciéndose de dolor. Los otros dos se rieron y yo creí que vomitaría.

-¡Simplemente cojan el dinero! – dije, gritando, evidentemente se trataba de un robo, pero lo estaban llevando muy lejos - ¡Vas a matarlo si lo siguen golpeando!

Todos se rieron.

-¿Matarlo? No creo – dijo Gabe.
-¡Está sangrando mucho!
-Se curará – dijo Gabe, encogiéndose de hombros.
-No, si no va pronto a un hospital.
-¿La escuchaste? – Gabe se dirigió hacia la víctima – Necesitas ir a un hospital. Te llevaré, pero primero tienes que decirlo. Di el juramento.

Con gran esfuerzo, la víctima alzó su cabeza. Abrió su boca y pensé que diría lo que sea que le estaba obligando a decir, pero en lugar de eso, escupió en la pierna de Gabe.

-No puedes matarme – se burló – La Mano Negra me lo dijo – agregó como pudo.
-Respuesta equivocada – dijo Gabe, golpeándolo de nuevo con el desmontador de forma grotesca.

Coloqué ambas manos sobre mi boca, paralizada por el horror. El horror trajo una palabra que gritaba dentro de mi cabeza. Era como si la palabra se hubiera liberado de lo más profundo de mi subconsciente.

Nephil. Eso es lo que es la víctima, pensé, aunque la palabra no significaba nada para mí. Están tratando de obligarlo a hacer un juramento de fidelidad.

De pronto, una camioneta blanca giró hacia el callejón, provocando que todos nos congelemos. Gabe bajó el desmontador, escondiéndolo detrás de su pierna. Recé para que quién estuviera conduciendo llamara a la policía. 

-¿Crees que son Nephils? – preguntó uno de los amigos de Gabe.

Nephil, de nuevo esa palabra, pero dicha en voz alta. ¿Cómo era posible que supiera la misma palabra que ellos? ¿Cómo podíamos tener algo en común?

-Traerían más de un auto – dijo Gabe, sacudiendo la cabeza – La Mano Negra no iría contra nosotros con menos de veinte hombres.
-¿Policía, entonces? Podría ser un coche camuflado.

La camioneta se acercó. Mis piernas temblaron con adrenalina. Si se desataba una pelea, Gabe t los otros podrían verse envuelto en ella y yo podría llevarme como sea a la víctima y salir de aquí. Una pequeña posibilidad, pero al menos una oportunidad.

De pronto, Gabe estalló de risa. Les dio a sus amigos una palmadita en la espalda.

-Bueno, bueno, chicos. Mira quién vino a la fiesta después de todo.

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