domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Doce III

La habitación negra se está llenando de humo.
Me transporto a la Mar del futuro en el instante exacto en que la oscuridad explota en luz, y en ese momento lo entiendo: Esa luz no es la gloria, es fuego. Una bola de fuego golpea contra mi hombro y contra la pared. Luego Thiago grita: ¡Agáchate!, y yo me suelto justo a tiempo para que él literalmente se suba sobre mi cuerpo, su espada de gloria afuera, brillante, aterradora y protegiéndome. Están Thiago y las figuras a su alrededor, el movimiento de su espada contra la oscuridad. Retrocedo agachada hasta mi espalda golpea algo sólido, miro sobre mi hombro para ver lo que está sucediendo con el fuego.
La llama prende un lado de la habitación, quemando las cortinas como papel tissue. Este lugar será un infierno como en cinco minutos. Mi corazón golpea con fuerza, pero trago fuerte y me empujo contra mis rodillas, luego hasta mis pies. Tengo que ayudar a Thiago. Tengo que pelear.
—No —dice en mi mente. Tienes que encontrarlo. Anda.
El sonido estridente viene de nuevo, delgado, rápido y aterrador. El humo me aturde, el aire aquí es cerrado, caliente, y pesado contra mis pulmones, pero inexplicablemente, me volteo y lo que debo de pensar debe ser la salida, y me tambaleo hacia el fuego, tosiendo, mis ojos lagrimeando.
Golpeo la esquina de algo duro y de madera, al nivel de mi pecho. Me doy cuenta lo que es la barrera al mismo tiempo que mis ojos finalmente deciden ajustarse.
Es un escalón.
Miro alrededor para confirmar lo que ya sé, pero es tan locamente obvio que no puedo creer que nunca descubrí esto antes. Todo cae perfectamente en su lugar: el tipo de suelo, los fantasmas, las filas de asientos. Las cortinas, el olor.
Estamos en la casa de Ángela.
Y en ese instante, descubro de qué se trata el sonido.
Es el llanto de un bebé.
***
—¡Mar!
Abro mis ojos. De alguna manera terminé en el suelo de la sala, y no sé muy bien cómo. Dos pares de ojos me están mirando, uno gris y otro verde, ambos preocupados.
—¿Qué sucedió? —pregunta Peter.
—Era la habitación oscura —dice Thiago, afirmándolo.
—Era la casa de Ángela. —Lucho por sentarme—. Necesito mi celular. ¿Dónde está?
Peter lo encuentra en la mesa de café y me lo da, mientras Thiago me ayuda a ir hacia el sofá. Aún me siento sin aliento.
—Va a ver un incendio —le digo a Thiago.
—Genial —dice Peter, sin poder creerlo.
Marco el número de Ángela. Suena y suena, y con cada segundo que no contesta, hace que mi estómago se retuerce. Pero luego, finalmente, hay un click y hola bajo al otro lado.
—¡Ángela! —digo.
—¿Mar?
—Acabo de tener mi visión de nuevo, y la habitación oscura es tu casa, Ángela, y el sonido que escucho es de un bebé. Tiene que ser Joaquín. Necesitas salir. Ahora.
—¿Ahora? —dice, medio dormida—. Son las nueve de la noche. Acabo de hacer dormir a Joaquín.
—Angie, están viniendo.
—De acuerdo, tranquila Mar. ¿Quién viene?
—No lo sé. Los Alas Negras.
—¿Saben sobre Joaco? —pregunta—. ¿Vienen por él? ¿Cómo lo saben?
—No sé —digo de nuevo.
—Bueno, ¿qué sabes?
—Sé que algo terrible sucederá ahí. Tienes que irte.
—¿E ir a dónde? —pregunta—. No. NO puedo ir a ningún lado esta noche.
—Pero Angie…
—¿Cuánto tiempo has tenido la visión? ¿Casi un año? No hay necesidad de entrar en pánico. Lo pensaremos.
—La visión fue diferente esta noche. Fue con urgencia.
—Bueno, a veces las visiones son así, ¿verdad? —dice, con la voz dura—. Y uno cree que sabe qué significan, pero no lo hace.
Suspira como si se diera cuenta que está quejándose de sus problemas conmigo, y lo siente.
—No puedo correr en medio de la noche por una corazonada, Mar. Tengo a Joaco, tengo que pensar en él. Necesitamos un plan. Ven a casa mañana por la mañana y hablaremos sobre tu visión, ¿de acuerdo?
Hay un sonido estridente en el fondo. El sonido hace que los vellos de mi cuello se ericen.
—Genial. Lo despertaste —dice, enojada—. Tengo que irme. Te veré en la mañana.
Me cuelga.
Me quedo mirando el teléfono un minuto.
—¿De qué iba todo eso? —pregunta Peter—. ¿Qué sucede?
Encuentro los ojos de Thiago y él sabe lo que estoy pensando.
—Podemos ir en mi camioneta —dice.
Empezamos a movernos hacia la puerta.
—Iremos hasta ahí y pondré su mano en ella para intentar hacerla ver lo que yo veo. Tal vez será capaz de recibirlo. Haremos que entienda. Luego empacaremos y los llevaremos a un hotel.
—Espera, ¿qué? —Peter nos sigo hacia el porche—. Espera, Zanahoria. Explícame esto. ¿Qué sucede?
—No tenemos tiempo.
Miro a Peter sobre mi hombro mientras me estoy desvaneciendo.
—Tengo que irme. Lo siento.
Luego subo a la camioneta de Thiago y salimos con rapidez hacia casa.

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