miércoles, 30 de mayo de 2012

El Designio del Ángel: Ventidós

De excursión con Peter (parte dos)

Mamá vuelve aquella noche, está bastante contenta de verme y me ha extrañado tanto que según ella he crecido y me veo mayor con mis diecisiete años. Me preguntó acerca de mi cumpleaños, con quién la había pasado; le dije la verdad, que Cande me había “regalado” a Peter, pero no le conté que había salido con él los otros días. Por algún motivo, he estado dudando si contarle lo de Peter, los saltos desde el árbol y todo el tiempo que he pasado con él, haciendo senderismo, recogiendo arándanos, navegando en bote por aguas rápidas, hablando coreano con la gente delante de él. Tal vez temo que me llame la atención sobre algo que yo ya sé de sobra: que Peter es una distracción.

A la mañana siguiente, bajo a escondidas las escaleras y me sirvo rápido un poco de cereal. Mamá me asusta al aparecer de golpe mientras me estoy sirviendo un vaso de zumo de naranja.

- Has madrugado – se fija en mi ropa campestre, botas, shorts, polo y mochila - ¿a dónde vas?
- A pescar – digo, atragantándome con el zumo

Levanta las cejas. No he ido a pesar nunca en mi vida.

- ¿Con quién?
- Con algunos chicos del colegio – no le estás mintiendo, pienso, Peter es un chico del colegio
- ¿Y, ese olor?
- Insecticida. Todos los chicos lo llevan – le explico – dicen que el mosquito es el ave de Wyoming por excelencia
- Ahora sí que te estás integrando
- Bueno, no es que antes no tuviera amigos – respondo, un poco arisca
- No digo eso. Pero me parece que hay algo nuevo. Algo está cambiando – se ríe y me sonrojo
- Bueno, ahora hablo más como los chicos del colegio; Stefano hace lo mismo
- Eso está bien. Integrarse
- Me tengo que ir, mamá – digo, cuando veo la camioneta de Peter

Le doy un abrazo y salgo. Subo a la camioneta antes que él pare. Grita sorprendido y frena.

- Vámonos – le lanzo una sonrisa inocente
- ¿Qué te pasa?
- Nada – frunce el ceño, siempre sabe cuándo miento - mi madre ha vuelto - confieso
- ¿Y, no quieres que te vea conmigo? – me pregunta ofendido
- No, tonto – le digo – me muero de ganas de aprender a pescar, eso es todo

Sigue sin creerme, pero deja el tema.

- Pescar es fácil – dice Peter al cabo de dos horas, después de haberme enseñado todos los elementos de la pesca – sólo tienes que pensar como un pez
- Claro. Pensar como un pez
- No te burles – me advierte – mira el río. ¿Qué ves?
- Agua. Piedras, ramas y barro
- Mira con atención. El río es en sí mismo un mundo de prisas y calmas, dónde se encuentra lo profundo y lo llano, lo luminoso y lo sombrío. Si lo miras así, como un paisaje habitado por el pez, te será más fácil pescar uno
- Te ha quedado precioso. ¿Eres un poeta? – se sonroja, lo que lo vuelve absolutamente atractivo
- Sólo observa – dice

Miro río arriba. Si que parece un pequeño paraíso: la luz solar, sombras, el río, vivo, torrencial.

- Vamos allá – levanto la caña de pescar – te lo juro, estoy pensando como un pez – pone los ojos en blanco
- Muy bien pececito – dice señalando el río – allá tienes un banco de arena donde te puedes colocar
- A ver si he entendido bien. ¿Quieres que me coloque en un banco de arena en medio del río?
- Sí – responde – tendrás un poco de frío, pero podrás con ello. No tengo botas de goma de tu talla
- Ése es otro de tus trucos para rescatarme, ¿verdad? – entrecierro los ojos – porque no creas que he olvidado cuando me hiciste saltar del árbol
- Nada que ver – dice, sonriendo
- Muy bien

Meto un pie en el río y doy un paso y otro hasta que me encojo a la altura de las rodillas. Me detengo al llegar al borde del banco de arena. Enderezo los hombros y sujeto bien la caña entre las manos como él me enseñó antes, luego tiro la línea y espero, mientras él entra al agua, viene hasta mí y engancha el señuelo.

- Mañana tengo el día libre – dice, al cabo de un rato, cuando sigo intentando pescar algo - ¿quieres quedar conmigo temprano y escalar para ver el amanecer desde el mejor lugar de Teton? Para mí es un día especial
- Claro – tengo que reconocer que en materia de distracción, Peter es el mejor – no puedo creer que el verano se esté pasando tan rápido. ¡Espera, creo que he visto un pez!
- Espera. Lo estás espantando

Se acerca a mí en el momento exacto en que lanzo la línea hacia atrás. El señuelo se engancha en su sombrero y se lo arranco de la cabeza. Intenta agarrarlo, pero se le escapa.

- ¡Ay! Lo siento

Recupero su sombrero y se lo devuelvo intentando no reírme. Me mira con su ceño fruncido, burlón y lo quita de la mano. Los dos nos empezamos a reír.

- Creo que he tenido suerte de que fuera mi sombrero y no mi oreja – dice – quédate quieta un ratito, por favor. Te voy a ayudar

Se mete en el río y da la vuelta para pararse detrás de mí. De pronto lo siento tan cerca que casi puedo olerlo. Sonrío, nerviosa. Se acerca y coge un mechón de mi cabello entre sus dedos.

- Tu pelo no es rojo natural, ¿verdad? – me pregunta y el aire se congela en mis pulmones
- ¿Qué quieres decir?
- Tus cejas. Son más bien doradas
- ¿Ahora te fijas en mis cejas?
- Me fijo en ti. ¿Por qué estás siempre tratando de ocultar lo bonita que eres?

Parece tener la mirada clavada en mí. Quiero contarle la verdad; es una locura, lo sé. Intento dar un paso atrás, pero resbalo y él me coge.

- ¡Ey! – dice, rodeándome por la cintura con ambos brazos - ¿has encontrado tus piernas? – me pregunta, su boca pegada a mi oreja

Se me pone la piel de gallina por todo el brazo. Me giro y noto que está sonriendo. Su pulso se intensifica en el cuello. Siento su cuerpo caliente contra mi espalda.

- Sí – consigo decir – estoy bien

Aquella noche, practico el volar con la mochila, peso que sustituye al de Thiago. Estiro mis brazos y mis alas. Cierro los ojos. Ligero, me digo, vuélvete ligera. Trato de imaginar el rostro de Thiago, pero no lo consigo. En cambio, consigo ver imágenes de Peter. Su boca manchada de rojo mientras estamos en cuclillas en la ladera de la montaña llenando tarinas de helado vacías con arándanos. Su risa ronca, sus manos sobre mi cintura en el río. Sus ojos grises, cálidos.

- Mierda – susurro

Abro los ojos, estoy flotando. Esto no está bien, se supone que es Thiago el que debería hacerme sentir así. El pensamiento me abruma y vuelvo a tierra, pero no puedo quitarme a Peter de la cabeza. ¿Qué le ves a un chico como Thiago Bedoya?, me preguntó la noche en que me trajo del baile de graduación. Lo que en realidad me estaba diciendo era: ¿Por qué no te fijas en mí? Conozco perfectamente ese sentimiento. 

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