jueves, 17 de enero de 2013

Ángeles Caídos #3: Nueve

La camioneta blanca se detuvo y apagó el motor. Se abrió la puerta del conductor y a través de la oscuridad, alguien salió. Un hombre, alto, con jeans sueltos y una gorra de béisbol. Su cara estaba escondida debajo de la gorra pero pude ver la línea gruesa de su mentón y la forma de su boca, lo que hizo que electricidad recorriera mi cuerpo. El destello de negrura en la parte posterior de mi mente era tan intenso que el color completamente borró mi visión por unos cuantos segundos.

-¿Decidiste unirte a nosotros después de todo? – le preguntó Gabe.

El nuevo no respondió.

-Éste está ofreciendo resistencia – continuó Gabe, señalando a la víctima – No quiere jurar lealtad. Cree que es muy bueno para mí, todavía viniendo de un híbrido.

Gabe y sus amigos rieron, pero el conductor de la camioneta se quedó serio. Deslizando la mano en su bolsillo, nos estudió en silencio. Imaginé que su mirada se quedaba más tiempo en mí, pero podía estar imaginando cosas.

-¿Por qué ella está aquí? – preguntó lentamente, alzando su mentón hacia mí.
-Lugar equivocado, tiempo equivocado – dijo Gabe.
-Ahora ella es testigo.
-Le dije que siga conduciendo – dijo Gabe, a la defensiva.
-¿Y?
-No me hizo caso.
-Ella recordará todo.
-Puedo convencerla de no hablar – dijo Gabe.
-¿Así como lo convenciste de hablar a él? – dijo el conductor, señalando a la víctima.

Gabe frunció el ceño.

-¿Tienes una idea mejor?
-Sí. Déjala ir.

Gabe rió.

-Déjala ir – repitió - ¿Qué la detendrá de ir a la policía? ¿Eh, Jev? ¿Pensaste en eso?
-No tienes miedo de la policía – dijo Jev.

Tomando el riesgo, decidí hablar.

-Si me dejas ir, prometo que no hablaré – dije – Sólo déjame irme con él – señalé a la víctima en el suelo. 
-La escuchaste – dijo Jev.
-No. Él es mío. He estado esperando meses para que él cumpla los dieciséis. No voy a irme ahora.
-Habrán otros – dijo Jev, encogiéndose de hombros – Vete.
-¿En serio? ¿Y seré cómo tú? No tienes un vasallo Nephil. Va a ser un Cheshvan largo y solitario, compañero.
-Faltan semanas para eso. Tienes tiempo, encontrarás a alguien más. Deja al Nephil y a la chica.

Gabe dio un paso hacia Jev. Jev era más alto y más inteligente y sabía cómo mantener la charla amistosa, pero Gabe tenía la ventaja de ser de mayor volumen. 

-Nos traicionaste más temprano. Dijiste que tenías otros asuntos esta noche. Hasta dónde sé, esto no es de tu incumbencia. Estoy cansando que te aparezcas a último minuto y arruines los planes. No voy a irme hasta que el Nephil jure lealtad. Esta es mi noche – agregó Gabe – Voy a terminarla de acuerdo a mis términos.
-Espera un minuto – dijo uno de sus amigos y mirando alrededor - ¡Gabe! Tú Nephil. ¡Se ha ido!

Todos volteamos hacia el lugar donde la víctima estaba recostada hace unos momentos. 

-No puede haberse ido muy lejos – espetó Gabe – Anda tú por allá – le ordenó a uno de sus amigos – Y tú, revisa la tienda – le ordenó al otro.
-¿Y ella? – preguntó Jev.
-¿Por qué no te haces útil y me traes de vuelta a mi Npehil?

Jev alzó sus manos a la altura de sus hombros.

-Lo haremos a tu manera.

Sentí mi estómago caerse hasta mis rodillas cuando me di cuenta de lo que estaba pasando. Jev se iría. Él era amigo o al menos, compañero de Gabe y ese simple hecho me hacía sentirme nerviosa a su lado, pero era mi única salida de aquí. Hasta el momento, parecía estar de mi lado. Si se iba, me quedaría sola. 

-¡Vas a irte así, de pronto! – le grité a Jev.

Gabe golpeó mi pierna con su zapato, forzándome a colapsar contra mis rodillas y antes que pueda decir más, me quedé sin respiración.

-Será más fácil si no miras – dijo Gabe – Un golpe sólido y será lo último que sientas.

Me incliné hacia adelante para escapar, pero Gabe cogió un puñado de mi cabello, haciéndome inclinar la cabeza hacia atrás.

-¡No puedes hacer esto! – grité – Simplemente no puedes matarme.
-Sostente – gruñó.
-¡No lo dejes hacer esto, Jev! – grité, sin poder verlo, pero segura que me podía escuchar. 

Gabe golpeó mi frente contra el suelo. Mi nariz empezó a dolerme, las piedras del suelo golpeando contra mi mentón y mejillas. Hubo un crujido y Gabe colapsó encima de mí. A través del pánico, me preguntaba si él estaba intentando ahogarme. Buscando aire, busqué mi salida debajo de él. Logré ponerme de pie y miré alrededor. Me coloqué en una posición defensiva, esperando encontrar a Gabe listo para lanzarme otro golpe. Pero mi mirada cayó, Gabe estaba tirado con la cara en el suelo, con el neumático incrustado en su espalda. 

Jev pasó su manga contra su cara sudorosa. Gabe se puso de pie y se retorció, maldiciendo violentamente e incoherentemente. No podía creer que aún estuviera vivo. 

-Tú…le incrustaste eso – balbuceé, horrorizada.
-Y no va a estar feliz por ello, así que sugiero que salgas de aquí – dijo Jev, retorciendo el neumático.

Me miró y alzó la ceja.

-Mientras más rápido, mejor – agregó.

Retrocedí.

-¿Y tú?

Me miró por un largo momento, considerando las circunstancias. Una expresión breve de remordimiento pasó por sus rasgos. Una vez más, sentí algo abrazar mi memoria que amenazaba con sacar algo a la luz. Abrí mi boca, pero no pude decir nada. Estaba perdida en cómo encontrar un contacto entre lo que pensaba y cómo decirlo. Tenía algo que decirle, pero no sabía qué.

-Puedes sentarte, pero me imagino que el chico que estaba aquí ya llamó a la policía – dijo Jev, incrustando aún más el neumático.

Las sirenas sonaron a los segundos. Jev cogió a Gabe debajo de sus brazos, jalándolo hacia un lado. 

-Con la velocidad pertinente, puedes distanciarte de nosotros y de este lugar – dijo Jev.
-No tengo auto.

Sus ojos se enfocaron en mí.

-Vine caminando – expliqué.
-Ángel – dijo de una forma que sonaba como si esperara que estuviera bromeando.

Unos pocos minutos juntos no calificaba para que me pusiera un sobrenombre, pero mi corazón empezó a latir desaforado ante su llamado, Ángel. ¿Cómo podía saber que ese sobrenombre me había estado cazando por tantos días? ¿Cómo podía explicar los destellos de negrura que se intensificaban cuando él se acercaba?

Peter, me susurró una voz de mi subconsciente. La última vez que te sentiste así fue cuando Paula mencionó a Peter. ¿Cómo Peter, Paula y Jev y yo estábamos conectados? Sabía que él me conocía, que él sabía algo que yo no.

-¿Te conozco? – pregunté.
-¿Sin auto? – confirmó, ignorando mi pregunta.
-Sin auto – repetí.

Arqueó su cuello hacia atrás, como si le preguntara la luna, ¿Por qué yo? Luego señaló con su dedo su camioneta.

-Sube.

Cerré mis ojos, intentando pensar.

-Espera. Tenemos que quedarnos y testificar. Si nos escapamos, podemos pasar como culpables. Si le diré a la policía que asesinaste a Gabe para salvar mi vida. Encontraremos al otro chico y testificaremos todos.

Jev abrió la puerta del pasajero para mí.

-Todo lo que dijiste sería cierto si la policía sería de confianza.
-¿De qué hablar? Es la policía. Es su trabajo atrapar criminales. No estamos mal aquí. Gabe podría haberme matado si no hubieses aparecido.
-Esa parte no lo dudo.
-¿Entonces, qué?
-Esta no es la clase de cosas con las que suelo lidiar – dijo.
-Estoy segura que asesinatos está dentro de tus cosas – argumenté.
-Dos cosas – dijo – Primero, no asesiné a Gabe, lo he noqueado. Segundo, créeme cuando te digo que los otros dos amigos no irán a custodia sin antes derramar un montón de sangre.

Abrí mi boca para argumentar cuando, por el rabillo del ojo, vi que Gabe se retorcía. Milagrosamente, no estaba muerto. Recordé la forma en que me había manipulado, lo que me imaginaba que era una forma poderosa de hipnotismo. ¿Estaba usando otro truco para evadir la muerte? 

-Dime en lo que estás pensando – dijo Jev, suavemente.

Dudé, pero no había tiempo para ello. Si Jev conocía  a Gabe tan bien como sospechaba, él tenía que saber sobre sus…habilidades. 

-Vi a Gabe haciendo…un truco. Un truco de magia – la expresión de Jev me confirmó que no estaba sorprendido – Él me hizo ver algo que no era real. Se convirtió en un oso.
-Esa es la punta del iceberg cuando se trata de lo que él es capaz de hacer.

Tragué con fuerza.

-¿Cómo lo hizo? ¿Es un mago?
-Algo así.
-¿Uso magia? Nunca pensé que esa magia podía existir, hasta ahora.
-Estás cerca. Escucha, nos queda poco tiempo.

Las sirenas se escucharon más cerca y Jev me señaló de nuevo la camioneta.

-Se acabó el tiempo – dijo.

No me moví. No podía. Tenía la responsabilidad moral de quedarme….

-Si te quedas aquí a hablar con la policía, estarás muerta antes que termine la semana. Y todos los policías estarán involucrados. Gabe detendrá la investigación antes que empiece – agregó Gabe.

Me tomó otros dos segundos pensarlo. No tenía que confiar en Jev, pero al final, por razones inexplicables, acepté. Subí al auto y Jev empezó a conducir con rapidez. De pronto, una oscura silueta apareció en nuestro camino. El neumático que había estado en la espalda de Gabe, ahora apuntaba hacia nosotros. En la luz, se veía un ala estropeada. 

Jev aceleró. Me incliné hacia adelante, por la velocidad. Gabe no mostraba señales de moverse, aunque no podía ver su expresión. Colocó sus manos en frente de él, como si no dudara de que podría detenernos.

-¡Vas a golpearlo! – dije.
-Se moverá – dijo Jev.

Mi pie piso un freno imaginario. La distancia entre Gabe y la camioneta rápidamente se estrechó.

-¡Jev…detente…ahora…mismo!
-Esto tampoco lo matará.

Aceleró aún más y luego todo sucedió muy rápido. Gabe se lanzó volando en el aire hacia nosotros. Golpeó contra la ventana, el vidrio formando una figura de una telaraña. Un instante después, ya no estaba a la vista. Un grito llenó el auto y me di cuenta que era yo.

-Está arriba del auto – dijo Jev.

Se dirigió hacia una curva con fuerza, intentando hacer bastante movimiento. Luego viró hacia la izquierda de nuevo, hacia la pista. 

-¿Se cayó? ¿Dónde está? ¿Aún está arriba? – presioné mi cara contra la ventana, tratando de mirar.
-Espera.
-¿A qué? – grité.

Nunca sentí el freno. Pero Jev debe haberlo presionado porque la camioneta dio una completa vuelta antes de detenerse. Mi hombro golpeó contra la puerta. Por el rabillo del ojo, vi una masa oscura volar a través del aire y caer con la gracia de un gato al suelo. Gabe se quedó ahí por un momento, agachado, su espalda hacia nosotros. 

Jev aceleró de nuevo.

Gabe miró sobre su hombro, con sudor en su cara. Sus ojos encontraron los míos. Su boca se curvó en una sonrisa diabólica. Dijo algo justo mientras el auto avanzaba, y aunque no pude descifrar ninguna palabra del movimiento de sus labios, el mensaje estaba claro. Esto no ha terminado.

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