domingo, 13 de mayo de 2012

El Designio del Ángel: Tres

Sobreviví a la peste negra  (parte uno)

Lo primero que me llama la atención al entrar al estacionamiento del colegio es una enorme camioneta plateada estacionada al fondo. Entorno los ojos para ver la matrícula.

- Ey! – grita Stefano cuando estoy a punto de choca por detrás a otra camioneta azul, más vieja y oxidada – a ver si aprendes a conducir!
- Lo siento – le hago un gesto de disculpa al conductor
- Te veo más tarde – dice Stefano, al bajar del auto

Coge su mochila y camina con paso firme y arrogante hacia la puerta principal, como si fuera dueño del colegio. Unas chicas se vuelven para observarlo; él le sonríe con naturalidad, lo cual desencadena una reacción de risitas y cuchicheos que siempre dejaba en su antiguo colegio.

Me aplico otra capa de brillo de labios y examino mi aspecto en el retrovisor, encogiéndome ante el humillante color de mi pelo. Pese a los esfuerzos de mi madre y a los míos, sigue naranja. Suspiro y salgo del auto, dirigiéndome hacia el fondo del estacionamiento para echarle un vistazo a la camioneta plateada. Es la matrícula: 99CX. Él está aquí. Intento respirar.

Así que no tengo más remedio que entrar al colegio con mi pelo loco, rebelde y teñido de un naranja demencial. Sé fuerte Mar, me digo a mí misma, comparado con tu designio, el colegio debe ser pan comido. Pensaba que los demás estudiantes se alegrarían de verme o mostrarían al menos un poco de curiosidad. Una vez más estaba equivocada. En su mayor parte me ignoran por completo. Después de sobrevivir a tres clases en las que nadie se ha molestado en siquiera saludarme, me dispongo a correr hasta mi auto y conducir sin parar hasta California, donde conozco a todo el mundo y ellos me conocen, donde en este preciso instante mis amigos y yo estaríamos hablando de nuestras vacaciones y comparando nuestras agendas, y donde yo sería una chica guapa y popular. Donde la vida no es nada fuera de lo común.

Pero es entonces cuando lo veo. Está de pie, de espaldas a mí. Una corriente eléctrica me atraviesa al reconocer sus hombros, su cabello, la forma de su cabeza. De repente estoy otra vez en la visión, viendo simultáneamente su chaqueta de lana negra entre los árboles y también aquí, al final del pasillo. Avanzo un paso hacia él, mi boca abierta, a punto de pronunciar su nombre. Entonces recuerdo que no lo sé. Como siempre, parece que él me oye igualmente y empieza a darse la vuelta y mi corazón da un vuelvo cuando veo su rostro, su boca arqueada en una media sonrisa mientras bromea con el chico de al lado.

Levanta la vista y sus ojos se encuentran con los míos. El pasillo desaparece. Ahora sólo estamos él y yo, en el bosque. Detrás de él, el fuego en la ladera que avanza hacia nosotros, más rápido que otras veces. Tengo que salvarlo, pienso. Es entonces cuando me desmayo.

Me despierto y veo a una chica de pelo largo castaño sentada en el suelo a mi lado, su mano apoyada en  mi frente, hablando en voz baja como si intentara calmar a un animal.

- ¿Qué pasó? – miro alrededor buscando al chico, pero no está
- Te caíste – dice la chica, como si no fuese obvio - ¿eres epiléptica o algo así? Fue como si te hubiese dado un ataque
- Estoy bien – digo, sentándome enseguida
- Tranquila – la chica se pone de pie de un salto y se agacha para ayudarme
- Soy un poco torpe – digo, como si eso lo explicara
- Ella está bien. Vayan a clase – dice la chica a los estudiantes curiosos - ¿has comido esta mañana? – me pregunta
- ¿Qué?
- Podría tener que ver con el nivel de azúcar en la sangre = me rodea con un brazo y me conduce por el pasillo - ¿cómo te llamas?
- Mar
- Cande – dice ella
- ¿A dónde vamos?
- A la enfermería
- No – me libero de su brazo – ya estoy bien, de verdad – digo sonriendo

Suena el timbre. De repente el pasillo queda desierto. En la esquina aparece una mujer que viste una bata de enfermera y camina deprisa. Detrás de ella viene el chico. Mi chico.

- Allá viene otra vez – dice Cande, mientras yo me tambaleo
- Thiago – se apresura a decir la enfermera mientras los dos vienen corriendo hacia mí

Thiago. Ese es su nombre. Él me pasa un brazo por debajo de las rodillas y me levanta. Uno de mis brazos rodea su hombro, mis dedos a escasos centímetros del punto en el que su cuello se encuentra con el pelo. Me invade su olor, una mezcla de fragancias de jabón y alguna colonia de especias maravillosa. Levanto la vista y me encuentro con sus ojos verdes, tan de cerca que alcanzo a ver destellos dorados en su interior.

- Hola – me dice

Que Dios me ayude, pienso mientras él me sonríe. Sencillamente es demasiado.

- Hola – murmuro apartando la vista, poniéndome del color de mi pelo
- Agárrate fuerte – ordena y me lleva por el pasillo

Al llegar a la enfermería me coloca cuidadosamente sobre una camilla. Hago todo lo posible por no mirarlo con la boca abierta.

- Gracias – tartamudeo
- No hay de qué – vuelve a sonreír – no pesas nada
- Gracias – vuelvo a decir
- Sí, gracias, señor Bedoya – añade la enfermera – ya puede ir a clase

Thiago se despide y yo siento que voy a desmayarme de nuevo. Después que la enfermera me examina y se da cuenta que no tengo nada, me dirijo a mi clase de Literatura, a la cual claramente llego tarde. Me doy cuenta que Cande está ahí, ella me sonríe. Los alumnos han formado un círculo, junto al profesor y cada uno está diciendo tres hechos únicos acerca de sí mismos.

- Soy Luna – dice una de las chicas – mis padres son dueños de la tienda de caramelos más antigua de Jackson. He visto a Harrison Ford personalmente cientos de veces ya que nuestros dulces son sus favoritos. Él dice que me parezco a Carrie Fisher de Star Wars – presumida, pienso – y…Thiago Bedoya es mi novio

Ya me cae mal.

- Soy Candela Lanzani – continúa ella, encogiéndose de hombros – mi familia dirige una hacienda en las afueras de Wilson. No sé en qué puedo ser la única. Quiero ser veterinaria, lo cual no es extraño porque amo a los caballos. Y me hago mi propia ropa desde que tengo seis años.

Me doy cuenta que me toca a mí y no sé qué decir, me pongo nerviosa. No puedo decir que soy un ángel evidentemente, ni que hablo fluidamente todos los idiomas de la tierra, ni que tengo alas que aparecen cuando lo requiero, ni que podría volar pero aún no aprendo, ni que soy rubia natural, ni que tengo un excelente sentido de la orientación. Me aclaro la garganta.

- Soy Mar, y me he mudado aquí desde California porque había oído maravillas de los caramelos de la zona – todos ríen – los pájaros se sienten extremadamente atraídos por mí – continúo – es como si me acecharan allá donde voy – eso es cierto – y…mi madre es programadora informática y mi padre, profesor de física en la Universidad de Nueva York – pienso en mi padre, se fue cuando yo era apenas una niña, no lo he visto desde entonces.

La clase finaliza cuando cada uno habla y el profesor da una pequeña conclusión del ejercicio.

- Si quieres puedes sentarte conmigo durante el almuerzo – me ofrece Cande cuando salimos de la clase - ¿has traído tu almuerzo o tenías pensado salir a comer?
- Pensaba que aquí había servicio de comedor
- Bueno, creo que hoy hay pollo frito – dice y hago una mueca – pero siempre puedes pedir pizza u otra cosa

Hago la cola para pedir mi comida y sigo a Cande hasta una mesa, donde un grupo de chicas con un look casi idéntico me miran expectantes. Cande recita sus nombres: María, Rocío y Eugenia. Parecen simpáticas.

- ¿Así que son como un grupo? – pregunto mientras me siento. Cande se ríe
- Nos llamamos las invisibles
- Oh – digo, sin saber si está bromeando
- No somos bichos raros – aclara María o Rocío o Eugenia, no sé – somos simplemente, bueno..invisibles
- Invisibles para..
- Para la gente que se cree genial – dice Cande – no nos ven

Alguien acerca una silla a mi lado. Me giro. Es Thiago, que se sienta a horcajadas. Por un instante solo puedo fijarme en sus ojos verdes. Quizá yo no sea tan invisible después de todo.

- He oído que eres de California – dice
- Sí – murmuro

Las chicas de la mesa lo observan con ojos abiertos, como si nunca antes se hubiera adentro en su territorio. De hecho, casi todo el mundo en la cafetería nos está observando, miradas curiosas.

- Yo nací en Los Ángeles. Vivimos allí hasta que cumplí los cinco, aunque no tengo muchos recuerdos
- Qué bien – río nerviosa
- Yo soy Thiago – dice – antes no tuve ocasión de presentarme
- Yo soy Mar – extiendo la mano para estrechar la suya, me sonríe de lado y me mareo en el acto
- Encantado de conocerte, Mar – dice
- Lo mismo digo

Sonríe. Sexy no es la palabra adecuada para definirlo. Es hermoso, para volverse loca.

- Gracias por lo de antes – digo
- No tienes por qué, de verdad
- ¿Vamos?

Luna se acerca y coloca una mano en la nuca en un gesto claramente posesivo, enredando los dedos en su pelo. Él sonríe, adiós hechizo.

- Sí, solo un segundo – dice – Luna, ésta es…
- Mar – completa ella – está en mi clase de literatura. Vino de california. No le gustan los pájaros. No es buena en matemáticas
- Sí, ésa soy yo en pocas palabras – digo
- ¿Qué? ¿Me he perdido de algo? – pregunta Thiago, confundido
- Nada. Solo un estúpido ejercicio en la clase de Literatura. Será mejor que nos demos prisa si queremos llegar antes de la próxima clase

Thiago se pone de pie. Luna lo coge de la mano y le sonríe por debajo de sus pestanas y empieza a llevárselo fuera de la cafetería.

- Encantado de conocerte – me dice – de nuevo

Y, después se va.

3 comentarios:

  1. Me encanta, me encanta. Es muy linda la historia y me gusta como esta contada! Espero más!

    ResponderEliminar
  2. mmmmhh! me guustaa qiiero maas!

    ResponderEliminar
  3. Yo quiero A Peter???

    ResponderEliminar