domingo, 6 de enero de 2013

Ángeles Caídos #2: Capítulo 22

Mientras nos acercábamos a la cabeza de los payasos sonrientes de la casa de la risa, los gritos distantes fueron reemplazados por una música mítica de carnaval. Me coloqué fuera de la boca del payaso y ésta se abrió, como puerta. Las paredes dieron la vuelta, rodando debajo de mis manos. Caminamos hasta encontrar una puerta que nos guió a la parte de atrás del juego, dónde seguramente se movían el personal.

-La habitación mecánica está justo adelante. Después de eso, estaremos en los túneles. Benjamín ha estado sangrando bastante. No morirá, ¿Peter te contó todo sobre los Nephil, verdad?, pero puede que se desmaye por pérdida de sangre. Las chances son que puede que no encuentre la entrada a los túneles antes que nosotros. 
-¿Crees que Benjamín nos haya seguido? – pregunté, sintiendo a alguien viniendo por detrás.
-Rixon se detuvo y volteó. Escuchó.
-No hay nadie ahí.

Continuamos con nuestro paso apresurado hacia la habitación, cuando una vez más sentí una presencia detrás de mí. Miré sobre mi hombro. Esta vez, se formó un rostro en medio de la oscuridad. Casi chillo cuando  noté el rostro familiar.

Mi padre.

Su cabello brillaba contra la oscuridad, sus ojos también, aunque se veían tristes. Te amo.

-¿Papá? – susurré.

Tomé un paso hacia atrás, tomando precaución. Me recordé a mí misma de los últimos tiempos. Él era un truco. Una mentira. No era real, era una amenaza, quería hacerme daño. 

Siento haberte dejado a ti y a tu madre.

Pero su voz era otra, era su voz, no la de un extraño como la otra vez.
Te amo Lali. Lo que sea que suceda, prométeme que recordarás eso. No me importa cómo o porqué viniste a mi vida, sólo que lo hiciste. No recuerdo todas las cosas que hice mal. Recuerdo lo que hice bien. Te recuerdo a ti. Hiciste que mi vida fuera magnífica. Hiciste que fuera especial.

Sacudí mi cabeza, intentando apartar su voz, preguntándome por qué Rixon no decía nada, ¿podía ver a mi papa?

Prométeme que recordarás.

Lágrimas cayeron por mis mejillas. Lo prometo, pensé aunque sabía que no podía escucharme. 

Un ángel de la muerte me ayudó a venir aquí a verte. Está parando el tiempo para nosotros, Lali. Me está ayudando a hablarte a la mente. Hay algo importante que tengo que decirte, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que volver rápido, y necesito que escuches cuidadosamente.

-No – dije como pude – Voy a ir contigo. No me dejes aquí. ¡Voy a ir contigo! ¡No me puedes dejar de nuevo!

No puedo quedarme, bebé. Pertenezco a otro lugar ahora.

-Por favor no te vayas – sollocé - ¿Por qué me estás dejando de nuevo? ¡Te necesito! – me llené de pánico sintiéndome completamente sola. 

Toca las cicatrices de Rixon. La verdad está ahí.

El rostro de mi papá retrocedió en la oscuridad. Me estiré para detenerlo, pero su rostro se volvió niebla ante mi toque. 

-¿Lali? – reaccioné ante la voz de Rixon – Tenemos que apresurarnos. No queremos encontrarnos con Benjamín.

Mi padre se había ido. Por razones que no podía explicar, sabía que lo había visto por última vez. El dolor y la pérdida eran inaguantables. En el momento en que más lo necesitaba, cuando me estaba dirigiendo hacia los túneles, asustada y perdida, él me había dejado para que enfrente esto sola.

-No puedo ver a dónde estoy yendo – jadeé, secando mis ojos – Necesito algo de dónde sostenerme.
-Sostente de mi camisa y sígueme. Continúa, no tenemos mucho tiempo – dijo Rixon.

A pulgadas de mi mano estaba su espalda desnuda. Mi padre me había dicho que toque sus cicatrices, sería tan fácil ahora. Todo lo que tenía que hacer era deslizar mi mano…No quería sucumbir en la oscuridad, quería mantener mis pies debajo de mí, llegar a los túneles y salir del puerto. Pero mi padre había regresado a decirme dónde encontrar la verdad. Tenía que confiar en él. 

Deslicé mi mano debajo de la camisa de Rixon. Sentí la piel suave…luego una cicatriz. Explayé mi mano sobre la cicatriz, esperando ser insertada en un mundo extraño y desconocido. 

La calle estaba silenciosa, oscura. Las casas alrededor estaban como destruidas, sus patios pequeños y con rejas. Las ventanas estaban tapadas. 

Dos grandes explosiones rompieron el silencio. Me volteé para mirar la casa al otro la de la calle. ¿Eran tiroteos? Pensé con pánico. Inmediatamente busqué entre mis bolsillos mi celular para llamar a emergencia, cuando recordé que estaba atrapada en la memoria de Rixon. Todo lo que veía había sucedido en el pasado. No podía cambiar nada ahora. 

El sonido de los pasos apresurados corrió a través de la noche y miré con aturdimiento mientras mi padre caminaba por la reja de la casa a través de la calle y desaparecía en el patio. Sin esperar, fui detrás de él.

-¡Papá! – grité - ¡No vayas ahí!

Estaba usando las mismas prendas con las que había salido la noche que había sido asesinado. Pasé la reja y lo encontré en la parte de atrás de la casa. Sollozando, lancé mis brazos a su alrededor.

-Tenemos que volver. Tenemos que salir de aquí. Algo horrible va a suceder.

Mi padre caminó a través de mis brazos, cruzando la pequeña pared de piedra que corría por la propiedad. Me incliné contra mis piernas, mi cabeza contra mis brazos y lloré. No quería ver esto. ¿Por qué mi papá me dijo que tocara las cicatrices de Rixon? No quería esto. ¿No sabía cuánto dolor ya había sufrido?

-Última oportunidad – las palabras fueron dichas dentro de la casa, saliendo de la puerta abierta.
-Vete al infierno.

Otra explosión, y caí de rodillas, presionándome contra el lado de la casa, deseando que mi memoria termine.

-¿Dónde está ella? – la pregunta fue dicha tan silenciosamente, tan calmada que casi no pude escucharla sobre mis sollozos. 

Por el rabillo del ojo, vi a mi padre moverse. Se dirigió hacia la puerta. Una pistola en su mano, y la alzó, apuntando. Corrí hacia él, cogiendo su mano, intentando quitarle el arma, intentando regresarlo a las sombras. Pero era como mover un fantasma, mis manos pasaron a través de él. 

Mi papá apretó el gatillo. El golpe cortó el silencio en dos. Una y otra vez, disparó. Aunque ninguna parte de mí quería, enfrenté la casa, viendo al pequeño hombre que mi papá estaba disparando. Justo detrás de él, otro hombre estaba en el suelo, su espalda contra el sillón. Estaba sangrando y su expresión estaba retorcida con agonía y miedo.

En un momento de confusión, me di cuenta que era Hank, el papá de Paula.

-¡Corre! – le gritó Hank a mi papá - ¡Déjame atrás! ¡Corre y salva tu vida!

Mi papá no corrió. Sostuvo la pistola a un nivel adecuado, disparando una y otra vez, mandando balas volando hacia la puerta abierta, donde un hombre joven con un gorro azul se  veía impenetrable para ellos. Y luego, lentamente, se volteó para enfrentar a mi papá.

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