sábado, 19 de enero de 2013

Ángeles Caídos #3: Diez

Jev condujo tan solo cinco cuadras. Estacionó la camioneta a un lado de la pista, alineada a árboles y campos de maíz.

-¿Sabes cómo llegar a casa desde aquí? – preguntó.
-¿Simplemente vas a dejarme aquí?

En realidad lo que quería preguntar era porque Jev, siendo uno de ellos, se había aliado conmigo. Pero, no lo dije.

-Si estás preocupada de Gabe, créeme, tiene más en mente ahora que rastrearte. No hará mucho hasta que se quite el neumático. No tendrá nada más que hacer que dormir por varias horas. 

Cuando no dije nada, señaló hacia la dirección por la que habíamos venido.

-Necesito asegurarme que los otros dos chicos estén fuera de escena – dijo.
-¿Por qué los estás protegiendo?

Los ojos de Jev se enfocaron en la oscuridad, más allá de la ventana.

-Porque soy uno de ellos.

Inmediatamente sacudí mi cabeza.

-No eres como ellos. Ellos me hubiesen matado. Tú viniste por mí, detuviste a Gabe.

En lugar de responder, salió de la camioneta y caminó hacia mi puerta. Abrió mi puerta y apuntó hacia la noche.

-Anda hacia esa dirección, hacia la ciudad. Si tu celular no funciona, sigue caminando hasta que ya no haya árboles. Tarde o temprano, tendrás recepción.
-No tengo mi celular.
-Entonces cuando llegues al Hotel Internacional pide un teléfono en la recepción. Puedes llamar a casa de ahí.

Salí del auto.

-Gracias por salvarme de Gabe. Y gracias por el viaje – dije, educadamente – Pero para el futuro, no me gusta que me mientan. Sé que hay un montón que no me estás diciendo. Tal vez crees que no me merezco saber la verdad. Tal vez crees que difícilmente me conoces, y no valgo la pena arriesgar. Pero dado por todo lo que he pasado, creo que merezco la verdad.

Para mi sorpresa, él asintió. Algo que decía: Es lo justo. 

-Los protejo porque tengo que hacerlo. Si la policía los ve, nos descubrirán. Esta ciudad no está lista para chicos como ellos, como nosotros – me observó, sus ojos inspeccionándome – Y no estoy listo para irme de la ciudad todavía – murmuró, con sus ojos aún fijos en mí.

Se acercó y sentí mi respiración acelerarse. Su piel era más oscura que la mía, más áspera. Era guapo y me estaba diciendo que era diferente. No porque fuera distinto al resto de chicos que conocía, sino porque era algo completamente diferente. 

-¿Eres un Nephil? – pregunté, recordando la palabra.

Como si hubiera sido sorprendido, retrocedió. 

-Anda a casa y continúa con tu vida – dijo – Haz eso y estarás a salvo.

Con su voz cortante, sentí lágrimas en mis ojos. Él las vio y sacudió su cabeza, disculpándose. 

-Mira, Mariana – intentó de nuevo, recostando sus manos en mis hombros.
-¿Cómo sabes mi nombre?

Sus ojos me miraban con esa expresión que decía que escondía secretos. Yo sabía que conocía a Jev, no sé cómo, ni dónde, ni cuándo, pero lo conocía. Jev había sido parte de mi vida. No había otra forma de explicar los recuerdos oscuros que venían a mi mente y la sensación que sentía a su lado. Se me cruzó por la mente que tal vez él era mi secuestrador, pero la idea no me convenció del todo. No lo creía, capaz porque no quería creerlo.

-¿Nos conocíamos, verdad? – dije – Esta noche no es la primera vez que nos conocemos.

Cuando Jev se quedó callado, estaba segura que tenía mi respuesta.

-¿Sabes sobre mi amnesia? ¿Sabes que no puedo recordar los últimos cinco meses? ¿Es por eso que piensas que pueden alejarte y pretender no conocerme?
-Sí – dijo cautelosamente.
-¿Por qué?
-Si Gabe pensaba que teníamos una conexión, podría usarte para hacerme daño.

Bien. Había respondido esa pregunta. Pero yo no quería hablar de Gabe.

-¿Cómo nos conocemos? ¿Y después que dejamos a Gabe, por qué aún seguiste pretendiendo que no me conocías? ¿Qué me estás escondiendo? – esperé, pero no respondió - ¿Vas a llenar mis dudas?
-No.
-¿No?

Apenas me miraba.

-Eres un imbécil egoísta – me había salvado pero aún así me estaba escondiendo cosas.
-Si tuviera algo bueno para decirte, empezaría a hablar.
-Puedo soportar malas noticias – dije.

Sacudió su cabeza y dio un lado al lado, dirigiéndose hacia el asiento del conductor. Cogí su brazo. Sus ojos bajaron a mi mano, pero no se apartó.

-Dime lo que sabes – dije - ¿Qué me pasó? ¿Quién me hizo esto? ¿Por qué no puedo recordar esos cinco meses? ¿Qué fue tan malo que ahora escojo olvidar?
-Te voy a dar un consejo, y por primera vez, quiero que lo tomes. Regresa con tu vida y continúa en ella. Empieza de nuevo si tienes que hacerlo. Haz lo que tengas que hacer para dejar todo esto atrás. Esto terminará feo si sigues mirando atrás.
-¿Esto? ¡Ni siquiera sé qué es esto! No puedo continuar. ¡Quiero saber qué me pasó! ¿Sabes quién me secuestró? ¿Sabes a dónde me llevaron y por qué?
-¿Importa?
-Cómo te atreves – dije – Cómo te atreves a estar aquí y hablar a la ligera de lo que me pasó.
-Si descubres quién te secuestró, ¿ayudará? ¿Es lo que necesitas para levantarte y continuar con tu vida? No – respondió para mí.
-Sí, lo hará. 

La ignorancia era la forma más baja de humillación y sufrimiento.

Él soltó un suspiro, pasando sus dedos por su cabello.

-Nos conocimos – dijo – Nos conocimos hace cinco meses, y yo era malas noticias desde el momento en que posaste tus ojos en mí. Te usé y te hice daño. Por suerte, reaccionaste y me botaste de tu vida antes que pueda regresar para la siguiente ronda. La última vez que hablamos, me juraste que si me volvías a ver, harías lo que pudieses para matarme. Tal vez lo dijiste en serio, tal vez no. ¿Eso es lo que estabas buscando? – terminó.

Parpadeé. No podía imaginarme diciendo aquella amenaza. 

-¿Por qué diría eso? ¿Qué hiciste qué fue tan horrible?
-Intenté matarte.

Encontré sus ojos. La línea de su boca me dijo que no estaba bromeando.

-Querías la verdad – dijo – Lidia con ella, Ángel.
-¿Lidia con ella? No tiene sentido. ¿Por qué querías matarme?
-Por diversión, porque estaba aburrido, ¿importa? Intenté matarte.

No. Algo estaba mal.

-Si querías matarme, ¿entonces por qué me ayudaste esta noche?
-Estás perdiendo el punto. Podría haber terminado con tu vida. Hazte un favor y corre tan lejos de mí como puedas. 

Se volteó, señalando que debía caminar en la dirección opuesta. Esta sería la última vez que nos veríamos.

-Eres un mentiroso.

Se volteó.

-También soy un ladrón, un jugador, un traidor, y un asesino. Pero esta es una de las raras veces donde estoy diciendo la verdad. Anda a casa. Considérate con suerte. Has tenido la oportunidad de empezar de nuevo. 

Quería la verdad, pero estaba más confundida que nunca. ¿Cómo podría haber encontrado algo en común con él? Éramos completamente distintos y sin embargo, desde que lo vi, mi corazón no ha dejado de latir con locura.

-Una última cosa – dijo -  Deja de buscarme.
-No te estoy buscando – me burlé.

Colocó el dedo índice en mi frente, mi piel absurdamente calentándose ante su toque. 

-Debajo de todas las barreras, una parte de ti recuerda. Esa parte que vino a buscarme esta noche. Esa parte es la que va a hacer que mueras, si no tienes cuidado.

Nos quedamos frente a frente, respirando fuerte. Las sirenas estaban demasiado cerca.

-¿Qué se supone que debo decirle a la policía? – pregunté.
-No vas a hablar con ellos.
-¿En serio? Gracioso, porque planeo decirles exactamente cómo incrustaste el neumático en la espalda de Gabe. A menos que respondas mis preguntas.

Dio un bufido irónico.

-¿Chantaje? Has cambiado, Ángel.
-Si me conoces tanto como dices, sabes que no voy a dejar de buscar por aquella persona que me secuestró hasta encontrarlo.
-Y déjame decirte dónde acabará eso….en tu tumba. Una tumba dónde nadie te encontrará, nadie vendrá a llorar por ti. Destrozará a tu madre, saber que no estás, que no puede sentirte. Ella estará sola y tú también. Para la eternidad.

Me quedé en la misma posición, determinara a demostrarle que no me podía asustar tan fácilmente, pero sentí un retorcido en mi estómago.

-Dime, o hablaré con la policía, es una promesa. Quiero saber dónde he estado y quién me llevó.

Colocó una mano en su boca, riéndose consigo mismo. Era un sonido tenso, cansado.

-¿Quién me secuestró? – espeté, perdiendo la paciendo. 

Alzó sus ojos hacia los míos, su boca yendo hacia un lado. No era un fruncimiento, era algo infinitamente más amenazador y aterrador.

-Se supone que tú ya no debes de estar más en esto. Ni siquiera yo puedo mantenerte a salvo.

Luego se fue, habiendo dicho todo lo que tenía por decir, pero no podía aceptarlo. Esta era mi única oportunidad de darle sentido a la parte de mi vida que faltaba. Fui detrás de él y cogí la parte de atrás de su camisa, tan fuerte, que se rompió. No me importó. 

-¿En qué se supone que no debo estar más involucrada?

Sólo las palabras salieron bien. Salieron de mí al tiempo exacto en que un hueco pareció colocarse en mi estómago y jalarme hacia adentro. Me sentí siendo arrastrada, dejándome sin aire, y cada músculo de mi cuerpo se tensó, yendo hacia lo desconocido. 

Lo último que recuerdo fue el rugido del aire pasando al lado de mis orejas y el mundo destruyéndose en la negrura.

3 comentarios: