miércoles, 16 de enero de 2013

Ángeles Caídos #3: Siete

Me preparé para la cena, cambiándome a un vestido por encima de las rodillas y sandalias, a pesar que se me veía más pequeña; estaba cansada de usar siempre tacos. A pesar que lo que había elegido era la ropa que más me gustaba, pretendía hacer de esta noche una que jamás olvidarían. Primero, haría que mi madre y Hank desearán jamás haberme invitado. Segundo, dejaría en claro que no estaba de acuerdo con su relación. Pero primero tenía que hacerles creer a ellos dos que estaba de acuerdo con todo.

Apenas terminé, fui al primer piso donde encontré a Hank y a mi madre. Vagamente noté que Hank se veía como un muñeco Ken con ojos azules, una piel dorada y ropa impecable. 

-¿Lista? – preguntó mamá. 

Ella también estaba vestida elegante, con unos pantalones ligeros y una blusa. Pero noté algo diferente…por primera vez no estaba usando su anillo de bodas.

-Conduciré por separado – dije bruscamente.

Hank sacudió mi hombro juguetonamente. Antes que pueda apartarme, me interrumpió.

-Paula está igual. Ahora que tiene su licencia de conducir, quiere ir a todos lados. Tu madre y yo te encontraremos allá.

Quería decirle a Hank que mi deseo de ir por separado no tenía nada que ver con tener mi propio auto y licencia de conducir. Pero me quedé callada.

-¿Me puedes dar dinero para echar gasolina? – le dije a mi madre – Queda poco en el tanque.
-De hecho – dijo mi madre – esperaba usar este tiempo para que los tres hablemos. ¿Por qué no nos llevas tú y mañana te doy el dinero? – su tono era educado, pero no había duda alguna en que no me estaba dando ninguna alternativa.
-Sé una buena chica y escucha a tu madre – me dijo Hank, con una sonrisa perfecta.
-Estoy segura que tendremos suficiente tiempo para hablar en la cena. No veo cuál es el problema con que vaya sola – dije.
-Cierto, pero aún vas a tener que llevarnos – dijo mi madre – Resulta que no tengo dinero. El nuevo celular que te compré no fue barato.
-¿No puedo pagar la gasolina con tarjeta de crédito? – pero ya sabía la respuesta, mi madre nunca me prestaba la tarjeta. Pero antes de rendirme, tuve una idea - ¿Y Hank? Seguro que él puede prestarme 20 dólares. ¿Verdad, Hank?

Hank inclinó su cabeza hacia atrás y rió, pero no me perdí las líneas de irritación formándose alrededor de sus ojos.

-Eres una negociadora nata – dijo Hank.
-No seas ruda, Lali. Ahora estás haciendo todo un problema por nada – dijo mamá – Llevarnos por una noche no te va a hacer daño. Será mejor que vayamos, tenemos reservaciones para las ocho y no quiero perder la mesa. 

Antes que pueda decir algo más, Hank abrió la puerta e hizo una seña para que salgamos. 

-¿Así que este es tu auto, Lali? ¿Un Volkswagen? – preguntó – La próxima vez que estés buscando uno, habla conmigo. Podría haberte conseguido un convertible por el mismo precio.
-Fue un regalo de un amigo – explicó mi madre.

Hank soltó un silbido.

-Qué buen amigo.
-Su nombre es Benjamín Amadeo – dijo mi madre – Un viejo amigo de la familia.
-Benjamín Amadeo – dijo Hank, colocando una mano en su boca – El nombre me hace recordar a alguien. ¿Conoces a sus padres?
-A su madre, vive por la Calle Deacon. Pero Benja dejó la ciudad en el verano.
-Interesante – murmuró Hank - ¿Alguna idea de en dónde terminó?
-En algún lugar en Nueva Hemsphire. ¿Conoces a Benja?

Sacudió su cabeza.

Después de veinte minutos llegamos al restaurante. Escogimos una mesa del centro y el mesero nos entregó el menú. Lo escaneé, buscando el plato más caro. 

De pronto, Hank tosió y se alisó la corbata, como si hubiera tragado agua por el tubo incorrecto. Sus ojos se ampliaron apenas en desconocimiento. Seguí su mirada y vi a Paula entrar al restaurante con su mamá. Ambas siguieron a la anfitriona hacia una mesa, a cuatro espacios del nuestro. La madre de Paula se sentó en una silla, dándonos la espalda, y estaba casi segura que no nos había visto. Paula, por otro lado, quién estaba sentada al frente de su mamá, se sirvió un vaso de agua y se quedó con el vaso a medio camino. Sus ojos se conectaron con los de su padre, abriéndose con aturdimiento. Viajaron desde Hank, a mi madre para finalmente detenerse en mí.

Paula se inclinó sobre la mesa y le susurró un par de palabras a su madre. La postura de su madre se enderezó. Paula se levantó de la silla abruptamente. Su madre cogió su brazo, pero ella fue más rápida. 

-Así que… - dijo, deteniéndose en el borde de nuestra mesa - ¿Están teniendo una hermosa cena?

Hank se aclaró la garganta. Miró una vez a mi madre, cerrando brevemente sus ojos, en una disculpa silenciosa.

-¿Puedo darle una opinión objetiva? – agregó Paula.
-Paula – dijo Hank, advirtiéndole.
-Ahora que eres elegible, Papá, vas a querer ser cuidadoso con quién sales.
-Te pido educadamente que regreses con tu madre y disfrutes de la cena. Podemos hablar de esto más tarde.
-Esto va a sonar rudo – continuó ella – pero te salvará de un montón de dolor al final. Algunas mujeres son buscadoras de dinero. Sólo te quieren por eso – su mirada se enfocó en mi madre.

Miré a Paula y pude sentir mis ojos destellando con hostilidad. ¡Su padre vendía autos! Y aunque se ganaba bien, ella hablaba como si su padre fuera millonario. Si mi madre fuese una roba dinero, buscaría a alguien mucho mejor que Hank, sin duda. 

-Qué bajo – siguió Paula – Este es nuestro restaurante. Aquí hemos tenido cumpleaños, fiestas, aniversarios. ¿Podrías haber sido más ofensivo?
-Yo escogí el restaurante, Paula – dijo mi madre – No me di cuenta que significaba algo especial para tu familia.
-No me hables – espetó Paula – Esto es entre mi padre y yo. No actúes como si tuvieras algo que decir en esto.
-¡De acuerdo! – dije, poniéndome de pie – Voy al baño.

Miré a mi madre, dándole una pista que me acompañe. Este no era nuestro problema. Si Paula y su padre querían continuar, y en público, pues bien. No iba a sentarme aquí y hacer un espectáculo de mí misma.

-Me uniré – dijo Paula, agarrándome con la guardia baja.

Antes que pueda pensar en qué decir, Paula colocó su brazo sobre el mío  me jaló hacia el baño.

-¿Te importaría decirme de qué se trata todo esto? – pregunté cuando estuvimos lejos.
-Una tregua – dijo ella.

Las cosas se ponían más interesantes conforme pasaban los minutos.

-¿En serio? ¿Y cuánto tiempo va a durar? – pregunté.
-Sólo hasta que mi padre termine con tu mamá.
-Buena suerte con esto – dije con un bufido.
-No pretendes como que no te importa – dijo -  Te vi con ellos, parecía que ibas a vomitar en sus ojos.
-¿Y tu punto es…?
-Mi punto es que tenemos algo en común.

Reí, pero mi risa no tenía nada de gracioso.

-¿Tienes miedo de estar de mi lado? – preguntó.
-Debo ser cuidadosa. 
-No voy a incumplir mi promesa – dijo – No en algo así de serio.

Entramos al baño, y después de confirmar que no había nadie más que nosotras, Paula continuó.

-¿Es verdad que no puedes recordar nada? ¿Tu amnesia es real?
-¿Me trajiste acá para hablar sobre nuestros padres o realmente estás interesada en mí?

Líneas de concentración se formaron en su frente.

-Si algo sucedió entre nosotros….¿no lo recuerdas, verdad? Es como si nada hubiese sucedido, en tu mente quiero decir – me miró muy de cerca, esperando mi respuesta.

Rodé mis ojos, me estaba irritando conforme pasaban los minutos.

-Sólo suéltalo. ¿Qué pasó entre nosotras?
-Estoy siendo completamente hipotética, aquí.

No creía para nada en sus palabras. Probablemente me había humillado antes que desapareciera. De todos modos, sea lo que sea que me haya hecho, era mejor no recordar. 

-Es cierto entonces – dijo Paula – Realmente no recuerdas.

Abrí mi boca, pero nadie salió. 

-Mi padre me dijo que no recuerdas nada de los últimos cinco meses. ¿Por qué tu amnesia se ha extendido tanto? ¿Por qué no sólo desde que fuiste secuestrada?

Mi tolerancia había alcanzado su límite. Si iba a discutir de esto con alguien, definitivamente no sería con Paula. 

-No tengo tiempo para esto. Voy a regresar a la mesa.
-Sólo intento obtener información.
-¿No te das cuenta que no es de tu incumbencia? – dije.
-¿Me estás diciendo que no recuerdas a Peter? – espetó.

Peter.

Apenas su nombre salió de los labios de Paula, la misma sombra que me cazaba eclipsó mi visión. Se desvaneció apenas apareció, pero dejó una impresión. Una emoción incontable, caliente. Como un golpe inesperado en la cara. Conocía el nombre, había algo sobre él….

-¿Qué dijiste? – pregunté lentamente.
-Me escuchaste – sus ojos me estudiaron – Peter.

Intenté pero fallé en evitar enrojecerme por la incertidumbre y confusión.

-Bueno, bueno – dijo Paula, sorprendida de confirmar sus sospechas.
-¿Me vas a dar una pista o no?
-Peter te dio algo en el verano – dijo – Algo que me pertenece.
-¿Quién es Peter? – dije finalmente.
-Un chico con el que yo salí. Un coqueteo de verano.

Sentí algo parecido a los celos, pero alejé el sentimiento. Paula y yo nunca estaríamos interesadas en el mismo chico. 

-¿Qué me dio? 
-Un collar.
-Juraría que darle a otra chica tu collar es una señal que tu novio es un tramposo.

Inclinó su cabeza hacia atrás y rió. 

-No puedo decidir si es triste que estés completamente en la oscuridad, o es gracioso.

Envolví mis brazos sobre mi pecho, buscando algo para decirle, pero la verdad era que me sentía fría por dentro. Frío que no tenía nada que ver con la temperatura, sino que significaba que nunca iba a poder salir de esto. 

-No tengo el collar – dije.
-Tú crees que no lo tienes, porque no lo recuerdas. Pero lo tienes. Probablemente está dentro de tu caja de joyas. Le prometiste a Peter que me lo darías – me dio un pedazo de papel – Mi número. Llámame cuando encuentres el collar.

Tomé el papel pero no iba a ser comprada así de fácil.

-¿Por qué simplemente él no te dio el collar?
-Ambas éramos amigas de Peter. Siempre hay una primera vez para todo, ¿ves?
-No tengo el collar – repetí.
-Lo tienes, y lo quiero de vuelta.
-Este fin de semana, cuando tenga tiempo libre, lo buscaré.
-Mientras más temprano mejor.
-Mi oferta, tómala o déjala.
-¿Por qué de pronto eres una pesada?

Mantuve mi sonrisa.

-Puede que no recuerde los últimos cinco meses, pero no me he olvidado de los once años que te conozco. No confío en ti, porque nunca me  has dado una razón para hacerlo. Si quieres que te crea, vas a tener que enseñarme por qué debo hacerlo. 
-Eres una idiota. Intenta recordar. Si hay algo bueno que Peter hizo, fue juntarnos. ¿Sabías que viniste a mi fiesta de verano? Pregunta. Estuviste ahí, como mi amiga. Peter hizo que viera un lado diferente de ti.
-¿Fui a una de tus fiestas? – no tenía sentido que mintiera, podía preguntarle a cualquiera. 
-En serio, si quieres llama y lo verás por ti misma. 

Luego, sostuvo con fuerza su cartera y salió del baño.

Cuando yo salí del baño y vi a mi mamá entrelazando sus dedos con mi padre, casi quise vomitar. No me quedó más que salir del restaurante y caminar, alejándome lo más posible. Sabía que no era muy inteligente caminar sola de noche, pero necesitaba alejarme y sabía que había una bodega cerca, donde podía sentarme y comprarme algo. Sin embargo, no pude hacer nada de las dos cosas porque apenas entré a la bodega, sentí que alguien me seguía. Intentando no hacerle caso a la sensación, escogí lo que quería. 

-¿Hola? – grité al ver que no había nadie en la caja para pagar - ¿Hay alguien aquí?

Un sonido vino de uno de los pasillos. Dadas todas las falsas alarmas, tenía miedo de que ésta fuera otra alucinación. Luego, escuché otro sonido, una puerta cerrándose. Estaba segura que el sonido era real, lo que significaba que alguien estaba escondiéndose, fuera de vista. La ansiedad llenó mi estómago así que salí corriendo. Rodeando la bodega, encontré el teléfono público, lista para digitar a la policía. Pero sólo timbró una vez antes que una mano alcanzara mi hombro y apagara la llamada.

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