domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Catorce I

Casa de Juguetes

Thiago conduce durante la noche y por la mañana nos detenemos en un establecimiento para poder lavarnos, comprar nueva ropa y suplementos para bebé. Me sorprende encontrar en su maletera un montón de documentos, como certificados de nacimiento, licencias falsas de conducir, algo que parece como un papel de seguros, y una pila enorme de dinero.
—Mi tío —dice, a manera de explicación—. Podía ver el futuro, no sólo el suyo, sino el de los otros. Él siempre me dijo que algún día tendría que escaparme.
Su tío exageraba un poco, pero igual acá estábamos, escapando.
Intenté darle a Joaco una botella con fórmula, pero no la quería tomar. Me mira y se pone a llorar, con fuerza. Nada parece ayudar. Yo no soy su madre.
Cada vez que cierro los ojos, recuerdo haber estado en la habitación oscura, esperando a ser asesinada. Veo a alguien morir en frente de mí.
—Está todo bien Mar —murmura Thiago, cuando nota mi ansiedad—. Estamos a salvo.
Thiago quita una mano del volante y alcanza la mía. Acaricia mi pulgar, y se supone que debe confortarme como siempre lo hace. Se supone que debe llenarme con su energía. Pero yo sólo me siento débil.
***
El lugar que apunté en el mapa resulta ser Nebraska. Cuando llegamos ahí, encontramos un hotel. Colocamos a Joaco en una pequeña cuna que solicitamos al lado de la cama, y él se queda dormido rápidamente.
Thiago insiste en que yo me bañe primero. Me quedo debajo de la ducha bastante tiempo, rascando mi piel y jabonándola, quitándome la sangre de Olivia. Mientras me peino en frente del espejo, mi propia cara parece acusarme.
Débil.
No intentaste salvar a Ana, no los detuviste de llevarse a Ángela. Ni siquiera lo intentaste.
Cobarde.
Pasaste todas estas horas entrenando para usar la espada de gloria porque tu padre te dijo que la necesitarías, pero cuando llegó el momento, ni siquiera pudiste sacarla.
Cuando abro la puerta, Thiago está sentado de piernas cruzadas en una cama de una plaza, mirando a una pintura en la pared, de un enorme ave con piernas largas y una línea roja encima de su cabeza; expandiendo sus alas.
Thiago me mira. Aclaro mi garganta y le hago un gesto, informándole que es su turno para ir al baño. Él asiente y se pone de pie, con sus movimientos duros y extraños.
Me siento en la cama y escucho el agua correr, la respiración de Joaco, el reloj sonando, y mi estómago gruñendo. Después de cómo cinco minutos, el agua se detiene abruptamente, la cortina de la ducha se abre y escucho pasos en la habitación. Luego es cuando hay un sonido de la tapa del inodoro abriéndose y Thiago vomitando. Salto a mis pies y voy a la puerta, pero tengo miedo de abrirla. Él no querrá que vea esto. Recuesto mi mano en el marco de la puerta y cierro mis ojos al escucharlo gruñir.
Toco ligeramente.
Estoy bien —dice, pero sé que no lo está.
Voy a entrar —digo.
Dame un minuto.
Cuando espero exactamente sesenta segundos, él está al frente del lavado con una toalla alrededor de su cintura, lavándose los dientes. Sus ojos, cuando encuentran los míos en el espejo, están avergonzados. Él también siente el fracaso.

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