Durante seis semanas hemos estado preparándolo todo: vendiendo
la casa, despidiéndonos de los amigos y vecinos de toda la vida, y haciendo
maletas para mudarnos a un lugar en el que ninguno de nosotros conoce a nadie. Nos
estamos mudando, y todo por mí. Es ahora cuando estoy conduciendo detrás de mamá,
por toda la carretera de California, hacia Wyoming. Todo está cubierto de nieve.
Mamá ya conoce Wyoming. Ha hecho algunos viajes para buscar
una casa, inscribirnos a Stefano y a mí en nuestro nuevo colegio y resolver su
traslado del trabajo. Nos ha hablado durante horas del precioso paisaje que
ahora formará parte de nuestras vidas. Jackson Hole, el último valle del viejo
oeste, dónde hay unas cuantas casas, al lado de un río de plata reluciente, será
nuestro nuevo hogar.
Finalmente llegamos a la casa. Ésta está hecha de troncos sólidos
y rocas del río, el tejado, cubierto por una capa blanca de nieve, como la de
una casa de chocolate. Es más grande que nuestra casa de California, y en
cierto modo más acogedora, con un porche largo y techado, y enormes ventanas
que ofrecen una vista increíble de las montañas nevadas.
- Bienvenidos a casa – dice mamá – nuestros vecinos más próximos
están a un kilómetro. Este pequeño bosque es todo de ustedes
Aquella tarde estamos por primera vez en el paseo de la
Avenida Broadway de Jackson. Incluso en diciembre está lleno de turistas. Las
diligencias y los coches de caballos pasan cada pocos minutos, compartiendo la
calle con una interminable hilera de coches. No puedo evitar buscar la
camioneta plateada: la de mi visión.
- ¿Qué harías si lo vieras ahora? – me pregunta mamá
- Probablemente se desmayaría – dice Stefano
Pestañea rápidamente y se abanica a sí mismo, luego finge caer
desmayado encima de mamá. Ambos ríen.
- Qué graciosos que son – digo, con una mueca de disgusto –
vamos por ahí – les digo cuando veo un parque cuya entrada es un arco enorme
hecho con astas de alces
- Huelo a barbacoa – dice Stefano
- Eso es porque no te cansas de comer
- Si tengo un metabolismo más rápido que el de la gente
normal no es mi culpa. ¿Y, sí comemos ahí? – señala la calle en la que hay una
cola de personas
- Claro, y además te compraré una cerveza – dice mamá
- ¿Lo dices en serio?
- No
Mientras ellos discuten, decido que este momento es digno de
una foto. El comienzo de mi designio. Le pido a una señora que nos tome una
foto, pero la cámara deja de funcionar y mi madre se acerca para ayudarla. Es
entonces cuando me vuelvo extremadamente consciente de lo que me rodea: las
voces, el ruido de los motores, el olor a estiércol, a sal, champú, escucho los
sonidos de la otra cuadra. Hay demasiado ruido y elementos que observar, me
siento abrumada.
- Mar – susurra Stefano, cerca del oído – Ey!
Me sacudo para volver a la tierra. Jackson Hole. Stefano. Mamá. La mujer
con la cámara. Todos me miran.
- ¿Qué pasa? – pregunto aturdida, desconectada
- Tu cabello, está brillando – murmura Stefano y aparta la
vista, incómodo
Miro al suelo y respiro con dificultad. No está brillando.
Mi cabello es un derroche de luz y color. Resplandece. ¿Qué me está pasando?
- ¿Mamá? – la llamo con voz débil y alzo la mirada hacia sus
ojos
- Muchas gracias, parece que habrá que arreglarlo – le dice
ella a la señora, quién me mira estupefacta, luego se acerca a mi lado –
tranquila – recoge todo el largo de mi cabello en su mano y lo mete dentro de
mi capucha – muy bien. Ya estamos listos
La mujer pestañea, sacude su cabeza como intentando aclarar
todo. Ahora que mi pelo está cubierto, es como si todo volviese a la
normalidad. Como si todo hubiese sido producto de la imaginación. La mujer
levanta la cámara. Y yo hago todo lo posible por sonreír.
Cenamos en un restaurante de carnes antes de pasear un poco
más y regresar a casa. Durante todo ese tiempo, utilizo la capucha, escondiendo
mi cabello como si tuviera algo malo. Mamá sale sin decir nada y regresa en la
noche; me encuentra en mi habitación, terminando de desempacar. Ingresa y
arroja una caja de tinte para el pelo sobre mi cama.
- ¿Rojo? Me estás bromeando. ¿Quieres que me lo tiña de rojo?
- Castaño rojizo
- Pero, por qué
- Primero arreglemos lo de tu pelo. Luego hablaremos
- Lo que me dirán en el colegio por llevar este color! – me lamento
mientras ella me aplica el tinte
- A mí me encanta tu pelo. No te lo pediría si no creyera que
es importante. Ya está. Listo. Ahora tenemos que esperar a que el color se fije
- Está bien. Supongo que ahora me darás una explicación, ¿verdad?
- Lo que ha ocurrido hoy es normal – dice suspirando
- ¿Normal?
- Bueno, no del todo. Normal para nosotros. Mientras tus
dotes empiecen a desarrollarse, tu lado angelical comenzará a manifestarse de
un modo más evidente
- Mi lado angelical. Genial
- No es tan terrible – dice mamá – aprenderás a controlarlo
- ¿Te refieres a mi pelo? – ríe
- Sí, al final aprenderás a ocultarlo, a suavizar los efectos
del brillo para que no sea percibido por el ojo humano. Pero por ahora el tinte
es la mejor solución
Mi madre siempre lleva sombreros, ahora lo entiendo. Siempre
había creído que los llevaba porque es de otra época.
- ¿A ti también te pasa? – le pregunto y ella se asoma a la
puerta, sonriendo
- No te escondas, Stefano
El aludido sale de mi habitación, donde estaba escuchando la
conversación.
- ¿Yo también puedo hacerlo? – pregunta - ¿lo del pelo?
- Sí – dice mi madre – le ocurre a la mayoría. Es parte del
proceso para acceder a la gloria – parece ligeramente incómoda, como si no
pudiera confiarnos esta información – bien, por hoy ya has aprendido bastante. Si
esta clase de cosas se repiten en público, creo que lo mejor será actuar con
normalidad. La mayoría de veces las personas se convencerán a sí mismas de que
en realidad no han visto nada. Pero no estaría mal que tú, Stefano, llevaras más
a menudo un gorro para estar seguro
- Está bien – dice, satisfecho
- Y, tratemos de no llamar la atención – continúa, mirando a
mi hermano quién sobresale en los deportes – nada de presumir
- No va a haber problemas – contesta mi hermano
- Bueno, esto ya está – dice mi madre, dirigiéndose a mí –
ahora hay que aclarar
Mi pelo se ha vuelto naranja. Como una zanahoria pelada.
Nada más verlo pienso seriamente en afeitarme la cabeza.
- Lo arreglaremos – promete mamá, conteniendo la risa – será lo
primero que haremos mañana. Lo juro
- Buenas noches – le cierro la puerta en la cara
Me arrojo a la cama y no paro de llorar durante un buen
rato. Adiós a mis posibilidades de impresionar al chico misterioso y su
precioso cabello.
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