jueves, 10 de enero de 2013

Ángeles Caídos #3: Uno

Incluso antes de abrir mis ojos, sabía que estaba en peligro. 

Me moví ante el sonido de pasos acercándose. Estaba recostada contra mi espalda, un escalofrío recorriendo mi cuerpo. Mi cuello estaba recostado en un ángulo doloroso, y abrí mis ojos. Por un momento muy extraño, una imagen de dientes torcidos vino a mi mente, y luego vi lo que realmente eran. Tumbas.

Intenté ponerme de pie pero mis manos se deslizaron en el húmedo césped. Las rodillas de mi pantalón se empaparon mientras gateaba entre la zona de tumbas y monumentos. Los pasos seguían resonando detrás de mí, pero no podía saber si estaban cerca. Sabía que tenía que esconderme, pero estaba desorientada; estaba muy oscuro para ver pero aún así apuré el paso.

A la distancia, atrapado entre dos paredes, una piedra blanca brillaba sobre la noche. Poniéndome de pie, corrí hacia ésta. Me deslicé entre dos monumentos, y cuando llegué al otro lado, él me estaba esperando. Una silueta impotente, con el brazo alzado. Retrocedí. Y cuando caí, me di cuenta que había cometido un error: él estaba hecho de piedra. Un ángel alzado en un pavimento, guardián de los muertos. Mi cabeza golpeó contra algo duro, haciendo que el mundo dé vueltas. La oscuridad llenó mi visión.

No sé cuánto tiempo estuve desmayada. Cuando se fue la oscuridad, aún estaba respirando fuerte por haber corrido. Sabía que tenía que levantarme, pero no podía recordar porqué. Así que me quedé ahí. Luego, parpadeé y fue ahí cuando la tumba más cercana se enfocó. Pude leer: HARRISON ESPOSITO, ESPOSO Y PADRE DEVOTO. FALLECIÓ 16 DE MARZO DEL 2008.

Mordí mi labio inferior para evitar llorar. Ahora entendía la sombra familiar que se había posado sobre mi hombro desde que desperté hace unos minutos. Estaba en el cementerio de la ciudad, en la tumba de mi padre. Seguramente es una pesadilla, pensé.

El sonido de los pasos de nuevo, me sacó de mi estupor. Ahora eran más rápidos, golpeando contra el césped. Volteé hacia el sonido. Una luz. Entrecerré los ojos cuando la luz se detuvo entre mis ojos, cegándome. 

-Querida – dijo una voz de hombre, detrás de la luz – No puedes estar aquí. El cementerio ya cerró.

Volteé la cara, espectros de luz aún danzando en mis pupilas.

-¿Cuántos otros hay? –demandó.
-¿Qué? – mi voz casi un susurro.
-¿Cuántos más hay aquí contigo? – continuó – Pensaron que podían venir aquí y jugar, ¿verdad? ¿Escondidas? ¿O tal vez Fantasmas del Cementerio? ¡Bajo mi supervisión, no lo harán!

¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Había venido a visitar a mi papá? No podía recordar venir aquí, no podía recordar casi nada, como si toda la noche hubiese sido arrancada de mi memoria. Aún peor, no podía recordar esta mañana. No podía recordar vestirme, comer, colegio. 

Acepté la mano del hombre y me puse de pie.

-¿Cuántos años tienes? – preguntó el hombre, apuntándome de nuevo con la luz.
-Dieciséis – casi diecisiete, mi cumpleaños estaba por venir.
-¿Qué haces aquí sola? ¿No sabes que ya pasó el toque de queda.
-Yo… - dije, mirando alrededor.
-¿No te estás escapando, verdad? Sólo dime que tienes a dónde ir.
-Sí – mi casa.
-¿Tienes la dirección….?

Se la di, aún preguntándome por qué no recordaba nada.

-¿Has estado tomando? – preguntó el hombre, entrecerrando sus ojos.

Sacudí mi cabeza, desorientada.

-Espera – agregó el hombre - ¿No eres esa chica, verdad? Mariana Esposito – soltó.
-¿Cómo…sabe mi nombre? – pregunté, retrocediendo.
-La televisión. La recompensa. Hank Recca lo posteó.

¿Qué tenía que ver el papá de Paula en todo esto?

-Te han estado buscando desde fines de Junio.
-¿Junio? – repetí, sintiendo el pánico recorrer mi cuerpo - ¿De qué está hablando? Estamos en Abril.
¿Quién estaba buscándome? ¿Hank? ¿Por qué?
-¿Abril? – me miró – Estamos en Septiembre.

¿Septiembre? No, no podía ser. Sabría que las vacaciones de verano habían terminado. Me había despertado desorientada, pero no estúpida. ¿Pero por qué el hombre mentiría? 

-Tiene razón, debería ir yendo a casa – dije, retrocediendo.

Tanteé mis bolsillos, pero no tenía nada. Mi celular y llaves estaban desaparecidos.

-¿A dónde crees que vas? – preguntó el hombre, viniendo detrás de mí.

Mi estómago se  retorció ante su repentino movimiento, y empecé a correr. Corrí hacia la dirección que apuntaba el ángel de piedra, esperando que me llevase a alguna puerta. 

-¡Mariana! – gritó el hombre.

No debí decirle dónde vivía. ¿Y si me seguía? Su paso era rápido, y lo escuché detrás de mí, acercándose. Logró atraparme, colocando su mano en mi hombro.

-¡No me toques! – solté.
-Espera un minuto. Te dije sobre la recompensa, y quiero obtenerla.

Buscó mi brazo, y esta vez lancé mi pie contra su espinilla.

-¡Auu! – chilló, doblándose.

Me asusté por mi violencia, pero no tenía otra alternativa. Retrocediendo un par de pasos, miré alrededor, intentando buscar una salida. Algo andaba mal. Incluso con mi memoria extraña, tenía un mapa claro del cementerio en mi mente, había estado aquí innumerables veces, visitando la tumba de mi padre; pero, mientras el cementerio se sentía familiar, algo de su apariencia no se sentía bien.

Y luego lo descubrí.

Los árboles estaban rojos. Un signo del otoño. Pero eso no era posible porque era Abril, no Septiembre. ¿Cómo podían estar cambiando las hojas? ¿Realmente el hombre estaba diciendo la verdad?

Volteé la mirada y vi al hombre cojeando detrás de mí, presionando el celular contra su oreja.

-Sí, es ella. Estoy seguro. Abandonando el cementerio, dirigiéndose hacia el sur. 

Seguí corriendo, pensando en que apenas pudiese salir de aquí podría ir donde Cande, mi mejor amiga. Ella sabría cómo ayudarme. Pero justo cuando estaba corriendo hacia el puente, un sonido estridente de una sirena sonó, y un par de luces me apuntaron. Mi primer instinto fue correr y decirle al policía del hombre que me había agarrado, pero luego me llené de dudas. Tal vez él no era un policía, tal vez quería aparentar serlo. 

Así que me moví entre las sombras de los árboles, hacia el río debajo del puente. Brevemente me preguntó si saltaría del puente hacia el río. Me aterraban las alturas y la sensación de caer, pero sabía cómo nadar. Sólo tenía que llegar al agua y podría escapar…

La puerta de un auto se cerró, regresándome a la calle. El hombre que tal vez era policía, salió del auto. Algo sobre él me decía que lo conocía, pero mi memoria estaba vacía. Alzó sus manos, en señal que no me haría daño, y empezó a acercarse. Pero yo no le creía. 

-Mariana. Soy yo. ¿Estás herida?

Si no era un policía, ¿quién era?

-Llamé a tu mamá – dijo – Ella nos encontrará en el hospital. Todo a estar bien. Ya se ha terminado. No voy a dejar que nadie te haga daño. Estás a salvo ahora.

No me gustaba la forma en la que me hablaba, tan familiar.

-No te acerques – dije.
-¿Lali?

Di un salto ante mi sobrenombre. ¿Quién era este hombre?

-¿Cómo sabes mi nombre? – demandé, intentando esconder lo mucho que me daba miedo su presencia.
-Soy yo – repitió, mirándome a los ojos – Policía Basso.
-No te conozco.
-¿Recuerdas dónde has estado?

Lo miré, dudosa. Busqué en mi memoria, pero él no estaba ahí.

-¿Cómo llegaste al cementerio? – preguntó - ¿Alguien te dejó? ¿Caminaste? – esperó – Necesito que me digas, Lali. Esto es importante. ¿Qué pasó esta noche?

Yo también lo quiero saber, pensé.

-Quiero irme a casa.
-No puedo llevarte a casa – dijo – Necesito llevarte primero al hospital.

Cerré mis ojos, aguantando las ganas de llorar. Estaba demasiado asustada y quería irme a casa. 

-Has estado desaparecida por once semanas, Lali – dijo, suspirando - ¿Escuchas lo que digo? Nadie sabe dónde has estado en los últimos tres meses. Necesitas que te revisen. Necesitamos asegurarnos que estés bien.

Lo miré, sintiendo mi estómago retorcerse. 

-Creemos que fuiste secuestrada – dijo y cerró la distancia entre nosotros – Secuestrada – repitió.

Parpadeé. Algo cogió mi corazón, retorciéndolo. Mi cuerpo se aflojó y me sentí mareada. Con esa breve advertencia, me sentí desvaneciéndome. Cayendo a la nada.

Estuve inconsciente antes de golpearme contra el suelo.

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